“Ya no se conforman con saber manejar carro”, “¿a usted dónde le van a dar trabajo de piloto?”, “usted no va a tener la experiencia” ó “yo con mujeres piloto no me subo a un avión”. Estas fueron algunas de las frases que escuchó Marjorie Blanco cuando contaba que quería estudiar aviación, pues había descubierto que su misión en la vida era ser piloto.
Por fortuna hizo oídos sordos a estos comentarios y logró, con mucho trabajo, sacrificio y estudios, cumplir su gran sueño: surcar el cielo.
Pero no siempre fue así. Cuando Marjorie era una niña, allá en Aguas Zarcas de San Carlos, la inquieta infante no soñaba precisamente con volar. Ella pasó su infancia entre potreros, árboles y animales, fue criada en el campo y jamás se vio a sí misma dirigiendo una nave en las alturas. Lo de Marjorie y la aviación fue amor a segunda vista.
Su familia, conformada por don Enrique Blanco -quien es albañil y agricultor-; su mamá Ana Isabel Pérez -ama de casa-; Marjorie y sus cinco hermanos; vivían la vida con tranquilidad y con los pies muy bien puesto sobre la tierra. Recuerda Marjorie que las únicas veces que estuvo cerca de un avión fue cuando pasaba en el bus cerca del aeropuerto y miraba aquellas espectaculares máquinas, pero de lejitos.
Blanco, quien actualmente tienes 34 años, tenía además otras aspiraciones profesionales, pero tal parece que la vida, literalmente, estaba empeñada en que ella volara. En resumen, Marjorie estudió turismo, vendió café, limpió habitaciones, trabajó en los counter del aeropuerto, ascendió a aeromoza (ahora llamadas tripulantes de cabina o asistentes de vuelo) y, por último y contra todos los pronósticos: se graduó como piloto.
Esta es la historia de tenacidad, sacrificio y empeño de una mujer que puede servir como ejemplo para quienes tienen “sueños locos”, pero miedo de cumplirlos.
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En la actualidad, Marjorie es parte de un selecto grupo de mujeres que tienen licencia de piloto en el mundo. De acuerdo con la Sociedad Internacional de Mujeres Pilotos de Aerolíneas (ISWAP, por sus siglas en inglés) solo un 5% de los pilotos en el mundo son de este género.
En Costa Rica el promedio de mujeres piloto no es tan bajo, pero podrían ser muchas más. En nuestro país hay 86 pilotos mujeres con algún tipo de licencia (desde pilotos de avión privado, ultraligeros, de helicópteros y aviones comerciales), además existen 180 que están estudiando la carrera de aviación; según datos suministrados por la Dirección General de Aviación Civil.
No desaprovechar las oportunidades
La intención de Marjorie al estudiar turismo era estar en contacto con esta pujante industria, por eso aceptó el trabajo en la tienda de Café Britt, en el aeropuerto Juan Santamaría.
“Yo quería estar cerca del aeropuerto, me parecía un mundo fascinante”, recordó la piloto.
Luego de un año de trabajar en la cafetería, Blanco aplicó para un programa especial que la entonces agencia de viajes Otec le ofrecía a los estudiantes. Al ser aceptada en este programa Marjorie se fue a Canadá a trabajar como housekeeper (ama de llaves). Allá estuvo tres meses, ese viaje fue el primer viaje que hizo Marjorie en un avión.
“Me encantó, cuando me subí a ese avión supe que quería seguir viajando y conociendo el mundo”, afirmó.
Al regresar de la aventura canadiense, la mujer se fijó una meta: quería ser aeromoza. De inmediato buscó opciones para prepararse para esta profesión, solicitó la visa americana y aplicó en la compañía TACA.
Ya con su preparación de aeromoza, Marjorie fue llamada por la empresa Sansa para trabajar en el counter de vuelos locales de la compañía en el aeropuerto. Ella quería volar, pero no podía dejar pasar la oportunidad de empezar desde cero para cumplir su primer sueño.
“Me sentí un poco desilusionada en el momento, porque yo me imaginaba volando; pero por dentro sentí la espinita de intentarlo porque iba a estar más cerca de lo que quería. Esa corazonada me motivó a aceptar el trabajo”, afirmó.
Cierto día se le presentó otra gran oportunidad. Una supervisora de Sansa le dijo que participara de un vuelo.
“Tuve la fortuna de acompañar a los pilotos a un vuelo a Puerto Jiménez, estuve detrás de ellos viendo todo lo que hacían. Quedé sin palabras cuando los vi cómo maniobraban el avión, cuando hablaban con la torre de control, cómo usaban los sistemas en las pantallas. Me pareció algo tan impresionante cuando el avión estaba en el aire porque vi las montañas, los ríos, la ciudad y los pueblos desde arriba. Quedé enamorada completamente”, aseveró.
Una vez más el ímpetu de Marjorie la llevó a tomar una gran decisión. Luego del inesperado vuelo llamó a su mamá por teléfono para decirle que quería ser piloto y la razón era sencilla: acababa de presenciar, a varios metros de altura, “lo más increíble de la vida”.
