
Cuando la violencia y las drogas acechan los barrios, hay un grupo especialmente vulnerable: los migrantes. Numerosos académicos analizan su realidad y documentan sus experiencias, pero no todos logran trascender la teoría para incidir en la vida cotidiana. Tal es el propósito del programa Merienda y Zapatos, de la asociación Arar Caminos.
Desde el Colegio Calasanz, en San José, cada sábado un grupo de voluntarios acoge en las aulas a decenas de estudiantes de primaria, secundaria y algunos de educación postsecundaria. La mayoría son hijos de nicaragüenses, junto con algunos de origen hondureño y salvadoreño, quienes intentan superar las barreras del sistema educativo.
La asociación nació en el 2003, cuando Carlos Sandoval García ganó el premio Aquileo J. Echeverría en categoría de ensayo por su libro Otros amenazantes. Con el dinero del galardón, decidió retribuir a la comunidad que había sido el foco de su investigación.
En aquel entonces, la hostilidad hacia los migrantes era aún mayor que en la actualidad, y fue a través del concurso De dónde vengo y para dónde voy, en el que niños y jóvenes escribieron sobre su experiencia migratoria, que lograron acercarse a la comunidad. Con el tiempo, la iniciativa evolucionó en un pequeño sistema de becas mensuales que, hasta la fecha, se complementa con la entrega de libros, calzado y tutorías impartidas por estudiantes de Trabajos Comunales Universitarios de la Universidad de Costa Rica (UCR).
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Si bien Sandoval no imaginó en un principio que el proyecto perduraría más de dos décadas, hoy observa con optimismo lo que han logrado. En el camino, se han sumado voluntarios como los educadores Irma Arguedas y Dennis Kabistán, quienes dedican dos horas cada sábado para orientar a los estudiantes. ¿El mayor desafío? Conseguir que las tutorías sean enriquecedoras y amenas, de modo que los alumnos deseen continuar asistiendo.
“Nosotros intentamos mostrar que quienes estábamos por la solidaridad y la hospitalidad éramos más de lo que se suponía. Además del trabajo que se puede hacer en las universidades de investigación, necesitamos tener una expresión más ciudadana y más pública en el tema”, añadió Sandoval.
Casos como el de una abuela, quien migró de Nicaragua y primero se ocupó de su familia, y que ahora ve una oportunidad y respaldo en la asociación para estudiar, o del exestudiante quien a pesar de haber asistido a las clases terminó preso por tráfico de estupefacientes, son la realidad de los tutores.
La mayoría de los becarios de Merienda y Zapatos provienen de barrios josefinos como La Carpio y Sinaí, así como de zonas más alejadas desde donde se les cubre el costo del transporte para que puedan asistir a las tutorías.
Con múltiples asociaciones latinoamericanas afectadas por el desfinanciamiento a cargo del gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, Merienda persiste gracias al trabajo voluntario y al apoyo de sus donantes. Hoy, el proyecto refleja en microescala los desafíos que enfrentan los migrantes dentro y fuera de Costa Rica, quienes siguen adelante impulsados por su diversidad cultural.
“Las sustancias ilícitas y las armas de fuego han introducido a las comunidades en condiciones de vulnerabilidad riesgos que antes no se conocían. (...). También el nivel de estrés que manejan las personas adultas es altísimo. Para mí, es una de las explicaciones del porqué a veces los papás y las mamás no son tan estables en la parte educativa. A veces hay cosas más urgentes que hacer”, afirmó Arguedas.

