Ya desde los primeros segundos del primer episodio, a los espectadores nos sobreviene una gigantesca desolación al escuchar la inocente y entusiasta voz de una adolescente que solicita una canción del momento, vía telefónica, en una emisora local y, cuando el locutor la incita a dedicársela a alguien, Miriam –así se llama la joven de 14 años– recita como metralleta los nombres de 7 de sus mejores amigas.
Era el 13 de noviembre de 1992 y es imposible no rebobinar y pensar en aquellas épocas, vírgenes de Internet aún, cuando a las adolescentes de todo el mundo les generaba tremenda emoción lograr ingresar en las colapsadas centrales telefónicas de las radioemisoras. Aquella tarde, Miriam no solo lo consiguió, sino que, por alguna razón, el locutor le dio más tiempo del acostumbrado y ella aprovechó cada microsegundo.
Pero para quienes vimos ya El caso Alcácer, la nueva docuserie del género true crime estrenada en Netfix el viernes 14 de junio –como siempre, es necesario alertar al lector de que este texto está repleto de spoilers– es imposible no sentir una especie de ruina emocional al saber que solo unas horas después Miriam, junto a sus compinches, Toñi y Desirée (de 14 y 15 años, respectivamente) culminarían su rutinaria salida de viernes de amigos en una sádica y sangrienta pesadilla que terminaría con sus muertes. En el momento en que sus vidas se apagaban, se iniciaba una marejada, un dominó de sufrimiento y dolor sin parangón para sus familias, pero paralelamente empezaba la historia del caso criminal más sonado en toda la historia de España.
Es por ello que Netflix apostó una vez más por este tipo de documental que suele abordar con gran tino y que, en este caso, se ha llevado las palmas de la crítica por lograr, durante sus cinco episodios, transitar por la desgarradora y aberrante historia sin lacerar la memoria de las tres víctimas, pues hasta dónde puede, la producción omite el morbo de hasta dónde llegaron las vejaciones a las niñas (como se les llama en casi todo el documental, si bien eran adolescentes). En cambio, realiza una sesuda reconstrucción sobre el confuso proceso de indagatoria policial, los no menos entreverados juicios y el increíble comportamiento de medios de prensa privados que, cuales hienas, se lanzaron a la cobertura del tremendo suceso con el morbo explícito llevado a sus extremos. De hecho, al vergonzoso comportamiento de buena parte de la prensa a raíz de aquel evento se le conoce en España como “el nacimiento oficial de la ‘telebasura’” en aquel país.
Los hechos
De acuerdo con información obtenida de la propia serie documental, así como de medios españoles como El Confidencial, El País y ABC, todo comenzó con la desaparición de las ya mencionadas adolescentes, a finales de 1992, la cual conmocionó y paralizó a la sociedad española que cruzó a 1993 en medio de las dudas y la desazón por no saber qué había sido de las tres muchachas una vez que salieron de sus casas con la advertencia de siempre de sus padres: no era negociable que regresaran después de las 9 de la noche.
Pero las horas se convirtieron en días y los días en semanas de desasosiego, hipótesis, búsquedas y rumores de cientos de personas que decían haberlas visto en equis parte de España o de Europa, pues el caso de Alcácer trascendió fronteras ante la extraña forma en que habían desaparecido las adolescentes. Hasta que, a finales de enero y tras 75 días sin rastros, sus restos fueron encontrados en una zona montañosa de Alcácer, un descampado al que era prácticamente imposible ingresar en un vehículo, aún de doble tracción.
Como asegura El Confidencial, hoy todo el mundo en España sabe dónde está y qué ocurrió en Alcácer, pues el hecho conmocionó a todo un país. Aquel brutal triple crimen, además de destrozar las vidas de tres familias, estigmatizó para siempre aquella pequeña localidad valenciana de cerca de 8.000 habitantes.
