Hace unas semanas, cuando Leda Astorga trabajaba en detalles de la restauración de la escultura Arco iris junto al equipo en esa labor, un niño en La Sabana se acercó y les dijo: “¡Qué bueno que están arreglando mi casita!”. Estas palabras emocionaron a la creadora.
Además, la frase del pequeño revela mucho de la relación de los visitantes con esta obra de ferrocemento en que se observan a dos niños y un perro jugando sobre un arcoíris.
Esta pieza se ha convertido en un ícono del parque metropolitano La Sabana, en que niñas y niños se suben y juegan alrededor y en su interior.
La inolvidable escultura ubicada frente al lago recobró su colorido y volvió a alegrar el pulmón josefino, tanto que se volvió también un escenario ideal para que grandes y chicos se hagan fotos.
La nueva vida de esta obra es resultado de un proceso de restauración de dos meses, que se realizó entre el 2 de diciembre y el 2 de febrero, y contó con un financiamiento de ¢3,6 millones del ICODER (Instituto Costarricense del Deporte y la Recreación), así como apoyo con el suministro de agua y electricidad y espacio en bodegas durante el proceso. Asimismo, hubo aportes de la empresa privada (Pinturas Sur, Constructora Roca y Tu Ciudad Tu Lienzo), detalló el escultor Minor Mena, quien se encargó de la renovación, con la asistencia de Esteban Tortós, un administrador de empresas que hace gestión cultural y promueve el rescate del espacio público.
Cambio drástico
Durante años, la pieza mostró un lamentable estado: estaba despintada, le faltaban pedazos (por ejemplo, la niña ya no tenía rostro y el perrito se había quedado sin hocico) y hasta tenía un avispero debajo. El deterioro causado por el paso de los años, las inclemencias del tiempo al estar al aire libre y el uso intensivo que le da la gente, unido a pintadas meramente estéticas realizadas en los últimos tiempos.
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“Hace más de un año y medio, había elaborado un protocolo de restauración de las esculturas en La Sabana. En ese momento, no había plagas. Cuando llegamos encontramos hormigas y un enjambre de avispas; vinieron los Bomberos del cuartel de Pavas a ayudarnos con eso. Además, el cemento tenía hongos y había paredes desprendidas de la obra”, cuenta Mena.
Por ello, la primera etapa fue limpiar y desinfectar el concreto. Luego, se hicieron los sellados o resanes de grietas y fracturas, que se presentaban en muchas partes en especial en las piernas de los niños. Posteriormente, se aplicaron repellos grueso y fino.
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En la base blanca ya colocada se aplicaron los colores vivos que caracterizan a la escultura desde que fue elaborada en ese parque josefino hace 25 años, durante el Simposio Internacional de Escultura que se realizó en el Festival Internacional de las Artes de 1998.
La escultora estuvo pendiente del proceso y ofreció su asesoría en diferentes momentos: cuando no encontraban el color naranja que ella usaba o en cuánto sellador y manos de pintura aplicar. Además, se encargó del vestido de la niña y de la cara del perro, donde hizo algunas pequeñas modificaciones y les imprimió su sello.
“Fui a darle retoques de color. Quedé muy contenta con ese trabajo. Ahora es la más linda de La Sabana”, asegura orgullosa la artista de 65 años, muy conocida en la cultura costarricense por sus esculturas de gordos llenas de vida, color e irreverencia.
Aquellos juguetones chiquillos de cemento, con cara pícara, y su coqueto perrito atraen las miradas de aquellos que hacen deporte en el parque metropolitano o de quienes circulan en la Ruta 27. Todos los observadores, invariablemente, terminan con una sonrisa y muchos, también con una foto. Basta quedarse unos minutos en las inmediaciones de la pieza para comprobarlo.
Lento camino a la restauración
“Esa escultura se hizo en un Simposio de Escultura, organizado por Édgar Zúñiga en un Festival de la Artes. Aquí conservo la maqueta; eso fue hace más de 20 años. Fueron dos semanas de trabajo. Yo llegué con la estructura ya hecha. Es ferrocemento: concreto modelado en una estructura de hierro. (...) Uno actúa por amor al arte. En ese momento no pensamos en quién haría el mantenimiento ni nada de esas cosas”, cuenta Astorga.
Luego de problemas con intervenciones anteriores, Leda Astorga se había resignado; en realidad, había perdido la esperanza. “Yo dije: que se caiga o que se desbarate. No quería meterme en eso”.
La artista le rehuía a transitar una vez más por la maraña burocrática en el ICODER, que es el encargado del mantenimiento de La Sabana y de los bienes inmuebles en esos terrenos. Y tenía antecedentes nada halagüeños que la respaldaban.
En el 2006, Astorga denunció que se violaron sus derechos de autor cuando el ICODER reparó y pintó con una paleta de colores que no era la suya la escultura que mide 4,25 metros de alto. El resultado, dijo entonces, fue “espeluznante”; estaba tan mal pintada que afectaba su prestigio. Curiosamente, en ese mismo momento, la obra era el emblema del Festival Internacional de las Artes del 2006.
Aquel episodio fue un escándalo; luego, el error fue subsanado, aunque a la escultora la regañaron en más de una oficina gubernamental por “malagradecida” con quienes pintaron mal su trabajo. Posteriormente, la pieza ha tenido una azarosa historia de manos de pintura.
Hace dos años, a la renombrada artista la contactó Minor Mena, joven escultor que había sido su alumno en la Universidad de Costa Rica. Le dijo que a él le interesaba restaurar la escultura. Leda accedió a que él se encargara del trabajo, con la condición de que él asumiera todos los trámites administrativos con el ICODER.
Fueron cerca de dos años de trámites, cuenta Mena. Con mucha paciencia y persistencia, el joven logró convencer al ICODER y que al proyecto se le asignara presupuesto.
“Yo no estoy ganando ni un cinco en eso. Minor fue muy responsable y muy disciplinado. Quedé muy contenta con ese trabajo”, asegura Astorga.
Ahora, Mena se encargará del monitoreo de conservación. Es decir, la estará vigilando y, en seis meses, volverá a revisar el trabajo. “Seis meses son lo recomendable, ya sea para hacer una limpieza simple o ver daños por temperatura o vandalismo”, detalla él.
Sin embargo, Arco iris logró revivir gracias a la perseverancia. No obstante, otras esculturas vecinas en La Sabana no corren con la misma suerte: no solo evidencian un gravísimo deterioro, sino que no hay ni luces de que pronto podrían ser remozadas para garantizar su conservación. La alegría solo es temporal.