“Tienes que ver lo que son los ojos de él, Pablo. Están en estado de amor puro. ¿Usted se imagina lo que debe ser un amor así? Sin el desgaste de lo cotidiano, de lo obligatorio”.
Un puñetazo en el estómago. Eso es el equivalente al punch emocional que provoca el detective Benjamín Espósito (Ricardo Darín) en la maravillosa película El secreto de sus ojos, cuando la pronuncia, con la mirada perdida, al describir lo que siente un viudo durante toda la vida por su esposa, quien fue cruentamente violada y asesinada.
“Un amor sin el desgaste de lo cotidiano, de lo obligatorio”. Ahí está el derechazo a la quijada. Porque está dicho por los siglos de los siglos amén que la rutina mata el amor, como también está dicho por los siglos de los siglos amén que el amor que se siente en los albores de una relación correspondida, puede darnos la certeza absoluta –al menos en esos primeros meses– de que aquella sensación de alborozo indescriptible no puede llamarse otra cosa que “estado de amor puro”.
¿Quién no lo ha vivido, una, 10, 50 veces? Luego suele ocurrir lo de siempre. El paso del tiempo mesura el sentimiento, en ocasiones lo hace mutar y en otras más, simplemente lo aniquila.
Y entonces vienen los cuestionamientos íntimos o compartidos con los amigos del alma. ¿Cómo se puede estar en las nubes un día, unas semanas, unos meses, pensando que no existe en el planeta otra persona capaz de provocar ese embelesamiento y que jamás se nos va a pasar, y tiempo después ni siquiera logramos descifrar qué era lo que sentíamos?
Las respuestas, posiblemente, jamás se encuentren.
Pero como el tema del amor es tan amplio como la humanidad misma, la ciencia ha puesto manos a la obra desde siempre en un intento por descifrar los mil y un misterios que rodean a ese sentimiento universal.
No, no espere llegar a ninguna conclusión lapidaria tras leer este artículo. Sin embargo, serias investigaciones intentan fundamentar algunas verdades y mitos del amor.
La revista Entre Mujeres , del diario argentino Clarín, fue una de las publicaciones que recientemente y con motivo de la cercanía del Día del Amor y la Amistad, este 14 de febrero, recopiló “Las 10 verdades y mentiras sobre el amor”, obtenidas a través de resonancias magnéticas y otros estudios sobre mitos populares.
Por ejemplo... ¿existe el “amor a primera vista”?
“Ciertamente, el ‘flechazo’ existe para la ciencia”, explicó a esa publicación Agustín Ibáñez, experto en psicología experimental y neurociencias.
“Sistemas de neurotransmisores que activan el circuito del placer (como la dopamina) pueden activarse rápidamente ante una persona que resulta atractiva, produciendo una sensación de bienestar y apego. Salvando las distancias, en el amor a primera vista interviene el sistema de recompensa, el mismo que se activa en las adicciones, y produce una sensación de placer no demorada. El atractivo físico, la fijación de la mirada, la simetría facial, la inteligencia en el hombre y la relación cintura-cadera y la edad en las mujeres actúan como inductores de la experiencia de flechazo”.
¿Es ciego el amor?
La frase es de cuño popular y a menudo se usa cuando se considera “incomprensible” lo que une a una pareja dispareja.
Lo cierto es que la aseveración no está nada lejos de la verdad. Estudios de los investigadores británicos Andres Bartels y Semir Zeki que observaron los cambios cerebrales de las personas enamoradas a través de una resonancia magnética funcional, hallaron que algunas regiones del cerebro se activan cuando uno ve la foto de la persona que ama.
Ellos concluyeron que el amor romántico activa dos procesos cerebrales que favorecen a quien esté enamorado: por un lado, se activan centros de placer y apego, y por el otro las emociones negativas tienden a reducirse ante la observación de estímulos provenientes de la persona amada. Es decir, se potencia lo positivo y se tiende a minimizar lo negativo.
Efecto adictivo
Esa sensación casi inexplicable que dicen (o decimos) sentir todos cuando nos enamoramos locamente, también tiene una explicación científica.
La antropóloga canadiense Helen Fisher es una fuente de consulta obligada en el tema.
“El amor no es una emoción, sino un impulso, una necesidad fisiológica para el ser humano”, ha afirmado Fisher, quien lleva dedicándose a la investigación del amor más de 30 años.
De acuerdo con un artículo publicado en The Huffington Post, se sabe que cuando se está enamorado, la dopamina que se libera provoca sensaciones como euforia, deseo, satisfacción y placer... exactamente las mismas que provocan en el cerebro el alcohol, el tabaco y otras sustancias adictivas.
Fisher razona que el sufrimiento que se genera cuando se termina una relación amorosa, cuando a veces hasta la persona más equilibrada parece perder la cordura, se debe a la falta de dopamina. Es decir, el desamor no sería otra cosa que una suerte de “síndrome de abstinencia” igual al que sufren quienes dejan de estimular su cerebro consumiendo licor, medicamentos o cualquier otro tipo de droga.
La conclusión puede ser tan aguafiestas como esperanzadora –sobre todo para quienes están sufriendo una desventura amorosa–, pues desnuda la sensación de amor soñado como tal al atribuirlo a un proceso químico pero, a la vez, ofrece esperanza de que el golpe pasará una vez que se supere el síndrome de abstinencia.
