Una espigada productora tica se rasca la cabeza, mira por un segundo al cielo y finalmente se atreve a tocar mi hombro. Estamos en medio del rodaje de una película costarricense, hace calor y se acerca la hora del almuerzo.
Vence la vergüenza y pregunta: “Muchacho, ¿usted tiene hambre?. Es que... qué pena, acá no tenemos para darle, todos los almuerzos están contados y no nos alcanza para más. Usted sabe, esta es una producción muy pequeña y no tenemos”.
Su pena era gratuita, pues periodista y fotógrafo ya llevamos nuestro presupuesto para almuerzos. Respira aliviada por eso aunque la alegría le dura poco: debe asegurar el pan y el fresco a unos 50 miembros del crew y la congoja le gana.
Sin miedo a Hollywood y a una mala taquilla, al finalizar diciembre una docena de películas costarricenses se habrán estrenado en la cartelera tica. Se trata de un número inédito que indica que algo peculiar está pasando.
“¿Alcanzará la carne en salsa? ¿Habrá mamá mandado lo suficiente?”, parecía preguntarse en medio de un mar de cables, luces y bandejas blancas de estereofón.
Esta situación, tan simple como suena, sucedió apenas el año pasado, durante la filmación de una de las 12 cintas costarricenses que, cuando llegue diciembre, se habrán estrenado en salas comerciales durante el 2017.
La anécdota representa los esfuerzos y locuras que, en algunos casos, están detrás de una cifra histórica de filmes ticos en cartelera; es decir, casi el doble de largometrajes producidos y estrenados en el país durante todo el siglo XX.
La Dixon, Gigi, Insomnio, Despertar, Atrás hay relámpagos, El sonido de las cosas, Enredados: la confusión y Amor viajero son ocho de las producciones de las que hablamos en el presente año.
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Esta semana se les sumó Violeta al fin, en cartelera, y las venideras en las próximas dos semanas son Abrázame como antes, Buscando a Marcos Ramírez y Hombre de fe, cinta biográfica sobre Keylor Navas que llegará en diciembre a salas.
Aunque no estarán todavía a cines comerciales, faltan también Medea y Nosotros las piedras, que están listas para estrenarse, y El baile de La Gacela, que se mostró en exclusiva en el I Congreso Centroamericano de Cine esta semana.
El boom fílmico es evidente y digno de celebrarse, pero en medio del éxtasis y el sueño de ver nacer una soñada industria fílmica, tres preguntas parecen rondar en boca de todo el gremio: ¿Qué cambió en Costa Rica para llegar a ese número de títulos? ¿Será posible mantener este ritmo de producción en el tiempo? ¿Qué implicaciones tendrá en el futuro?
“Soy honesta: realmente no sé qué signifique todo esto. 12 películas en cartelera... ya veremos. Va a ser un tiempo para analizar lo que estamos viviendo”, exclama con incertidumbre Karina Avellán, de la distribuidora nacional de cine Pacífica Grey.
Lo cierto es que un país donde no existe una ley de fomento al cine y donde las salas de exhibición casi nunca se llenan con películas de nuestro terruño, la cosecha de filmes ha ido en aumento.
Locos soñadores detrás de un lente y un preciado guion en la mano se agarran de lo que pueden para salir adelante con la cinta. Para lograrlo la carne en salsa de mamá y la ayuda de sus amigos pueden ser de gran ayuda pero, para dicha de la producción criolla, no es el único recurso del que hoy pueden valerse.
El medio se formaliza cada día y no en todas las producciones escasea el almuerzo –hasta servicio de catering hay–. En los últimos años, además de un ímpetu envidiable de los cineastas ticos por filmar a toda costa, un combo de factores ha alimentado la creciente producción.
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Fondos económicos estatales como El Fauno y Proartes, el estímulo del fondo Ibermedia en materia de coproducción –del que Costa Rica es parte desde el 2006–, la capacidad de hacer una película con equipos de producción más baratos y una mejor preparación académica de los realizadores audiovisuales juegan un rol clave.
“Hemos alcanzado este nivel gracias a más escuelas de cine y producción audiovisual, tanto privadas como públicas, y más fondos económicos que dan soporte al medio”, aseguró María Lourdes Cortés, gestora e historiadora que ha seguido muy de cerca todo este proceso.
“Además, los jóvenes cineastas comenzaron a verse apoyados en nuevas ventanas que visibilizan su trabajo, como el Costa Rica Festival de Cine –antes llamada Muestra de Cine–, el festival de cortos Shnit y, sobre todo, se vieron seducidos por la idea de que una película se puede hacer ahora hasta con un celular”, añadió Cortés, quien además dirigió el programa Cinergia, uno de los primeros fondos audiovisuales que se utilizaron en Centroamérica y que impulsó a varios realizadores locales.
