El 31 de mayo de 1992 no estuve en el concierto de la Fosforera. Sabía que ese día el Cráneo Metal IV se realizaba a pocos kilómetros de mi casa y que varios amigos iban a asistir, pero de seguro algo más interesante pasó (asumo) y me olvidé del tema. Sin embargo, al final de aquel domingo, mientras en los noticiarios se daba cuenta de lo ocurrido en barrio Quesada Durán, experimenté la ambivalencia de sentir que me había perdido de algo memorable y al mismo tiempo de que me había salvado de algo terrible.
Tenía 15 años y no ocupé mucha explicación para intuir que lo mejor era esconder por unas semanas mis casetes de Iron Maiden, Metallica, Mötley Crüe, Anthrax y Helloween. Como hijo adolescente de familia católica, mi gusto musical por el heavy metal fue sometido a un constante escrutinio a medida que las conferencias de prensa de Monseñor Román Arrieta y el ministro Luis Fishman se multiplicaban más rápido que los panes y los peces.
Un buen amigo de Curridabat si estuvo en el concierto de la Fosforera y para su buena fortuna no se contó entre los detenidos en el operativo policial que acabó con el espectáculo. Al día siguiente llegó a mi casa a narrarme todos los pormenores y se quedó a cenar, invitado por mi mamá. Acostumbrados a comer con Telenoticias de acompañamiento, la edición de aquella noche del noticiario estuvo dedicada en buena parte a los ocurrido con el Cráneo Metal IV, y mi señora madre se prodigó en explicaciones sociológicas y teológicas sobre la conducta en apariencia irracional de aquella turba de mechudos vestidos de negro. Mi amigo se hizo tragada la comida en silencio absoluto mientras yo hice el mayor de los esfuerzos por no estallar en carcajadas ante la congoja de nuestro invitado.
Hoy está claro que el proceder de las autoridades de entonces fue injustificado y prejuicioso. El concierto no fue intervenido por falta de permisos o condiciones de seguridad, sino por los valores “negativos” que la policía asociaba con el heavy metal. Los 32 jóvenes que detenidos en la Fosforera (incluidos varios menores de edad) no contaron con asesoría legal y fueron exhibidos ante el país no por cometer algún delito, sino por su estilo de vida.
Siguieron semanas aún más penosas, en los que la policía allanó tiendas de música, haciendo decomisos arbitrarios y sin ningún criterio técnico de camisetas, discos compactos y casetes de artistas que “atentaban contra las buenas costumbres”. Cualquier portada de color negro o con una calavera a la vista fue requisada, aún si se trataba de un álbum de Madonna, Eagles o Toto (lo sé porque los distinguí entre el material incautado que exhibió el ministro de Seguridad). A los dueños de esos establecimientos nadie los indemnizó por las pérdidas sufridas y sus tiendas fueron asociadas ante la opinión pública con un inexistente movimiento satánico. Mientras tanto, en los colegios todos los alumnos que eran identificados como metaleros perdieron casi que en automático puntos de conducta, siendo que algunos incluso sufrieron castigos y sanciones por sus gustos musicales.
30 años han pasado y me gusta pensar que al final el arzobispo y el ministro “menos malo” incidieron en que el heavy metal no solo resistiera, sino que tomara impulso en Costa Rica. La “prohibición” solo sirvió para que más adolescentes se interesaran en el género pesado y los casetes grabados se trasegaban de mano en mano, de modo clandestino, en las aulas de secundaria y universidad; las radios crearon programas especializados en heavy metal, y televisoras pequeñas de la banda UHF, como los canales 38 y el 19, empezaron a programar con frecuencia videos y conciertos de los grupos metal más pegados del mercado anglo.
Hoy es normal ir a Multiplaza y encontrarse a chiquillos de colegios privados “y de buena familia” que recorren los pasillos con camisetas de Black Sabbath sin preocuparse por que alguien los tilde de satánicos; en las ventanas de Forever 21 se han exhibido prendas con el logo de Metallica y en la Universal se venden cuadernos con Eddie, la mascota de Iron Maiden, en la portada. Es seguro decir que ahí la policía nunca llegará a llevarse estas mercaderías. En tanto, las canciones que le paraba el pelo al clero y columnistas de opinión en 1992 ahora musicalizan las secciones deportivas de los canales futboleros... un domingo al mediodía.
