Hace un año, un hombre recibió al menos 19 disparos en el barrio Amón. Hace 16 días, en la víspera del evento cultural más importante del vecindario, otro fue asesinado a tiros en plena vía pública. Este último crimen recuerda la crisis de inseguridad que se ha instalado en Amón desde hace algunos años.
Hoy, el barrio histórico, de gran valor patrimonial, vive un notorio proceso de degradación. Recorrer sus calles desalienta: los edificios preservados son asediados por construcciones desmanteladas, ahora convertidas en basureros a cielo abierto. Muchos negocios culturales han cerrado; otros resisten y florecen como siempre. Amón Cultural, el festival de verano, llenó las calles de artistas, visitantes e historia viva hace un par de semanas. Pero, ¿cuánto puede durar este delicado balance?
Varios puntos en la zona se han transformado, a ojos de los vecinos y la policía, en focos de inseguridad. Decenas de edificios están cubiertos de invasivos rótulos que anuncian su alquiler o venta, mientras la violencia se expande y el narcotráfico acecha. Amón pende de un hilo.
Si la inseguridad continúa en aumento, el barrio fundado a fines del siglo XIX pronto podría quedar a la deriva. Si se vacía, será aún más inseguro, lo cual dificultaría el regreso del turismo local o internacional. Si los residentes se sienten amenazados, ¿querrán quedarse? Indagamos en el proceso que sufre Amón, el único conjunto urbano considerado como paisaje patrimonial.
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Creado y poblado por la burguesía josefina en la década de 1890, el barrio conserva muchas edificaciones de alto valor patrimonial e histórico, desde casas de presidentes hasta vestigios del viejo casco urbano. Por largo tiempo ha sido uno de los imanes turísticos de San José, tanto para locales como extranjeros. Mientras transcurren exposiciones de arte y tours guiados por las calles de Amón, saltan las alarmas sobre lo que ocurre en lo profundo del barrio y que, a veces, sale a la luz.
Para Omer Badilla, director general de la Dirección General de Migración y Extranjería, desde hace dos años Amón amerita monitoreo por parte de la institución, una de las entidades encargadas de atender situaciones de trata y tráfico de personas. Asegura que en la zona confluyen mafias y crimen organizado que propician las condiciones para el tráfico y la trata con fines de explotación sexual. Por el momento, dice, hay casos en investigación.
“Es una zona que nos genera conflicto”, indica Rodrigo Alfaro, director regional de la Fuerza Pública de San José. Para él, es el Hotel y Casino Taormina “el lugar donde más conflicto tenemos, por eso lo tenemos mapeado y constantemente estamos abordando”. Se trata de un hospedaje de 87 habitaciones ubicado al norte del barrio y frecuentado por extranjeros, usualmente retirados. Alfaro describe la zona circundante como el punto “más grande y peligroso” con el que debe lidiar la policía en San José.
Según Marcelo Solano, director de la Policía Municipal, en las afueras de este establecimiento es común encontrar el consumo, la venta de drogas y “gran cantidad de mujeres dedicadas a la actividad sexual”.
Muchas noches, la calle enfrente se llena de mujeres en grupitos o solas, que algunas veces ingresan y otras se alejan en vehículos que pasan o se estacionan. Hombres van y vienen; bulla de pitos, música, plática. En el 2025, la Fuerza Pública ha decomisado cuatro armas de fuego sin permisos en sus inmediaciones y, en un operativo de ingreso al hotel, la policía halló al menos 200 mujeres adentro, de acuerdo con Alfaro, jerarca de la policía en la capital.
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A pocos metros del hotel ocurrieron los dos homicidios recientes. Las balas incluso alcanzaron algunas de sus ventanas, confirmó William Jiménez, gerente de mercadeo del Taormina.
“Hemos tratado en la medida de lo posible de que dentro de las instalaciones se encuentre todo bien (...) La seguridad afecta a todos y estamos comprometidos con esa parte”, afirma Jiménez. “Hemos tenido coordinación con la Fuerza Pública, inclusive hasta con el OIJ para que en el momento que haya algún tipo de actividad, pues se coordine inmediatamente para poder tratar de de mitigar lo que haya que tratar de mitigar”, añade.
¿Por qué se dan los problemas en barrio Amón?