“Mayita, ni se le ocurra. ¡Qué miedo! No, no, jamás”, atinó a decir doña Ana Isabel. Pero por más susto que tuviera su mamá, ya Marjorie estaba decidida.
Uno de los temores, entre muchos otros que tuvo Marjorie, fue cómo iba a pagar las clases para convertirse en piloto. Ella recuerda que su familia es de origen humilde y, aunque nunca les faltó nada, no podía aspirar a gastar dinero en una carrera que posiblemente le costaría mucho.
Para ese momento ella trabajaba medio tiempo en el counter de Sansa, su salario apenas le daba para sostenerse, ir a trabajar y ayudar un poco a sus papás. Pero el dinero no fue motivo de desilusión, su objetivo era claro y lo iba a cumplir.
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Una vez más la providencia le puso un escalón más para subir. A Marjorie la llamaron para trabajar como tripulante de cabina en la compañía TACA, pero tenía que hacer todo el entrenamiento, que significaron tres meses intensos de preparación. Ese tiempo le sirvió para forjar su carácter y, con la meta fija en ser piloto, la preparó para el largo camino que aún tenía por delante.
“El entrenamiento como tripulante de cabina me ayudó muchísimo a madurar, a ganar experiencia y a confirmar lo que quería hacer. Ahí fue donde me dije que el resto de mi vida lo quería pasar en los aires”, explicó. Blanco afirma que ser tripulante de cabina es una gran responsabilidad, porque estos profesionales son el contacto directo con los pasajeros de los aviones; ellos son psicólogos, policías y hasta doctores en el aire.
En este caso el fin justificaba los medios, así que Marjorie se propuso ahorrar el salario de aeromoza para usarlo en pagar las clases de aviación. Durante mucho tiempo vivió como si todavía tuviera un trabajo de medio tiempo y guardó el resto del dinero que ganaba. Ese hábito, sin duda, fue uno de los grandes sacrificios que hizo, ya que recuerda que sus compañeros tripulantes aprovechaban los viajes para pasear, comer y hasta comprar ropa, pero ella no.
“Yo me quedaba en las habitaciones de los hoteles entre los viajes, a veces hasta llevaba mi propia comida para no tener que gastar”, contó.
Uno de esos vuelos como tripulante le terminó de dar el último empujón, porque pudo comprobar que tenía madera de piloto. Un compañero suyo le mostró un simulador de vuelo, hizo una práctica y salió avante.
“Se me hizo fácil, él me explicó todo lo que tenía que hacer y lo hice bien. Me dijo que tenía pasta”, recordó.
Apoyo de la familia
Para convertirse en piloto, lo que Marjorie reconoce más es el apoyo que recibió de su familia. Mientras trabajaba y estudiaba, vivió durante varios años con un hermano en Heredia y sus padres siempre la impulsaron a seguir adelante.
De ese tiempo de luchas y muchas ilusiones, recuerda con mucho cariño cuando se compró una moto de tipo scooter, que usaba para transportarse hasta el aeropuerto. Cargaba con una maleta y en medio de aguaceros llegaba “como una loca” a cambiarse apurada, para que nadie la viera en aquella singular imagen.
“Cuando llovía era toda una odisea, metía la maleta en una bolsa plástica, me ponía la capa y llegaba escurriendo al aeropuerto. Luego me cambiaba rápido y entraba toda regia a la terminal”, narró.
Estudios
Cuando Marjorie por fin logró guardar una buena cantidad de dinero, de inmediato se inscribió en la escuela de aviación CPEA Flight School.
Con mucha ilusión empezó a recibir clases teóricas, pero reconoce que no sabía absolutamente nada. Eso la llenó de dudas, pues con lo único que contaba era con los conocimientos que adquirió cuando fue tripulante de cabina.
“Tuve que enfrentarme a mis propios miedos, a mis dudas. Me preguntaba si iba a ser buena, si lo iba a lograr, si iba a ser una buena piloto. Me cuestioné mucho”, explicó.
La primera clase que Marjorie recibió fue de mecánica. Sus compañeros (todos hombres) hablaban sobre motores, pistones de cuatro tiempos, de cigüeñales… ella no entendía nada.
“No entendí. Llegué a mi casa y quería llorar”, recordó.
Pero ese primer obstáculo lo superó con astucia y mucha curiosidad por aprender. Comenzó a grabar en audio las clases y, cada vez que tenía un tiempo libre en los vuelos, en los hoteles o en casa, buscaba las términos que no conocía en Internet.
“Llegó el primer examen y me gané un 100. Lo mismo el segundo, el tercero. Finalicé todas las materias teóricas con nota de 100”, contó orgullosa.
Para Marjorie ser piloto era una cuestión que se le daba bien, incluso natural. Sin embargo, su historia no la define del todo su talento, es en realidad una combinación entre estudio intenso, disciplina y dedicación.
“Fue un gran esfuerzo, porque en clases de aerodinámica hablaban de mecánica, meteorología, de rendimiento. Muchas cosas que para mí no eran naturales, pero que ahora son un gusto adquirido”, confesó. Algo que la ayudó fue su cercanía laboral con los pilotos, pues cada vez que podía aprovechaba para preguntarles sobre la profesión y las maniobras en el aire.