“Lo que vino después, todos lo sabemos. Un espectáculo mediático sin precedentes, un juicio paralelo en todas las televisiones y, finalmente, un polémico proceso en el que un único acusado, Miquel Ricart, fue condenado a 170 años de cárcel. Sin embargo, hace cuatro años fue puesto en libertad y hoy se encuentra en paradero desconocido, al igual que Antonio Anglés, que se fugó de la justicia al poco de ser detenido”.
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El aberrante suceso es uno de los episodios de la crónica negra más dolorosos y difíciles de olvidar en España, según coinciden prácticamente todos los medios del país. El documental de Netfix es dirigido por Elías León Siminiani y su título completo es Lo que la verdad esconde: el caso Asumpta; en él entrevistó a parte de los protagonistas implicados o involucrados de una u otra manera en aquella turbia historia que sigue sembrada de incógnitas, las que volvieron a la palestra, solo que ahora en el ojo planetario, por cuenta de la famosa plataforma de streaming.
La reconstrucción de hechos no fue, ni por asomo, tarea menor. Se revisaron más de 600 noticiarios y 40 programas especiales televisión, un expediente de más de 4.000 folios, 600 páginas de informes de la inspección ocular, 392 horas de juicio y otras 220 horas de grabaciones relacionadas directamente con el proceso. También se develaron, por primera vez, documentos y audios diversos que jamás habían salido a la luz.
“Se trata de la primera serie documental original de Netflix producida en España. Y eso se nota. Su factura impecable ha evitado cualquier imagen escabrosa o morbosa que pudiera herir la sensibilidad del espectador. 'Desde el principio quisimos huir del morbo y del sensacionalismo. No hay en toda la serie, ni una sola reconstrucción, tan habituales por cierto, en los ‘true crime’ americanos. Evitamos igualmente imágenes escabrosas y dolorosas. Tan solo aparece una foto delicada, la del puño de Toñi, que fue clave para encontrar los cuerpos. Nuestra prioridad por encima de todo, era no escarbar, bajo ningún concepto, en el dolor de nadie", explicó en conferencia de prensa el productor ejecutivo Ramón Campos.
Con “el puño de Toñi” se refiere a una toma que muestra un antebrazo que sobresale del agrestre terreno, cuya mano sostiene un reloj de plástico grande, de Mickey, accesorio que portaba siempre Toñi, una de las tres víctimas.
En una tarea inimaginablemente dura, el documenta disecciona las aristas e incógnitas que rodearon el triple crimen, sobrevuela sobre cómo se produjo el asesinato de las tres niñas pero evita a toda costa detalles tremendos que luego trascendieron en los juicios y de los que fuimos testigos los espectadores –con el estómago revuelto y el corazón adolorido, he de decirlo–, e intercala la increíble y descarnada cobertura mediática.
En un caso tan complicado, en el que desde el punto de partida se disparan diferentes historias paralelas, la producción se encarga de ir concatenando la historia gracias al sencillo recurso de alertar, con números y explicaciones escritas intercaladas entre las escenas, en qué mes o año se suceden los hechos. También aborda la detención y fuga de Antonio Anglés, el principal sospechoso y de quien nunca más se volvió a saber nada, así como el extraño rol de Fernando García, padre de Miriam, a quien muchos consideran un hombre enloquecido por el dolor y, otros, una víctima colateral que terminó haciéndose adicto a la atención mediática, por cuenta de la muerte sin resolver de su hija.
Pero el gigantesco plus de la producción, nunca antes visto, es haber obtenido las grabaciones del juicio que arrancó, en medio de una gran polémica, el 12 de mayo de 1997. El comportamiento del único acusado, Miguel Ricart (supuesto cómplice de Antonio) impresiona y desconcierta, sus declaraciones y actitud fueron cambiando a lo largo del proceso y siembra dudas cuando le dice al juez que a él no le queda otro camino que declararse culpable porque guardias civiles amenazaron con matarlo a él y a su familia, si hacía lo contrario. Sin embargo, es dificilísimo tomar una postura al respecto, en vista del cambiante comportamiento de Miguel, quien tenía antecedentes por venta de drogas antes de ser detenido por el crimen de las tres muchachas.
