Corría el año de 1929 –hace 85 años– y Puntarenas empezaba a abrirse al mundo como un atractivo y fascinante destino turístico, con la llegada de artistas, escritores, compañías de circo, trenes, los barcos de vapor de todo tamaño… y hasta los primeros aviones.
Su población empezaba a experimentar un cambio significativo en su modo de vivir y el progreso era evidente, luego de que el Gobierno del presidente Cleto González Víquez volcara sus miradas y mayores esfuerzos a mejorarlo en casi todos los aspectos.
Desde el establecimiento de cañerías y las mejoras de las comunicaciones telefónicas y telegráficas, hasta la apertura de un nuevo muelle y una futura carretera Panamericana, se valoró el desarrollo del transporte aéreo, con la construcción de campos de aterrizaje para el arribo de aeroplanos para pasajeros, mercancías y la correspondencia desde nuestro territorio al orbe, y viceversa.
Por aquellos años, la agencia de correos de Estados Unidos contrató varias líneas para que colaboraran en la expansión del comercio aéreo hacia América Latina, pues el tiempo de enviarlo por barco demoraba mucho.
Una de esas firmas pioneras, que deseaba innovar y expander sus servicios a una pujante región, fue la Pan American World Airways Company , que más tarde se convertiría en una de las más poderosas del mundo, desde 1927 hasta su cese en 1991.
Dicha sociedad inauguró, a las 6 a. m. del 4 de febrero de 1929, un servicio de correo aéreo bimensual, que en la primera etapa despegó de la pista de Miami, Florida, en un vuelo de 2.327 millas a Cristóbal, un puerto adyacente al Canal de Panamá. En medio tuvo escalas en La Habana (Cuba), Belice, Tela (Honduras), el puerto de Corinto y Managua (Nicaragua), Puntarenas (Costa Rica) y David (Panamá).
Aquel primer viaje para reconocer el terreno fue dirigido por “el as de los ases de la aviación”, el Coronel Charles Augustus Lindbergh, el Águila Solitaria de fama mundial quien, en 1927, se convirtió en el primer hombre en realizar un vuelo –en solitario y sin escalas–, entre Nueva York (EE. UU.) y París (Francia). Fue una difícil misión que completó en el airoso Spirit of Saint Louis ( Espíritu de San Luis ), del 20 al 21 de mayo, en 33 horas, 29 minutos y 30 segundos.
La primera visita
Apenas ocho meses después de su histórico recorrido trasatlántico, “el artífice de las hélices y los espacios” –como lo describieron las crónicas del Diario de Costa Rica y La Tribuna – ya gozaba de los beneficios como asesor técnico de Pan American, en enero de 1928, cuando completó un tour por Latinoamérica para trazar las rutas aéreas a la región.
Vino en su Espíritu de San Luis y llegó por primera vez al país, a las 2:18 p. m. del 7 de enero de 1928, en un improvisado y primitivo aeropuerto de La Sabana, en una dinámica San José, que vivía al ritmo de los tranvías, trenes, vehículos y coches a caballo.
Aquel piloto alto y delgado, de 1,88 metros, sonrisa ingenua, firme, ambicioso y de carácter honesto y enérgico, fue objeto de recepciones, homenajes, agasajos, obsequios diversos, tés danzantes y banquetes. Hasta se le dedicó un partido de fútbol, una corrida de toros a la tica, un almuerzo, una cena y un baile suntuoso con la crema y nata de la sociedad nacional.
El ilustre visitante salió del país a las 8:44 p. m., del 9 de enero de 1928, después de 42 horas y 22 minutos en Costa Rica. Pero la segunda ocasión en que vino a nuestras tierras, en febrero de 1929, el tiempo de estancia aquí fue mucho menor: no pasó más allá de hora y 10 minutos.
Algarabía porteña
Aquella travesía de febrero de 1929 que asumió Lindy el día de su cumpleaños número 27, no la emprendió en su querido avión de un solo motor. Más bien lo hizo en un largo y potente hidroavión, que era un bimotor anfibio, modelo Sikorsky S-36 , de hélices múltiples y capacidad para ocho pasajeros, para que pudieran aterrizar en el mar, en lagos o esteros. Su des cripción en el fuselaje decía NC 8000-PAA , por las iniciales de la compañía.
Traía 40 libras de correo, cobrándose al usuario del servicio la tarifa de $0,25 por cada media onza. A bordo del citado avión, venían su copiloto y vicepresidente de Pan Am, John Hambledon; su fiel mecánico y radioperador Henry L. Buskey; y el jerarca de Pan Am, Juan Terry Trippe, quien iba como pasajero.
“El Héroe del Atlántico” arribó aquí la mañana del miércoles 6 de febrero de 1929, a las 8:20 a. m., para cargar combustible y seguir su vuelo a Panamá. Acuatizó en las aguas del estero de Puntarenas, como lo consignó una galería de seis fotos del diario La Tribuna .
El célebre aviador fue recibido con muchísimo entusiasmo por una enorme multitud, una comitiva oficial, integrada por el Ministro de Estados Unidos en el país, Roy T. Davis; el delegado del Gobierno, Coronel Francisco Bonilla; el Gobernador de la Municipalidad de Puntarenas, Enrique Rodríguez, y varias personalidades de la capital y Puntarenas.
Lindy se mostró afable y conversador. Se le ofreció una taza de café en el propio avión y aceptó. Cuando bajó a un muellecito, fue invitado a un banquete que no aceptó por falta de tiempo. Luego se brindó con champaña, pero no bebió y rehusó dejarse retratar con la copa en mano.
El piloto –que murió de cáncer a los 72 años, en 1974– partió a las 9:30 a. m., no sin antes dejar un mensaje, que consignó La Tribuna : “Ruégole transmitir mi cordial saludo al Gobierno y al pueblo costarricense. Puntarenas ofrece un magnífico futuro como centro de aviación”.
A Cristóbal, Panamá, llegó en la tarde de ese mismo día, el 6. El transporte del correo aéreo empezó así en América Central, en febrero de 1929, como punto de partida de la aviación comercial.
Costa Rica y las otras naciones tienen una deuda de gratitud con el Coronel Charles A. Lindbergh, el mismo que hace 85 años se posó en el estero de Puntarenas. revistadominical@nacion.com