Desternillado de risa, don Eduardo Lizano Fait recuerda cómo una emboscada, una “cáscara de banano” que le puso el ingeniero civil Jorge Manuel Dengo a su esposa, Teresita Di Mare, lo llevó con 50 años a la primera de las cuatro ocasiones en que fue presidente del Banco Central de Costa Rica.
En 1984, a mitad de administración, el entonces presidente Luis Alberto Monge (1982-1986) reacomodó su gabinete. Dengo, su ministro de Comercio Exterior, se encargó de llamar a la compañera de vida de Lizano, con quien había contraído nupcias el 1.° de julio de 1961 y procreado tres hijas, para contarle que se hablaba de su marido como posible ministro de Seguridad. Extrañada, ella le respondió: “Eduardo no sabe ni distinguir un revólver; de eso no sabe nada”.
Entonces, el ingeniero le preguntó: “¿Y para el Banco Central?”. Sin notar la trampa, ella le dijo: “Creo que de eso Eduardo sabe algo”.
Nada tonto, el ministro, a quien el economista ya conocía durante su paso como asesor económico en el gobierno de Francisco J. Orlich (1962-1966), llamó a Lizano y le espetó: “Mirá, no me podés decir que no, ya Teresita me dijo que sí”. “Y así llegué al Banco Central como presidente”, asegura, sin parar de reír con la remembranza del año 1984, cuando el país apenas comenzaba a aliviarse de una de las peores crisis económicas.
Lúcido, siempre actualizado, sin abandonar sus caminatas mañaneras de 45 minutos ni sus lecturas dominadas por los temas económicos, este puntarenense que creció en el Paseo Colón con sus tías se convirtió en nonagenario este jueves 8 de febrero convencido de que todo lo ha disfrutado, se ha vuelto más “majadero” con la edad, no está amargado por vivir poco (a las pruebas se remite, riendo) y celebra todo lo posible porque le encanta festejar su natalicio.
Aunque no da las mismas zancadas de antes, a veces requiere un brazo amigo para superar alguna grada u obstáculo y, de pronto, no recuerda algún nombre, los 90 años lo encuentran como un hombre fuerte, que sigue aportando desde su conocimiento y experiencia, tiene una memoria envidiable y es considerado uno de los economistas más relevantes en la historia del país.
Este economista, ensayista y profesor le sirvió a Costa Rica bajo el mando de seis presidentes de la República, ha conocido a tres papas, ha participado en decenas de publicaciones e investigaciones en seis décadas, es respetado por personalidades sin distinción de partidos y sus conocimientos son agradecidos hasta el día de hoy.
Eduardo Lizano, más de seis décadas de aportes
Su pensamiento, ideas y escritos siguen siendo muy relevantes. Por ejemplo, a mediados del 2022 planteó una meta ambiciosa y deseable para Costa Rica: convertirse para el 2050 en un país de renta alta y formar parte de los primeros 25 puestos de la OCDE en ingreso por habitante.
Son aportes que escribió en el ensayo Después de la pandemia: una visión de largo plazo, aparecido bajo el sello de la Academia de Centroamérica -la cual presidió entre el 2017 y el 2021-, alejado del cortoplacismo, convencido de que “crecer más permite distribuir mejor” y de que se deben tener los objetivos claros para ir tomando acciones hacia esos fines.
Es un hombre que no para de leer y de poner en blanco y negro sus ideas cada vez que puede; de hecho, siempre ambicioso en este campo, lamenta un poco no haber logrado escribir todo lo que hubiese querido.
Tiene más de seis décadas de capturar sus planteamientos, experiencias e impresiones en libros, monografías, ensayos y artículos en prensa escrita, ya que comenzó a participar en investigaciones y a publicar desde finales de la década de los años 50, cuando regresó con una maestría de la London School of Economics and Political Science.
De soñar con ingeniería eléctrica a seguir un exitoso camino en Economía
Becado por su familia, el joven Eduardo partió hacia Suiza en 1952 luego de graduarse del Colegio Seminario con los padres paulinos. En aquella época soñaba con convertirse en ingeniero eléctrico. Ya en Zúrich, se dio cuenta de que aquel campo no era lo suyo y, gracias a los consejos de Alberto Di Mare (economista e intelectual que fue su cuñado), decidió orientar su vida hacia algo “con más perspectiva, más amplio”: las ciencias económicas.
“Una de las cosas importantes de la vida es reconocer por dónde no son las cosas”, afirma ahora, sin arrepentimiento ni recriminación alguna por su cambio y su decisión, desde una sala de visitas en el edificio de apartamentos en el que vive en Rohrmoser, San José.
Estuvo cinco años en Europa: un año en Zúrich, dos en Ginebra y otros dos en Londres. En todo aquel tiempo, no vino ni una sola vez a su tierra natal. “No es como ahora, que es más fácil viajar. Eran épocas en que se sorprendían que alguien de Costa Rica estudiara allá”, detalla. Regresó luego de que su padre, Guillermo Lizano Matamoros, marcara el momento para volver: “Bueno, muchacho, véngase a trabajar”, le dijo.
Su familia tenía un aserradero en Puntarenas y, luego, incursionó en el negocio del algodón en Guanacaste cuando adquirieron una desmotadora. “Nunca fue una actividad realmente que tomó vuelo como en Nicaragua”, agrega.
