Se dice que la curiosidad mató al gato. Puede ser. Solo que, en el caso de quienes se ganan la vida como detectives privados, su oficio va mucho más allá de fisgonear por las razones que lo hacen (hacemos) la mayoría de los mortales. Ellos obtienen el sustento diario averiguando las acciones privadas de alguien que, habitualmente, se coloca en su mirilla sin siquiera imaginarlo.
Sin afán de aguar la fiesta de quienes aún están celebrando el Día del Amor y la Amistad, a juzgar por las estadísticas y las experiencias recopiladas para este reportaje, las sospechas de infidelidad son las que sostienen vivo, coleando y pujante el negocio de las investigaciones privadas: del 100 % de casos, el 90% son contratos para seguir con todo sigilo a un o una infiel, hasta pescarlo o descartarlo.
Y, del 100% de los “vigilados” por sospechas de infidelidad, el 99 % está, efectivamente, incurriendo en esa situación. Es decir, solo un 1% cae en en estatus de “sospechas infundadas”.
Por lo visto, tiene asidero el adagio que reza que “no hay corazón traicionero a su propio dueño”. Ya veremos por qué.
Los casos de quienes se dedicaban a husmear en las vidas ajenas a cambio de algún tipo de paga se ubican en tiempos inmemorables, pero sin duda hubo un antes y un después de que, en 1887, el escritor británico Arthur Conan Doyle le diera vida al detective más famoso de todos los tiempos, el célebre Sherlock Holmes.
Aunque se trate de un personaje de ficción, es un hecho que el escritor se inspiró en las vivencias diarias de algunos de los investigadores más célebres en la Londres de aquella época y también que, al día de hoy, Holmes, su indumentaria y su famosa lupa siguen siendo una evocación mental cuando de se habla de detectives. Claramente, eso sí, lo que hacen los investigadores contemporáneos se parece más al milimétrico trabajo de Q – Quartermaster– en James Bond, pues están provistos de tecnología de punta tan desarrollada que posiblemente una enorme mayoría de la población desconozca que existe.
Un pequeño test comprobará lo anterior. ¿Sabía que puede usted espiar –o ser espiado– con una microcámara de alta definición oculta en un gancho de ropa en la intimidad de una habitación, incluso si está en penumbras? ¿Sospecharía del inofensivo osito de felpa que lleva años como adorno en su recámara? ¿Pensaría por un momento que la llave maya puesta como por descuido en la mesa de su escritorio o en un mueble de su casa está lista para registrar todo lo que salga de su boca? Cuando sube a su vehículo ¿ha pensado que adherido al dash o a cualquier otra parte del carro lleva un mini GPS portátil que dará cuenta exacta de su ruta y de su destino? ¿Se imagina que sus haceres y sus decires privados pueden quedar grabados en un video oculto en un “ultrabolígrafo” espía que parece un lapicero común? ¿Le pasaría por la mente que su compañero de fumado habitual puede sonsacarle las infidencias más impensadas mientras lo graba con el mismo encendedor con el que le dio fuego?
Esto por citar algunos de los dispositivos más novedosos. Ya si hablamos de relojes o gafas, pues entramos a un mundo en el que básicamente, ya sea con unos o con otros, usted puede filmar (o ser filmado) haciendo cualquier cosa, en cualquier parte, en un perímetro de hasta 10 metros a la redonda.
En relojes la oferta es obnubilante, pues los hay con un menú de funciones dignos de los que llegamos a ver en Matrix o en las Misiones Imposibles de Tom Cruise: los hay con memoria interna de hasta 16 gb de capacidad, calidad de video extraordinaria y, como si esto no fuera poco, los hay con sistema de visión nocturna ¡y hasta con activación de movimiento!
Suena tan ambicioso como escalofriante... depende de la arista con la que se mire. Hay que decirlo: trabajar como detective privado ya no como un oficio, sino como una profesión, no es tarea menuda. Varios de los investigadores entrevistados para este trabajo lo confirman.
Por la libre
En este punto se debe aclarar que se trata de un gremio informal, es decir, no existe una Asociación de Detectives Privados inscrita como tal y tampoco hay un ente que regule esta práctica.
De acuerdo con Francisco Segura, director del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), hasta donde él tiene conocimiento, no existe una entidad formal que los agrupe. Sobre la validez de este tipo de trabajo, el jerarca manifestó que siempre y cuando se realice bajo estándares regidos por la ética y la ley, es un quehacer válido.
Eso sí, hace un gran paréntesis al advertir que el trabajo de los detectives privados no debe involucrar investigaciones penales, pues esto es terreno exclusivo del Poder Judicial.
Manifestó que la población debe actuar con suma prudencia a la hora de contratar este tipo de servicios.
