La mañana del 26 de setiembre del 2016, mientras el gobierno de Colombia firmaba el acuerdo de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) en Cartagena, un pastor evangélico estaba parado sobre una tarima.
Cuenta la BBC que el pastor hablaba ante cientos de personas en un acto público, realizado una semana antes del plebiscito que consultaría a la población colombiana si aprobaba por mayoría los acuerdos.
Las iglesias evangélicas se habían aliado al No, y en aquel acto el pastor llamaba a sus fieles a votar en contra de los acuerdos. El pastor no dejaba de llamar a quienes lo escuchaban a oponerse a la “ideología de género” –un término peyorativo que se ha extendido a lo largo de Hispanoamérica– que según él y los suyos se promovía en los acuerdos. Tres puntos específicos les molestaban y consideraban dañinos para la sociedad colombiana. Rezan, textualmente, así:
1. “Que la implementación se haga teniendo en cuenta la diversidad de género, étnica y cultural, y que se adopten medidas para las poblaciones y los colectivos más humildes y más vulnerables, en especial los niños y las niñas, las mujeres, las personas en condición de discapacidad y las víctimas; y en especial por un mismo enfoque territorial”.
2. “Que se promueva la equidad de género mediante la adopción de medidas específicas para garantizar que mujeres y hombres participen y se beneficien en pie de igualdad de la implementación de este Acuerdo”.
3. “Reconocer y tener en cuenta las necesidades, características y particularidades económicas, culturales y sociales de los territorios y las comunidades rurales —niñas, niños, mujeres y hombres, incluyendo personas con orientación sexual e identidad de género diversa— y garantizar la sostenibilidad socio-ambiental”.
Los evangélicos colombianos consideraban que los acuerdos de paz llevaban demasiado lejos los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT. En el acto, el pastor no estaba solo. La manifestación era encabezada por el expresidente y senador de derecha Álvaro Uribe, principal opositor a los acuerdos y una de las fichas políticas más importantes de la historia reciente del país.
Unos días después, el No ganaría por unos cuantos miles de votos. Colombia, un país con una población de casi 50 millones de habitantes, cuenta con 10 millones de fieles evangélicos. La victoria en el plebiscito hizo evidente algo: que, desde una base religiosa, se habían convertido en la mayor fuerza política del país.
“Diez millones de cristianos que representan para el gobierno, para cualquier persona, votos, eso tiene que tener algún poder, ¿no?”, dijo Edgar Castaño, presidente de la Conferación Evangélica de Colombia, a la BBC. ”En Colombia se elige presidente con ocho o diez millones de votantes y nosotros somos diez”.
Conquista evangélica
Dé un paseo por cualquier barrio de Latinoamérica –en cuenta el que usted mismo habita– y note lo evidente: casi con seguridad hay una iglesia evangélica protestante. No es casualidad.
De acuerdo con un informe del 2014 del Pew Research Center, desde 1970 América Latina ha atestiguado una caída de su población católica. Los números son rotundos: de un 92% de población católica, el continente pasó a tener ahora solo un 69%. Mientras tanto, la cantidad de evangélicos ha crecido de forma exponencial.
En Latinoamérica, una de cada cinco personas se considera pentecostal. Hay mas o menos 19.000 iglesias evangélicas en el continente, según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), y son casi 100 millones de fieles. En Costa Rica, las cifras son similares: 62% son católicos, 25% protestantes. En algunos países centroamericanos –sobre todo Guatemala– están cerca de convertirse en mayoría.
La transformación en la región es histórica. Durante cientos de años, la Iglesia católica tuvo el monopolio casi absoluto de América Latina –que representa, todavía, el 40% de la población católica del planeta–, solo desafiado, con número muy escasos, por el anticlericalismo y el ateísmo. Nunca había habido otra religión. Eso comenzó a cambiar en la década de los años setenta.
“El evangelicalismo ha crecido de forma fenomenal en la región en los últimos 30, 35 años”, escribió, en el diario de Al Jazeera, Virginia Garrard-Burnett, coeditora del libro Historia de la religión en América Latina, de la Universidad de Cambridge.
Muchos de los misioneros venían de Estados Unidos, donde el movimiento evangélico no solo cuenta con un gran poder económico sino que tiene conexiones políticas importantes, casi todas ellas con el partido Republicano, que representa al sector más conservador de la población.
Cuando llegaron a nuestros países, el objetivo de esos pastores era adoctrinar a la población latinoamericana como un antídoto contra el comunismo, detalló Garrard-Burnett.
Andrew Chestnut, del centro Pew, agrega que han sido varias las razones que permitieron que el pentecostalismo, el protestantismo y, en general, la religión evangélica, haya tenido una aceptación tan importante en América Latina.
“El pentecostalismo ha absorbido la cultura latinoamericana. La música que se escucha en las iglesias cristianas se parece a los ritmos que la gente disfruta fuera de los actos religiosos, por ejemplo. En solo un siglo, las iglesias evangélicas se han “latinoamericanizado” mucho más que la Iglesia católica en cuatro siglos”.
