¡Yo soy Gokú! ¡Yo la Power Ranger Rosada! ¡Yo Spider-Man! ¿Quién no jugaba de niño con emular a uno de sus héroes (o tal vez villanos) favoritos de las series de televisión, del cine o de los animé? ¿Quién no hubiera dado todo por ponerse una máscara y escapar de la realidad aunque fuera por un par de horas y soñar con subir las torres más altas o capturar a un pokemón?
El arte del cosplay es eso, cumplir los sueños y llevar la fantasía a la realidad, aunque muchas veces cueste horas, días y hasta meses de trabajo intenso y detallado para lograr ponerse un traje que llevará a su creador a ser -por un rato- aquel personaje con el que siempre soñó, con el que se identifica. Lo emula no solo porque admira sus poderes sino porque entiende más a fondo sus personalidades, sus oscuridades y hasta sus secretos.
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Ser cosplayer es hacer arte. No solo es un pasatiempo que culmina en un vestuario hecho a la medida o una peluca bien arreglada, no. Ser cosplayer es cultura, es talento y también esfuerzo pues lo que hacen estos artistas necesita de estudio y del pulido de muchas capacidades que van desde la costura hasta la pintura. Es una pasión que pasa por el manejo de herramientas hasta conocer cada detalle para manejar los materiales con los que se construye un arma o una armadura.
Ellos lo hacen más que todo por pasión, porque son aficionados a la fantasía y porque encontraron en el cosplay una forma de manifestar sus talentos, muchos de ellos aprendidos o descubiertos en el camino.
Hace unas semanas se realizó en nuestro país la Cómic-Con Costa Rica, el evento fue una pasarela para demostrar esa pasión. Allí se reunieron cientos de personas fanáticas del cine, la televisión, el manga, el animé y los libros; quienes gastaron mucho de su tiempo en crear personajes e interpretarlos durante la reunión. Este espacio fue un escaparate y, por supuesto, un escape para muchos que disfrutaron de compartir conocimientos, de halagar las creaciones del otro y también de intercambiar uno que otro secreto.
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Motivados por el Cómic-Con decidimos buscar a algunos de estos artistas para que contaran su experiencia como cosplayers, qué los motiva a hacer este tipo de pasatiempo y cómo lo hacen. Conversamos con seis reconocidos artistas nacionales y ellos nos contaron sus historias.
Los entrevistados fueron: Gabriela Soto Grant, Stanislav Dobroski Mora, Lucía Morales Rodríguez y el grupo La forja de Hefesto, que está conformado por los esposos Adriana Alvarado Delgado y Mauricio Castro Aguilar, junto a Jeffrey Alvarado Delgado, hermano de Adriana.
Todos son profesionales en distintos campos, trabajan a diario en sus labores, pero sacan tiempo de sus actividades para dedicarse a este arte. Curiosamente, las historias de estos creadores con el cosplay comenzaron de forma muy similar y terminan casi igual: en la satisfacción de que un traje quede perfecto.
Por pasión, curiosidad y casualidad
La fiesta de Halloween, aunque no es una celebración muy arraigada en nuestra sociedad, fue un buen comienzo para Gabriela Soto. Esta diseñadora gráfica y estudiante de una maestría en Audiovisual y Multimedia, dio sus primeros pasos como creadora de disfraces durante una actividad de Halloween. Desde ese momento, aprovechó sus conocimientos en costura para meterse en el fascinante mundo del cosplay.
Soto recordó que el primer traje que hizo fue el del personaje Hit Girl, de la película Kick Ass, ese mismo fue el que usó un tiempo después para su primer evento de cosplay, que se realizó en el Cenac, en San José, allá por el 2016.
“La diferencia entre el disfraz y el cosplay es el nivel de detalle, cualquiera puede hacer un cosplay con lo que quiera. Ahora yo soy más detallista de cuando fui a ese primer evento, porque me di cuenta de que entre más elaborado el traje, se ve más realista”, recordó la artista, de 38 años.
