En este artículo, la palabra “pacientes” se menciona cinco veces; la palabra “hospital”, siete; las palabras “juntos” y “novio”, en tres ocasiones cada una; los términos “ amor ” y “locura”, empatan con dos, y “felicidad” aparece una vez, al final.
Acá se cuenta la historia de Aldo y Lucía, de cómo se enamoraron, de su relación secreta y de lo que sienten el uno por el otro.
La primera vez que se vieron fue hace seis años, en el taller de confección de piñatas.
“Dicen que es mentira que cuando uno ve a una persona por primera vez se enamora, pero en mi caso así fue.”
–¿Y qué hiciste?
– Nada. No le podía hablar porque me gustaba tanto que me ponía nervioso– cuenta Aldo muerto de risa.
Aldo tiene 32 años, se apellida Calderón y viste una jacket que lo protege del fuerte viento que pega en Pavas. Arrastra las palabras y habla con lentitud, pero, a la vez, con un tono natural y sincero.
“Siempre nos topábamos en el bus hacia San José, cuando salíamos del hospital. Yo empecé a acompañarla a la parada del bus de ella, el que la llevaba a la casa…”.
–Entonces, ¿ya le hablabas?
– No, solo nos cruzábamos palabras cuando yo le preguntaba si quería que la acompañara, y ella respondía…Así duramos un año.
–¿Un año?
– Sí– ríe– es que siempre he sido muy tímido; recuerdo que me quedaba hablando frente al espejo, practicando, para darme valor.
– Bueno, pero al fin lo lograste.
– No, al final ella me llamó aparte y me preguntó que si quería ser su novio, obvio que yo le dije que sí.
Eso sucedió hace cinco años. Desde entonces, Aldo y Lucía están juntos. Siempre que pueden, “marcan” en los jardines del hospital, se quedan de ver en el parque España o en el Morazán, han ido al cine, al Parque de Diversiones y a comer a KFC.
A veces, Lucía va a la casa de Aldo, pero Aldo nunca va a la de Lucía pues los padres de ella le prohíben tener novio. Lucía tiene 28 años y su nombre no es Lucía, este es un seudónimo para evitar que su mamá y su papá –sobre todo su papá– se den cuenta de su relación.
–¿Cinco años juntos y no se han dado cuenta?
– Yo creo que sospechan…, pero igual ellos no leen La Nación , entonces no hay problema– dice con sinceridad la muchacha.
Lo de ella no fue amor a primera vista. Aldo le fue gustando a poquitos, le gusta “porque es lindo” y porque la trata bien.
Aldo y Lucía conceden esta entrevista en un poyo de un jardín del Hospital Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí , lugar donde se conocieron, formalizaron su noviazgo, se dieron su primer beso, y están la mayor parte del tiempo juntos.
Ambos son pacientes del hospital de día, un servicio ambulatorio en el cual personas con padecimientos mentales asisten para recibir capacitaciones y talleres que potencian sus habilidades.
Aldo acude a ese servicio desde hace siete años, luego de que su médico se lo recomendara tras su segunda crisis de esquizofrenia, debido a la cual debió ser internado. Lucía viene desde hace diez años. Ella también ha debido ser internada para recibir tratamiento médico, pero como es mucho más callada que su novio, no da detalles.
Mientras cuentan la historia de su amor, en pleno ventolero de febrero, él pone la mano sobre la rodilla de ella y la deja ahí hasta que se acaba el relato.
La palabra prohibida
En el Hospital Psiquiátrico la palabra “locura” está prohibida. De hecho, la dirección del centro médico condicionó los permisos para realizar este reportaje a que no se utilizara ese término en el título, y rechazó toda apelación planteada.
Una vez pasado ese filtro, el doctor Daniel Ureña, coordinador del Servicio del Hospital de Día, explica que la institución trabaja para derribar estigmas y estereotipos, que quiere dejar atrás esa imagen de “asilo” , y dinamizar su labor de reinsertar en la sociedad a personas con problemas mentales, así como promover que se les respeten todos sus derechos.
Internados en el Psiquiátrico hay pacientes de dos tipos: aquellos que presentan alguna crisis, los cuales ingresan, son tratados y luego regresan a sus casas y a vidas normales; y los de larga estancia, que presentan condiciones más complejas, por lo que no se han podido ubicar en un alberge o con sus familias. De estos últimos, hay unos 200 pacientes.
Por el contrario, los 120 pacientes que asisten al hospital diurno no están internados. Son personas que, debido a su discapacidad mental, no han concluido sus estudios y no son contratados en trabajos remunerados. En dicho servicio ambulatorio, se pretende ayudarles a desarrollar habilidades vinculadas con la puntualidad, la responsabilidad y el respeto por medio de talleres de reciclaje y de carpintería, entre otros.
Al estar socializando todas las semanas, los pacientes tejen relaciones de amistad, que –como ocurre en un colegio, universidad o centro de trabajo– pueden conducir a noviazgos y matrimonios (ver nota aparte).
“Las relaciones que se forman acá no son tan distintas a las que se construyen en otros lugares. Algunas son muy estables; otras son pasajeras, con la etapa de enamoramiento y los problemas que implica cualquier relación. Algunas duran tres meses; otras, años. Está el que anduvo con una y luego anda con otra; hay parejas que cortan y regresan…”, detalló el médico.
Sin embargo, en muchos casos, como sucede con los padres de Lucía, persisten mitos y estereotipos sobre las capacidades de la gente con padecimientos mentales , y estos nutren la idea de que tales personas no pueden entablar una relación afectiva.
“No se lo permiten porque se creen con derecho sobre la persona que tiene una discapacidad… Pero lo cierto es que tienen toda la capacidad para construir una relación, disfrutar y amar”.
Enamorado
Aldo no titubea al decir que está enamorado de su novia. Cuenta que ella le cambió la vida y que solo saber que ella existe lo hace derrotar las depresiones que a menudo lo acechan.“Nada me alegraba hasta que la conocí. Me siento bien desde que amanezco porque sé que tengo una persona que me quiere”. La pareja planea casarse, pero, por lo pronto, disfrutan de su compañía mutua y se sienten felices.
–¿Qué es la felicidad ?– les pregunto.
– Es cuando estoy con él– responde Lucía, de forma escueta, como acostumbra.
– Verla a ella feliz– contesta él.