Hay una casa flotante en el mar, hecha de madera y rodeada de seis jaulas gigantes. Resguarda un tesoro tan valioso que no se puede cuantificar, y tan ingenioso que es inmune al ataque de cualquier pirata.
“Vimos que vivir de la pesca era cada vez más complicado: se han sobrexplotado los recursos, no hay peces como antes. Sabíamos que teníamos que hacer algo o nos íbamos a quedar a la deriva”, cuenta Emiliano Porter Vásquez, un sujeto de 51 años y de piel tostada, de esos que se sienten más a gusto en las aguas del Pacífico que en tierra firme.
Este paquereño es el presidente de una asociación de desarrollo que, desde hace un año, se dedica a la acuicultura.
El grupo, conformado por nueve familias de expescadores en condición de pobreza, cría pargos en altamar.
El tesoro cautivo en la casita flotante no son los 27.000 pargos manchados que “cultivan” para luego comercializar, sino la idea.
Dicha idea les permite vivir del océano sin afectar el medio ambiente y garantizarse un futuro, una iniciativa que se convirtió en su estrategia para combatir el desempleo de la zona.
La idea se concretó gracias a un programa estatal de combate a la pobreza cuyo norte es evitar el asistencialismo y apostar, en cambio, al emprendedurismo. Para ello, se da capital semilla a microempresas de gente de bajos recursos y poca preparación académica.
En síntesis, es dar la caña, no el pescado, desterrar el imaginario del “pobrecitico” y apoyar la innovación, el trabajo y la “chispa”.
Milena Granados Ramírez es defensora a ultranza de estos tres conceptos. Tiene 25 años y vive en las montañas de Cipreses de Oreamuno, en Cartago.
“No existe el pobrecito, todos somos capaces, cuando empecé en esto no sabía absolutamente nada. Nunca había visto una cabra, nunca me imaginé que me iba a poner a ordeñar”, reflexiona la muchacha de ojos claros y piel blanca.
Desde febrero se dedica a producir leche de cabra y todo lo ha aprendido sobre la marcha, empeñada y “empuchada” en volverse productiva y útil, con la meta de generar ingresos para mantener a su hija de cuatro años.
Se levanta todas las mañanas a las 5 a. m., pica pasto y guineo, limpia el establo y ordeña a las cabras: “Ya no tengo manos de chiquita bonita”, reconoce Milena, quien antes de iniciar con el proyecto era una “nini” (los que ni trabajan, ni estudian).
“Me sentía enferma de no hacer nada”, recuerda, mas ahora asegura sentirse realizada y con ganas de crecer como empresaria. Estadíspuesta a derrotar, o al menos a enfrentar, la vulnerabilidad económica que la acecha en su condición de madre sola y sin estudios.
Siempre en la montaña, pero ahora en Chirogres de Desamparados, Auxiliadora Mora Ceciliano se pasa la vida de rodillas; ese es su plan para salir de pobre.
No es que esta mujer de 43 años dedique sus días a rezar, más bien los invierte en “chinear” su frijolar: quitándole meticulosamente la mala hierba y agregándole tierra a la raíz de la mata.
Ella produce frijoles orgánicos; los cultiva, empaca y comercializa. Lo hace todo: a Dios no le pide milagros, sino trabajo. “Desde que tengo 11 años, me dedico al campo; mi papá me educó así, a ser muy trabajadora y activa. Me acostumbré a los oficios más duros, a trabajar como hombre… bueno, aunque ahora hay muchos hombres que no trabajan”, dice con orgullo campesino antes de lanzar una carcajada.
Igual de contenta está Deyanira Calderón Navarro, vecina de Santa Ana de Tarrazú y de 40 años de edad.
Hasta hace año y medio, era un ama de casa con el deseo frustrado de ser artista; mas, ante una necesidad económica de su hogar, se inyectó de entusiasmo y empezó a pintar y a confeccionar artesanías, la cuales luego vende, contribuyendo así a las finanzas domésticas.
Incluso ideó una forma singular de plasmar su arte de la manera más pequeña posible: pinta paisajes en granitos de arroz.
“Estábamos con una deuda muy grande y yo tenía que hacer algo. Sabía que tenía un don, así que puse manos a la obra y ya tengo mi microempresa; nunca me había sentido mejor”, expresa.
Empujón
Los cuatro casos son de personas en vulnerabilidad económica que asistieron al Instituto Mixto de Ayuda Social ( IMAS ), entidad encargada de combatir la pobreza, a solicitar una ayuda para mejorar su calidad de vida.
De tal forma, se les incorporó al programa Ideas productivas, el cual consiste en entregar una suma de dinero no reembolsable a personas emprendedoras para que inicien un proyecto propio.
Fernando Marín, presidente del IMAS, explicó que con esta iniciativa se le brinda un “empujón” a gente que no posee recursos económicos ni acceso a préstamos de un banco, pero que tiene una idea para surgir.
Dentro de los requisitos están, además de un estudio socioeconómico que confirma la situación de pobreza, que el interesado presente un plan de negocios realizable. Para ello, el propio IMAS facilita capacitaciones por medio de universidades e instituciones técnicas.
Los montos van desde los ¢500.000 hasta los ¢5 millones (ver recuadro: Solo para emprendedores ).
El dinero se destina a la inversión inicial de la microempresa (comprar maquinaria, materia prima...)
Marín señala que programas como este procuran sustituir el modelo asistencialista por otro que les permita a las personas superar las causas de la pobreza.