De otro mundo
De vuelta a los detectives privados entre nosotros hay que decir que, aunque se desenvuelven en un mundo “policial”, su realidad se distancia del quehacer oficial de los oficiales del OIJ, por ejemplo.
Estos trabajan bajo el alero de una institución oficial y, por lo tanto, sus acciones están amparadas –y resguardadas– por la ley y el orden público.
En cambio, los investigadores que se dedican al ámbito privado deben “jugársela” con sus propios medios y destrezas, “curarse en salud” legalmente para no inflingir la ley y realizar labores que posiblemente serían impensables entre policías oficiales, como disfrazarse.
B&B es una de las agencias líderes en el país. Jefeada por Karla Jinesta y María Matarrita Blanco, se instituyó en el 2005 y sobresale del resto por varias características particulares, como el hecho de que ambas socias sean sicólogas y que cada una tenga, por aparte, otras especialidades.
Por un asunto de estrategia, ellas utilizan estos nombres como seudónimos, pues por cuenta de su trabajo necesitan resguardar su identidad real (la cual este medio sí conoció, con las respectivas identificaciones en mano). Karla tiene una especialidad en psicología forense y María también es criminóloga y experta en tecnología forense, lo cual la faculta para analizar científicamente los datos contenidos en las computadoras, o recuperar el contenido de los soportes informáticos.
Ellas, al igual que otros de los detectives mejor calificados en el país, ofrecen servicios como recuperación de datos de correos electrónicos, mensajes instantáneos, archivos formateados, eliminación de software espía, rastreo de correo electrónico, detección de pornografía, informática de detección y prevención de intrusos de red y detección de archivos ocultos.
Huelga decir que, en estos tiempos, esta destreza es un gran plus, pues como bien lo señala María “en la nube de Internet” uno puede encontrar la solución a un caso con solo el rastreo.
Pero claro, esta es solo una pequeña parte de sus ocupaciones habituales..., habituales para ellas y para quienes se dedican a esto. Para el resto de la población, es como entrar a un territorio desconocido, delicado y por demás, peligroso.
En realidad, conforme ellos van desgranando su día a día, con toda la parafernalia, el corre-corre (diferenciado del corre-corre como lo conocemos todos los demás), los riesgos, las anécdotas y el desgaste emocional y físico, entre otras condiciones, uno se percata de que la vida de los detectives que se deslizan subrepticiamente sobre el objetivo del momento, es tal cual lo vemos en las películas. Quizá más sacrificado. Y mucho menos glamuroso.
Sentarse a conversar con detectives como los que integran ByB, sobre la forma en que desempeñan su (atípico) trabajo es una aventura trepidante y, a veces, surrealista. Como casi todos los de su gremio, se comportan –hasta inconscientemente– como detectives las 24 horas. Aunque no estén trabajando.
La audacia, el ingenio, la facilidad de palabra, la extraordinaria retórica, la seguridad al contar lo que hacen, hasta dónde llegan, hasta dónde no y por qué, los desnudan antes de que se cumplan los 10 primeros minutos de conversación.
Da la impresión de que saben exactamente lo que están haciendo..., y sus afirmaciones las vuelven sutilmente intimidantes.
No es un tema de matonismo, en absoluto. Es que mientras muestran todos los aparatos tecnológicos, los artilugios de vestuario (pelucas, prendas –de todo tipo– bigotes, etc), o a manera de ejemplo –sin revelar identidades de sus clientes, principio sagrado– muestran en sus celulares los “positivos” de un seguimiento por infidelidad que culminó, por ejemplo, con el encontronazo de la contratista (la esposa), el investigado (el marido) y el objeto en discordia (el joven amante con el que el esposo con más de 25 años de casado sostenía un encendido affaire desde hace 7 años).
El ‘shock’ habitual
El morbo se mezcla con el asombro y ambos con una que otra risa. Desde una oficina a las 10 de la mañana, puede tornarse un sabroso aperitivo ver cómo engaños sostenidos por meses o años finalmente confluyen en una tormenta perfecta, liderada por los investigadores contratados, para que en cuestión de minutos las verdades floten como dardos venenosos y destruyan, como mínimo, la estabilidad momentánea de varias personas y, a veces, de varias familias.
Desde una oficina... a las 10 de la mañana. Pero tardan los expertos en el tema de cazar mentirosos en desgranar su anecdotario, cuando empiezan las congojas.
Es imposible tomar partido. Los integrantes del equipo periodístico que participó en este reportaje llegamos a ese consenso sin siquiera discutirlo. En un momento, uno se pone en el papel del contratista, del potencial cornudo (o cornuda) que quiere desenmascarar a su pareja. Pero al rato se ubica en los razonamientos (o instintos) que propiciaron el desliz del “infractor” y de su “cómplice”, la tercera persona involucrada.