El joven economista trabajaba en el algodón durante la época seca y el resto del tiempo se dedicaba a la investigación en el instituto Desarrollo Económico de Costa Rica, que creó Rodrigo Facio en la Universidad de Costa Rica (UCR), y a dar clases en la Escuela de Economía. De hecho, laboró en la UCR hasta 1990; fueron 32 años como docente e investigador asociado e incluso director de dicha escuela entre 1980 y 1984.
Su paso por las juntas directivas de diferentes instituciones, como el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO), el Instituto de Fomento y Asesoría Municipal (IFAM) y el Banco Central de Costa Rica, le ampliaron la mirada y le permitieron conocer mejor el país, su manejo y el sector público.
Con todo ese bagaje, llegó a las puertas del Banco Central de Costa Rica en 1984, un desafío grande en una época crítica. En ese puesto, terminó la administración de Monge y siguió en la de Óscar Arias Sánchez (1986-1990), luego regresó en la de Miguel Ángel Rodríguez (1998-2002) y se quedó unos meses en la de Abel Pacheco (2002-2006) durante su primer año.
No duda en aceptar que esa fue la trinchera más complicada en la que estuvo. “Cuando yo llegué al Banco Central, la situación cambiaria estaba más o menos bajo control, pero teníamos todo el problema de la deuda externa, que fue el dolor de cabeza durante esos seis años. En esa época, no podíamos pagar; entonces, fueron años de negociar… Creían que no queríamos pagar y no que no podíamos pagar; entonces, eso llevó todo un proceso en esos seis años, hasta que llegaron a convencerse de que no podíamos pagar”, explicó con su habitual claridad el especialista, quien sacó un doctorado en La Sorbona en los años 70.
Al volver hacia atrás, la renegociación de la deuda externa pasó de ser su gran dolor de cabeza a uno de los logros que destaca en su carrera. “Terminamos en el 90. Fue algo grande y un importante trabajo en equipo”, recuerda y menciona a algunos de los involucrados en ese trabajo como Édgar Ayales, Silvia Charpentier, Fernando Naranjo y Silvia Carballo.
De sus huellas también destaca transformar “a los bancos comerciales en verdaderos bancos”, que “prestarán para lo que quisieran, decidieran a quién prestar y a quién no prestar por actividades” y la creación de un sistema bancario privado.
Eduardo Lizano, su familia, el luto y el optimismo
Él, siempre tan seguro y balanceado, no omite un arrepentimiento importante, que no tiene que ver con el plano profesional, sino familiar. “Me arrepiento de no dedicarle más tiempo a las hijas”, reconoce con franqueza.
Del matrimonio entre doña Teresa y don Eduardo nacieron las gemelas Ana Cristina y María, así como Eugenia, la única que de tanto oír sobre Economía siguió los pasos de su padre. Todas viven en el extranjero.
Cuando muestra sus fotos con su querida Teresita, su compañera inseparable durante 60 años, se le enciende una chispa en la mirada y sin titubeos afirma que fue una mujer muy buena y una gran madre. Ella falleció en setiembre del 2022, a los 89 años.
“Es muy duro, muy complicado, sobre todo porque las tres hijas viven afuera y la soledad es muy mala compañera”, confía el nonagenario cuando se le preguntó acerca del luto y el doloroso proceso después de la muerte de su pareja.
No obstante, él es pragmático, no se queja y sigue al pie de la letra las recomendaciones de su doctor. Por eso, sale todo lo que puede de la casa: a caminar, a compartir con los jóvenes de la Academia Centroamericana –es presidente honorario–, a departir con sus amistades.
“Los amigos me han ayudado: con frecuencia me invitan los sábados o los domingos a almorzar y, si no me invitan, yo me invito. Salir le ayuda a uno mucho en este proceso y también a mantener los contactos”, agrega con buen humor.
Lo que dice el apartamento del economista
En su apartamento en el octavo piso, desde cuyo balcón él invita a no perderse la espectacular vista a las montañas conocidas como La Tres Marías, sobresalen decenas de fotos enmarcadas, en especial las de su familia, y pinturas que privilegian la Costa Rica campesina y la naturaleza.
Tiene varias bibliotecas para resguardar cientos de libros en distintos idiomas sobre temas económicos y afines. A él le gusta estar informado, aunque, admite, cuesta en esta época de exceso de información; además, no le gusta estar “esclavizado” al celular y a la computadora.
Las imágenes y los textos recuerdan otra de las facetas de esta figura pública: su cercanía con la iglesia Católica, que va desde su paso por la Federación de Estudiantes Católicos, en su etapa colegial, hasta su participación como representante en el Pontificio Consejo Cor Unum (en latín, un solo corazón), organización en el Vaticano preocupada por el desarrollo social, en la que estuvo con tres papas durante una década (1974-1983). Luego, muestra con orgullo la foto en que doña Teresa y él saludan a San Juan Pablo II.
Sin que él los presuma, en su biblioteca también están sus títulos académicos y muchos reconocimientos, entre los que se pueden mencionar un premio Áncora en ensayo, el nombramiento como Officier de L’Ordre National du Mérite de Francia y el de Personalidad del Año (2005), según The Financial Times.
De la foto de los bachilleres, saca una verdad ineludible: la muerte se va llevando a sus amigos y conocidos. “De allí, solo quedamos cuatro gatos”, expresa con gran dosis de realidad y nada de amargura porque no se puede quejar de haber tenido una vida corta, manifiesta riendo.
“Esta es una época en que hago muchas cosas que antes no podía, aunque ya no puedo comer o beber como lo hacía antes”.
Allí se suele sentar a leer, frente a una escultura de José Sancho, y a pensar en Costa Rica con una visión que muchos le siguen aplaudiendo.