La casualidad fue también la que llevó a Stanislav, desamparadeño de 27 años, estudiante de Psicología y ayudante de crédito y cobro en una distribuidora, a descubrir esta afición. Resulta que a este muchacho un primo suyo lo llevó a un evento de cosplay para que lo ayudara a vender mercadería de animé, pero cuando llegó al lugar y vio la calidad de los personajes quedó impactado.
“En ese primer contacto, cuando vi a los cosplayers, yo no sabía nada, pero me impresionó mucho. Me entró la espinita de querer hacerlo. Una tía me ayudó, me cosió una capa y yo hice una máscara de cartón y me animé a ir a mi primer evento. Fue lindísimo, porque aunque era algo muy artesanal, muchas personas me pidieron fotos”, contó.
Ese primer traje lo confeccionó hace 11 años y fue Tobi, de Naruto. Sin saber nada, aprendiendo con el tiempo y con mucho esfuerzo, el trabajo de Stanislav fue mejorando tanto que lo llevó en el 2019 a representar a Costa Rica en el World Cosplay Summit (el Mundial del Cosplay) en Japón. Para ese concurso el joven fue acompañado por Eli Hidalgo y, juntos, representaron a Alucard y Drácula de la serie Castlevania.
En el caso de Lucía, conocida en el ámbito del cosplay como Flofilu, ella reconoce que entró “de rebote” a este apasionante mundo. La joven, de 23 años, quien trabaja en control de calidad de videojuegos, siempre fue una fan del animé y sabía que se hacían convenciones de cosplay, pero nunca intentó asistir a una hasta que un amigo la invitó a ser parte de un cosplay grupal, en el 2013.
Para esa ocasión, Lucía se disfrazó Sora de Digimon. “Fui ahí con un gorrito azul y una camisilla amarilla, pero me encantó y pensé en que quería seguir haciéndolo pero sola”, contó.
Esa misma pasión por el animé fue lo que en un principio impulsó a los hermanos Jeffrey y Adriana Alvarado a entrar a este maravilloso universo. “Jeffrey siempre ha sido de juegos y animé y yo, carajilla, siempre lo seguí. Una vez, en el 2006, nos contaron de un evento de disfraces y nos apuntamos, comenzamos a hacer loco, mi mamá era costurera entonces nos ayudó a hacer los trajes de tela”, recordó Adriana.
Esa primera vez escogieron interpretar a una pareja de hermanos: Byakuya y Rukia, de la serie Bleach. Desde esa experiencia los Alvarado se propusieron mejorar y trabajar de manera más ardua por confeccionar nuevos personajes y lo han logrado.
Un detalle muy importante en la historia de los Alvarado es que, gracias al cosplay, la familia creció. Adriana conoció en eventos a Mauricio, quien años más tarde de su primer encuentro se convirtió en su esposo. Actualmente, la pareja está esperando a su primer hijo.
Habilidades, sueños y empeño
Hacer cosplay, ser cosplayer o cosmaker no es una cosa de ratitos, no. Se necesita pasión y amor por lo que se hace, pues nadie nace aprendido y todos los días se descubre algo nuevo que sirve para aplicar en la creación de los personajes.
Mauricio, de La forja de Hefesto, confesó que él (quien es ingeniero en sistemas) nunca había tenido en su vida ningún acercamiento con las artes. “Si dibujo un círculo me sale chueco”, contó entre risas. Sin embargo, en el cosplay todas las habilidades cuentan y funcionan para algo.
En el caso de La forja de Hefesto, de hecho, cada uno de sus integrantes tiene aptitudes que aportan muchísimo en el acabado final de sus creaciones.
Mauricio, como buen ingeniero, tiene una gran facilidad para resolver problemas. Además, es el encargado de realizar los patrones de los trajes y personajes, para que luego Adriana -quien es educadora de profesión- y Jeffrey -que es asistente en una empresa de servicios médicos- lleven todo a la realidad por medio de materiales como el foam, la tela o el cartón.