Todo un tema y toda una polémica, obviamente.
Infieles ¿sin culpa?
Uno de los estudios que más roncha provocó al darle la vuelta al mundo en el 2008, fue el del Instituto Karolinska de Estocolmo que concluyó que la culpa de la infidelidad en los hombres no la tienen los “Casanovas” modernos, sino un gen con el que nacen.
Se trata del “alelo 334”, que gestiona la vasopresina, una hormona que se produce naturalmente, por ejemplo, con los orgasmos.
Como lo informó este diario en su momento con base en informaciones de agencias, los científicos suecos concluyeron que los hombres dotados de esta variante del gen son “inapropiados” para sostener una relación monógama.
Como ironizó el diario español El Mundo, “si los cuernos siempre han tenido excusas, a partir de ahora hay una que les cae de perlas: ‘Cariño, la culpa la tiene el alelo’”.
El caso es que este se encarga del receptor de la arginina vasopresina, que es una hormona básica y que está presente en el cerebro de la mayoría de los mamíferos, según la investigación.
El impacto del descubrimiento estribó , según explicó Hasse Walum, uno de los responsables de la investigación, en que “es la primera vez que se asocia la variante de un gen específico con la manera en que los hombres se comprometen con sus parejas”.
Eso sí, los hombres de ciencia se curaron en salud al advertir que los resultados del estudio no equivalen a estar “condenado” a fracasar en una relación de pareja, pero sí a que aumente la probabilidad de que ocurra y de que sea más infiel.
Fecha de caducidad
“Todas las parejas que completen dos años de relación verán, inevitablemente, que su pasión sexual empieza a enfriarse sin explicaciones ni soluciones”. Eso aseguró un equipo de investigadores de la Universidad de Pisa (Italia), en el 2006.
Este es parte de uno de tantos estudios que empezaron a pulular en la década de los 80, cuando analizar “la ciencia del amor” se convirtió en una tendencia.
La investigación mencionada que la sustancia de la pasión había sido sustituida por la “hormona de la ternura”, la oxitocina, en aquellas parejas que tenían varios años de convivencia.
De acuerdo con varias informaciones recopiladas por BBCMundo en los últimos años, “los amantes juran que sus sentimientos son eternos, pero las hormonas cuentan otra historia”. Al menos así lo aseguró en su momento la psiquiatra italiana Donatella Marazziti, directora del estudio.
Otra investigación, realizada hace por Cindy Hazan, de la Universidad de Cornell en Nueva York (Estados Unidos), coincidió con Marazziti. Tras entrevistar y estudiar las reacciones químicas sexuales de 5.000 personas de 37 culturas diferentes, Hazan aseguró que el amor “tiene un tiempo de vida tan largo como para que dos personas se conozcan, copulen y tengan un hijo”.
Según este estudio, los seres humanos se encuentran biológicamente programados para sentir pasión mutua entre 18 y 30 meses, después de haber iniciado una relación.
Estas aseveraciones podrían explicar o más bien respaldar otras “verdades populares”, como la que reza que “la rutina mata el amor” o bien, que los amores imposibles son los únicos verdaderos porque cuando se realizan, tarde o temprano se enfrentan a la realidad y la idealización del ser amado se desvirtúa.
Para colmo, varios estudios realizados en diversas partes del mundo coinciden en que sensaciones físicas como la sudoración excesiva, el temblor en las piernas y el tartamudeo, entre otras, se producen por los flujos de neurotrofina, feniletilamina, dopamina y otras sustancias químicas que se activan en los cerebros de las personas que sienten una fuerte atracción mutua cuando se están conociendo.
Por supuesto, las versiones contrarias que provienen de psicólogos y expertos en comportamiento humano, también abundan.
Se trata de quienes adversan la corriente llamada “biologismo radical”.
El experto español Carlos Pol, psiquiatra con una maestría en sexología, aseguró al diario El País que “en los últimos 22 siglos, la pasión ha dominado al mundo. Me parece absurdo y radical que ahora unos sabios quieran medir erotismo, sexualidad y sensualidad. Es cierto que estas sustancias químicas se activan por la atracción, pero lo intangible no tiene medida. Esto es biologismo fundamentalista que, al convertirse en noticia, produce más equívocos que satisfacciones”.
Pues bien, como se advirtió en el arranque de esta nota, las conclusiones terminantes brillan por su ausencia y prácticamente quedamos donde empezamos. Más allá de las teorías e investigaciones científicas y de las opiniones ajenas, cada quien siente y vive el amor de una forma única. Lo que sí podría asegurarse, sin temor a errar, es que no existe ciencia alguna capaz de persuadir a dos personas que se están empezando a amar con locura, de que la ciencia está detrás de sus sensaciones y sentimientos.
Solo esa certeza es capaz de botar cualquier teoría y creer realmente en el amor. Efímero, talvez. Pero amor puro, en el momento, al fin y al cabo.
Un puñetazo en el estómago. Eso es el equivalente al punch emocional que provoca el detective Benjamín Espósito (Ricardo Darín) en la maravillosa película El secreto de sus ojos, cuando la pronuncia, con la mirada perdida, al describir lo que siente un viudo durante toda la vida por su esposa, quien fue cruentamente violada y asesinada.