Como dice El Confidencial, “dar coherencia a todos estos elementos tan dispares y en tan solo 5 capítulos, manteniendo la atención del espectador, no es fácil. Netflix lo ha conseguido, con creces. Además, lanza dudas sobre la existencia de unas cintas ‘snuff’ donde se vería a importantes personajes de la vida política y económica del país, junto a los cadáveres de las niñas”.
Con el caso Alcácer, conciden todos los medios, la “telebasura” aterrizó en España y con gran fuerza. Las masas le daban mayor importancia a lo que se decía en los programas de chismes que a lo que trascendía en la prensa sobre versiones oficiales de los juzgados.
Lo que ocurrió el día que aparecieron los cuerpos de las niñas asombra aún hoy, pese a que ya deberíamos estar curados de espantos por todo lo que hemos visto en medios y redes, mucho más allá de 1992 y hasta la actualidad.
Un equipo periodístico prácticamente secuestró a Fernando García, el papá de Miriam (quien se encontraba en Inglaterra investigando un posible paradero de su hija), lo sacó del aeropuerto en Madrid, lo ingresó en la camioneta del canal y lo llevó a Alcácer, donde la comunidad estaba reunida en duelo, junto a los familiares de las víctimas, pero a la vez en un extraño frenesí al ver las cámaras de toda España concentradas en el pequeño pueblo.
No hubo contemplaciones. Los familiares apenas tenían horas de haber sabido que los maltrechos cadáveres de las niñas habían aparecido enterrados y los periodistas no tenían empacho en ponerles el micrófono a los padres, las abuelas, los hermanos, totamente en ‘shock’, mientras les preguntaban “qué estaban sintiendo”. Las audiencias de los canales privados y algunos diarios que metieron incesantemente el dedo en la llaga, pronto se convirtieron en cifras millonarias.
Y, ante la lentitud del proceso, (el crimen ocurrió en 1992 y el juicio, hasta 1997), el caso Alcácer se convirtió en la gallina de los huevos de oro, casi en un dantesco ‘reality’ que mostraba a los padres de las adolescentes peleándose entre ellos, sobre todo con Fernando, quien se arrogó la representación de todos y se volvió temerario en sus afirmaciones de que tenían a los acusados equivocados y que el crimen había sido cometido en una orgía macabra organizada por una mafia de enfermos sexuales encabezada por altas autoridades y millonarios de la comunidad.
La serie hizo una brillante labor de recopilación y selección de aquellos vergonzosos momentos televisivos, los que causan tanto o más estupor que los detalles de las muertes de las tres víctimas. En un espacio de “rarezas” llamado Esta noche cruzamos el Misisipi, dirigido por el entonces popular conductor local, Pepe Navarro, las visitas de Fernando García al show se volvieron casi cotidianas.
De los muchos periodistas que fueron partícipes del temible circo mediático de Alcácer, muy pocos se atrevieron a dar la cara en el documental. Olga Viza y Nieves Herrero, consideradas verdaderas hienas por sus abordajes sobre el tema mientras eran periodistas de Antena 3, no quisieron exponerse ante la muy probable vapuleada mundial que tendrían que apechugar en el momento en que se difundiera el documental de Netflix.
No les ha valido de mucho, pues son millones quienes han enfocado, mediante redes sociales, su indignación por la forma en que trataron a las humildes familias de las muchachas, incluido el mismo Fernando, el papá de Miriam, quien ciertamente a veces parece manipulador, pero muchas otras es totalmente manipulado por los periodistas. Fernando sí que quiso aparecer en el documental de principio a fin. Con más de dos décadas encima, ofrece sus hipótesis con el local de su colchonería como fondo. Ya no se mira tan temerario. Pero insiste en sus hipótesis de que juzgaron al tipo equivocado y en que morirá buscando demostrar quiénes fueron los verdaderos culpables del cruento triple homicidio.
