En el balcón de una estación de vigilancia con vista al mar, Marvin Cheng se pone de pie de forma abrupta. Con un paso veloz, se dirige a un grupo de jóvenes con latas de cerveza en mano que cada vez se adentraban más en un mar revuelto.
“Este tipo de situaciones es cosa de todos los días”, afirma, mientras mueve los brazos indicándoles que salgan.
Son las once de la mañana en Jacó y esta es su cuarta intervención del día. A sus 43 años, Cheng es uno de los cinco guardavidas que actualmente se encuentran contratados permanentemente por la Municipalidad de Garabito.
Mientras remueve su par de gafas, infla el pecho cubierto por una camisa amarillo fosforescente. Se muestra satisfecho al ver que el grupo de muchachos, aunque haciendo mala cara, sigue sus indicaciones.
Todos los días, Marvin y sus compañeros se turnan para hacer un recorrido que incluye desde Jacó hasta Playa Hermosa, pasando por Herradura, Playa Bohío y Playa Claritas. Son ellos quienes se encargan de socorrer a turistas locales y extranjeros que se acercan a esas playas en busca de calma y paz pero que terminan requiriendo un llamado de atención o incluso un salvamento entre las olas.
Este es su trabajo a tiempo completo en el que cumple con una jornada laboral de ocho horas, aunque usualmente debe realizar extras cuando se trata de temporadas altas y las playas se llenan hasta que no queda espacio para plantar una sombrilla más en la arena.
Estos guardavidas trabajan cinco días a la semana, incluidos sábados y domingos (los días libres se alternan), pero todos deben tener disponibilidad para atender emergencias fuera de su horario. Por esta razón, Cheng duerme con un ojo abierto y debe estar listo para enfrentarse a los oleajes fríos de las madrugadas siempre que sea necesario.
Garabito es una de las dos municipalidades en todo el país, aparte de Osa, que dentro de sus presupuestos municipales incluyen una partida fija para guardavidas.
Aunque recientemente la municipalidad asignó presupuesto para comprar equipo especializado, como un cuadraciclo y una moto acuática, cubrir los 30 kilómetros de playa entre cinco rescatistas puede tornarse difícil. Según la Unidad de Rescate Acuático de la Cruz Roja Costarricense, en las playas cada 500 metros debería haber un guardavidas.
Esta limitación de personal no solo hace que el trabajo de Cheng y sus compañeros se vuelva aún más arduo, sino que es un riesgo evidente para los bañistas. Según datos de la Cruz Roja, solo en el periodo entre enero y abril del 2019, la entidad atendió 200 casos de accidentes acuáticos y 37 personas han perdido la vida por sumersión.
Como una estrategia para intentar mitigar este fenómeno, recientemente el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) anunció una campaña que apunta a que sean los mismos turistas quienes comiencen a cuidarse de forma preventiva.
Durante el 2018, el ICT rotuló alrededor de 100 playas con información sobre corrientes de resaca en donde era común que se dieran accidentes, a fin de que las personas eviten nadar en estas zonas. Además, se firmó un convenio con la Cruz Roja Costarricense y el Benemérito Cuerpo de Bomberos para capacitar y contratar guardavidas voluntarios.
Para Cheng, una campaña informativa puede ser una herramienta que alerte a quienes van de camino al mar, pero teme que una vez que vean la costa, muchos bañistas se olviden de las advertencias.
Mientras tanto, él se mantiene vigilante en su estación.
Aprender a leer el mar
Es miércoles por la mañana de una semana común y la playa de Jacó está llena. Niños jugando con perros, personas tomando el sol y mucha gente refrescándose en el mar.
“Como este año ha estado más seco, hay más gente de lo común. Ha sido como temporada alta todo el año”, explica Cheng, “Por eso la disposición tiene que salir de uno. Sentir que uno es un hombre de agua y querer ayudar a quienes tienen problemas”.
Con más de 24 años de ser guardavidas y al igual que la mayoría de quienes ejercen este oficio, Cheng empezó a relacionarse con el mar praficando el surf. Oriundo de Jacó, el sonido de las olas que revientan contra la costa simboliza calma, su hogar y su trabajo.
Desde los 13 años, aprendió a dominar las olas de la misma playa a la que actualmente llama su oficina y fue aquí en donde ejecutó su primer rescate de forma no oficial: frente al Hotel Best Western socorrió una mujer atrapada en una corriente.