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Lo ocurrido en La Fosforera fue, irónicamente, el primero de un largo historial de conciertos memorables de heavy metal en Costa Rica. Desde entonces las mayores agrupaciones pesadas del mundo han venido a nuestro país a llenar estadios y los adolescentes de la generación del 92 han ido con sus hijos a escuchar en vivo a Ozzy Osbourne, a Dave Mustaine, a Tom Araya, a Axl Rose.
El Cráneo Metal IV no fue una página negra. Aquel concierto -con entradas de ¢300 y cuyo cartel incluía a las bandas locales Massacre, Viuda Negra, Féretro, Sentence, Psy-War y Morbid Symphony- puso a la prueba la tolerancia de un país, la validez de nuestro discurso de libertad de expresión y la defensa del arte y la cultura (sí, porque aún los cantos más guturales y la batería más estruendosa demuestran creatividad).
En conmemoración de los 30 años del concierto de La Fosforera, repasemos el relato oral de sus protagonistas.
El siguiente texto se publicó originalmente en la edición de mayo del 2007 de la revista SoHo Costa Rica, bajo el título de ‘Generación Fosforera’. Esta versión fue sujeto de edición, a fin de actualizarle algunos aspectos históricos.
El 31 de mayo de 1992, Miguel ‘La Manguera’ Segura se ganó la tarjeta roja, cortesía de Ramón Luis Méndez. Como Turrialba ya no contaba con cambios, Guillermo ‘El Nica’ Guardia hizo de portero improvisado y, para sorpresa de todos, el delantero le paró el penal a Óscar ‘Macho’ Ramírez. Su insólita atajada contra Alajuelense justificó que, el 1° de junio, Memo apareciera en todas las portadas de los periódicos. Lo suyo era mucho más noticioso que la detención, también ocurrida la víspera, de 32 greñudos “satánicos” en un concierto.
Quince años (al 2007) han pasado desde la única vez que Guillermo Guardia paró un penal en un estadio que hace buen rato no ve un partido de primera división. De su hazaña solo se acuerdan los nostálgicos e historiadores de fútbol. Sin embargo, el Cráneo Metal celebrado en las bodegas de la Fosforera Continental, en barrio Quesada Durán, ha demostrado ser mucho más resistente al olvido, quizá porque ese fue el día en que el concepto camisetanegra entró en nuestro vocabulario.
El Cráneo Metal IV no aspiraba a ser un concierto inolvidable. Era solo otro chivo metalero más, bastante artesanal para los parámetros de producción que se manejan hoy. No fue hasta que un amplio contingente policial “arribó a la escena” que las cosas se pusieron interesantes. El resultado: 32 muchachos durmieron esa noche en celdas de la Quinta Comisaría; se decomisaron discos y camisetas en varias tiendas; policías, maestros, periodistas y sacerdotes empezaron a ver con desconfianza a cualquier pinta que anduviera con el pelo demasiado largo y la camiseta demasiado negra, y los padres de familia requisaron y destruyeron todo casete de sus hijos que tuviera calaveras en la portada. ¡Machalá-machalá!
Oír heavy metal se volvió una afición peligrosa en aquel entonces, y el que salía a la calle con una camisa de Slayer o Testament en serio era un valiente… o le pelaba todo. Aún así, el metal prevaleció y, a pesar de los esfuerzos políticos, los seguidores de lo que los medios calificaron de “música estridente que no se entiende” se tornaron legión.
Hoy, Costa Rica es un país desarrollado (metaleramente hablando), con bandas autóctonas pesadas que son reconocidas aquí y afuera y con un público acostumbrado a que nos visiten leyendas del género, como Sepultura, Dio, Anthrax, Kreator y Helloween.
Sin embargo, La Fosforera sigue siendo la página más negra y, a la vez, la más importante. Pese a los pronósticos policiales, los jóvenes que aquella tarde de 1992 se plantaron contra la autoridad (y las buenas costumbres) no se convirtieron en los psicópatas que se esperaba…, al menos no todos.
