San Rafael de Escazú no es el mismo que Cynthia Ann Telles conoció de niña, 60 años atrás. De aquel pueblo de estampas campesinas quedan pocos rasgos, sepultados por la hoy imperante modernidad. Sin embargo, el distintivo templo católico del lugar sigue siendo el mismo y por eso la recién llegada embajadora estadounidense no pudo contenerse cuando el carro que la llevaba pasó frente a la iglesia, apenas bajándose del avión para asumir su nuevo puesto diplomático.
“¿Será que nos dejan entrar un momentico?”, le preguntó la doctora Telles a su séquito. Era un día entre semana y el templo estaba cerrado pero alguien buscó al cura local para contarle que la que pedía el favor era la nueva embajadora estadounidense pero, más que eso, se trataba de una antigua feligrés. El sacerdote accedió y la jefa de la representación en Costa Rica del país más poderoso del mundo rezó sumergida en los recuerdos forjados en aquellas bancas más de medio siglo atrás, cuando asistía ahí a misa de la mano de sus padres.
Para Cynthia Telles, Costa Rica es eso: un constante recordatorio de la niña que fue.
La embajadora que Joe Biden envió en su representación a nuestro país habla el español no solo fluidamente, sino que con un distintivo acento tico. Arrastra de modo inconsciente la erre y cuando termina de contar una anécdota con un “¡qué gozada!”, suena más a plática cálida de café en San José que a corrillo político de Washington.
Todo esto se explica porque Telles llegó por primera vez a suelo tico siendo una niña de 8 años, siguiendo, como toda su familia, a Raymond Telles, el primer embajador estadounidense de origen latino y quien ocupó entre 1961 y 1967 el mismo puesto diplomático que casi seis décadas después asumiría su hija.
Fue en estos lares donde aquella chiquilla forjaría una vocación de servicio que la llevaría luego a ser una de las principales promotoras de la salud mental entre la población migrante latina en Estados Unidos, luego de superar una enfermedad que adquirió en Costa Rica y que casi le cuesta la vida. Pero a eso llegaremos más adelante, pues la historia de esta mujer se escribió con calma y sin lamentos.
Paseo de memoria
Sentada en la sala de la residencia de la embajada estadounidense, en San Rafael de Escazú, Cynthia Telles dio para la Revista Dominical su primera entrevista con prensa costarricense la semana pasada, poco después de presentar credenciales ante el presidente Carlos Alvarado. Los días desde que llegó (volvió) a Costa Rica han sido intensos, propios no solo de alguien que se debe mudar a otro país, sino que además cambia de trabajo.
Nos ofrece, no un café, sino “un cafecito”, mientras se sienta al lado de una mesita coronada por el arreglo de flores con que la sorprendieron sus excompañeras de colegio. Le pregunto si está consciente de lo irremediablemente tica que suena y se ríe de buena gana mientras asiente. “Una embajadora americana con acento tico”, se apura a describirse.
Y es que si bien su familia es de origen mexicano y en la casa se hablaba algo de español, para todos los efectos los años formativos de la nueva embajadora se dieron en Costa Rica. Acá llegó a los 8 años y se fue a los 15, cursando buena parte de la primaria y secundaria en aulas costarricenses, aprendiendo de docentes costarricenses y compartiendo tareas y juegos con estudiantes locales.
Los Telles vinieron de El Paso, Texas. En esa ciudad fronteriza fue que Raymond empezó a inscribirse en las páginas de historia, al convertirse, en 1957, en el primer alcalde de origen hispano de una gran urbe estadounidense (”aquello fue como una revolución”, rememora su hija). Luego, a pedido de su buen amigo, el presidente John F. Kennedy, Telles aceptó fungir como su embajador en Costa Rica y con él vinieron su esposa Delfina y sus dos hijas: Cynthia y Patricia.
Al inicio, el alcalde texano no quiso unirse al cuerpo diplomático, pues sentía que aún tenía mucho por hacer en El Paso. “Ah, no, Raymond, eso sería ser egoísta”, le dijo Kennedy, según palabras de doña Cynthia. “Vas a ser el primer embajador de ascendencia latina en la historia de este país. Le vas a abrir el camino a otros”, añadió el carismático gobernante y el resto es historia.