Pero las cosas no siempre fueron así. Viajemos al 2004 y pensemos por ejemplo en el cineasta Esteban Ramírez, quien siendo un joven de 29 años se animó a hacer una película carísima para el medio tico. $300.000 costó hacer Caribe, su ópera prima, una apuesta gigante que lo llenó de prestigio pero que económicamente no lo dejó bien parado.
“Perdí todo lo que tenía”, resume Ramírez, quien especifica que tuvo que poner $100.000 de su bolsillo para terminar de saldar el costo del proyecto.
“Pagué un alto precio. En esa época no existían los fondos y, como no había cine digital, todo se filmaba en carretes de cinta. Eso es caro. Ahora todo es diferente, el cine digital se convirtió en el democratizador”, finalizó Ramírez.
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Quizá por eso, luego de Caribe, pasaron cuatro largos años hasta que los cines volvieran a programar una producción criolla. Algo no había terminado de cuajar.
Cuando se estrenó Caribe, Miguel Gómez, ahora el cineasta más prolífico del cine costarricense, apenas tenía 21 años. Se fue a estudiar cine a Los Ángeles y, cuando regresó a Costa Rica sorprendió con su primer largometraje: El cielo rojo (2008).
El cielo rojo era una cinta completamente digital y solo costó $4.000 en efectivo producirla. Así, Gómez abría una puerta inexplorada, dando la espalda a los costosos carretes de 35 milímetros.
Él ya tiene seis películas a su haber: estrenó este año Amor viajero y, en el 2015, dirigió la obra más taquillera de la historia del cine tico: Maikol Yordan de viaje perdido (2015), que fue vista por 750.000 personas. Ambas cintas rodadas en Europa.
“Lo de El cielo rojo fue algo increíble. Como en ese momento los cines no contaban con proyectores digitales, tuvimos que pedir prestados proyectores industriales para poner en los cines. Eso costó un mundo, hubo resistencia, pero lo hicimos. Creemos que marcó un antes y un después”, aseguró.
Gómez, de la nueva generación de cineastas, fue además uno de los primeros en sentir del ácido que experimentan muchos productores locales cuando les bajan su película de cartelera. A veces, incluso, con apenas una semana de exhibición.
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En el país, como sí sucede en otras naciones de Latinomérica, no existe la denominada ‘cuota de pantalla’. Se trata de una figura legal que obliga a las exhibidoras a programar cine local en determinadas salas y durante un tiempo establecido.
“Yo antes me tomaba muy personal eso. Con El cielo rojo comencé a sentir que lo hacían para perjudicarme, me enojaba mucho. Pero cuando hice Italia 90 y Maikol Yordan de viaje perdido me di cuenta que esa es la realidad, que todo esto es un negocio y que así funciona el mercado”, agregó Gómez.
La rabia de Gómez era visceral, pues los esfuerzos para mantener su película en cartelera habían sido de toda índole. Por ejemplo, había puesto a toda su familia a volantear la película en las afueras de las salas de cine, con la esperanza de que la gente no fuera a ver Batman: el caballero de la noche y se decidiera por comprar un boleto para su ópera prima.
“Fue vacilón, insistiendo logramos convencer a varios”, recordó con orgullo.
Apenas un año después, Esteban Ramírez volvió al ruedo con Gestación (2009), la cinta a la que podría catalogarse como el primer fenómeno fílmico nacional. Alrededor de 145.000 personas fueron a verla al cine, un éxito que sin embargo no libró a Ramírez de la zozobra.
“Ese año se vino la famosa crisis inmobiliaria y todos los patrocinadores se comenzaron a quitar. Me sentí hasta humillado por eso y pensé que podía perder mucho dinero. La cinta se grabó en digital pero tuvimos que hacer el transfer a cine en Argentina y eso resultó costoso”, recordó Ramírez.
“Luego los patrocinadores me buscaron apenados. No pensaron que la historia de dos jóvenes embarazados iba a tener el éxito que tuvo”, finalizó.
En el 2009 también destacó el nombre de Hilda Hidalgo, convirtiéndose en la primera cineasta tica en producir y filmar un largometraje de ficción en el extranjero. Se trató de Del amor y otros demonios (2009), cinta que se rodó en Cartagena de Indias, Colombia, y se basó en la novela de Gabriel García Márquez.
