“La pandemia llega y nadie se esperaba una situación como la que hemos llevado durante todo el año. Yo pensaba que era por unos dos o tres meses y había que manejarlo. Ha sido muy difícil, porque yo tengo varias enfermedades crónicas y no dejaba de sentir angustia.”
Así habla Aracelly Salas, una diputada del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) que ha tenido que hacer frente no solo al hecho de, como congresista, mantenerse casi constantemente en sus funciones, sino también lidiar con padecimientos que la han obligado a ausentarse constantemente.
El coronavirus, que llegó al país el 6 de marzo del 2020, no solo la puso en jaque a ella, sino también a personas muy cercanas a ella. A alguno de ellos, se lo llevó para siempre.
Salas forma parte de los 57 congresistas que, durante el primer año de la pandemia, han tenido que ir gambeteando, de aquí para allá, los embates de la covid-19 en el país, en la Asamblea Legislativa, en sus despachos y en sus familias.
El Congreso ha pasado por varias etapas que ha tenido que quemar en diferentes espacios: primero en su antiguo plenario, donde la poquísima distancia entre los diputados los ponía en riesgo y encendía las alarmas constantemente.
La primera de esas etapas se dio en medio de un frenesí de temores, de incertidumbre y de urgencias. Apenas si les dio tiempo, en las dos primeras semanas de llegado el virus al país, de correr un poco las curules viejas, para no estar uno encima del otro, y apresurarse mañana y tarde, incluso sábados -lo que es muy inusual para diputados- para aprobar las primeras leyes para afrontar la pandemia.
El primer campanazo legislativo se dio cuando tomaron acciones, el 16 de marzo, para posponer el pago del impuesto sobre la renta a trabajadores independientes y empresas, a la vez que los legisladores aprobaron sesionar en otra sede, “en caso de emergencia”.
Ese mismo día, cinco diputados se retiraron a sus casas, como medida de prevención: entre ellos, la socialcristiana Aracelly Salas y Mario Castillo, del Partido Acción Ciudadana (PAC), el congresista de mayor edad.
Cinco días después, el plenario completo abandonaría la que fue su sede por 62 años, para moverse a al auditorio del Museo de los Niños y comenzar allí una vorágine de discusiones.
A partir de ese momento, en la antigua Penitenciaría Central se establecieron estrictas medidas para salvaguardar la salud de los congresistas y del personal legislativo: higiene, distancia y nulo contacto.
Allí permanecieron por casi dos meses. Todas las negociaciones que llevaron al restauracionista Eduardo Cruickshank a la Presidencia legislativa y a la derrota de Pablo Abarca, de la Unidad, tuvieron un marco bimodal: a veces cara a cara, a veces virtuales.
Todavía para esa época las mascarillas no habían hecho acto de presencia. Algunos más precavidos, como el liberacionista David Gourzong, empezaron a portarlas y aquello generaba extrañeza entre sus colegas y la prensa.
Paulatinamente, los diputados fueron adoptando la moda de los escudos faciales o, a veces, los guantes. Las violaciones de la distancia social eran constantes.
Eduardo Cruickshank recuerda que para ese momento, y todavía bastante después de iniciada su presidencia, la Asamblea funcionaba si acaso en un 20%, porque ninguna comisión estaba trabajando.
“El anterior presidente (Carlos Ricardo Benavides, PLN) hacía una serie de reuniones virtuales, con las distintas jefaturas de fracción. Se veían proyectos muy específicos, se discutían a través de esas sesiones, que no tenían ninguna formalidad. Luego, había que reunirse, jefas y jefes, para aprobar lo que se había discutido”, recuerda el jerarca.
Cruickshank cree que eso era sumamente lento y los llevaba a discutir un proyecto por día. El plenario solo se reunía tres veces a la semana, casi no había discusión o muy poca; solo iban a votar y aportaban sus intervenciones por escrito, para que entraran en el acta.
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El regreso a Cuesta de Moras
“Yo tomé la decisión de hacer que regresara la Asamblea a su sede original. Con covid o sin covid, la Asamblea debe funcionar”, sentencia el presidente del Directorio.
Pocos días después de iniciado su mandato, y pese a todas las presiones y reclamos de los congresistas para mantenerse alejados del salón viejo, pequeñito y que generaría incomodidad, el plenario reinició labores en Cuesta de Moras el 11 de mayo.
“Hubo algunas fuerzas que intentaron, a través del Ministerio de Salud, que no se autorizara el funcionamiento, para obligarnos a permanecer en el Museo o buscar otras alternativas. Todas tenían problemas de conectividad para la necesaria publicidad”, recordó Cruickshank.
A regañadientes y casi bajo protesta, las fracciones volvieron a su recinto natural, pero de una forma poco usual: las hileras de curules se modificaron, se amplió el espacio entre ellas y se pusieron varias en el centro, por lo que los congresistas parecían alumnos en un gran salón de clases.
