Las tiendas de productos de belleza Flormar llegaron hace unos meses a Costa Rica. Además de traer al mercado artículos libres de maltrato animal (que no han sido testados en animales), este conglomerado apostó por la experiencia y dentro de sus consultoras y asesoras de belleza destaca una adulta mayor.
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Cecilia María Quesada Castro creció siendo hija única. Su mamá tuvo cuatro hijos más, pero no sobrevivieron luego de nacer. Desde muy niña admiraba a las mujeres que trabajaban maquilladas y con una presentación impecable; también, le encantaba ver a su tía, de hoy 85 años, quien siempre cuidaba mucho su imagen.
Cecilia estudió hasta décimo de secundaria, luego llevó cursos de secretariado. Más tarde se casó y dio vida a seis hijos. El papá de los chicos se alejó y ella tuvo que salir a trabajar para sacar adelante a sus niños. Ella cree que “se debe tener dignidad” y que una “no puede dejar la mano extendida para que llegue ayuda”.
Hace casi 40 años que Cecilia empezó a trabajar en el mundo de la belleza. Circunstancias difíciles le permitieron alcanzar su anhelo de niña de trabajar maquillada. En el proceso se hizo una asesora experta en todo tipo de productos del cuidado personal.
Cecilia recuerda que su mamá (fallecida hace 18 años) le brindó su apoyo y llegaba con bolsas llenas de uniformes y útiles para sus nietos. Ella siempre la apoyó y le inculcó la solidaridad con los demás, valor que ella hoy aplica. Perder a su madre ha sido lo más duro que ha vivido.
Hoy su dicha está en la familia, compuesta por su esposo, seis hijos, 16 nietos y cinco bisnietos. Su felicidad también la encuentra en el trabajo, fuente que le da independencia y la posibilidad de ayudar a quien lo requiera.
Por un tiempo, temió no poder trabajar más.
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“Dios Santo no me van a contratar”
Luego de una temporada sin trabajo, doña Cecilia llamó a la gerente de una marca de maquillaje para pedirle una oportunidad laboral. El contacto coincidió con la apertura de un punto de venta en Heredia, cerca de donde vive. En la conversación ella no mencionó su edad.
“Cuando quedé sin empleo llamé a Karla Vargas (gerente de la empresa Flormar) y le pregunté si había oportunidad de trabajo. No mencioné edad. Me pidió mi curriculum. Llegué a casa y le dije a mi esposo que me ayudara. Se lo envié y dos horas y media después me llamaron para entrevista el 19 de febrero. Yo iba con mucho temor porque iban a ir postulantes más jóvenes pero dije: ‘Que sea lo que Dios quiera’. Me entrevistaron en recursos humanos, luego me tocó con doña Karla. Me entrevistó, me preguntó todo y se tenía que dar cuenta de la edad y dije: ‘Dios Santo no me van a contratar’. Ella me enseñó cómo iban a ser las tiendas. Nos dijeron que en dos días confirmaban si éramos contratadas y me llamaron al día siguiente”.
Doña Cecilia dice que haber sido contratada, siendo adulta mayor, fue una alegría inmensa. Cuenta que al recibir la noticia “casi traspasa el techo de su casa”.
Ella debía empezar a laborar el 19 de marzo, pero tras la crisis del nuevo coronavirus en Costa Rica, la empresa “la mandó” a su casa por mes y medio.
A inicios de mayo se incorporó y dice que las otras chicas del equipo “podían ser sus nietas”, diferencia generacional que creyó iba a afectar. Topó con una sorpresa.
“Pensé que me iban a hacer a un lado. Pero no. Somos un equipo bonito. Se ríen conmigo. Yo me considero una persona feliz”.
Trabajar en la etapa dorada
Doña Cecilia se casó con su esposo Luis Fernando Fernández hace 12 años. Él tiene 68 y también trabaja.
Ella ve en el trabajo felicidad e independencia y también la posibilidad de ayudar a sus nietas Angélica y Dilara, de 10 años y 1 año y ochos meses, respectivamente, y quienes viven en su casa junto a su mamá, una de las hijas de doña Cecilia.
“Me gusta trabajar. Yo me siento segura de mí misma. De mi presentación. Me gusta mi trabajo. En esta vida hay que hacerle frente a las situaciones. Me siento bien de poder colaborar en mi casa. De ayudar. Dependo del salario y me puedo comprar mis cosas, ayudar a mis nietecitas y hasta ayudar a otras personas. Hay que ver quien tiene y quien no”, dice doña Cecilia, quien cuenta que nunca la han despedido por ser una mujer mayor. De su último trabajo salió porque cerraron el punto de venta.
