Detrás de la película Ferrari (2023) existe una inversión millonaria, muy acorde al estatus de esta escudería y fábrica de automóviles italiana.
Lo que nadie se imagina al ver encarnados en el cine a los pilotos de la carrera Mille Miglia, de 1957, es que los cascos, visores y zapatos que lucen los actores del largometraje fueron fabricados por un costarricense en su casa, ubicada en Barrio Dent, San José.
“Yo no tengo ni $100 de inventario total, no tengo ninguna máquina, ni hice ninguna inversión o préstamo, tampoco tengo una bodega. Yo hago los cascos aquí en la sala de mi casa, que eso es parte del encanto de este producto”, declaró Danilo Coto, dueño de la marca PACTO.
En 2022, Coto se encontraba en Italia para asistir a la competencia automovilística Mille Miglia, que desde hace siete años es el evento más importante para la promoción de sus productos y, en la cual, aproximadamente el 40% de los pilotos corren con los cascos del costarricense.
Un día antes de regresar a Costa Rica recibió un correo electrónico de la oficina de vestuario de Massimo Cantini Parrini, nominada dos veces al Óscar, para solicitarle que elaborara los accesorios para el filme Ferrari.
“Me mandaron la ubicación y, cuando me metí a Google, vi que de la oficina de ellos al hotel donde yo estaba hospedado había apenas 850 metros de distancia. Eché en la maleta todos los productos que traía para el evento y me fui a reunir con ellos”, contó el empresario.
Estuvo reunido durante dos horas y media con la dirección de vestuario de la cinta, protagonizada por Adam Driver, Penélope Cruz y Patrick Dempsey. Allí mismo recibió las referencias visuales del material que debía realizar, acorde a 23 pilotos históricos.
El costarricense asegura que salió de aquella reunión con un enorme sentimiento de realización, a pesar de no estar seguro si la oferta se iba a concretar.
“Yo le decía a mi esposa: ‘No me interesa si nosotros hacemos o no estos cascos para la película, ya con esta reunión es demasiado para nosotros, el haber tenido esta experiencia’. Es que estábamos con lo máximo de lo máximo”, enfatizó.
Semanas después recibió la confirmación y realizó en dos meses la mitad de la orden, que correspondía a 12 pares de zapatos, 10 visores de carreras y 23 cascos. Esto coincidió con un viaje que tenía agendado a Italia, por lo que ofreció llevar algunas muestras a la oficina de vestuario, que directamente lo invitó al set de filmación.
“Nos volvimos locos, fue chivísima. Llegamos al set, todo el mundo nos estaba esperando, todos sabían que llegaba la gente de Costa Rica que había hecho los cascos”, compartió el fabricante josefino.
A su retorno al país, le dieron apenas tres semanas para finalizar el pedido, pues la producción olvidó contemplar una rueda de prensa para la que necesitaban contar con todos los cascos. Trabajó día y noche, sin información de medidas, pero logró terminar a tiempo.
Enviados ya los productos, Coto aún mantenía la incertidumbre de cuál sería la relevancia que tendrían los cascos dentro de la película. Es por esta razón, que aún se conmueve al relatar el sentimiento de ver sus creaciones en una pantalla de cine.
“Es una satisfacción impresionante que el producto que se hizo aquí tuviera ese protagonismo en la película más importante de automovilismo de la historia, como se le considera a Ferrari. Fue algo increíble, de llorar, superemocionante; lo veía y todavía no lo podía creer”, describió.
Una pasión de incontables caballos de fuerza
Danilo Coto es un ingeniero civil y agrícola, que comenzó su fiebre por el motorismo antiguo cuando tenía 18 años. En ese entonces, su padre emprendió el arreglo de un carro Ford que un vecino tenía desarmado y que su padre les ayudó a adquirir.
Con el paso del tiempo esta pasión no bajó revoluciones y, años después, en ese andar por el mundo de los motores, la vida sacó de la guantera un objeto que cambiaría su historia y lo llevaría por carreteras que jamás imaginó.
Fue al comprar una motocicleta antigua cuando sus ojos se fascinaron con un casco de los años 50, que el dueño del vehículo no quiso venderle por tener un valor simbólico.
A finales de la década de los 90 viajó a un rally en Alemania y tuvo un sorpresivo reencuentro con este accesorio, al notar que varias personas portaban el mismo modelo que lo cautivó. Hizo las averiguaciones en el país germánico y logró adquirir uno en una tienda de antigüedades.