“Lo hice sin pensarlo, así, chiquillo. Vi que no podía salir y tragaba agua, entonces me acerqué con la tabla y la logré sacar. Cansado, llamé rápido al guardavidas”, recuerda con nostalgia. “Vieron algo en mí y a los 19 me contrataron en ese hotel. Un señor me enseñó lo básico porque antes no había nada de academias. Vi una necesidad en el pueblo y decidí crear una escuela”.
En la academia de Marvin se capacitaron sus actuales compañeros encargados de resguardar la zona. Además, es él quien se ocupa de visitar otras playas para brindar talleres a surfistas interesados en seguir sus pasos.
Para ser guardavidas no se necesita correr en cámara lenta por la playa ni tampoco utilizar trajes de baño rojo pegados al cuerpo, en cambio, para aprobar el curso es un requerimiento conocer de primeros auxilios, reanimación cardiopulmonar (RCP) y pasar una serie de pruebas físicas que ratifiquen que el aspirante puede salir nadando de una corriente fuerte con el peso de otra persona encima.
“A la hora de hacer un rescate o ingresar al mar, tenés que saber leer las olas”, dice Bryan Quesada, otro de los guardavidas de Jacó. “Si vos ingresás a hacer un rescate con el oleaje grande y salís de una vez, el mar te va a quitar la víctima. Tenés que quedarte ahí pasivo hasta que el mar esté en ‘glass’, pasivo como una plancha”.
A sus 29 años, Quesada ha dedicado casi una década al trabajo en esta playa de arena negra. Hijo de padres y abuelos agricultores puntarenenses, despega sus pies de la tierra para remontar olas y encuentra una pasión en el surf.
Para Bryan, saber leer el mar puede ser lo que marque la diferencia en lograr un rescate exitoso.
Aparte de glass, otra de las versiones del agua son los swells, es decir, cuando el oleaje crece hasta cuatro pies de altura. Además se pueden formar corrientes de resaca, en las cuales es común que los bañistas queden atrapados.
“La señal casi universal es que las personas alzan las manos tipo ‘Y’. Uno nota que intentan salir y en lo que la ola revienta, ya los golpea, entonces uno ingresa. Lo primero es estabilizarlos con una tabla o flotadores e intentar que no entren en pánico. La prioridad es sacarlos”, explica Quesada.
En la arena, los guardavidas proceden, de ser necesario, a practicar maniobras de RCP y primeros auxilios. Presionando el pecho de forma repetida y fuerte, intentan reanimar a la víctima y esperan hasta que los cuerpos de emergencia médica lleguen por ella.
“Por eso es tan importante asegurarnos de que todas las personas que ejercen como guardavidas conozcan este procedimiento”, retoma Cheng, “El problema es que como no hay regulación en el país, cualquiera puede serlo”.
Actualmente, en Costa Rica no existe una entidad que regule la creación de academias de guardavidas, que establezca las prácticas básicas que deben enseñarse o bien, que certifique de manera oficial que quien resguarda la playa, sepa hacerlo.
En el 2018 se presentó en la Asamblea Legislativa un proyecto de ley en el que se proponía la creación de un ente que atienda el tema, a cargo de los gobiernos municipales, pero hasta el momento se mantiene estancado en Cuesta de Moras.
Otra de las problemáticas es que al no haber un ente regulador, tampoco se establece un salario mínimo para estos rescatistas. Por ser empleados de la municipalidad de Garabito, el salario de Cheng y Quesada ronda los 340 mil colones mensuales, pero en otros sitios la paga puede ser menor.
Cuando las olas crecen, las estadísticas también
Quesada y Cheng adoran estar en el agua. Aunque pasan sus días frente al mar, en su tiempo libre sienten que el mar los llama y vuelven a la playa para surfear o pescar.
Ambos tienen años trabajando uno al lado de otro y los dos compartieron lo que describen como una de sus peores experiencias en el agua.
“Era cuando la municipalidad no tenía tantos recursos y no teníamos el jetski. Nos llamaron de Playa Hermosa de emergencia”, relata Quesada, “pusimos la sirena y nos montamos en el cuadraciclo. Cuando llegamos vimos una madre y dos hijos en el mar. Un niño y una niña”.
“Fue complicado entrar porque estaban en una corriente muy fuerte”, continúa Cheng, agitado. “La madre estaba inconsciente y los dos niños se sujetaban de ella. Cuando los logramos sacar, la madre estaba sin pulso y comenzamos de inmediato con los protocolos, a aplicar RCP y desfibriladores”.