A propósito del aniversario, reunimos a cinco egresados de la generación Fosforera, incluyendo a José Pablo ‘Pelos’ Vargas, organizador de aquel y todos los Cráneos y que, por razones obvias, no era muy amigo de salir en la prensa diciendo que él fue el ideólogo situado detrás del concierto que más espacio ha ocupado en las páginas de sucesos.
El siguiente relato oral de lo ocurrido aquel 31 de mayo de 1992 corrió por cuenta de los músicos Mauricio ‘Abrahkkan’ Bolaños; Christian Corrales y Javier ‘El Vaso’ Fernández; del empresario de conciertos Víctor Mora, y José Pablo ‘Pelos’ Vargas, los cuatro primeros asistentes y el último organizador del espectáculo. La plática grupal se realizó en abril del 2007 en Grupo Nación, y en la selección del material fotográfico histórico y coordinación de las entrevistas colaboró el fotógrafo Eddy Rojas.
“El concierto se realizaba a puerta cerrada; sin embargo, los sonidos metálicos, los gritos de los participantes y los fuertes golpes que se escuchaban desde fuera, provocaron la alarma del guarda de la fosforera, quien inmediatamente dio aviso al propietario”. Lorena Villalobos, La Nación, 1/6/92.
Vaso: Yo creo que el guarda se asustó porque en el mosh le rompieron la nariz a un mae y salió lleno de sangre.
Mauricio: También fue que el montón de gente llegó bastante antes y nos achantamos en los caños y los corredores de las casas. Los vecinos seguro creyeron que nos les íbamos a meter.
Víctor: Y es que un par de chavalos, en el mosh, fueron a dar contra el portón de la bodega y lo desmontaron. El hombre se asustó y pegó la llamada.
Pelos: Sí, el dueño se asustó, aunque yo le planteé cómo era el asunto. Él me dijo que no sabía que habría tantos de camiseta negra. ¿Qué esperaba: que fueran de rosado y amarillo?
Vaso: Vea con la chema que sale Mauricio en la foto. Ni es negra, y lo que dice es Levi’s.
Mauricio: Negra sí era…, solo un toque desteñida. Además, en la foto no se aprecia el parche de Megadeth que andaba en la espalda.
“Cerca de 80 efectivos de la fuerza pública, entre ellos policías antimotines, intervinieron ayer en un concierto de rock… con el fin de restaurar el orden”.
Pelos: Cuando estaba tocando Massacre, entró la policía con metralletas y soltaron dos o tres balazos al aire. Yo salí corriendo para que no se llevaran la plata, que la tenía en una caja de galletas danesas, en el carro de mi tata. Ese día, como 600 maes pagaron la entrada, que era a ¢300, pero, cuando cayó la ley, abrimos el portón para que entraran los que estaban fuera.
Mauricio: El dueño del chante llegó con una actitud buena y, cuando la policía matoneó, él los sacó del lugar; pero la segunda vez que entraron, el hombre ya estaba volcado.
Pelos: El dueño cambió cuando don Luis Fishman llegó.
Christian: Y todo el mundo se empezó a asustar cuando a un flaco de Desampa lo pegaron al piso con una pistola en la cara.
“La acción policial dejó un saldo de 32 jóvenes detenidos –entre ellos, nueve menores de edad–, el decomiso de pequeñas cantidades de cocaína y picadura de marihuana, armas cortantes…”
Pelos: Uno de los que trabajó conmigo en la organización, Abraham, fue el único al que ficharon pues él llevaba la batería y dentro alguien había echado un puro, además de unas pastillas con marca y todo que él tomaba. Al final, aunque dijeron que la cocaína casi salía de los parlantes, el gran decomiso fue de solo como tres puros y las pastillas de Abraham; y él, que ni una birra se toma, salió fichado.
Víctor: Me parece que los policías optaron por cargarse a los que se veían más agresivos, que andaban spikes o el pelo más largo. Iban como al azar y solo se llevaron a los más pintas.
Christian: Yo me asusté. Adentro fue hardcore. Estábamos acostumbrados a que a todos los conciertos llegara la policía, pero, cuando salimos y vimos antimotines bajarse de los buses, supimos que era otra cosa.
Pelos: No eran las tres patrullas de siempre, sino toda la Fuerza Pública de Chepe.
Christian: Y mala nota porque los maes dijeron que saliéramos y que solo nos iban a revisar, pero a los primeros en salir los mandaron directo al cajón.