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“Vea (ríe). Yo podría empapelar una oficina con todos lo no que recibí para hacer esta película. Fue increíble. Sin embargo, después de un millón de no llegó el sí, para hacer este sueño realidad y atrevernos filmar”, recordó Hidalgo.
Seis largos años tardó Hidalgo consiguiendo la plata para su ópera prima. De hecho, para materializarla, tuvo que esperar que la Asamblea Legislativa aprobara, en el 2006, el ingreso de Costa Rica a la Conferencia de Autoridades Cinematográficas de Iberoamérica, para así poder acceder a uno de los fondos más apetecidos de los cineastas ticos: Ibermedia.
“En ese tiempo no estaba ni el fondo El Fauno, ni Proartes ni mucho menos Ibermedia. Pero gracias a la lucha que dimos este último fondo nos ayudó a coproducir nuestro sueño, tal como ahora lo ha hecho con otros colegas ticos”, afirmó.
Puntas de lanza fueron el 2008 y 2009, pues después de ese par de años el cine tico comenzó a crecer exponencialmente. Una generación entera aprendió de Gómez que se podía producir barato, de Ramírez que una película nacional podía pegar en cartelera y, de Hidalgo, que no había fronteras para producir y que ahora había, al fin, un robusto fondo económico por conquistar.
Los números no mienten. En el 2010 se estrenaron en cines siete películas nacionales, entre el de 2012 y 2014 ocho cintas y, solo en el 2015 y 2016, se cuentan once más. La tierra, ya abonada por la experiencia, desembocó en las 12 películas que están siendo develadas este año.
Un detalle más. Aunque muchos críticos y cineastas menospreciaron la llegada al cine del campesino más querido de La Medio Docena, lo cierto es que el ‘pegue’ de Maikol Yordan Soto Sibaja pudo haber influido en la extraordinaria oferta de cintas que vemos en la actualidad.
“Para mi, que Maikol Yordan se haya convertido en la cinta más taquillera de la historia, animó a muchos a apostar. A perder el miedo”, opinó Cortés.
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Los legionarios.
La cosecha de cineastas provenientes de escuelas especializadas como la Universidad Véritas, así como la gran cantidad de veinteañeros que hace ocho o más años se fueron del país buscando comerse el mundo con una cámara de cine, son responsables también del nuevo fenómeno de películas costarricenses.
Además de casos concretos como el Gómez, que estudió en cine en la Universidad de California (UCLA) o Hernán Jiménez, egresado del programa de artes de la Universidad de Columbia, en Nueva York, existe un caso que representa muy bien el ímpetu de los talentos actuales: el del colectivo Bisontes.
Bisonte Producciones fue un conglomerado de carajillos cineastas que, en el 2002, unieron sus fuerzas para producir cortometrajes, videoclips y todo lo que se pudiera hacer bajo la bandera del lenguaje audiovisual.
El caso es que los chicos de Bisonte Producciones crecieron y buscaron en el extranjero especializarse en lo que amaban. Estudiaron en España, en Singapur y Estados Unidos, aunque su principal destino fue la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba.
Los legionarios regresaron y, como era de esperarse, los Bisontes se convirtieron en protagonistas.
Mencionemos solo algunos casos: Laura Ávila-Tacsan fue la productora de Entonces Nosotros, de Hernán Jiménez, mientras que Ariel Escalante es el director de la película El sonido de las cosas (2017) y Mariana Murillo su productora. Marcela Esquivel, por su parte, ha fungido como productora de filmes como Princesas Rojas (2013) y está trabajando en un nuevo filme en coproducción con Cuba: Agosto.
En el 2011, por si fuera poco, los Bisontes presentaron al mundo su primer largometraje– Rosado Furia–, hecha por uno de sus fundadores: Nicolás Pacheco.
“Nosotros producimos como una familia y eso es muy bonito. Muy singular. Intercambiamos favores, como una red. Vos me ayudaste con esto y ahora yo te puedo hacer esto. Así salimos adelante y ahorramos costos”, comenta Ariel entre risas.
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Los casos de cineastas ticos especializándose en el extranjero no se detienen y seguramente seguirán dando de qué hablar. Valentina Maurel, por ejemplo, se forma en Bélgica y acaba de ganar el premio principal de la sección Cinéfondation, un importante apartado del Festival de Cannes con su cortometraje Paúl está aquí.
Otro caso es el de Sofía Quirós, quien estudia en Argentina y acaba de presentar en Cannes su cortometraje Selva, en la prestigiosa Semana de la Crítica. Ella viene próximamente con una película: Ceniza negra.
Cine para vivir.