Señaló otros ejemplos: “Algunas personas en América Latina se convierten al pentecostalismo en momentos de crisis de salud, porque dicha religión pone un gran énfasis en la sanación a través de la fe. Y los pastores tienden a sonar más como congregadores. A menudo son iletrados y le hablan a su congregación en la misma forma en que la gente habla entre sí en la calle. En la Iglesia católica, en cambio, los sacerdotes suelen sonar como parte de la élite, y muchas veces lo son”.
Populismo a través de la fe
Donald Trump en Estados Unidos. Marine Le Pen en Francia. Jimmy Morales en Guatemala. La derecha ultraconservadora lleva ya varios años resurgiendo en todo el mundo, y pareciera que cada región ha encontrado la gasolina para avivar el fuego. En Estados Unidos, es la supremacía blanca; en Europa, el nacionalismo y los sentimientos anti-inmigratorios. En América Latina, parece que es el fundamentalismo religioso.
Morales, comediante y pastor, ganó la segunda ronda de las elecciones del 2016, con un 67% de los votos. Un año más tarde, el país estaba hundido en una profunda crisis política, que explotó en enero del 2017, cuando uno de los hermanos mayores de Morales y asesor suyo, Samuel Morales, fue arrestado por corrupción y blanqueo de capitales junto con José Manuel Morales, uno de los hijos del presidente.
En medio de la crisis, Morales apostó por la expulsión de Iván Velásquez, jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), que fue creada en el 2006 por mutuo acuerdo entre la ONU y el gobierno de Guatemala por el resurgimiento de la delincuencia organizada. La Cicig, capaz de iniciar procesos legales y reformar leyes, estuvo a cargo de las investigaciones contra el expresidente Otto Pérez Molina y la exvicepresidenta Roxana Baldetti, imputados por corrupción en el 2015.
En el 2016, en torno a su elección, el pastor y presidente Jimmy Morales contaba con un 80% de aprobación. A inicios del 2017, su calificación se desplomó a 20%. Para agosto, había llegado a 10%.
“El ascenso de los grupos evangélicos es políticamente inquietante porque están alimentando una nueva forma de populismo. A los partidos conservadores les están dando votantes que no pertenecen a la élite, lo cual es bueno para la democracia, pero estos electores suelen ser intransigentes en asuntos relacionados con la sexualidad, lo que genera polarización cultural”, escribió Javier Corrales, profesor de Ciencias Políticas en Amherts College, en el diario New York Times. “La inclusión intolerante, que constituye la fórmula populista clásica en América Latina, está siendo reinventada por los pastores protestantes”.
Quizás no exista mejor ejemplo de cómo los grupos evangélicos alimentan el populismo que en Brasil.
La bancada de los noventa y tantos miembros evangélicos del congreso ha frustrado acciones legislativas a favor de la población LGBT, desempeñaron un papel importante en la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y cerraron exposiciones en museos. Un alcalde evangélico fue electo en Río de Janeiro, una de las ciudades del mundo más abiertas con la comunidad homosexual.
El modelo brasileño se está esparciendo por la región, cuenta Corrales. ”Con la ayuda de los católicos, los evangélicos también han organizado marchas en contra del movimiento LGBT en Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Perú y México. En Paraguay y Colombia pidieron que los ministerios de educación prohibieran los libros que abordan la sexualidad”.
¿De dónde viene el poder político de los evangélicos? De la derecha tradicional.
“Los partidos de derecha en América Latina tendían a gravitar hacia la Iglesia católica y a desdeñar el protestantismo, mientras que los evangélicos se mantenían al margen de la política. Ya no es así. Los partidos conservadores y los evangélicos están uniendo fuerzas”, escribió Corrales, coautor del libro Un dragón en el trópico: el legado de Hugo Chávez en Venezuela.
La política conservadora abraza el evangelicalismo y no al revés, y la razón es simple. Los grupos evangélicos están resolviendo la desventaja política más importante que los partidos de derecha tienen en América Latina: su falta de arrastre entre los votantes que no pertenecen a las élites.
Históricamente, los partidos de derecha se nutrían sobre todo de las clases sociales altas. Los evangélicos están cambiando ese escenario. Están consiguiendo votantes entre gente de todas las clases sociales, pero principalmente entre los menos favorecidos. Están logrando convertir a los partidos de derecha en partidos del pueblo.
“Los partidos políticos se concebían a sí mismos como el freno esencial de la región en contra del populismo. Ese discurso ya no es creíble. Los partidos están dándose cuenta de que unirse a los pastores genera emoción entre los votantes —incluso si es solo entre quienes asisten a los servicios— y la emoción es equivalente al poder”, agrega Corrales.
El evangelicalismo está transformando la política latinoamericana. Ya lo ha hecho en países como Guatemala, Brasil y Chile, que viven sus consecuencias.
En menos de dos meses, Costa Rica decidirá si lo hará también.