Casi nadie estaba cómodo. “Todos los días teníamos alguna intervención de alguien diciendo algo, oponiéndose. Hubo ocurrencias, como decir que teníamos que remover los vidrios de seguridad que hay entre el plenario y la barra de público, pero no se podía”, recuerda Cruickshank,
“Había mucho temor hacia el covid, toda la gente tenía mucho temor, pero por lo menos cumplían con las disposiciones sanitarias”, dice.
El presidente considera que el ánimo de muchos diputados y diputadas, su inteligencia emocional y su carácter se vieron afectados por esa situación.
“Estaban muy sensibles y casi que cualquier cosa pequeña que sucedía en el plenario, no inherente al covid, servía o se utilizaba para dimensionarlo más allá del tamaño que tenía, precisamente por ese estado de ánimo que imperaba entre muchos”, comenta.
Así lo reconoce Aracelly Salas, quien narra que la Asamblea siguió “trabajando sin parar” y que ella estaba muy alerta a todo lo que pasaba a su alrededor, la gente que entraba en su despacho, o si ella visitaba a alguien.
“Psicológicamente uno se afecta. Yo confieso que estuve muy afectada en varias oportunidades. Tuve que salir (de labores) varias veces. Algunas veces por recomendación médica, a veces con temperatura, pero yo siento que de la misma angustia. Sin embargo, el trabajo parlamentario no se paralizó en ningún momento”, recordó.
La socialcristiana califica este año de pandemia como sumamente complejo y considera que la situación sigue siendo difícil. “Pero con menos estrés, ahora tenemos más información, sabemos cómo estar en un lugar, en qué momento salir”, aseveró.
El contagio, el aislamiento, la pérdida
Poco a poco se han ido contagiando y se han tenido que aislar varios diputados de todas las banderas políticas, porque la covid-19 no distingue entre oficialismo y oposición, jóvenes y mayores. Tampoco distingue entre diputados y la otra Asamblea Legislativa: la de los empleados, los técnicos, los ujieres y los oficiales de seguridad.
La pandemia trajo pérdidas, sobre todo de familiares de los diputados y de los empleados parlamentarios.
Aunque a muchos trabajadores del Congreso la emergencia sanitaria los obligó a irse para la casa, a seguir laborando de lejos, a otros más bien les demandó más horas de trabajo en las instalaciones legislativas, para cubrir a compañeros aislados o enfermos por el coronavirus.
José Manuel Jaubert, “solo Jaubert”, como lo conocen en el área de Seguridad, cuenta que la pandemia incrementó bastante el trabajo en su departamento. Relató que cuando aislaban a un compañero contagiado, a veces también tenían que irse hasta nueve personas más por prevencion, lo cual obligaba a cambiar horarios y trabajar jornadas de hasta 12 horas.
“Por las funciones que realizamos, tenemos que dar seguridad a las instalaciones y, por ese lado, no se rebajó el trabajo, más bien aumentó”, explica este supervisor de seguridad parlamentario.
Además, en un departamento donde la camaradería, las bromas y la cercanía es fundamental, pan de todos los días, el coronavirus lo cambió todo para siempre. Ya no hay abrazos, apretones de manos, ni besos de saludo.
También es un grupo de empleados de cuidado: varios de ellos son mayores y tienen factores de riesgo importantes, lo que llevó a hacer cambios en muchas funciones para evitar cercanía y contagios.
Uno de los brotes más fuertes del SARS-CoV-2, el virus causante de la covid-19, se generó en el Departamento de Comisiones, donde laboran las técnicas que son fundamentales para el trámite de los proyectos de ley.
Para octubre del 2020, en la época de la gran mudanza al nuevo edificio del Congreso, casi medio centenar de funcionarias debieron aislarse cuando aparecieron varios casos.
La Asamblea no solo encendió sus alarmas por la afectación a sus empleadas, sino también por el impacto de esta situación sobre el trabajo de las comisiones que tramitan proyectos, varios de ellos de una importancía crítica para el combate de la pandemia, como los presupuestos que se revisan en la Comisión de Hacendarios.
Parte de esos problemas se han tratado de solucionar mediante la implementación de las sesiones virtuales en las comisiones, tal como explica la jefa del Área de la Comisión de Económicos, Nancy Vílchez.
“No es fácil (el trabajo a distancia). Hay más trabajo todavía, todos los asesores, internos y externos, tienen tus números de teléfono, te llaman a cualquier hora, piden información y tenés que tener todo a mano. Es un poco difícil”, relata.
Vílchez cree que la vida legislativa cambió para siempre con la pandemia, porque ahora hay más flexibilidad para trabajar en la casa o en la oficina, lo mismo que en la forma de hacer las sesiones de los órganos parlamentarios.
“Siento que cambió para siempre, porque al tener la flexibilidad virtual, vamos a tener sesiones así y el trabajo no se detiene”, comenta.
Para Vílchez, estar tan cerca de un posible contagio implicaba una preocupación adicional, pues ella es sobreviviente de cáncer. “Eso te dice: ‘mirá, sos de riesgo, qué peligro, cuidado’. Ahora me cuido mucho y, con el paso del tiempo, voy asimilando más la enfermedad de covid-19, sin dejar de cuidarme”, apunta.