“Nada sirvió. Solo recuerdo la cara del padre ahí impotente y tener que acompañarlos hasta que llegara el cuerpo de emergencias. Es un sentimiento horrible, pero siempre intento enfocarme en que la madre dió la vida por ellos”, finaliza Quesada viendo al piso.
De acuerdo con el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), durante el 2017 y 2018, 290 personas perdieron la vida por asfixia por sumersión. Los datos del 2018 señalan que fue en la provincia de Puntarenas donde se produjeron la mayoría de estos fallecimientos (59), en especial en los cantones de Quepos (14 muertes) y Garabito (12).
“Por esta razón el ICT creyó pertinente lanzar una estrategia”, indica Víctor Ramírez, encargado del convenio de esta institución con la Cruz Roja, “Es prevenir al turista, que este entienda que cuando nosotros señalamos un riesgo, no es por gusto sino por el bien de ellos”.
La campaña consiste en la rotulación de playas peligrosas y una inversión de $500.000 anuales hasta el año 2022, que serían destinados a un programa de voluntariado que capacite guardavidas. La iniciativa se encuentra en marcha bajo la supervisión de la Cruz Roja y los Bomberos.
Con otra inversión de ₡150 millones se planea contratar a 20 de estos voluntarios por seis meses para que resguarden las costas de Manuel Antonio, Ballena y Cocles-Manzanillo, pero solo durante la temporada alta.
“Aunque no existe un ente oficial que regule, lo ideal sería que los otros gobiernos locales tomen la iniciativa de tener guardavidas tiempo completo”, comenta Juan Carlos Salas, jefe de la Unidad de Rescate Acuático, “En la Cruz Roja tenemos un grupo fijo para atender emergencias y estamos capacitando a 50 voluntarios, pero no todo el peso debería estar en nosotros”.
El ICT reporta que entre un 70% y 80% de los turistas extranjeros que visitan Costa Rica, realizan actividades de sol y playa. En el país hay más de 600 playas y tener un guardavidas a tiempo completo en cada una es materialmente imposible.
“Esto es algo pequeño que estamos haciendo, esperamos que las personas colaboren en el tema de la seguridad. La gran mayoría de accidentes acuáticos se pueden evitar si las personas consultaran antes de entrar al mar”, afirma Salas.
De esto es testigo Giancarlos Méndez, el más jóven de la unidad de guardavidas en Garabito. A sus 23 años y con apenas 3 de laborar con la municipalidad, destaca por su altura de metro ochenta. De hecho, le saca una ventaja de estatura de por lo menos 10 centímetros a sus compañeros.
“La primera persona que vi ahogada fue un 1° de enero como a las 6:30 a. m. Todavía no nos tocaba entrar pero nos llamaron y acudimos a la emergencia. Lo más probable es que se haya metido enfiestado y alcoholizado”, asegura Méndez.
Tomar más bebidas alcohólicas de la cuenta, descuidar a niños pequeños o zambullirse en horas tardías de la noche, aumenta el riesgo de ser víctima de un accidente acuático.
Los guardavidas concuerdan que los grupos familiares tienden a consultarles si es seguro meterse al mar o a acatar sus indicaciones cuando les piden salirse. El problema, usualmente, son las personas jóvenes, en especial turistas que provienen de ciudades en donde el mar no es cotidiano.
“Muchos de los jóvenes extranjeros vienen a hacer locuras porque ven la playa y el sol y se olvidan de todo”, describe Méndez, “Uno les dice que se salgan porque hay corriente pero apenas les damos la espalda, se volvieron a meter. Hasta se han puesto violentos”.
El verano pasado, Cheng tuvo un “encontronazo”, como los describe él, después de solicitarle a un grupo de jóvenes que salieran del mar. Cuando caminaba de vuelta a la estación, uno de ellos le tiró una piedra en la cabeza y como resultado perdió parte de su visibilidad en el ojo izquierdo.
De forma insólita, esto no parece atormentarlo. Afirma que ser guardavidas es justamente lo que debería estar haciendo y que no cambiaría la adrenalina del día a día o el orgullo que siente al ayudar a una persona por un trabajo de oficina.
“Me siento satisfecho cuando salvo vidas. Ayudar a una persona que lo necesite es algo que me llena. Incluso cuando ando en otras playas, tiendo a cuidar porque solo quiero que todos disfrutemos. No se necesita ir detrás de las olas para disfrutar de unas vacaciones”.
Las olas grandes no lo asustan. Para él, nadar contracorriente, más que una vocación, es lo que puede hacer la diferencia en la vida de una persona.