Entre la oferta de cine tico existen películas de muy bajo presupuesto- Atrás hay relámpagos costó $26.000–, mientras que Violeta al fin, con todo el apoyo de fondos como Ibermedia, El Fauno y Proartes, contó con un presupuesto de $400.000 .
Enredados: la confusión superó el $1 millón pero es un caso que sale completamente de la media. Cerrando números, en la actualidad, el promedio más cercano en costos de producción podría situarse en unos $500.000.
El caso que todas las cintas locales, independientemente de su costo, conllevan riesgos: de alguna manera hay que conseguir plata para honrar las deudas, cancelar salarios y pagar proveedores.
El cine no es un hobbie. En cada producción se emplean alrededor de 100 personas, que comen de eso, pagan seguro e impuestos.
Un crew está compuesto por directores, luminotécnicos, sonidistas, extras, asistentes y directores de fotografía –algunos destacados como Nicolás Wong, con un recorrido profesional de 13 largometrajes–. Todos son clave en el engranaje fílmico, activan la economía y vuelven el oficio en cosa seria.
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Bajo este panorama si las películas duran a lo mucho dos semanas en cartelera –tal como está sucediendo este año–, –¿de qué viven los cineastas ticos? ¿Será negocio la pantalla grande?
No mueren de hambre, pues siguen produciendo. Más no se hacen ricos, como es notorio. Hacen documentales institucionales, trabajan en publicidad o son profesores, es decir, de todo hacen para redondearse la vida.
“Muy difícil vivir de esto. No creo que nadie pueda decir que lo hace en Costa Rica. Yo al menos, en este momento hago cine porque deseo expresar algo, crear nuevas audiencias. Es una visión más artística que comercial”, dijo Escalante, el tipo que puso a toda su familia a actuar en El sonido de las cosas.
“En la película sale mi mamá, que incluso tiene un diálogo, mi hermano sale en un bar y mi papá en un grupo de apoyo a dónde va la protagonista”, se ríe el cineasta, quien en su vida cotidiana es profesor.
Durante el II Congreso Audiovisual, realizado a finales de octubre, una forista sugirió a los cineastas presentes que debían cambiar el “chip” y pensar en nuevas plataformas para producir y generar rentabilidad : Netflix, por ejemplo.
La idea cayó como una bomba. Escalante fue uno de los más contrariados.
“Habemos personas que queremos hacer cine no para satisfacer una demanda o ganar mucho dinero. Somos cineastas y lo que buscamos no es complacer a las audiencias sino retarlas y generar nuevas”, expresó.
Escalante cree que el camino para no morir haciendo cine y seguir produciendo, es buscar alternativas de distribución fuera de Costa Rica. No fiarse de la taquilla nacional, llevar la cinta a festivales y valerse de agentes de venta internacionales para así, al menos, salir tablas.
Miguel Gómez, por su parte, piensa un poco diferente a Escalante. El lado comercial del cine no le es indiferente y es de aquellos que va a la caza directa de patrocinadores antes que recurrir a fondos audiovisuales.
El director de Amor viajero ha confesado que estudió en un lugar donde le enseñaron “a ver el cine como un negocio”. Sin embargo insiste en que eso no significa que no imprima en sus películas su esencia artística.
“Yo respeto a Ariel en su criterio. Todo trabajo audiovisual inicia como una visión artística. Así crea uno. Pero yo sí pienso que uno debe hacer cine para que la gente lo vea y generar dinero para seguir produciendo. Una obra de teatro, para que sobreviva, necesita meter gente a la sala. Es así de simple”, exclama Gómez.
Gómez no le teme a producir para plataformas streaming como una nueva forma de llevar el talento audiovisual tico a otras plataformas. De hecho, para él, ya no se debería estar trabajando por alcanzar una ley de cine, sino una ley de contenido.
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Hernán Jiménez es otro caso. Su cine, en gran medida, ha sido financiado a punto de risas por lo que plantea otro modus operandi en materia de producción.
“Los shows de stand up comedy me permitieron financiar parte de la producción de Entonces nosotros. Además, me permitieron financiar la escritura del guión de Elsewhere (cinta que acaba de filmar en Canadá) y me financiaron los estudios con los que he aprendido a hacer cine. Entonces sí han sido un eje central de apoyo económico”, asegura Jiménez.
Además, Hernán confesó que sus primeros filmes le dieron un margen modesto de ganancia, pero que con Entonces nosotros apenas recuperó su costo.
Tampoco olvida que El regreso (2011), su segundo largometraje, se realizó gracias a una campaña de crowfunding que superó todas las expectativas. El método de producción colaborativa, donde muchos ticos pusieron plata, provocó en su momento que muchos colegas lo criticaran con dureza. Sin embargo fue efectivo y en menor medida hoy se sigue usando: la producción de Atrás hay relámpagos recurrió a lo mismo.