La oportunidad de trabajar en lo que ama con 65 años recién cumplidos es una realiad que la llena de gratitud con Dios y con la empresa que le dio la confianza de demostrar sus conocimientos y habilidades, mismas que no deberían limitarse por calendarios.
“Esta vez sentí temor por la edad. Porque muchos piensan que con 65 años hay que irse a la casa. Ellos me han aceptado muy bien. Empezando desde el más alto, me han apoyado y me han dado cariño. En estos tiempos de coronavirus tenemos todos los implementos para mantenernos seguras y para cuidar la seguridad de los clientes. Me siento superbién”.
Esta mujer de figura menuda y cabello platinado, que tintura ella misma, no cree que a su edad “deba descansar”, como le han sugerido varias veces. Para ella el descanso puede ser muchas cosas con las que, por ahora, prefiere no comulgar.
“En la casa uno va a estar sentado viendo tele, viendo noticias que lo ponen mal. Uno tiene su momento para descansar. A mí me fascina salir bien temprano y ver el día. Alistarme con tiempo. Siempre llego maquillada a mi trabajo. Trabajo porque me gusta. No me siento cansada. Me siento bien con mi trabajo, salgo tan feliz como si fuera para el parque”, resalta.
La experta en asesoría de belleza defiende que las personas de la tercera edad tienen muchísimo para aportar en cualquier trabajo. Empezando por la experiencia y disciplina.
La sabiduría, tan característica de la edad dorada, también ha sido una gran aliada en el trabajo de doña Cecilia. Además de aconsejar sobre cómo alguien puede mejorar la apariencia de su piel o qué maquillaje está en tendencia, ella ha ayudado a clientas a “embellecer” su interior. En tantos años de trabajo son muchas las vivencias.
“Me gusta mucho entablar conversación con el cliente; me ha tocado escuchar problemas de clientas que han llorado hablando de su situación: uno busca la manera de dar consejo, de ayudar no solo en maquillaje, sino que he topado con personas que han extenuado sus cosas muy personales. Uno ahí dice que quizá pasé por eso y uno da consejo y palabra de aliento para seguir adelante. No tenemos que pensar que por la edad hay que ir a sentarse a la casa a ver a la gente pasar. Los adultos mayores tenemos mucho que aportar”.
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Doña Cecilia es una mujer sana. De lo único que padece es de rinitis, mas no se confía. Ahorita siente mucho temor por el virus, pero haciéndole honor a su disciplina característica se cuida, mantiene la distancia y se desinfecta las manos con frecuencia. Hábitos que ejecuta desde hace décadas, pues así la crió su mamá.
“Como fui hija única mi mamá me enseñó muchas cosas, entre ellas a siempre andar en el bolsa toallitas húmedas y mi alcohol para limpiarme las manos. Cuido mucho mi aseo. Esto no es nuevo para mí. Mis seis hijos fueron prematuros. Me decían que nadie los podía tocar, ni besar; tenía que hervirles los chupones, las cucharitas que usaban y bañarlos dos veces al día”, rememora.
“El virus me ha dado mucho pánico. Pero reflexiono. Si hasta el momento Dios no ha tocado a los míos. Yo pido por el mundo entero. Me siento muy segura. Hablo con Dios y digo: ‘Sabes que tengo que trabajar, me gusta mi trabajo, que Él sabe por quién tengo que hacerlo confío en Dios. Sé que esto va a pasar. La empresa ha tenido mucha solidaridad”, continuó.
Siente miedo, pero confía en Dios. Hace lo suyo y en lugar de preocuparse, se ocupa. En este tiempo en el trabajo ha adquirido nuevos saberes. Se familiarizó con las computadoras y aprendió de facturación.
Al inicio, cuando le dijeron que todas las compañeras debían aprender a cobrar, se asustó.
“Dije: ‘Dios Santo, qué hago’. Le dije a la administradora que tenía miedo, que no sabía nada y me dijo que todas estábamos para aprender, que somos un equipo y que íbamos a aprender juntas. Me han ayudado mucho”, cuenta.
Doña Cecilia tomó su libreta y apuntó todos los pasos. Ahora sabe usar la caja, cobrar en efectivo y con datáfono, y sacar reportes de inventario.
“Lo más significativo de todo esto ha sido el calor humano. Contar con gente que lo apoya. Todos los adultos mayores deberíamos tener esta oportunidad”.