Mauricio: Al ver que a los primeros en salir los revisaron violentamente, todo el mundo se echó para atrás.
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“La llegada de los primeros policías causó efervescencia entre quienes se denominaron “los camisetas negras”, sin dar más detalles de este nombre o sin agrupación especial”.
Vaso: Yo recuerdo que la periodista le preguntó a un mae que estaba a la par mía que por qué las camisetas negras, y él le contestó que porque así las vendían. ‘¿Entonces ustedes son un grupo?’, y el mae que no; ‘¿ustedes son los camisetas negras?’, y el mae ya obstinado diciéndole que no. Al final, fue la prensa la que inventó el término pues nadie antes había dicho ‘¡yo soy camiseta negra!’.
Pelos: Los detenidos pasamos como 28 horas en el bote. Éramos los únicos dentro, y, ya que estábamos guardados, abundaron los madrazos para los tombos. A un pobre borrachillo lo metieron en la madrugada y al rato tuvieron que pasarlo a otra celda pues estaba asustado con aquel pintero.
“Como una reacción a los desórdenes ocurridos durante un concierto de rock…, el Ministerio de Seguridad y Gobernación decomisó varios artículos que se venden en el mercado nacional, relacionados con este tipo de música”. Lorena Villalobos, La Nación, 2/6/92.
“Eso es un subjetivismo del ministro Fishman. Cuando el día de mañana a algún ministro le desagrade la música de Agustín Lara, nos quedaremos sin canciones como María bonita.”. Fernando Guier, La Nación, 3/6/92.
Pelos: Eso sucedió porque tiendas como Fama, El Muro y Enigma eran las únicas donde se vendían discos de metal y las entradas de los conciertos. Los dueños eran muy tuanis, y a ellos les cayó la policía y se llevó todo lo que tuviera calaveras, y luego nunca se supo qué pasó con esa mercadería.
Mauricio: Tal era la ignorancia de la policía, que hasta discos de Alux Nahual decomisó. Barrieron con todo lo que tuviera fondo negro, y después de eso pasó mucho tiempo sin que trajeran metal a esas tiendas por miedo a otro decomiso.
Víctor: En Discos Napoli hasta unas camisetas negras de Madonna se llevaron.
“Pareciera que son jóvenes que no están adaptados para vivir con las reglas de nuestro medio”. Luis Fishman, La Nación, 3/6/92.
“Esto no es una cuestión de satanismo, sino un problema de falta de orientación de la juventud”. Monseñor Román Arrieta, La Nación, 3/6/92.
Víctor: Yo me llevé a un primillo que no escuchaba metal al concierto, y después de eso no solo quedé como la oveja negra de la familia, sino de todo el barrio. Hasta la fecha, cuando un chavalillo empieza a oír metal, la gente me dice que se volvió uno de los míos.
Christian: Ese día quedamos con la sensación de lo que se había dado era un abuso policial, y le dije a Mauricio que ojalá sacaran en las noticias algo contra los hijueputas tombos. Cuando llegué a la casa, mis papás me estaban esperando pues en la tele lo que se dijo era que casi estuvimos en un culto satánico para drogadictos.
Pelos: Dijeron que íbamos a sacrificar vírgenes… ¿Cuáles si no conocíamos ninguna?
Mauricio: Y también alguien se dejó decir que se proyectaron videos porno en pantallas gigantes. ¿Cómo si ni tarima había?
“…sí hay certeza de que la censura previa, los decomisos de publicaciones, música y atuendos simplemente porque van contra conceptos mayoritariamente aceptados, y la persecución indiscriminada de quienes los portan, atentan contra la libertad individual”. Eduardo Ulibarri, La Nación, 3/6/92.
“…la inacción de los ministerios a mi cargo no será el motivo por el que se continúe vendiendo a los jóvenes de nuestro país discos en los que se incita a la violencia, el consumo de drogas, la depravación sexual y el suicidio”. Luis Fishman, La Nación, 5/6/92.
Mauricio: El despliegue policíaco no solo fue una payasada, sino desproporcionado pues solo era un concierto. Por eso lo justificaron hablando de drogas y todo tipo de crímenes.
Christian: Uno ahora se ríe, pero en el momento era gacho. La policía nos paraba en todo lado para pedirnos la cédula.