Funcionan como una máquina bien aceitada y eso los ha llevado a crear impresionantes cosplay como la armadura de Alphonse Elri, de Fullmetal Alchemist; o la del Caballero Artorias, del juego Dark Souls.
Gabriela Soto, en su caso, disfruta mucho de la confección de los trajes de tela. Para ella, como para sus colegas, uno de los retos más importantes es que aquello que es un dibujo en 2D o 3D pueda pasarse a lo tangible, de ahí que el patronaje es uno de los pasos más importantes en la creación.
“Me gusta mucho el conjunto completo, pero resolver el tema de las telas me llama mucho la atención. Es muy diferente lo que se ve en una ilustración o en un dibujo a la realidad. Es chiva investigar cómo traducir la ilustración a la vida real y aplicar todos los detalles que un personaje tiene”, explicó Soto.
Si algo tienen en común estos artistas es el ser detallistas, no puede escapárseles nada y se las ingenian para que el mínimo botón o dibujo de un traje quede exacto al diseño original. Se convierten en magos de las reparaciones y de las ideas creativas para sortear retos.
“Somos algo así como ‘soluciones MacGyver’. Un juguete de niño puede servir para hacer un prop (utilería como armas), las prensas negras para el cabello son un éxito, el súper bonder o las gacillas no pueden faltar”, comentó entre risas Lucía.
Las pasamanerías y las “americanas” son la búsqueda del tesoro
Al principio de su trabajo como cosplayers estos artistas iniciaron de manera muy artesanal, sin embargo, poco a poco se han ido armando (con mucha paciencia) de materiales y herramientas para cumplir sus fantasías.
Las pasamanerías y las tiendas de ropa americana se convirtieron en cómplices infaltables para concretar sus creaciones. Súmele a esto las tiendas de telas, las peleterías, las joyerías, cosméticas, ferreterías y hasta los famosos “chinos” de la esquina.
“Soy una acumuladora confesa, el clóset del cuarto donde trabajo tiene de todo. Acumulo telas, soy una sucursal de Kilo Telas. Cuando voy a San José siempre voy pensando en los personajes, buscando accesorios o zapatos”, dijo Gabriela.
Lo mismo que Gabriela lo acostumbra hacer Stanislav, quien comenta: “Cuando necesito materiales me voy para San José a todas esas tiendas, a buscar y buscar. No estoy casado con un solo lugar porque lo que no hay en uno, de fijo hay en otro. Uso mucho foam y cartón de presentación, también selladores, pintura como acrílicos, laca en spray para las pelucas, silicón de contacto…”.
Los maquillajes y las pelucas son otro tema importante, pues entrar a las distribuidoras de estos artículos en búsqueda de tesoros es toda una aventura para ellos. En el caso de la ropa, ir a “piscinear” a una tienda americana es todo un deleite, porque muchas veces allí se encuentra el pantalón de cuero o el enterizo de color extraño que sirve como base para un traje.
“A veces no hay manera de explicarle a un vendedor lo que uno anda buscando. ¿Cómo le explico a alguien que quiero un piquito de color azul que sea como de metal? Lo que termino haciendo es llevar los dibujos y enseñárselos para que se den una idea. Ese piquito que necesito para un traje no existe pero un accesorio para salveque puede servir perfectamente”, explicó Lucía.
Cemento de contacto, selladores de pintura, cuero, madera, silicón, acrílicos, retazos de tela, hebillas de fajas, botones, velcro; en fin… las opciones son tan amplias como la fantasía de los diseñadores de los personajes, la misma que los cosplayers quieren emular.
¿Y las herramientas? Lo mismo. Eso sí, es infaltable una pistola de calor para darle forma al material rey del cosplay: el foam.
La pasión de los cosplayers los lleva a tanto que, al menos en el caso de nuestros entrevistados, ajustaron sus hogares para tener sus propios talleres. Las mesas del comedor se convierten en mesas de trabajo, el cuarto vacío en una pequeña bodega y en el clóset comparten espacio la ropa para hacer deporte o para ir a la oficina con capas, sombreros y botas.