Desde finales del siglo XX, Amón forma parte del Gringo Gulch, un término utilizado por los extranjeros para referirse a la zona de comercio sexual en la capital que contemplaba varios barrios en el distrito de El Carmen. A inicios de la década de los 2000, en plataformas digitales, los extranjeros se referían a esta zona como “las Naciones Unidas del Sexo”, “el paraíso de los fornicadores” o la “Tailandia del patio trasero de los Estados Unidos”.
El principal foco de atención era el Hotel El Rey, un reconocido edificio esquinero sobre la avenida 1. Era famoso por la afluencia de trabajadoras sexuales, aunque la administración siempre se desligó de lo que ocurría a puerta cerrada. Cerró durante la pandemia.
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Hace un par de años, el Taormina empezó a atraer la atención por razones similares. Desde antes, el hotel ha tenido casino, bares y un restaurante; siempre hay movimiento. Acudimos al sitio un lunes al mediodía. Se acercan al vestíbulo mujeres con tacones altos y vestidos cortos, algunas acompañadas de extranjeros mayores, quienes deben pagar un monto adicional si desean subir con alguna de ellas a una habitación (frente a quien escribe, un cliente registra a una chica joven como “second guest”). Otras están solas. Por la noche, se generan aglomeraciones y largas filas de mujeres, taxis, motos y otros vehículos en la entrada del establecimiento.
Una fuente del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) confirmó a la RD que este local está bajo investigación.
“Andrés” es vecino del barrio. Recuerda que antes del 2020 Amón era relativamente seguro, aunque con algunas situaciones de violencia propias de cualquier urbe. Si bien el trabajo sexual ha proliferado en la zona desde al menos los años 80, se trataba de algunas pocas trabajadoras sexuales en esquinas o locales de “masajes”.
Desde hace al menos cuatro años, el panorama de la inseguridad en Amón dio un salto sin precedentes.
Ahora, el sonido de las balas han despertado a “Andrés” en la madrugada. “Es horrible”, admite. Por las noches, le incomoda el sonido de la música en la calle y cuenta que las conversaciones con la policía se convirtieron en una constante. Entre los vecinos, conformaron un grupo de mensajería con miembros de la policía al que recurren cada vez que necesitan presencia y protección de las autoridades. Andrés prefirió no revelar su identidad por temor a represalias. “No se está haciendo lo suficiente para arreglar la situación”, dice.
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“Uno siente que es una fuerza más grande que cualquier otra, que cualquier reclamo vecinal y se siente mucha impotencia”, lamenta Natalia Salas, síndica por el distrito de El Carmen.
Para Daniel Chavarría, miembro de la Asociación de Vecinos de Amón y propietario de una antigua vivienda en el barrio, la preocupación radica en la descomposición de Amón a raíz de la infiltración del narcotráfico.
Por las noches, decenas de patrullas de la Fuerza Pública y la Policía Municipal transitan las calles y ejecutan operativos, con frecuencia en las inmediaciones del hotel. Detienen carros, utilizan perros para detectar droga y, en ocasiones, atrapan in fraganti a algún presunto delincuente. Algunos operativos se extienden incluso a plena luz del día.
De noche, “taxis piratas” y otros vehículos particulares se estacionan al lado de la calle en las inmediaciones del Taormina hasta bien entrada la madrugada. Abren la cajuela, sacan sillas de playa, las colocan junto al carro y ponen música a todo volumen. Vecinos y autoridades policiales afirman que algunos de ellos se dedican a la distribución de drogas.
El ruido que se genera en las afueras del hotel llega hasta la “rotonda oeste”, situada en la avenida 13, detrás del hotel. Esa calle sin salida es un remanso de día, callado y tranquilo; allí residen muchos adultos mayores y propietarios de antiguas casas del barrio.
“Estamos expuestos”, agrega Paula Piedra, coordinadora de programas en Teorética, la prominente fundación de arte contemporáneo que se instaló en Amón en 1998. “Hay muchas realidades que conviven y convergen, lo que hace que se sienta inseguro para las personas que trabajamos o vivimos aquí”, explica.
Paula caminó justo por el sitio donde mataron a un hombre hace menos de un mes. Esa noche, unas horas antes, recorrió esa misma acera para ir a cenar. A la mañana siguiente, se despertó con la noticia. Su preocupación: haber estado “mal puesta”, en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Marcelo Solano, director de la Policía Municipal, admite que la situación en barrio Amón se ha complicado y dice que desde su entidad se hace lo posible con los recursos disponibles.
El turismo sexual no es nuevo, pero la magnitud actual es inusitada. Abren nuevos sitios destinados al comercio sexual. Algunos se ubican a pocos pasos de capillas y centros educativos.
