A las nueve de la noche del Sábado Santo, debajo de un rótulo colgante y luminoso de Imperial que identifica al bar El Toril; sobre una tarima situada en medio de la calle, rodeado de los músicos de la banda Chiqui Chiqui, el alcalde de San Rafael de Heredia declama un discurso con la intencionalidad y el tono de un político en campaña electoral: “¡Lo que estamos haciendo es cultura!”, vocifera orgulloso, cual si fuera Luis Guillermo Solís en la plaza Roosevelt.
“¡Un pueblo con cultura es un pueblo con identidad!”… Justo en ese instante, el sonido falla, el micrófono chilla y luego se apaga. El alcalde sigue hablando efusivamente, pero no se escucha; la audiencia estalla en risas y chifla en burla.
La audiencia son unos mil vecinos del barrio Santísima Trinidad, conocido popularmente como Bajo Los Molinos. Hay papás, mamás, esposos, abuelos, mujeres embarazadas, niños, novios y vecinos que salieron de sus casas para vivir la fiesta callejera, que incluye bailongo, rifas, karaoke , patinetas y mejenga.
No celebran el Sábado de Gloria, sino más bien, la derrota de Judas.
Sí, Santísima Trinidad pasará al registro histórico como el barrio que derrotó a Judas, no al apóstol que la fe católica señala como el traidor que vendió a Jesús, sino a la cuestionada tradición de prenderle fuego a un monigote ( ver recuadro ).
Vandalismo
La quema de Judas fue, hasta el 2012, la pesadilla de los vecinos de Santísima Trinidad y el tormento de la Fuerza Pública.
El barrio se ganó el título del sitio más conflictivo, peligroso y vandálico de todos los Sábados Santos de todos los años.
El muñeco en llamas derivaba en enfrentamientos con antimotines, gases lacrimógenos, fogatas de basura, sillones y llantas en plena calle, y en una ocasión, el fuego alcanzó a un automóvil y un taller de ebanistería.
“Los responsables eran muchachos de la misma comunidad que no tenían quehacer, que hacían la maldad solo por hacerla, por molestar a la Policía.
”Esos días, la gente se iba del barrio o se encerraba, no se podía andar en la calle, Desde las 6 p. m., empezaba el despelote… , parecía un campo de batalla”, recuerda el vecino Marvin Oviedo.
Mas todo cambió en el 2013. Ese año, los vecinos, hartos de los problemas, le fueron a tocar la puerta a la Policía con el fin de unir fuerzas para desarrollar una estrategia de prevención contra los actos vandálicos.
La Fuerza Pública, que históricamente había afrontado los disturbios con palo, garrote y autobuses llenos de agentes de la Unidad de Intervención Policial , entendió que la mano dura no era la solución.
Idearon entonces realizar un festival comunitario y desarrollar actividades de ocio para toda la familia desde las 4 p. m. del sábado hasta las 3 a. m. del domingo.
La premisa es sencilla: si los muchachos se ponen a hacer actos vandálicos porque no tienen “quehacer” –como dice Marvin Oviedo– hay que ofrecerles muchas cosas qué hacer.
El primer año, el del experimento, la Policía, tenía un escuadrón con una docena de policías en las afueras del barrio, por si las moscas. Ya para esta ocasión, eso no hizo falta.
Claro que había presencia de agentes, pero no con garrote y escudo, sino sonriendo y hablando con la gente.
“Esto es una actividad cívico-policial, se trata de recuperación del espacio público. De devolverle a la gente su comunidad, que no tenga miedo de salir”, dijo Bienvenido Porras, subintendente de la Fuerza Pública de San Rafael de Heredia.
Bailongo
Avispa…
Me llaman avispa…
Me dicen que: soy un casanova... No me quiere tu mamá, tu papá me ha dicho que: solo soy un picaflor…
La banda Chiqui Chiqui le pone sabor a la noche, que aunque pinta fría, calienta en medio del baile y los arrumacos de las parejas.
