Alcanzar la cumbre más alta de Costa Rica, en el cerro del Parque Nacional Chirripó, es sinónimo de escuchar el viento silbando entre los páramos. La travesía despierta expectativa por contemplar los mejores paisajes, pero cuando el sol no favorece a los visitantes, un velo de neblina envuelve las rocas, los lagos y las montañas.
Fácil sería perder el ánimo ante tal panorama, pero el encanto del cerro radica en que, en cada rincón, se revela la belleza de la flora y fauna que enorgullece a Costa Rica. Los pasos por sus senderos, especialmente en el ascenso hacia la base Crestones, se convierten en un diálogo con la naturaleza. El frío adormece la piel y el cansancio se funde con la admiración en este parque, que en agosto próximo celebrará su 50 aniversario.
Después de la lluvia viene la calma. Un caso ejemplar de ello es la experiencia del fotoperiodista Rafael Pacheco Granados, quien visitó el parque nacional entre el 22 y 23 de febrero, y, a pesar de no encontrar las mejores condiciones atmosféricas, capturó los encantos del lugar más allá de sus impresionantes 3,81 metros de altura.