Donald Varela Soto es un hombre de silencios. Habla lo necesario y no es para nada alguien que busca atención. Más que comunicarse, él prefiere ver, escuchar y prestar atención; fue justo así que una maravilla de la naturaleza impactó su vida.
Sus ojos miraban algo sin igual y sus oídos encontraban en un canto un tono diferente. Donald, de 43 años, quien es aficionado de las caminatas por la montaña y de las esperas silenciosas a cambio de experimentar las sorpresas de la biodiversidad de Costa Rica, vio en un diminuto anfibio algo especial y tenía razón.
A finales de agosto se anunció que en Costa Rica fue descubierta una especie de ranita única en el mundo. Fue Donald quien hizo el hallazgo, todo gracias a su atención al detalle. La oficialización del descubrimiento fue reseñada en un artículo científico que publicó la revista especializada Zootaxa y que cuenta con Varela Soto, un guía naturalista, como primer autor.
“Honestamente es un orgullo enorme (figurar en el artículo), siendo uno de campo, a veces el conocimiento no se valora de esa forma y entiende que muchos científicos quieren ser protagonistas en estas cosas. Entonces, que me dieran el privilegio, es un reconocimiento a todos los naturalistas que existen en el mundo y que siguen haciendo reportes y siguen cuestionando a los científicos de que las cosas pueden ser otras”, comenta.
Detrás de la gran noticia hay perseverancia e incluso terquedad. Por dos años, Donald buscó a alguien que creyera lo que estaba diciendo. Varios herpetólogos (profesionales especializados en anfibios) le decían que el animal del que él hablaba era un juvenil de una rana conocida.
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El bijagüeño, papá de tres niñas y un vehemente de la conservación, narró a La Nación todo el proceso que pasó para finalmente oficializar su descubrimiento. Sus palabras desnudan su ahínco. Su profesión es casi que un estilo de vida, quizá por ahí viene la capacidad de detectar en un humedal que un ser vivo, de tan solo de 2.2 centímetros, se veía y cantaba diferente.
Antes de empezar con la historia, Donald suspira. Detrás de él está la inmensidad del bosque en el Tapir Valley (Valle del Tapir), reserva biológica que dirige en pro de la conservación y en la que apareció, en un humedal de ocho hectáreas, la hoy llamada Tlalocohyla Celeste.
“Cuando iniciamos en Tapir Valley hace cuatro años, todo comenzó con la creación de senderos y, una parte del sendero, pasa muy cerca del humedal. Como guía naturalista nos identifica el hecho de siempre andar poniendo atención a cosas: sonidos, movimientos y a los bichitos.
“Yo crecí en la montaña, mi pasatiempo era ir a buscar bichos a la montaña. Resulta que cuando estábamos construyendo los senderos empecé a escuchar un ruido diferente”.
Además de ir para trabajar en los senderos, Donald llegaba al Tapir Valley (sitio donde es común el avistamiento de dantas también conocidas como tapir) por las noches para ver qué especies podía encontrarse. Algunas veces solo, otras acompañado.
“Empecé a escuchar el sonido repetidamente y yo estaba seguro que ese sonido era algo que no había escuchado antes.
“En ese tiempo estaba muy emocionado con la plataforma iNaturalist y pasaba subiendo listas de especies de cosas que encontraba. Una noche me encontré a la ranita y aproveché, le saqué unas fotos con un celular que tenía y empecé a compartirlas con herpetólogos que yo conocía que eran profesionales. Resulta que todo mundo me empezó a referir hacia una especie que yo conozco y que sabía que no era, la Boana rufitela: una especie común y que la juvenil tiene cierto parecido a la especie que yo encontré. Seguí mandando fotos, compartiendo esto y nadie me creía”.
Así pasaron dos años en los que Donald insistía que lo que él veía y escuchaba era distinto. Un día él se topó con un entusiasta de la naturaleza y la conservación: el biólogo Esteban Brenes, director ejecutivo de la Fundación Costa Rica Wildlife. Poco después, él lo visitó con Andrew Whitworth, un herpetólogo (y director de Osa Conservartion) que ha escrito varios libros sobre diferentes especies.
“Él, Andrew, tiene una personalidad parecida a la de Esteban: le ponen atención a los locales, a la gente que no necesariamente tiene que ser especialista para que algo les llame la atención”, expresó Donald.