Pelos: Cuando Jorge Valverde nos invitó al programa En la mira, preferí no ir pues no me interesaba pasar la vida entera como el mae que hizo lo de los camisetas negras. Durante estos 15 años (2007), poca gente supo que yo fui el organizador pues nunca lo hice para sacar pecho. Además, los periodistas nunca buscan al mae coherente, sino al cholo más pinta que grita idioteces como que se caga en Cristo.
Víctor: Y es que la noticia fue un boom. Creo que desde Italia 90 no pasaba algo que diera tanto de qué hablar. Recuerdo que, a la salida del concierto, ya todo el país sabía, y no solo no nos paró ningún taxi, sino que varios taxistas nos echaron la nave encima y nos gritaron que éramos satánicos.
“El ministro de Educación Pública, Lic. Marvin Herrera, comentó que indagará si los jóvenes que asistieron al concierto de rock… están matriculados en centros educativos del país”. Lorena Villalobos, La Nación, 5/6/92.
“No fue un concierto, sino la explosión de un grupo satánico”. Julio Rodríguez, La Nación, 8/6/92.
Vaso: Unos siete compañeros que estudiábamos en La Salle salimos en las fotos del concierto. Los sacerdotes nos tacharon de adoradores del demonio y nos pusieron a limpiar como castigo.
Víctor: Creo que la persecución terminó con el cambio de gobierno, y, más bien, después de eso, la escena tomó más fuerza. Un montón de maecillos querían oír metal.
Christian: Después de eso, era común que hasta en los conciertos de Café con Leche y Liverpool se armaran mosh.
Pelos: A los meses, las camisetas negras se vendían en todo lado. Hasta los vendedores ambulantes de Avenida Central vendían chemas de Guns N’Roses y Metallica. En el 95 hicimos el Cráneo Metal 5 en la Alianza China, con mucha más gente y tuvimos cero broncas.
“Las autoridades de la Dirección General de Migración no dejarán que el grupo Deicide, presuntamente satánico, se presente en el país”. Johan Umaña, La Nación, 24/2/07.
Mauricio: Quince años después (2007), uno se cuida más al armar un chivo pero igual cabe la posibilidad de que estas cosas todavía pasen. El caso reciente de Deicide es un buen ejemplo.
Pelos: Podés tener todo en regla, que, si llega otro señor con autoridad, no hay nada que hacer. Aquí se hizo un escándalo por Deicide cuando ya han venido grupos peores y no pasó nada. Sin embargo, un mal comentario en un periódico puede traerse todo abajo. Esto se dará siempre porque el 90% de la gente ve el metal como algo malo.
El ministro (entrevista a Luis Fishman en el 2007)
Aquella tarde de domingo, el Ministro de Seguridad no se quedó a oír los reportes policiales en la casa. Para los asistentes al concierto, la presencia del hoy presidente del PUSC en las afueras de la Fosforera Continental respondió a un mero afán de protagonismo; sin embargo, Luis Fishman está seguro de que actuó como se debía.
“Ha transcurrido bastante tiempo y no tengo precisión sobre todo lo que pasó, pero sí recuerdo que respondimos a denuncias de desórdenes, muchachos ebrios y consumo de drogas en un concierto. Hicimos un operativo sin problemas y se disolvió la actividad”.
–Los asistentes dicen que sí hubo abusos por parte de la policía…
–Puede ser que hubo de todo un poco. Tal vez alguien percibió la intervención como un exceso, pero no preciso si hubo una muestra de fuerza por parte de la policía. Sí tengo claro que era indispensable que los jóvenes que andaban descarriados se dieran cuenta que la policía estaba dispuesta a actuar.
–¿Y sobre su protagonismo en el operativo?
–Parte de la lucha contra el hampa era enseñar que la policía y las autoridades daban la cara y por eso estuve ahí, a riesgo de pedradas y botellazos. Si hubiéramos querido montar un show entonces se habría convocado a la prensa con antelación, tal y como se hace ahora. Esa vez los medios llegaron cuando la policía ya tenía dos horas de estar ahí.
–Quince años después (2007), si se le presentase una situación similar, ¿qué haría?
–Me preocuparía por que mis nietos no asistan a una actividad de esas, que no traen nada bueno.