En solo tres meses, el aeropuerto internacional Juan Santamaría pasó de ser un “hormiguero” a convertirse en un sitio prácticamente desierto. Pasó de estar abarrotado de pasajeros a llenarse de dolor.
En enero del 2020, por esa terminal área transitaron un total de 551.664 viajeros tanto de entrada como de salida. En febrero fueron 476.720. Ya en marzo habían bajado a 330.776 y en abril del año pasado la caída llevó esa cifra a solo 4.766 personas.
La baja en el tránsito también es caótica si se comparan meses del año pasado con los del 2019. En abril del 2019, por ejemplo, transitaron por el edificio alajuelense un total (entrando y saliendo) de 464.390 pasajeros; en el mismo mes del año pasado fueron los mencionados 4.766, para una caída del 99%.
La dramática caída en el tránsito de personas por la terminal aérea, ante las medidas de cierre de fronteras por la pandemia, puso en jaque al administrador del aeropuerto Juan Santamaría, la empresa Aeris, y a todos quienes dependen de las actividades en la terminal, como comercio, taxistas y servicio de traslado de maletas.
¿En que derivó tal crisis? En una situación caótica que los representantes de los sectores del aeropuerto describen con voz quebrada. Fue una sensación de impotencia, pues ante ello prácticamente no se podía hacer nada.
Aeris, la empresa gestora o administradora del aeropuerto, tenía que cumplir con el contrato y, por tanto, mantener el servicio abierto: Eso derivó en pérdidas por encima de los $1,6 millones mensuales, lo cual obligó a acudir a las reservas que estaban destinadas a financiar obras en la terminal.
Las familias de los transportistas o taxistas recurrieron a la venta de comidas casa por casa y a poner sus vehículos color naranja en las filas de los taxis rojos, luego de conseguir un permiso provisional del Consejo de Transporte Público (CPT). Los ingresos incluso para alimentarse habían caído a cero.
En el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), se lanzó una campaña para asistir a los empleados de las tiendas libres, pues ante el cierre de esos comercios se acudió al cese de contratos y a otras figuras laborales.
La reanudación paulatina de vuelos a partir del 1.° de agosto del 2020 también significó una muy lenta recuperación para quienes tienen un ingreso que depende del Juan Santamaría.
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En este momento, al tercer mes del 2021 y a un año de la detección del primer caso del nuevo coronavirus en Costa Rica, los transportistas del aeropuerto siguen divididos en grupos, para trabajar día de por medio.
Entonces, cuando les corresponde laboran a veces una extenuante jornada de 6 a. m. a 2 a. m, del día siguiente.
¿Por qué? Porque el tránsito aéreo se ha recuperado apenas alrededor del 30% y en algunas ocasiones el pago por los servicios que realizan si acaso alcanza para sufragar el gasto de sus comidas mientras trabajan, dijo Carlos Andrés Jiménez, miembro del Consejo Director de la cooperativa Coopetranstura.
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Iba a ser un buen año...
Con voz quebrada, Rafael Mencía, director ejecutivo de Aeris, recuerda cómo en pocos días se vino abajo lo que se presentaba en enero y febrero como un año récord para el Juan Santamaría.
Una caída del 99% en la cantidad de pasajeros en tránsito llevó a algo para lo cual nadie podía esta preparado. Aeris buscó la manera de reducir los costos de operación que normalmente son de entre $2,6 y $2,7 millones al mes y los llevó a entre $1,6 y $1,7 millones mensuales.
La terminal aérea se mantuvo en operación, con pérdidas al mes de al menos $1,6 millones, porque hay un compromiso en el contrato de gestión en ese sentido, además de que el país debía importar urgentemente alcohol, mascarillas y otros implementos (carga aérea) y también iban y venían vuelos humanitarios.
Durante los primeros meses de apremio, la reducción del salario de los gerentes y directores permitió mantener el resto de la planilla, pero Mencía dice que en agosto ya fue insostenible y debieron despedir a 22 trabajadores de los 250 de Aeris.
Los contratos con los comercios del lugar se redujeron al cobro mínimo y se les dieron facilidades de pago, pero por el contrato estos no se lograron suspender del todo, pese a que a los arrendatarios se les redujo también a cero la operación.
Pese a los ajustes, un 80% de las reservas por una buena operación del aeropuerto antes de la pandemia ya se gastaron. Y se siguen consumiendo, pues no está cercano el momento de volver a los volúmenes de tránsito del 2019.
Solo siete de 200 colaboradores
Solo siete de los 200 colaboradores de Morpho Travel Retail, empresa del Grupo Britt administradora de la tiendas en el Juan Santamaría, se mantuvieron en sus cargos en el momento más caótico por el impacto de la pandemia.
A los afectados se les entregó un subsidio, se les pagaron todas las garantías, pero no se pudieron mantener en sus puestos, pese a los dibujos diarios de escenarios que realizaba el equipo especial de emergencia creado por la firma para enfrentar la crisis.