Pepe Navarro tampoco quiso participar, pero facilitó todas las grabaciones que se le solicitaron de Esta noche cruzamos el Mississippi. En cambio, Paco Lobatón, quien también tuvo un importante rol desde su programa Quién sabe dónde aceptó ser entrevistado y más bien aprovechó el documental para explicar cómo y por qué se habían equivocado tanto en la frenética cobertura, reconoció las terribles líneas morales que se transgredieron y pidió perdón, como periodista y como ciudadano, por la inmadurez y ligereza con que se condujo durante aquellos años mientras se abordó el caso Alcácer.
Los ¿culpables?
De acuerdo con un artículo publicado este jueves en ABC de España, a raíz del caso la Interpol renovó esta semana la ficha de Antonio Anglés Martins, condenado en ausencia por el rapto, tortura, violación y asesinato de las niñas de Alcácer. De hecho, aunque desde finales de 1992 no se sepa absolutamente nada de él, sigue encabezando la lista de los nueve fugitivos españoles más buscados por las Fuerzas de Seguridad de todo el mundo.
En la ficha actualizada, la Interpol añade nuevos datos sobre el hombre condenado por los crímenes de Miriam, Toñi y Desirée, pese a que los investigadores españoles insisten en su convicción de que Angles murió en su huída. Por su parte, Interpol enfatiza en que, mientras su cadáver no aparezca, se continuará el intento de su búsqueda y captura.
De acuerdo con el documental, el rastro de Antonio Anglés se perdió en una lancha neumática en las proximidades de Dublín. Siempre de acuerdo con ABC, los investigadores creen que su objetivo en última instancia era llegar a Brasil. Anglés, de hecho, era natural de la ciudad brasileña de Sao Paulo, aunque tenía nacionalidad española.
La Interpol actualizó la ficha de Anglés con información que ya existía, como los tatuajes que tenía, así como un nódulo en la garganta, pero destacó la edad de Antonio, quien el próximo 25 de julio cumpliría 53 años, en el caso de seguir vivo.
Según la sentencia del rocambolesco juicio de 1997, las tristemente conocidas como “las niñas de Alcácer” fueron violadas y torturadas hasta la muerte por el prófugo Antonio Anglés y Miguel Ricart, quien está en libertad desde hace más de cinco años y cuyo paradero es desconocido desde entonces.
Y eso que la prensa española lo esperó a la salida del penal el día en que fue liberado; Ricart salió de la prisión y, pese a que el hombre iba ataviado con un grueso traje y capucha que le cubría por completo el rostro, los periodistas se avalanzaron sobre él. A como pudo tomó un taxi y se trasladó a la estación del tren y fue seguido incluso durante varias paradas, hasta que en una de tantas Miguel logró escurrirse para siempre. Al menos, por ahora. Sin embargo, a él lo busca ahora la prensa, no la justicia, pues ya pagó las penas pendientes.
¿Víctimas culpables?
El tema de la violencia de género ha tenido también su discusión a raíz del estreno del documental de Netflix. Maritxu Olazabal, redactora de Fueradeseries.com, escribió: “El caso Alcácer empezaba con la desaparición y posterior asesinato de tres mujeres, pero en seguida devino algo muy distinto y alejado. Entre todos cogimos su historia y convertimos un suceso privado e íntimo en algo que arrojarnos y tratar con bastante poco respeto. Y nos olvidamos de ellas. La serie documental acaba recuperando de qué iba todo esto. Y es que en realidad no es más que otra historia de mujeres que desaparecieron porque iban solas y de noche. O más bien porque ir solas y de noche supone un riesgo”.
La articulista asegura que, por encima de todo y de cualquier audiencia judicial, el caso en realidad es un tema de violencia de género del que España lleva 26 años especulando.
“No se trata de una anécdota de cuento macabro, sino de tres más de los nombres que engordan las listas año tras año. El caso de las chicas de Alcácer marcó una generación. Muchos hemos crecido con el aviso de no hacer autoestop, muchas hemos sido avisadas de no salir de noche sin varones a partir de ese momento. No fue lo único que sucedió para que se diera esa transformación, pero sí fue un hito que condicionó parte de lo que pensaban los padres de los años 90 cuando sus hijas salían a la calle. El ejemplo de un problema sistémico que dos décadas después sigue vigente”.