“Lo que tenemos es un problema de drogas en el sitio, o de trata y tráfico de personas, de legitimación de capitales o de legitimación de fondos a través del gota a gota. Es cualquiera de esos escenarios, pero todo dentro de una sombrilla de crimen organizado que ha convertido la actividad de prostitución, un punto de tráfico de drogas en una zona turística, una zona de violencia armada”, describe Solano.
Para Rodrigo Alfaro, director regional de Fuerza Pública, el trabajo sexual no es el causante de todos los problemas que se generan alrededor del hotel, sino que es necesario analizar la clientela. “Su mayoría son extranjeros; son personas con adicción y esto genera otro tipo de demanda, drogas como la cocaína, en menor medida el crack, el éxtasis, marihuana. Ya ahí hay un mercado de droga”, explica Alfaro.
Al haber un mercado, las organizaciones delictivas que se dedican al tráfico y al menudeo encuentran terreno fértil. Esta situación se refleja en que se genere conflicto con otras que también quieren posicionarse. Así se originan riñas, altercados y ajustes de cuentas.
Desde hace dos años, William Jiménez es el gerente de mercadeo de Taormina, hotel que solo recibe mayores de 18 años. Sus clientes provienen en su mayoría de Texas, California y Florida; “vienen buscando atención” y “alguien con quien conversar”, dice.
Jiménez reconoce que la actividad por la que apuesta el hotel puede generar aglomeraciones en la vía y dinamiza “de forma diferente” el barrio Amón, acostumbrado a un pasado “más tranquilo”. “Cualquier lugar que tiene una actividad nocturna donde haya un bar, haya una disco o haya vida nocturna, va a tener aglomeración. Un claro ejemplo es el barrio La California, donde están todas las discotecas. Es lo mismo”, dice.
Jiménez dice que el hotel no puede hacer nada frente a lo que sucede afuera y niega que la actividad que se genera en el establecimiento tenga que ver con el perfil de persona que genera conflicto en las afueras.
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También el Taormina sufre por la inseguridad, que como Jiménez recuerda, es un asunto nacional. Esta temporada alta, el hospedaje se redujo un “20% o 25%” en comparación con la misma época el año pasado. Lo atribuye al cambio político en Estados Unidos, al encarecimiento de los tiquetes aéreos y a la inseguridad en Costa Rica, que resuena ya en el país de sus clientes.
Jiménez explicó que no se permite el ingreso de drogas al hotel, que las mujeres solo pueden entrar si consumen o son huéspedes, y que han invertido en medidas de seguridad como vigilancia y cámaras, con el fin de prevenir afectación a su clientela.
“Nosotros hemos tratado de conversar con la comunidad, tratar de llegar a un acuerdo (...), ver de qué manera podemos los dos, pues, que haya como una armonía para que todo funcione”, dice el empleado del hotel.
También el patrimonio de Amón sufre
Si usted caminó Amón hace algunas décadas, quizá recuerda cómo se veía la casa de Rafael Ángel Calderón Guardia, la vivienda de la familia Castro Saborío y Quesada López-Calleja, o bien, la casa Van Der Laat y el bar Limón. Todos fueron demolidos entre 2010 y 2024.
La destrucción del patrimonio en Amón y el resto de la capital ha sido asunto de décadas. En mayo de 2024, un grupo de vecinos del barrio impugnó, ante la Sala Constitucional, la demolición de los muros de una propiedad histórica en Amón, la cual pertenece al Instituto Nacional de Seguros (INS). Hoy es un parqueo.
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Algunas edificaciones que no son demolidas y quedan desocupadas, en pocos días son desmanteladas. El resultado: columnas que a duras penas quedaron en pie, rodean un lote baldío cubierto de escombros y basura. Una fuente más de inseguridad.
“Es como si la ciudad se desmoronara”, dice la síndica Natalia Salas.
Uno de los casos más recientes ocurrió en las cercanías del edificio de la Alianza Francesa, que cada sábado recibe 130 estudiantes que aprenden francés. Emmanuelle Gines, directora de la institución, cuenta que los propietarios del inmueble decidieron irse de Amón, pero el monto para adquirirlo era muy elevado.
Hace seis meses, recuerda, “las hormigas del barrio” se encargaron de desmantelarlo. Desde sus paredes hasta sus muebles. Ya no queda nada.