Sobra decir que cada caso es único y que a todas luces se trata de situaciones muy complejas que a menudo se salen del simple deseo de saber si la persona que comparte la vida con uno, lo está engañando con alguien (o “alguienes” más).
Curiosamente, la proporción de perseguidores y perseguidos, según afirman los investigadores, es parejo: la mitad son mujeres y la otra, hombres.
El restante 10% lo conforman casos de investigaciones empresariales (robos, deslealtad comercial) y localización de personas, en su mayoría con el fin de notificar o ejecutar órdenes de captura por pensiones alimentarias.
“Daños colaterales”
Mientras las detectives de ByB se atropellan entre sí para contar sus experiencias, al tiempo que interrumpen la trepidante conversación para atender telefónicamente las consultas de potenciales clientes o de contratistas desesperados por saber en qué van los seguimientos, es inevitable preguntarse si en algún momento estas personas logran tener un “día normal”, donde no tengan que estar haciendo presupuestos, “chuzando” (interviniendo o desmenuzando el contenido) de celulares o computadoras, persiguiendo infieles o haciendo “fijos” (esperas) interminables.
Se impone también preguntarse no solo cómo lidian con sus demandantes jornadas de trabajo, donde pueden pasar hasta 10 días “en blanco” (sin resultados) o bien hacerse con su presa en cuestión de horas; también, en cómo mastican o dosifican el dolor ajeno que, a menudo, sus descubrimientos suelen decantar.
Ni pestañean al contestar la interrogante que, de seguro, les han hecho incontables veces. “Nosotras somos profesionales, ofrecemos un servicio que está dentro del marco legal, y lo hacemos lo mejor posible. Los daños colaterales de los resultados se salen de nuestro alcance. Lógicamente uno puede llegar a afectarse, hay casos de casos. Y por supuesto no es agradable ver a una persona en pleno shock emocional, totalmente descompensada tras lo que acaba de enterarse. Como psicólogas, las dos tenemos medidas básicas de contención, que lógicamente no forman parte de los honorarios, pero que como seres humanos con recursos profesionales adecuados, activamos de ser necesario. Es decir, lo que hacemos es tratamiento de crisis en el momento, si la persona se descompensa. Ya después, con la información que se recabó y ya más en calma, cada quien va tomando sus decisiones, pero ya ahí nosotras nos salimos del caso”, explica Karla con una seguridad apabullante.
Las preguntas se aglutinan. ¿Qué pasa cuando la crisis pasa a más? Una interrogante demasiado básica para un abanico enorme de posibilidades. En algunos casos, por iniciativa propia y por humanidad, ellas mismas han tenido que trasladar a sus contratistas a la clínica más cercana, tal es la clase de golpe emocional que sufren al descubrir a su pareja en plena infidelidad.
Pero estas situaciones que se dan al final, porque antes, de principio a fin, deben actuar con absoluta sangre fría y meticulosidad.
Ese es su trabajo, a eso se dedican. Para eso les pagan. Los daños colaterales son eso: daños colaterales. Y no son de su incumbencia. Claro, a menos que los clientes la soliciten.
También aprendieron hace mucho a no tomar partido. “Uno se acostumbra, crea coraza, no se sorprende, mucho menos juzga. Una señora muy adinerada de Heredia nos contrató para que verificáramos sus sospechas de que su esposo, tras 30 años de casados, andaba con otra mujer. Ese caso fue bastante sencillo, lo sacamos en cuestión de una semana. El señor no solo no se cuidaba mucho, sino que no tenía una amante: tenía tres. Cuando entregamos el informe, la señora, con un aire de resignación pero tampoco con demasiada tristeza, nos contó que ella solo quería saber la verdad, pero que igual no iba a dejar al marido porque ella era ninfómana y no podía vivir sin tener sexo mínimo tres veces al día, y que estaba consciente de que solo su esposo podía complacerla”.
Mientras los contertulios soltamos la risa ante la historia, ellas permanecen serias, inmutables. Para ellas, no es de risa. Es un caso más. Es trabajo. Y trabajan en ser frías y profesionales aunque a los demás les pueda causar gracia, por decir lo mínimo, una situación como la descrita.
Alcance Internacional
La misión de muchos trasciende fronteras, pues hay casos en los que están involucrados “objetivos” que viven o actúan en el extranjero. Siempre, la gran mayoría son casos de infidelidad, pero también los hay, por ejemplo, cuando un empleador sospecha de deslealtad por parte de colaboradores que trabajan para ellos en subsidiarias fuera del país.
Mario, un exoficial del OIJ –también prefiere salvaguardar su identidad– quien en los últimos cinco años se ha especializado en este tipo de investigaciones, afirma que es común que tenga que salir, junto con uno o dos ayudantes, a Centroamérica o Colombia.