La familia se mudó a San José en 1961 y de inmediato Cynthia se enroló en una escuela privada pero no a la que se hubiese esperado. “Mi papá cuando llegamos nos dijo: ‘acá los americanos van a la Lincoln, pero no vinimos acá para estar hablando con otros americanos, sino para conocer a la gente tica, así que ustedes van a escuelas costarricenses’. Empecé en El Sión, ahí aprendí el español; luego pasé a la Angloamericana y finalmente al Saint Clare”.
Los Telles pronto entraron en confianza y se sintieron a gusto en aquel pequeño país centroamericano en el que todo el mundo los trataba bien. “Me impresionó mucho la gente de Costa Rica, todos eran muy amables, y hasta este día tengo amigos que son de toda una vida (...). Con el paso de los años, cuando regresaba acá me daba cuenta de cuán diferente es Costa Rica de muchos otros países. Es un país que está comprometido con la democracia, con los derechos humanos, con el trato humanitario de las personas... eso no se ve en todo lado”, explica la embajadora.
Los recuerdos de aquella colorida infancia para Cynthia Telles incluyen paseos a Puntarenas (”nos quedábamos en el Hotel Tioga”), viajes en tren a Limón, ir a misa los domingos y luego a los partidos de fútbol. “Íbamos a San Rafael de Escazú, a la iglesita aquí cerca, y mi papá, siendo embajador de Estados Unidos, cuando se daba cuenta que el pobre padrecito no tenía monaguillo muchas veces se ofrecía, se hincaba, le traía las hostias y toda la cosa”, dice la doctora en psicología clínica, de nuevo sin percatarse de su modo de hablar a la tica.
Para ella, la relación con Costa Rica es una autopista de dos vías.
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Los tiempos de Kennedy
Por todos los motivos, la visita en marzo de 1963 del presidente John F. Kennedy a Costa Rica está inscrita en una página especial dentro de la memoria del país. Mientras se forjaba aquel acontecimiento histórico, Cynthia Telles, entonces de 10 años, tuvo un asiento en primera fila.
La hoy embajadora cuenta que su padre fue fundamental para que el mandatario estadounidense hiciera el viaje. “Mi papá tuvo mucho que ver. Como eran tan amigos, él le decía al presidente Kennedy: ‘es muy importante que usted visite Costa Rica. Tienen que ver que los apoyamos, que somos amigos’”.
Sin embargo, los consejeros y asesores de Kennedy trataron de disuadirlo del plan. Fue ahí donde la capacidad negociadora de Telles se puso a prueba, pues el presidente le dijo al embajador que solo si lograba convocar a los demás mandatarios de Centroamérica para que se reunieran con él, en San José, la visita sería posible. “Mi papá en un día armó la cumbre y ahí sí, Kennedy le dijo que iba a ir, aunque no lo dejaran”.
Pese a que Delfina, su madre, le había pedido que no se expusiera, la pequeña Cynthia no resistió la curiosidad y abrió de par en par las puertas de la residencia para ver el aterrizaje en los jardines del helicóptero que traía al presidente, quien fue huésped de la familia Telles por tres días. De las curiosidades propias de una visita tan célebre, la embajadora recuerda que desde Washington les enviaron la mecedora que usaba Kennedy, así como que aquí se mandó a hacer un juego especial de muebles de caoba para el dormitorio, en vista de que el presidente padecía un problema de espalda que requería cierto tipo de cama.
Muchos de los costarricenses de la época rememoran las multitudes que se congregaron para ver a JFK en sus distintos actos públicos, ya fuese en el Paseo Colón, la Catedral Metropolitana o en la Universidad de Costa Rica. Estos lugares fueron sugerencias de su amigo Raymond, quien insistió en remarcar el valor simbólico de dichos sitios, aun a pesar de las advertencias de los encargados de seguridad del mandatario, que temían la posibilidad de un atentado. Según su hija, al finalizar los actos públicos, el presidente y el embajador subieron al helicóptero y Telles suspiró aliviado, provocando la risa y bromas de Kennedy.