“Pasan en la calle con el material y nadie dice nada”, cuenta Gines. Durante ese tiempo, en la Alianza incrementaron las medidas de seguridad, pues intentaron subirse al techo y robar aires acondicionados.
Esta es la realidad de decenas de edificaciones en la capital. Herencias familiares, memoria y cultura se borran de la noche a la mañana. La Municipalidad de San José no tiene una respuesta clara ante esta problemática.
“Yo no veo que haya una política. Aunque se habla del centro histórico y se han propuesto cosas del centro histórico”, afirma Salas.

Ante la falta de reglamentación, los vecinos de Amón crearon un protocolo para denunciar con prontitud cuando una casa está en riesgo. Primero, avisan a la sindicatura, la cual remite la información a la regiduría para solicitar a la municipalidad colocar un límite y evitar que las personas ingresen. Salas afirma que la iniciativa no está funcionando.
El 22 de abril de 2024, la Asamblea Legislativa declaró el desarrollo turístico, cultural, ecológico y natural de Amón y barrio Otoya como de interés público. El texto establece que el Estado debe apoyar iniciativas de desarrollo local, para proteger el medio ambiente, fortalecer la condición social, cultural y económica de la zona.

Este medio solicitó conversar con Diego Miranda, alcalde de San José, para conocer si se tramita algún plan para gestionar la crisis que enfrenta el barrio, pero no accedió a conversar, sino a recibir las preguntas por escrito. Se le enviaron las consultas por mensaje de WhatsApp, pero no hubo respuesta al cierre de esta edición.
El Tecnológico de Costa Rica (TEC), cuya sede en la capital se sitúa en Amón, ha presentado dos iniciativas a la municipalidad para conservar el barrio, incentivar a empresarios creativos y de cultura, resguardar y ofrecer alternativas para evitar que los edificios históricos desemboquen en parqueos. Ambas naufragaron por falta de interés de la municipalidad en gestiones anteriores.

El TEC ha propuesto al ayuntamiento reconocer Amón como un paisaje urbano y no como un conjunto de edificaciones aisladas. Esto implicaría que, por ejemplo, no se pueda instalar el comercio dedicado al sexo y que las industrias y las empresas creativas y culturales tengan incentivos de exoneración del pago de cargas municipales, entre otros beneficios que permitirían potenciar el valor cultural. Así lo explicó Alexandra de Simone, coordinadora del proyecto del TEC, Amón Cultural, y gestora de la Casa de la Cultura de esa institución.
Por su parte, Jimmy Zúñiga, vicepresidente de la Asociación de Vecinos, insiste en que Amón debe convertirse en una zona estudiantil y universitaria.
Por décadas, son los vecinos, las instituciones culturales y educativas las que buscan sin cansancio resguardar Amón. Lo cierto es que el barrio mantiene un encanto y sus residentes y visitantes no quieren dejarlo.

“¿Qué nos dice ese deterioro? Ahí es donde nosotros como institución cultural y de conocimiento estamos motivados a reflexionar, generar conocimiento y actuar. Nos dice algo muy complicado de qué está pasando con la construcción actual de lo que importa como memoria, de lo que importa conservar, de lo que importa recordar“, manifiesta con esperanza De Simone.
De esta reflexión han nacido iniciativas como Amón Cultural, un festival que cada verano recuerda el espíritu artístico e histórico del barrio, que congrega creadores, vecinos y gestores culturales de todo tipo. Como este, casi todos los espacios culturales públicos están en las cercanías de Amón. El Centro de Cine se mantiene activo, con propuestas artísticas cada semana. En la misma época se lleva a cabo Transitarse, que si bien involucra a otros sitios del casco central, Amón sigue continúa siendo un epicentro.
Como otros, para De Simone, este es un signo de que la gente quiere que las cosas cambien. “No hay nada más poderoso que un colectivo que tiene consenso, aunque esté un poco enojado y un poco triste, recuerda que vale la pena”, dice.

“Nosotros somos una resistencia en el barrio Amón. Todos los vecinos amamos Amón, es nuestra casa, es linda, es un barrio lindo y no queremos irnos”, relató Emmanuelle Gines, directora de la Alianza.
Pese a reconocer que la vecindad no es suficiente para enfrentar los desafíos que amenazan la comunidad, Daniel Chavarría, presidente de la Asociación de Vecinos de Amón, insiste en que cuidar el barrio vale la pena.
“Nosotros nos mantenemos firmes en dar la lucha”, finalizó.