Jaubert afirma que muchas situaciones sufridas por el personal del Congreso han dejado marcas profundas durante este primer año de pandemia.
“El papá de una compañera, que murió por covid-19. Uno dice que no le va a pasar, pero nadie está exento. A mí me tocó aislamiento una vez”, explica.
La diputada Aracelly Salas también sufrió una pérdida, por culpa de la pandemia.
“Fue durísimo llegar (...). Toda la vida me enseñaron a compartir lo que tengo. Iba llegando a una casa, de gente que es como mi familia, como mis hermanos. No se me permitió ir, como a 200 metros llegué y estaban cerrando con cinta el lugar.
“Resulta que había alguien con covid-19. Nunca imaginé que era la casa donde yo visitaba. Lamentablemente, una semana después, esa persona había fallecido. Eso me marcó para siempre”, relata Salas.
El éxodo y los cierres
Para un técnico de la TV Legislativa podría ser bastante inusual tener que trabajar a distancia, pero a Mauricio Rojas le tocó quedarse en casa, primero por una medida de precaución tomada por su departamento, pero luego porque él y su esposa se enfermaron de covid-19.
Rojas ha conocido la tragedia de cerca, pues dos años antes de la pandemia perdió a su hija mayor. A mediados del 2020, también perdió a un hermano.
Sin embargo, la pandemia trabajo a su hogar nuevos retos y preocupaciones. Primero, tuvo que ingeniárselas en su casa para poder editar desde su casa los videos de las sesiones celebradas por los diputados en el Museo de Los Niños y, luego, cuando contrajo el virus, no pudo participar en la mudanza al nuevo edificio legislativo.
“Es algo vacilón, porque vos no sabés qué te va a dar. No sabés en sí qué es la enfermedad”, dice y recuerda que él no está acostumbrado a teletrabajar y tuvo que hacer un montón de cambios, entre ellos aumentar la velocidad del Internet de su vivienda.
Mientras tuvo el covid-19, no pudo entonces trabajar y aplicó todos los protocolos obligatorios de distanciamiento para evitar que su hijo menor se contagiara.
“Cuando estás enfermo, hay días que no querés levantarte. Nosotros habíamos perdido una hija, y luego viene esto. Mi hijo, al ver las noticias, tantas muertes, ese bombardeo, los informes del ministro (Daniel Salas), tal vez él decía: ‘se me van mis papás’. A él le afectó. Escuchábamos que lloraba por las noches y nos decía que no pasaba nada, él se lo guardaba”, relata Rojas.
El éxodo al nuevo edificio de la Asamblea implicó muchísimos nuevos retos, no solo por el acomodo, sino también por la pandemia y las medidas que esta demanda.
No han sido pocos los casos de contagio que se han dado en la actual sede, pero tampoco ha sido necesario aplicar un cierre total.
En realidad, el Congreso se detuvo muy pocas veces durante el último año. En julio del 2020, los diputados se acogieron a su tradicional receso de medio año.
Luego, en los días en que Eduardo Cruickshank se contagió de covid-19, tomaron la decisión de adelantar su descanso de fin de año, que iba a empezar el 18 de diciembre. En medio del temor y las ganas de irse a vacaciones, cerraron puertas el 15 de diciembre.
El único cierre directamente vinculado con el coronavirus se dio a finales de enero, por una semana, cuando el contagio del diputado Gustavo Viales, del PLN, generó preocupación y no solo llevó al cierre de todos los despachos, sino que también puso bajo aislamiento preventivo a dos ministros: Geannina Dinarte, de Presidencia, y Elian Villegas, de Hacienda,
Aunque la mayoría de instituciones y empresas privadas han tenido que explorar sus posibilidades de virtualizar su trabajo al ciento por ciento, la Asamblea se ha resistido y los diputados han encontrado formas de mantener sus labores presenciales.
Inclulso, muchos legisladores ya se acostumbraron a la presencialidad, a volver a la negociación, al trabajo presencial.
“Hoy en día muchos costarricenses le han perdido el temor al covid, porque se han dado cuenta de que la mayoría de personas contagiadas son aintomáticas o les da levemente, y es un porcentaje mínimo que termina en cuidados intensivos u hospitales. La gente ha descuidado mucho las medidas que antes cuidaban muchísimo”, asegura Eduardo Cruickshank.
Aracelly Salas cree que se trata de un aprendizaje, porque dice que a pesar de estar en un edificio con todo nuevo, con salones enormes, aún es un riesgo estar presencialmente en la Asamblea.
“Acá convivimos todos. Nos encontramos en los ascensores, en el cafetín. No es cierto, no se guarda la distancia. En una mesita pequeña vemos seis o siete diptuados sin mascarilla, compartiendo el café. Sigue el aprendizaje, sigue siendo duro. Quedará para la historia, esta pandemia, no solo en la Asamblea”, agrega la socialcristiana.