Ninguno de los dos amigos tenía manera de anticipar que aquella sería una de sus últimas jornadas juntos. Ocho meses después, en un soleado día, Kennedy moriría asesinado en Dallas, Texas.
Bienvenida a la vida
Las experiencias de la hoy embajadora en la Costa Rica de su infancia fueron, en una gran mayoría, positivas. Sin embargo, la picadura de zancudo que sufrió en suelo tico desencadenó una serie de eventos tan inesperados como determinantes en su futuro.
A los 10 años, Telles enfermó a causa del mosquito, y de la infección viral resultante desarrollo encefalitis, una inflamación del cerebro. Sus padres la trasladaron a un hospital de Nueva Orleans, donde los pronósticos médicos fueron pesimistas.
La niña cayó en coma. Al embajador Telles los doctores le dijeron que su hija tenía si acaso tres días de vida y que, en el improbable caso de sobrevivir, se podía esperar que sufriera parálisis o daño cerebral. Sin embargo, para sorpresa de los especialistas y alivio de la familia, Cynthia no solo despertó, sino que pronto inició una recuperación milagrosa. Tras un mes de hospitalización le dieron de alta y pudo volver a Costa Rica, donde le tomó cerca de un año para volver a estar en plenitud de condiciones. Sin embargo, algo había cambiando en ella.
“Lo mío fue un milagro y estoy muy agradecida con Dios. Tenía 12 años y necesitaba hacer algo para ayudar a otros, así que al regresar a Costa Rica fui voluntaria al Hospital de Niños. Trabajaba con los niños, especialmente los más chiquititos, con los que tenían problemas más severos. Eso fue muy importante porque empezó a trazar lo que es mi vida, mi trayectoria de servicio público con la comunidad latina”.
Cuando en febrero de 1967, el embajador Telles terminó su misión en Costa Rica, la familia regresó a Estados Unidos. La política siguió atrayendo a Raymond, quien colaboraría luego con los presidentes Lyndon B. Johnson y Richard Nixon desde distintos nombramientos. Su hija, en tanto, concluyó la secundaria y, continuando en la ruta de servicio a la comunidad que su vida entre los ticos había marcado, recibió su bachillerato del Smith College y un doctorado en Psicología Clínica de la Boston University.
La hoy embajadora se radicó a finales de los años 70 en California, donde se convirtió en una voz de peso entre la comunidad latina de Los Ángeles. Ahí fue profesora clínica en la Escuela de Medicina David Geffen en la UCLA y formó parte del Comité Ejecutivo del Instituto Semel de Neurociencia y Comportamiento Humano de la UCLA. También fue directora fundadora del UCLA Hispanic Neuropsychiatric Center of Excellence. Además, fue miembro de la junta directiva del Pacific Council on International Policy por más de una década y, más recientemente, fue designada por el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, como presidenta de la Comisión México-Los Ángeles.
Justamente, la atención de la población migrante latinoamericana en Estados Unidos se volvió una misión de vida para Telles, con especial énfasis en temas de salud mental. “En ese tiempo había solo tres psicólogos clínicos con licencia que hablaban español en todo el país. Teníamos que crear más oportunidades para más profesionales de salud mental y por eso decidí que íbamos a fundar una clínica para los migrantes”.
La doctora Telles explica que en las comunidades latinas es común que las personas busquen soporte emocional dentro de sus familias o incluso en la iglesia, sin contemplar opciones de atención profesional. “Hubo que adaptar el modelo tradicional de atención para hacerlo más atractivo a los migrantes, dar servicios en español, tomar en cuenta lo cultural y el miedo. Los migrantes que llegan allá, casi todos han sufrido mucho, no solo en su país de origen. Tuvieron que migrar, ya sea por falta de trabajo, inseguridad, opresión y salen de Latinoamérica con trauma. En el camino hacia Estados Unidos es peor por todo lo que les toca pasar y, al llegar, se topan con un ambiente en el que no hablan el idioma, desconocen la cultura y hay discriminación; sufren muchísimo.