Un contacto llevó a otro. Andrew conocía a Twan Leenders, un connotado herpetólogo que es el autor de los libros más recientes sobre anfibios en Costa Rica y quien supo que efectivamente la ranita era una especie desconocida.
“Le enviamos fotos a él y se volvió loco. Dijo que nunca había visto algo similar, que necesitaba que le enviaran un audio con el canto. Ese día vine (a Tapir Valley) a las 5 p.m., de casualidad la ranita estaba muy cerca, cantando, le tomé un video y se lo mandé. Inmediatamente dijo: ‘nunca he visto nada similar ni en Sudamérica ni en Costa Rica. En ese momento empezamos a escalofriarnos un poco”, recordó. Eso ocurrió hace dos años y desde entonces empezó el proceso para confirmar que la ranita es única en el mundo.
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A través del biólogo Esteban Brenes, crearon un equipo de trabajo y buscaron recursos para investigar la especie. Así nació Tlaloc Conservation (en honor a la ranita), un programa dentro de Costa Rica Wildlife que está integrado por la bióloga Valeria Aspinall, el herpetólogo Juan Gabriel Abarca, por el genetista Alex Sheepack y por Twan Leenders.
Finalmente, al terminar agosto, la publicación del artículo científico le contó al mundo sobre el hallazgo… y por supuesto, que Donald tenía razón.
Conexión natural
En palabras de Donald, descubrir a la ranita fue posible por su terquedad.
“Creo que yo he sido terco en muchas cosas de la vida. No tengo ninguna formación académica, estudié hasta sexto grado y luego llevé cursos. He aprendido que el conocimiento no tiene que ser respaldado únicamente por un título. Lo que me hizo no desistir fue el hecho de que estaba completamente seguro de que era algo diferente. Costó mucho no decirle a un herpetólogo: ‘¿mirá, estás equivocado, eso no es’. Lo que más sucede es que no te vuelven a escribir. Es como que no van a gastar tiempo en alguien terco. Pero yo estaba seguro: su tamaño y canto eran diferentes”.
Tras la oficialización del hallazgo, la investigación continúa. Puede que haya más sorpresas alrededor de la ranita, que Donald asegura se puede ver gracias a tener “buen ojo”.
“Aún investigamos, pero pareciera que en el hábitat hay cuestiones físicas que indican que puede haber una coevolución con una planta que hay en el humedal. Ellas tienen las manitas acondicionadas para que puedan agarrarse de una planta navajuela y no cortarse”.
Descubrir al animal ha sido increíble para Donald y, parte de lo impresionante, es que el hallazgo pudo no haber sucedido, debido a unos cambios que se iban a realizar en el humedal. Los cambios a realizar pretendían tener un espejo de agua para potenciar la visita de las aves, pues el guía naturalista es un fanático del avistamiento de estas especies.
“Como uno de los intereses era la observación de aves y el humedal tiene mucha vegetación y plantas de agua, eso hace que no haya un espejo de agua grande. Supe que en Palo verde usaron una fangueadora que es una máquina que entra al humedal y hace que el zacate quede bajo el nivel del agua. Hice tramites con el SINAC (Sistema Nacional de Áreas de Conservación) y contratamos la máquina.
“Para poder hacerlo, el humedal tiene que tener una elevación baja de agua para que la máquina pueda entrar, cuando trajimos al experto en esto él dijo que podía hacerse. Tomamos recomendaciones para tener el espejo de agua para que aves migratorias acuáticas pudieran descender e incrementar la diversidad de la fauna en la reserva. La semana que él vino llovió demasiado fuerte. El nivel de agua subió 40 centímetros y eso hizo que la maquinaria no pudiera entrar. Por casualidad, y suerte de la ranita, ese año en que lo íbamos a hacer fue cuando yo la encontré. Eso sucedió en mayo y yo la encontré en octubre”, recordó.
Al inicio, no poder hacer el espejo de agua fue una decepción, aunque más tarde Donald comprendió que sucedió lo mejor.
“Estuvimos a punto de cometer un gran error para la conservación de la especie. Gracias a Dios porque no sucedió (lo de la fangueadora), pues me dio la posibilidad de hacer todo el proceso de investigación de esta especie”, resaltó aliviado.