La sala, por su parte, funciona para distribuir las piezas de una armadura. Además, mientras en el taller se siguen modificando el foam o las láminas de estereofón, el patio es especial para poner a secar las figuras que ya están pintadas. En cada rinconcito libre que quede en la casa siempre habrá espacio para guardar una espada o la estructura de un pollo gigante; y ni que decir de lo que hay debajo de la cama, pues usualmente se colocan allí cajas llenas de “tiliches” y de sobrantes de algún material que pueda usarse en un nuevo cosplay. Nada sobra, nada se bota.
“Uno de los cuartos de mi casa se convirtió en el taller. Ahí tuve hasta una máquina industrial plana. Desde niña amo las herramientas, sé usar de todo desde un taladro hasta una pistola de calor”, narró Gabriela.
“Yo vivo con mi hermano mayor y mi madre, al principio a ellos les parecía extraño lo que hago, pero poco a poco lo han ido comprendiendo. Siempre encuentran algo en qué ayudarme, mi hermano cuando va de compras a algún outlet y se topa una peluca no duda en comprármela porque sabe que en algún momento la voy a usar”, explicó Stanislav, quien adaptó un espacio dentro de la casa como un taller de trabajo.
Los muchachos de La forja de Hefesto, por su parte, se reúnen en la casa de los Alvarado. Jeffrey tiene su espacio al lado de la casa de sus papás y ahí también tienen una bodega llena de pinturas, de maquetas, moldes y todo lo que sea necesario para la labor.
En el caso de Lucía, hace poco se independizó del hogar, pero todo lo que tiene que ver con el cosplay lo divide entre la casa de sus papás y la suya propia. Tiene sus materiales, vestidos y creaciones repartidas en ambos lugares.
De la fantasía a la realidad
Un personaje como Alphonse Elri, de Fullmetal Alchemist -que mide más de dos metros de altura-, es muy complicado llevarlo a la realidad. Los cosplayers escogen personajes que se parezcan al menos en algo a ellos mismos con el fin de facilitar el trabajo y la interpretación, pero los sueños no tienen límites y eso hace que la elaboración sea realmente una labor titánica.
En principio hay que hacer los patrones y ajustarlos, en muchos casos, al tamaño real de una persona, pero según Gabriela este procedimiento lo complica todo. Por ejemplo, no es lo mismo lo que mide el largo de la pierna de Sailor Moon a la suya, por lo que las botas del personaje tienen que hacerse en escala para que no pierda el estilismo.
Las armaduras, para mencionar otro ejemplo, no están ideadas para que un ser humano común y corriente las use, pues están diseñadas para personajes fantásticos, con músculos y fisionomías muy alejadas de la realidad. Aquí es donde la creatividad de los cosplayers entra a jugar vez más, para que los accesorios seleccionados sean funcionales en el cuerpo de una persona real.
En una ocasión, los muchachos de La forja de Hefesto se tuvieron que enfrentar una vez a un reto que casi los supera… casi. Para una armadura, Jeffrey no lograba hacer una hombrera, no funcionaba, había un pico en la parte superior de la pieza que en caso de mover el brazo peligraba que se le incrustara en la cabeza.
Pasaron días y noches buscando cómo solucionar el problema de la hombrera y, justo cuando estaban por darse por vencidos, recurrieron a la historia.
“Terminamos buscando a un especialista de piezas históricas en Internet para ver si había algo similar, porque no había imágenes de referencia suficientemente buenas para hacer la pieza”, contó Mauricio.
“Encontramos unos videos de un historiador especialista en armaduras y entendimos para qué servía esa pieza que tanto nos incomodaba y logramos ajustarla más a la realidad”, agregó Jeffrey.
“El problema radica en cuando una pieza escapa del sentido común. Hay formas de hacer que algo parezca que está flotando en el aire, pero hay objetos que desafían la física, así que se busca la manera de hacerlos realidad”, afirmó Adriana.