Por su parte, en medio del reflote de entreverado caso, es el columnista español Carlos Boyero quien logra, con una asombrosa capacidad de síntesis, comprimir la historia en unos cuantos párrafos: "El espanto de Alcácer, con tres crías violadas, degradadas, torturadas, ejecutadas porque sí, porque los verdugos podían hacerlo, por sadismo orgásmico, enloqueció de dolor no solo a sus familias sino que también aterró a cualquiera en posesión de entrañas. Pero la gente perdió la cabeza, exigió linchamientos, creyó sin mácula de duda las especulaciones de un padre roto y convencido de que él encarnaba la única verdad, de un buscavidas profesional que ejercía de presunto investigador y de carroñeros del periodismo televisivo con la única obsesión de aumentar las audiencias. La verdad les importaba una mierda. Solo existía el negocio, exprimirlo hasta la obscenidad. Y afortunadamente, también existieron aquellas profesionales del periódico Levante, injuriadas y amenazadas por la masa, que buscaron datos y rigor.
“No lo abandonen en las primeras entregas. Lleguen a ese juicio que no habíamos podido ver hasta ahora. A ese siniestro enmascarado corriendo como un niño perdido en una estación. A la aparición de la codicia utilizando la solidaridad de la gente. El dinero, como siempre, presidiendo el macabro cambalache”
Hablan los directores
Con El caso Alcàsser, los directores Ramón Campos y Elías León Siminani vuelven a las tres historias más estudiadas de la criminología española; la obsesión nacional por la investigación y cómo la entonces joven televisión privada engordó jaleando las peores pasiones del proceso, según lo reseña el diario El País, que entrevistó a los cineastas justo en coincidencia con el estreno del documental.
Ante la pregunta de por qué se insiste en una historia tan contada, el codirector Ramón Campos explicó: “Ocurrió en 1992: España estaba en apogeo, los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo, aún no había crisis, el PSOE aún no se había desplomado. Entonces desaparecen tres niñas y esa burbuja explota, llega una bofetada de realidad y de repente vemos que el mal está entre nosotros. Fue un homicidio triple, de una violencia espantosa, y las televisiones privadas que acababan de nacer demostraron hasta qué punto iban a luchar por la audiencia”. Entretanto, su compañero, Elías León Siminani, agrega: Es un muestrario de cosas para entender la sociedad en la que vivimos hoy.
Los directores también revelaron que Fernando García, el padre de Miriam y objeto de tanta plémica, rehizo su vida y tiene una hija de la edad de Miriam. “En el primer capítulo, un psicólogo ya alerta: ‘Cuando a una víctima la haces sentir protagonista por ser víctima, le provocas algo que es peligroso. Va a querer seguir siendo víctima’. Es jodido que los medios desaparezcan de tu lado, te sientes huérfano”, dice Ramón.
Ante la pregunta sobre Juan Ignacio Blanco, quien se presentaba como criminólogo y periodista pero que hoy es visto más como un buscavidas que se alió y manipuló como quiso a Fernando García, León Siminani afirma: “Para mí el caso tiene dos tiempos. El primero son los 75 días entre noviembre de 1992 y enero de 1993, entre la desaparición de las niñas y el hallazgo de los cuerpos, que tiene su clímax con los programas especiales que se emitieron aquella noche. Y luego está 1997. España es otro país, en otro momento político, socioeconómico y televisivo. Blanco aparece en ese segundo acto. Fernando García está recogiendo firmas por toda España para cambiar la ley y que asesinos y violadores cumplan sus penas. Entonces llega Blanco y le ofrece volver al foco de los medios. Alcácer ha supuesto una carga de por vida para todos los implicados. Blanco está denostado, apartado del mundo del periodismo. Ha pagado por lo que hizo”.
Ante la pregunta de qué hemos aprendido como sociedad hasta el momento, León Siminani reflexiona: “Yo sigo viendo imágenes como las que se vieron entonces y que te revolvían el estómago. La demanda para crear contenidos, para sobrevivir al yugo de la inmediatez informativa, sigue hoy igual”.