“No es tanto un asunto de hurtos, a menudo se trata de deslealtad, de transferencia de información a gente de la competencia. Al principio era algo complejo, pero con los años uno va desarrollando el instinto y las herramientas, y también se llega a conseguir gente de confianza en los diversos países, pues el acento a menudo significa un problema a la hora de ingresar un infiltrado”, asegura este hombre quien, a punto de cumplir 50 años, dice que prefirió especializarse en esta temática porque usualmente trabaja con empresarios que no generan problema en la paga.
“Por más experiencia que uno tenga, siempre hay un margen de riesgo a la hora de los honorarios. Con infidelidades y otro tipo de investigaciones me pasó mucho al principio: uno cobra el adelanto pero ya después de que la persona se da cuenta de la verdad, se le trastorna tanto la vida que se desentiende de la paga, ya sea porque no tiene el dinero o simplemente porque ya supo lo que quería saber y simplemente se desentiende”, acotó.
Los detectives serios no tienen más alternativa que resignarse a perder dinero o bien, intentar cobrar sus honorarios en un engorroso y tardado proceso judicial.
Sin embargo –y aquí volvemos a la precaución que deben tener quienes contratan estos servicios–, en el gremio se encuentra de todo.
Unos años atrás, quien escribe contactó a varios investigadores de diversas “especialidades” para un reportaje afín.
Con uno de ellos, la cita fue en una gran bodega, en Desamparados. Todo el entorno era misterioso y hasta lúgubre. El regordete y desvencijado hombre que lideraba la agencia de detectives abrió el gran portón con sigilo, no sin antes auscultar con la mirada hacia todas partes.
Casi dos horas después, tras haber entrado en materia de todo los los servicios que ofrecían, el hombre contó que ellos ofrecían no solo “seguimientos a infieles”, si no una especie de “combos” que incluían un menú adicional para el cliente.
“A nosotros nos pagan por encontrarlo in flagranti y entregar la prueba. Pero si el contratista quiere adicional otro trabajito, se lo hacemos. Digamos que esté muy bravo con el tipo que se está acostando con la doña..., entonces ahí entramos nosotros”.
Ya a esa altura daba miedo preguntar pero igual, tocaba. Efectivamente, estaba hablando de palizas. La repregunta final hizo que me despidiera en cosa de minutos, no sin antes solicitar un vehículo urgente al diario. “¿Y si se les pasa la mano?”. El hombre sonrió socarronamente y solo respondió: “Se nos ha pasado..., se nos ha pasado. Igual que con la gente que nos contrata y luego no nos paga”, dijo sin dejar de sonreír.
Detectives de hoy
Como es obvio, la tecnología actual ha revolucionado la forma de hacer investigaciones en el país y el mundo.
Pero no todo es el festín que podría parecer pues, como señalaron expertos a La Nación en un reportaje publicado el 25 de enero, los descubrimientos que se hagan son especialmente para tomar decisiones como separarse de la pareja o despedir a un empleado.
Si las grabaciones demuestran que la persona es víctima de un delito, se pueden aportar en la denuncia, aseguró el jerarca del OIJ Francisco Segura. En ese mismo artículo, el abogado penalista Alexánder Rodríguez hizo hincapié en que, según el caso, existe el riesgo de incurrir en el delito de violación del derecho a la intimidad o captación indebida de comunicaciones verbales.
Pero bueno, como al parecer en estos tiempos todo tiene su antídoto, las investigadoras de ByB, por ejemplo, van un paso adelante y actúan siempre bajo asesoría legal para no incurrir en este tipo de delitos.
Un encargo bastante frecuente por estos días es el de “desmenuzar” los contenidos de una computadora, incluso, los que ya han sido “desaparecidos”.
María, la experta en pesquisas cibernéticas, explica: “Yo le puedo recuperar todo de cualquier computadora o teléfono. Pero yo no voy a revisarla a su casa, usted la saca de su casa, me la trae y me tiene que firmar un documento legal en donde me certifica que usted es la dueña de la computadora. Es decir, estamos haciendo el rastreo con el consentimiento de la propietaria”, afirma la joven, cuya primera profesión es la de criminóloga.
Tras las largas entrevistas y tras observar pruebas de gente captada en fotos o video que ni remotamente piensa que puede estar siendo seguida; tras ver los miniartefactos capaces de revelar monumentales verdades escondidas y tras ver la audacia y el grado de especialización de varios detectives nacionales, toca preguntar... “Uno queda con la sensación de que, si cae en manos de ustedes, es como aquello de ‘sálvese quien pueda’. ¿Tiene uno oportunidad de escapatoria con ustedes?”. Karla contesta: “Bueno, ante todo, si no querés que se sepa, no lo hagás. Pero si lo hacés y nos contratan para descubrirte, muy, pero muy probablemente lo logremos”.