“El migrante se siente vulnerable pero también con ganas de trabajar, de salir adelante, de enviar dinero a sus familias en los países de origen. Para mí son héroes y por eso adaptamos el modelo para servirles a ellos del modo que necesitan”.
El llamado de Biden
Si bien la política ha sido parte fundamental de la vida de los Telles, a doña Cynthia nunca le quitó el sueño alcanzar un puesto de elección popular. Sin embargo, su reconocimiento dentro de la comunidad hispana de Los Ángeles, liderazgo y filantropismo no pasaron inadvertidos, por lo que en 1992 se le planteó la oportunidad de postularse al Congreso estadounidense. Sin embargo, ella declinó el ofrecimiento, tanto por sus múltiples proyectos profesionales como también por cuidar a Raymond, el hijo que nombró en honor a su padre.
Sin embargo, en el 2016, llegó a la Casa Blanca una administración con cuyas políticas la doctora Telles no podía estar de acuerdo. Y decidió involucrase en pos de un cambio.
“Me preocupaba muchísimo que nuestro país iba por un camino de problemas; al latino lo estaban oprimiendo, especialmente a la gente pobre”.
Ella ya conocía a Joe Biden de sus años como vicepresidente y no dudó en respaldarlo desde un inicio en la carrera por la nominación presidencial demócrata. Conforme la campaña avanzó y Biden amarró la candidatura de su partido, Telles compartió incontables conversaciones con el futuro presidente, ya fuera haciendo proselitismo por distintas ciudades de Estados Unidos, buscándole apoyo económico entre la comunidad latina californiana o bien comiendo tamales al este de Los Ángeles.
Finalmente, tras la victoria de su candidato en las elecciones nacionales, Telles se dio por satisfecha y volvió a lo suyo. Sin embargo, ella había sido parte de una particular alineación de factores que la condujo, sin proponérselo, de nuevo a Costa Rica.
Una llamada de la Casa Blanca lo cambió todo. ¿Estaba interesada Cynthia A. Telles en ser parte del gobierno? ¿Había algún puesto que le llamara la atención? En principio su respuesta fue que no, que con haber ayudado a cambiar el rumbo del país se daba por satisfecha pero de nuevo la llamaron para plantearle la posibilidad de servir como embajadora y fue su hijo quien terminó de convencerla.
“Mi hijo estaba conmigo, de visita, y me dijo: ‘Mamá, siempre estás pensando en otra gente, nunca pides nada y te fascina Costa Rica’”. Y así, con el respaldo también de su esposo, Telles finalmente contestó a Washington diciendo que le interesaría servir en el mismo puesto diplomático que había ocupado su padre. No pasó mucho tiempo para que Biden la nominara para dirigir la embajada estadounidense en Costa Rica.
Y así, de nuevo, el apellido Telles volvió a la embajada “americana”.
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Desde que fue confirmada por el Senado, la vida de la doctora Telles la ubica de nuevo como residente de Costa Rica, seis décadas después. Aún no ha tenido ocasión de atender a todas las viejas amistades que dejó por acá pero ya habrá tiempo de hacerlo. En cuanto a ponerse al corriente de los asuntos del país no tuvo que esforzarse mucho, pues nunca cortó el vínculo con esta tierra: en su identidad de persona multicultural hay una buena cuota de costarricense.
La embajadora está clara de la estrecha relación existente entre Estados Unidos y Costa Rica en temas de seguridad, combate al narcotráfico y migración. Por eso, ahora espera incidir en la atracción de inversiones estadounidenses y el desarrollo económico del país: “Quiero hacer todo lo posible para apoyar a tanta gente desempleada, marginada por el impacto de la pandemia. Ver qué podemos hacer. Ya hablé con el presidente Alvarado específicamente de eso, para traer negocios, atraer inversiones”.
Al final de nuestra plática, Cynthia Telles nos acompaña a la puerta de la residencia. Nos cuenta que otra de sus aspiraciones es concretar la visita a Costa Rica de su amigo, el presidente Biden. ¿Le suena conocida la historia?