El asistencialismo del que habla el jerarca consiste en un subsidio de entre ¢50.000 y ¢75.000 mensuales que se otorga sin ninguna condición a personas pobres para que suplan sus necesidades básicas (alimentación, alquiler, pañales).
Datos de la Encuesta Nacional de Hogares del 2012 indican que en el país hay 280.000 hogares pobres , lo que representa un 20,6% de la población, mientras que el desempleo es del 7,8%.
Una característica que comparte la mayoría de los inquilinos de la pobreza es la baja escolaridad, pues no concluyeron el colegio. De hecho, todos los casos citados en este reportaje carecen de secundaria completa.
“Hay un rezago histórico, ¿qué pasa con los carecen de estudio y tienen 40 años? Sus oportunidades son muy pocas; trabajos estacionarios y mal pagados; el emprendedurismo es una salida. Tal vez no los saque de la pobreza, pero al menos sí del asistencialismo. El riesgo del asistencialismo es que la gente se acostumbre a recibir el dinero y no quiera superarse”, indicó Marín.
En lo que va del año, 387 familias se han beneficiado del programa Ideas productivas, lo que representa una inversión del Estado superior a los ¢340 millones.
Superación
La economista del programa Estado de la Nación , Natalia Morales, explicó que la pobreza tiene múltiples causas, por ejemplo, una mala distribución de la riqueza y la mencionada baja escolaridad. Sin embargo, detalló que hay otros factores, vinculados a la personalidad de los individuos.
“No todo es culpa del sistema, hay quienes no logran desarrollar las destrezas suficientes, o carecen de motivación para superarse. No logran cumplir horarios y, pese a que hay opciones de capacitarse, no les interesa”, indicó la experta. Ella considera que las estrategias para combatir la pobreza deben enfocarse en desarrollar capacidades en las personas, para que puedan generar ingresos por sí mismas, sin depender del Estado.
Con ella coincide el acuicultor Emiliano Porter, quien sostiene que para salir adelante hay que trabajar duro –para algunos es más duro que para otros– y tener ganas de surgir.
“Es muy fácil que, todos los meses, el IMAS te dé un cheque, pero es vivir en total dependencia. Hay que pulsearla . El que quiere trabajar, trabaja; lo que pasa es que muchos salen a buscar trabajo deseando no encontrarlo”, critica Porter.
La Asociación de Acuicultores de Paquera, de la cual él es presidente, se dedica, además de criar pargo, a limpiar isla Tortuga, gracias a un acuerdo con el concejo municipal de la zona, y ofrece tours a la estación en el océano (la casita del mar donde tienen los peces enjaulados), todo esto con el fin de que las familias que integran el grupo posean suficientes ingresos para subsistir.
Tal labor implica mucho esfuerzo. El cultivo de pargo requiere una atención constante, siempre debe haber al menos una persona en la estación y cada ocho días un asociado debe hacer una guardia de 24 horas.
El proceso para cultivar un pargo tarda un año; un kilo de este pescado se vende en ¢4.500. En la primera “cosecha”, la asociación perdió el 90% de los peces a causa de la marea roja. Pero eso, lejos de desmotivarlos, los hizo entregarse más al proyecto. “No ha sido fácil, pero aquí estamos y vamos para adelante”, recalca Porter.
Deyanira Calvo, la pintora de paisajes en granos de arroz, muestra la misma motivación.
“No hay que echarse atrás, yo pensé que como no tenía estudios, no iba a poder hacer nada, que me iban a ver feo, con lástima y desprecio; pero me dejé de fijar en eso, me dejó de importar”, recalca la artista, la cual pese a nunca haber recibido lecciones de arte, vende pinturas en ¢75.000 o más.
La idea de los granos de arroz, cuenta, surgió por simple curiosidad, empezó con un fino pincel a dibujar en miniatura, sin ayuda de lupa o ningún otro artefacto, hasta que se convirtió en toda una experta.
“Para mí, esto es un sueño, siempre había querido tener un caballete, era algo que me parecía tan inalcanzable, y ahora tengo hasta mi propia empresa”, relata.
En su caso, el aporte del IMAS fue de ¢800.000, mientras que para la asociación de acuicultores el monto otorgado fue de ¢65 millones, una cifra excepcional debido a que el proyecto integra a varias familias.
Esfuerzo
Milena, la ordeñadora de cabras, por el contrario, está aún a la espera de que el IMAS le apruebe su proyecto. Ella ya recibió los cursos que brinda la institución y presentó la propuesta. Su solicitud consiste en comprar dos cabras, para así duplicar el número de animales que tiene, lo que le permitiría doblar también la producción y los ingresos.
Actualmente, comercializa 20 litros de leche a la semana, lo que le genera ¢30.000.
Denuncia que algunos funcionarios de la institución la han tratado mal y puesto mil trabas a su iniciativa, pero ella asegura que no se dejará vencer. En total, la inversión que tendría que hacer el Estado en su proyecto de emprendedurismo asciende a ¢900.000.
Auxiliadora, la campesina de Chirogres, también está a la espera de que el IMAS le autorice su plan de negocios; su meta es lograr “sacar” el producto, para venderlo en zonas más comerciales.
Actualmente, ella misma vende los frijoles en bares, sodas y pulperías.
“Es una cuestión de ‘chispa’, vea, yo solo tengo sexto grado, pero he sacado cursos de todo lo que he podido: repostería, corte y confección; belleza…Si los frijoles no pegan, haré otra cosa. Mientras tenga salud, tendré trabajo”, recalca la señora que se pasa todo el día de rodillas para vivir de pie.