La elección de los personajes es difícil. Stanislav los escoge en base a que sean parecidos físicamente a él, pero también tiene que gustarle su historia y suma si se identifica en algún rasgo de la personalidad.
La mayoría de las veces este artista tarda entre seis meses y un año preparando un personaje muy elaborado, pero ha perfeccionado tanto sus habilidades que hay muchos que puede tener listos en pocas semanas.
Entre los trabajos que Stanislav más ha disfrutado hacer destacan Sephiroth, del juego Final Fantasy; y Drácula, por la cantidad de detalles que tuvo que hacer para el mundial en Japón.
A Gabriela, por su parte, le encanta cambiar de género cuando interpreta a un personaje. Ella se ha vestido como Spider-Man y Black Panther, por ejemplo.
Satisfacciones
Después de conocer el gran trabajo que hay detrás de la elaboración de un cosplay, no solo en la confección de los trajes o de las armaduras, sino también en el cuidado y empeño que ponen estos artistas en la aplicación del maquillaje o de las pelucas, surge una pregunta: ¿para qué?.
Las respuestas de nuestros entrevistados nos demuestran que una actividad artística es tan subjetiva como las intenciones que las llevan a practicarla.
“Llevar el personaje a la vida real es muy divertido. Por un momento dejo de ser Gaby y puedo ser Moana, que es aventurera. Otro día soy Tormenta de X-Men y me convierto en una mujer con un liderazgo fuerte o puedo ser Mirabel, de Encanto, una chiquilla que brinca y baila”, dijo Gabriela.
Para Stanislav salirse de la rutina de su trabajo y de su estudio es su gran motivación. “Yo no soy tan extrovertido en la vida real, con un personaje estoy sacando ese niño que jugaba con los primos a ser los personajes de Dragon Ball. Me gusta explorar esa otra persona que hay en mí”, afirmó.
Lucía, por su parte, goza con dejar su imaginación volar y recordar su infancia. “El cosplay es traer de vuelta ese sentimiento que teníamos de niños. Yo jugaba con mi hermano de que era uno u otro personaje, eso nos llevaba a mundos fantasiosos y con el cosplay todo se reactiva”, aseveró.
El trabajo en familia y compartir momentos de creatividad es lo que más disfrutan en La forja de Hefesto.
Todos concuerdan, eso sí, en que el contacto con el público en los eventos y hasta con los mismos colegas es uno de los mayores placeres. Ver las caras y las reacciones de los niños cuando se topan a su héroe favorito o la impresión de los adultos al ver los detalles de cada traje, es una sensación que nunca quieren dejar de tener. La ilusión, la fantasía y la capacidad de seguirse sorprendiendo son parte de la paga que reciben estos artistas.
Un claro ejemplo de esta interacción es una anécdota que Lucía no dudó en compartir. “Estaba vestida de Raven, de Teen Titans. Un papá se me acercó y me dijo que su hijo tenía una pregunta para mí”, recordó.
“¿Dónde está Chico Bestia?”, consultó muy serio el pequeño.
“Como estábamos en el Centro de Convenciones y el techo era abierto, vi unos pájaros y acaté a decirle que se había convertido en uno de ellos, que me estaba cuidando desde arriba”, explicó Lucía.
“Ah, está bien. ¿Y puedes abrirme un portal?”, insistió el niño.
“De nuevo me dejó pensando, pero rápidamente le expliqué que como había tanta gente afuera no me permitían abrir un portal, porque se metía la gente que no había pagado su entrada. Para él lo que le dije tenía toda la lógica. Me dijo gracias y se fue feliz”.
De eso se trata ser cosplayer, de mantener viva esa ilusión de la infancia, de vivir en carne propia lo que se siente ser el hombre más rápido del mundo o la princesa más hermosa y valiente de todas.
Arte, cultura, talento y un trabajo constante se conjugan en una pasión que hasta hace pocos años era vista como “ser raro”, pero que con los años ha ido ganando el estatus de ser cool.