El asfalto es una pista de baile donde hacen de las suyas jóvenes y viejos como si estuvieran en el salón El Tobogán.
Los dos kilómetros que tiene de largo la comunidad, desde el bar El Toril hasta la carnicería La Central, pasando por el parqueo Mimarrosa, el bazar Novedades Betsi, la sala de belleza Vicky y la pizzería Génova, son escenario de diversión.
La alegría desterró el caos del fuego de Judas.
El vecino Marvin Oviedo, quien además es el presidente del Comité Cívico de Santísima Trinidad, camina a mi lado con orgullo, mostrándome el entusiasmo y la alegría en cada rostro que nos topamos.
Para él, el secreto del éxito fue la unión de la comunidad , todos entendieron que la actividad tenía una finalidad positiva y contribuyeron para que el festival caminara; todos fueron voluntarios. La fiesta tiene de todo: inflables para los niños, ventas de comida casera, una carrera de atletismo, orquesta y hasta un ventrílocuo… bueno, casi de todo, pues se procuró evitar la ingesta de alcohol en la calle, como lo ordena la ley, aunque un par de vecinos obviaron la prohibición.
El comité se valió de rifas para financiar los primeros pasos del proyecto; luego recibió la ayuda de la municipalidad, de negocios locales y de personas particulares.
Cambio
Entre los patinetos que hacían piruetas en rampas y rieles de metal facilitados por el festival, nos encontramos con Franklin Ruiz, de 28 años de edad y con 20 de vivir en Santísima Trinidad. Él reconoce haber participado en las quemas de años anteriores, y admite que la motivación era “hacer pelota” con los amigos, “por el puro chingue ”.
Sin embargo, acepta que el cambio fue para bien, máxime porque ahora todo el barrio, sin importar la edad, se involucra en la actividad.
“Antes se ponía muy violento, una vez tiraron una llanta de chapulín prendida en llamas cuesta abajo. Ahora es una fiesta, a esta hora (10 p. m.) los chiquitos andan jugando en la calle sin correr peligro”.
Luis Daniel López, patineto de 18 años y residente de ese barrio toda su vida, resume el cambio con una palabra: raro.
“Es bien raro, un cambio radical. Hace tan poco, esto era una lluvia de lacrimógenos y garrote de los policías, viera qué feo es que le echen a uno eso en la cara, y no es nada bonito que a uno lo golpeen los policías… y ahora ver esto... es raro, muy raro”, opina el muchacho.
Luis prefiere este tipo de diversión a la que se generaba con la quema de un muñeco.
Eso era, a fin de cuentas, lo que movía a quienes practicaban actos vandálicos: divertirse, muy a su manera y como consecuencia de no tener nada qué hacer.
Receta
Las quemas de Judas se extendían por varias zonas; en Heredia, además de Santísima Trinidad, sucedían en Barva y Santa Bárbara.
También se daban en el cantón josefino de Santa Ana y en comunidades de Alajuela. En esos lugares, la Policía aplicó la misma receta: atacar la violencia con prevención. Junto con gente de la comunidad, organizó partidos de fútbol y otras actividades deportivas en horas de la noche, y así eclipsó la tentación de prenderle llamas a Judas.
Así lo informó el jefe de la Fuerza Pública de Heredia, Francisco Morales.
Para este año, se registró un total de ocho detenidos, mientras que el año pasado la cifra fue de 46. En el 2010, en cambio, fueron 116.
El legado
Volvió el sonido. El alcalde que está debajo del rótulo colgante y luminoso que identifica al bar El Toril, sobre una tarima situada en media calle, rodeado de los músicos de la banda Chiqui Chiqui, intenta retomar el inspirado discurso, pero nota la impaciencia de la audiencia, así que apresura sus palabras: “…que sigamos haciendo estas cosas, que sigamos haciendo Cultura y ¡que viva Heredia !”.
Y llovieron los aplausos y los chiflidos de apoyo. Él, motivado, tomó el micrófono de nuevo: “¡Y vamos a ser el próximo campeón de Costa Rica!”, y los aplausos sonaron todavía más.