“Siento que a esos 3.000 colaboradores – además de a mi familia – les debo mi carrera. Una noche estaba en un bar y se me acercó una muchacha con una moneda de ¢500 y me dijo –esto es para su película porque creo en usted, no se lo gaste en guaro– ”, rememora.
A Gómez y a Jiménez les ha ido bastante bien en sus proyectos, pero las cosas podrían haberles salido mal. Lo que le sucedió a la cineasta Soley Bernal no es cualquier cosa, pues con su película El lugar más feliz del mundo –aún con toda la primera plana de la comedia tica– tuvo que hipotecar su casa para pagar deudas originadas por la cinta y sortear los efectos de un embargo judicial que le impidió la distribución y venta de la cinta en el extranjero.
Cartelera estrecha.
Entre octubre y noviembre, seis de las doce películas ticas que se estrenarán este año en el país se habrán aglomerado en la cartelera. Siempre, por supuesto, con el gorila de Hollywood haciendo presión en sus espaldas.
Algunas han durado apenas dos semanas en cartelera y da la impresión que las salas se hacen pocas para ellas. No es cuestión de número, eso sí, pues nunca en la historia el país ha contado con tanta oferta de pantallas: 125.
María Lourdes Cortés teme por el efecto de ese fenómeno, que básicamente hace estragos por la ausencia de las ‘cuotas de pantalla’ y la ley de oferta y demanda.
“Que las películas duren tan poco me preocupa un poco. No se si será sostenible”, expresa la historiadora.
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Previendo un crecimiento de producciones ticas y una ventana comercial que parece ingrata Karina Avellán, de Pacífica Grey, piensa que es hora de que los productores ticos se sienten a hablar y que se pongan de acuerdo para acomodar mejor las cintas en el calendario.
Sin embargo para Luis Carcheri, de la distribuidora de cine Romaly, las películas lo que deben es plantear son mejores estándares de calidad para atraer a los públicos. La cantidad de salas no es un factor.
Va por la línea de que la gente no ve cine tico por ser cine tico, como sucedía antes. Ahora los públicos exigen y los críticos también.
“Creo que Hombre de Fe o Buscando a Marcos Ramírez sorprenderán a los ticos en materia de producción y estética. Eso gustará . Por otro lado no creo que las películas ticas se estén anulando entre sí, cada una está hecha para públicos diferentes”, agregó.
Jiménez le hace segunda a Carcheri. Su criterio es demoledor.
“Si se estrenan 13 películas extraordinarias, la gente las irá a ver”, opina Hernán.
“A veces se hace cine de autor y luego se buscan culpables por la baja asistencia. En la medida que todos seamos honestos respecto al tipo y magnitud de público al que le apuntamos, hay campo para 13 o 100 películas, da lo mismo”, espetó.
Lo cierto es que, a pesar de la guerra en cartelera, para el 2018 volveremos a ver cine tico en cantidad. Unas ocho películas ya están en baño maría y otros trece proyectos vienen en camino para los años venideros.
Ibermedia vive, Proartes también y el fondo estatal El Fauno se robustece –pasó de ¢250 millones a ¢300 millones para la última convocatoria–. Gracias a eso los sueños siguen, los festivales abren sus pantallas y la motivación no se muere con el dardo de una mala taquilla.
Los cineastas locales lo saben y se sienten orgullosos. Dentro de la película del cine tico, que cuenta con un apasionante y singular guion, estamos contemplando una de las secuencias más lindas y productivas de la historia.
Un año, doce filmes
- La Dixon, de Adriana Cordero (Estreno 12 de enero)
- Enredados, la confusión, de Ashish R Mohan (Estreno 9 de febrero)
- Amor viajero, de Miguel Gómez (Estreno 2 de marzo)
- El sonido de cosas, de Ariel Escalante (Estreno 11 de mayo)
- Despertar, de Soley Bernal (Estreno 10 de octubre)
- Insomnio, de Mario Alonso Madrigal (Estreno 19 de octubre)
- Gigi, de Erika Bagnarello (Estreno 26 de octubre)
- Atrás hay relámpagos, de Julio Hernández (Estreno 2 de noviembre)
- Violeta al fin de Hilda Hildalgo (Estreno 9 de noviembre)
- Buscando a Marcos Ramírez, de Ignacio Sánchez (Estreno 17 de noviembre)
- Abrázame como antes, de Jurgen Ureña (Estreno 30 de noviembre)
- Hombre de fe, de Dinga Haines (Estreno 25 de diciembre)