Adriana Echandi, CEO o gerente general de Morpho, dijo que con las ventas prácticamente en cero resultó muy complicado transmitir al equipo las decisiones extremas. Se aplicaron todas las posibilidades: suspensión laboral, reducción de jornadas y despidos.
“Muchos de los colaboradores colgaron su uniforme en el guardarropa, con la esperanza de recibir la llamada para volver”, relató Echandi. No ha sido fácil: hasta febrero se habían recontrado 30 personas y las buenas ventas de diciembre auguraban un repunte en el programa para llamar a los colaboradores.
Pero la pandemia no ha terminado y las medidas de Estados Unidos y algunos países europeos exigiendo requisitos al ingreso a sus territorios, se trajo abajo de nuevo la recuperación. Las cifras de tráfico aéreo de febrero comprueban el problema.
La situación con los proveedores planteaba otra difícil escenario para Morpho. La empresa decidió no pagar de una sola vez todo lo pendiente y lo poco que se podía comprar, sino dividirlo en tractos, para que esas pequeñas empresas tuvieran al menos un ingreso.
Así que la mayoría de los colaboradores sigue con el uniforme colgando, a la espera de la llamada, mientras los suplidores añoran el aumento de las ventas.
El dilema de los taxis naranja
Aunque al final fue un gran alivio para los transportistas, la decisión del CPT de autorizar a los taxis del aeropuerto para operar en las ciudades tuvo al inicio sus obstáculos.
Carlos Andrés Jiménez no esconde la tristeza al contar cómo el usuario simplemente se “brincaba” hacia atrás para abordar un vehículo rojo, cuando en la fila de taxis estaba uno de ellos de primero.
Mientras eso sucedía, las familias de los transportistas tenían que alimentarse. Como algunos de ellos tienen microbús y porque en otros casos no se optó por la opción aprobada en el CTP, debieron acudir a la preparación y venta de comida casa por casa, transportándola en los taxis.
Jiménez agradece a algunas empresas privadas que acudieron en ayuda de quienes tienen microbús y les contrataron para transporte de personal. Pero no fueron todos.
Sí fueron todos los transportistas del aeropuerto los que vieron caerse un trabajo normal, tranquilo y seguro, que les permitía llevar siempre el sustento a sus hogares.
Hoy muchos de ellos ven cómo los bancos los acorralan con el cobro de la mensualidad por el carro, aunque sus ingresos no les alcanzan ni para mantener al día la concesión del taxi.
Por eso, claman para que la parte gubernamental les ayude a gestionar una nueva prórroga en sus pagos, y así evitar perder vehículos y concesiones del servicio, advirtió Jiménez.
¿Y el ‘duty free’?
Los 80 empleados de las tiendas libres de Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) afrontaron una reducción del 75% en su jornada laboral, en vista del cierre de esos negocios en los aeropuertos.
Se llegó a este extremo luego de aplicar la figura de la permuta de tiempo, es decir, acumular las horas que se dejaban de laborar para trabajar ese tiempo posteriormente. Pero la prolongación de la pandemia y el cierre volvió insostenible esa opción.
La crisis llevó a lanzar a lo interno del IMAS la campaña “Aquí estoy”, para ayudar a los compañeros que enfrentaron la fuerte reducción de sus ingresos.
Las cifras demuestran el impacto en este comercio del aeropuerto. Javier Vives Blen, subgerente de Gestión de Recursos del IMAS, dijo que en el quinquenio con cierre al 2019 las tiendas lograron un promedio anual de ganancias de ¢3.000 millones y en el 2020 cerraron con ganancias de apenas unos ¢250 millones.
Las ganancias de esas tiendas se destinan, en su totalidad, a fortalecer los programas sociales de la institución que las administra.
A noviembre del año pasado, con la apertura a los vuelos de todos los destinos, regresó también la operación en su totalidad de estas tiendas. Igual que en todos los casos del aeropuerto, la vuelta ha sido difícil: la meta es venderle a los pocos pasajeros un volumen de productos mayor que permita aumentar lo más rápido los niveles de colocación, expresó Vives.
Para ello tiene esperanza en el lanzamiento de la venta en línea, mediante el teléfono, que habilitó Aeris para todos los comercios de la terminal, de tal manera que se compra y se entrega el producto o el alimento en el lugar donde está el pasajero, sin que tenga que ir a la tienda.
Otra medida que le mejorará la estancia al viajero es la pronta instalación de un laboratorio para realizar pruebas de covid-19 en la terminal. Mencías adelantó que ya se licitó la contratación y que el laboratorio estará en instalaciones del aeropuerto.
Quizá así se contribuya a que el Juan Santamaría vuelva a ser el hormiguero de gente ilusionada que va y viene por el mundo. Muchas son las familias que dependen de ello.