Actualmente, en el Museo de la Universidad de Costa Rica, hay dos individuos de la ranita depositados, por si herpetólogos del mundo quieren venir a verla y comprobar lo única que es.
La especie se debe continuar estudiando, pero en el humedal, se buscan métodos no tan agresivos con la especie (ni Donald ni las personas involucradas en el estudio permiten prácticas como cortarles los deditos para identificarlas).
“No se ha permitido ni se va a permitir tan fácil mientras esté por aquí. Eso sí, tenemos que seguir estudiando. La ciencia es importante para poder aprender y conocer de ella”.
Por su parte, la bióloga Valeria Aspinall trabaja en métodos para calcular la población existente de este anfibio único.
La vida de un fan de la conservación
Hace cuatro años, Donald Varela Soto inició un sueño que le permite vivir de la manera que más ama. Él, junto a otras personas, se unieron para comprar el terreno donde hoy está el Tapir Valley (entre Río Celeste y Bijagua, en Alajuela). En un inmenso campo vieron el potencial para reforestar y empezar un trabajo de conservación.
Su interés por conservar es un regalo que recibió de parte de su mamá, doña Elizabeth Soto, una mujer emprendedora que siempre ha sido ejemplo de esfuerzo y trabajo para Donald, hombre que durante algunos años trabajó en Monteverde y, poco antes de empezar con su propio emprendimiento, en algunos proyectos de Bijagua.
“En un momento de la vida mi mamá me pidió que, por ella, hiciera un curso de historia natural de Costa Rica. Eso cambió mi vida. A mí me gustaba la agricultura. Siempre fui agricultor. A la edad de 18 años no había podido estudiar: tenía sexto grado de la escuela y nada más. Ella me pidió que hiciera un curso con la fundación Neotrópica de tres meses y bueno, después de esos tres meses aprendí inglés, mucha historia natural y empecé a trabajar en Monteverde”, detalló Donald, quien vive en Bijagua desde sus cuatro años y medio. Él siente que pertenece a este lugar más que a cualquier otro del mundo.
Allí ha pasado lo mejor de su vida, se casó y hoy tiene tres hijas. Cuando habla de las niñas su tono cambia: son su orgullo.
“Kira Rose Varela Kelly, de 12 años, es la mayor. Ella es una niña increíble a quien le encantan estos temas sin haberla forzado. Encontró un amor en el tema de la conservación y la biodiversidad y ahora está empunchadísima con esto. Ellie Adele Varela Kelly cumple 10 años ahorita, en octubre, ella es la segunda y es un amor de mujer. Es muy sociable, le encanta conocer gente y el arte. La menor, Julia Victoria Varela Kelly, tiene año y seis meses. Ahorita están en Australia hasta febrero. De ahí es su mamá. Hace un tiempo nos divorciamos”, confió Donald, quien además se ha capacitado en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) y con el Instituto Costarricense de Turismo (ICT).
La vida en el bosque y en la montaña es indispensable en la vida de Donald, quien usualmente usa camisa larga y sombrero para protegerse del sol; botas altas y lleva un machete en la cintura. Además, una mochila que contiene todo lo que necesita en sus aventuras… y es que su vida es una aventura. Entre pequeños pero asombrosos detalles, en los peligros de los caminos que muchas veces transita y en las satisfacciones de toparse con alguna especie, así pasa sus días en una labor que no tiene horario.
Fuera de ese mundo, Donald también gusta de los deportes: le encantan el fútbol y el ciclismo. Al hablar de lo que le gusta y le entretiene en su tiempo libre, sin darse cuenta Donald lo vuelve a hacer: otra vez está hablando de la montaña. Trabajando o disfrutando del ocio, este guía siempre regresa al mismo lugar. Allí, sin duda, es donde es feliz.
“Ha sido una bendición enorme nacer en las montañas, tener puertas abiertas para entrar a descubrirlas, a observar, a veces es solamente ir con un termo de café y compañía, si es que hay, o si no solo. Sentarse y observar. Así se aprende mucho”.
Sus palabras tienen lógica: con su estilo de vida se pueden entrenar los sentidos y, de repente, un día de tantos, descubrir una especie única en el mundo.