En esa línea, Marjorie recuerda con mucho cariño y agradecimiento a una profesora que tuvo en la escuela de aviación. Se trata de Rocío Vargas, una piloto de gran experiencia nacional e internacional. “Ella me dijo que por ser mujer me iba a exigir más. Que no quería que nadie tuviera nada malo que decir”, afirmó.
Esa sentencia caló en Marjorie y todavía la aplica como norma de vida personal y profesional. Siempre busca la excelencia y ejecuta a cabalidad todos sus conocimientos, pues tiene claro la responsabilidad de cuidar vidas cuando pilota un avión.
Cuando llegó el momento de poner en práctica lo aprendido en el salón de clases, Marjorie escuchó otro tipo de comentarios: “Está bien en la teoría, pero hay que verla en la práctica”, por ejemplo.
Las pruebas prácticas resultaron muy bien, pero aún en ese tiempo seguía siendo tripulante de cabina. Esperó con paciencia y, en el 2015, la empresa SANSA le dio la oportunidad de conquistar su sueño.
El primer vuelo como piloto fue inolvidable y curiosamente lo realizó en el mismo avión en el que se enamoró del pilotaje, el Cessna Caravan.
“Para ser sincera ha sido una de las experiencias más increíbles, fue una gran satisfacción, no podía creer donde estaba. Además fue la primera vez que iba a llevar pasajeros y eso me provocó un gran sentido de responsabilidad”, recordó de aquel día.
El recorrido que hizo Marjorie como piloto oficial fue del aeropuerto Juan Santamaría hasta Golfito y duró 45 minutos. Desde esa vez han pasado ya 2600 horas de vuelo e incontables horas de estudio y sacrificio.
Pero el viaje que recuerda con más cariño Marjorie fue el que hizo con sus papás. Ese fue el primero que realizó sola antes de entrar a trabajar a SANSA, ella quería darles la sorpresa y la satisfacción a sus papás de acompañarla. De hecho, Marjorie tiene un video de esa experiencia en el cual se ve a sus papás muy emocionados, su mamá hasta aplaudió cuando logró aterrizar.
“Ellos fueron mis primeros pasajeros. Fue muy emocionante. Mami sentía mucho miedo pero me dijo que conmigo iba hasta China. Mi papá, un señor agricultor, no cabía de la felicidad, iba todo contento como un niño preguntándome por el funcionamiento del avión”, narró emocionada Marjorie.
La piloto recuerda ese momento en cada uno de sus vuelos y afirma que siente la misma responsabilidad con sus pasajeros como si llevara a sus padres.
“Mi familia ha sido el apoyo número uno, están realizados como si fueran ellos los pilotos. Sé que es un orgullo para todos, para mi papá que fue albañil y agricultor y que no pudo terminar la escuela, estaba realizado con este sueño que cumplimos. Cuando murió yo ya estaba trabajando para Walmart y sé que se fue feliz”, comentó la piloto.
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Siempre buscando subir escalones y mejorar profesionalmente, Marjorie se propuso crecer más como piloto.
Tras dos años de trabajar en SANSA, Marjorie quería ascender y puso su mirada en pilotar vuelos fuera de Costa Rica.
Sin embargo, las oportunidades no se le presentaban. Se llegó a sentir frustrada y hasta pensó en dejar de volar para volver a vivir con sus papás en San Carlos y ayudarlos trabajando allá.
Aplicó para ser piloto en varias aerolíneas, pero no hubo opción. Pero un día se enteró que la compañía Walmart buscaba un piloto corporativo para su propio avión.
“Fue un proceso muy fuerte, competitivo. Fui pasando etapas. Si este paso no se daba, estaba decidida a volver a San Carlos”, recordó.
Pero el destino le tenía una nueva sorpresa. Ella fue elegida por la compañía para formar parte de su tripulación, la misma que se encarga de trasladar equipos por todo Centroamérica y México y también a personas de las altas esferas de la empresa.
Marjorie trabaja en la región con otros dos compañeros. También viaja constantemente a Estados Unidos para recibir capacitaciones y así acumula experiencia volando por Norteamérica.
“Estuve tres meses en entrenamiento y gracias a Walmart pude volar internacionalmente por primera vez. Fue algo indescriptible, fue un shock escuchar las comunicaciones de radio en Estados Unidos, es algo muy diferente”, comentó.
“Este es un trabajo fascinante, la empresa me ha dado un apoyo increíble en crecimiento y aprendizaje. Tengo el apoyo de todos, desde la compañía hasta los pasajeros. Cada persona que sube al avión tiene una reacción muy bonita, como si vieran a alguien que admiran o a una celebridad. Se siente muy bien”, finalizó Blanco.
La historia de Marjorie es un ejemplo de que por más empinadas que se pongan nuestras aspiraciones, siempre hay una nueva oportunidad para avanzar, para cumplir metas.
“He aprendido a hacer el trabajo con excelencia, no importa si vendemos café o mañana limpiamos una habitación. En cada lugar donde estemos debemos hacerlo con amor y excelencia, eso nos abre puertas en la vida”, finalizó la piloto.