Ese evento pisó a fondo el acelerador en su admiración por los cascos, por lo que comenzó a investigar sobre los diseños y a conformar una colección de ocho o diez cascos durante una década.
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Para el año 2009, su afición le exigía meter un cambio más y decidió confeccionar un casco para él, sin tener ninguna experiencia ni conocimiento del proceso de fabricación. Por esta razón acudió a fábricas de hule y metalúrgicas a presentar su proyecto, las cuales lo rechazaron por ser solo una unidad.
“Tuve muchas decepciones, abandoné el proyecto y lo volví a retomar varias veces; era superfrustrante. Para hacer el cuento corto, duré tres años en poder fabricarme mi propio casco, lo terminé hasta finales de 2011”, relató el fabricante.
Según comenta, compraba decenas de bolsas de 100 “ribetes”(una especie de remache utilizado para sujetar las piezas de los cascos) sin lograr hallar la forma correcta de colocarlo, pues en internet se topó con “cientos de formas de ponerlos”.
“Fue hasta que vi un video de un estadounidense restaurando un carro Tonka, en que el señor usaba un aparato fijo para los ribetes, que yo me di cuenta de que podía usarlo. Lo contacté y, en conjunto, diseñamos una pieza metálica, superbásica, pero había que hacerla para el casco porque no es el mismo tamaño que para el carro”, relató.
De darse un gusto a crear su marca
Tras terminar la creación de su casco personalizado, la publicó en Facebook, sin ninguna expectativa más que compartir su satisfacción. El josefino no se imaginó el impacto que esto tendría, al punto de ser contactado por una tienda inglesa que le encargó un pedido de 100 cascos: 60 para Japón y 40 para Inglaterra.
Tras investigar se dio cuenta de que se trataba de la compañía Lewis Leathers, la tienda de accesorios para motociclismo más antigua del mundo, vestida por personalidades como Steve McQueen, The Beatles, The Clash o más recientemente, Pharrel Williams.
“Yo le coticé y el señor de la tienda me depositó todo de una vez en la cuenta. Claro, yo asombrado, le dije a mi esposa que teníamos que ir a Inglaterra a darle la mano. Fue algo como del pasado, ir a estrecharle la mano a una persona, sin haber firmado ningún contrato”.
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Aterrizó en suelo inglés y se dirigió a manifestarle al empresario su compromiso con cumplir la orden. Eso sí, le advirtió que le preocupaban los plazos, pues no sabía cuánto le iba a tomar fabricar tantas piezas. Nuevamente, la situación lo agarró en curva, cuando el comerciante le respondió que no tenía ningún plazo para entregar los productos.
“Ahí entendí que había otra forma de que la gente comprara sus artículos, no solo es ir a una página web, elegir tres camisas y dos pantalones, y escoger el envío más rápido porque lo quiere ya. Descubrí otro nicho de mercado, donde la gente, por ejemplo, se espera 9 meses porque quiere una jacket de cuero”, expresó el ingeniero.
Regresó a Costa Rica y realizó los cascos. Su trabajo de calidad tomó fama en otros rincones del planeta, llegando a recibir pedidos desde diferentes países de Asia y Europa.
“Fue en ese momento donde nació la necesidad de hacer una marca para mí y no pensar solo en esta empresa, a la que yo le funcionaba como una maquila, sino en tener mi marca 100% hecha en Costa Rica y tener mi registro en el país”, comentó.
Con su marca PACTO ha fabricado más de 2500 piezas, todas en su hogar, con la misma dedicación y herramientas con las que creó su primer casco. Sus productos han sido solicitados por figuras de la talla del exfutbolista David Beckham o Mike Wolfe, de la serie Cazadores de Tesoros, de History Channel.
Coto afirma que el proceso de sus productos es detallado y personal, y que no está movido por los apuros característicos de la fabricación masiva. Durante la creación del producto se mantiene en constante contacto con los clientes, a quienes va informando del progreso mediante fotografías.
“Hay un cliente, en cualquier parte del mundo, que está esperando porque el casco que yo estoy haciendo es su sueño, es para él, exclusivamente, va a tener la bandera de su país o sus iniciales, o los detalles que él desee. Yo digo que lo creamos entre el cliente y yo, porque él me da las ideas y los dos lo vamos consumando”, explicó.