George Washington sabe cómo jugar con nuestros sentimientos. Eso lo sabemos bien porque lo ha hecho sin contemplaciones por las últimas semanas, cuando el dólar –desde donde nos mira– llegó a aumentar su valor en colones hasta un 12%.
Gracias a ello, Rafael Villalobos tiene ahora una nueva costumbre. En la mañana, y al regresar a su casa, por la tarde, revisa la salud de su salario o, lo que es lo mismo, se fija cómo está el precio del dólar.
Él tiene una linda casa en un condominio en San Pablo de Heredia. Su esposa, Beatriz, quien es arquitecta, diseñó las líneas neocoloniales de esa construcción que alberga a una familia de cinco, y por la que todavía deben pagar diez años de un préstamo en dólares. Rafael es el sostén financiero del hogar, y gana en colones como director de una organización de bien social.
¿Qué encuentra él cada tarde mientras sus hijos hacen la tarea y su esposa prepara la cena? Con respecto a ayer, su salario desmejora la salud y la recupera, casi por capricho.
La nueva rutina de Rafael es igual a la de miles de lectores que mantuvieron durante las últimas semanas el tema de “ tipo de cambio ” como uno de los más buscados en la versión digital de La Nación .
Claro que las grandes empresas han sufrido o gozado con los cambios en la relación entre el dólar y el colón; pero más allá de los libros contables de los capitales multimillonarios, están los relatos mínimos de las familias y los pequeños empresarios cuyas finanzas lloran o ríen con apreciaciones tan temperamentales del dólar.
Esta es la historia detrás de los céntimos.
Memorias del colón
Un dólar a ¢5,62 es el recuerdo más viejo que tiene nuestro Banco Central sobre el precio del dinero estadounidense en Costa Rica. Aquello fue antes de la llegada del televisor y de la Segunda República, en 1945. En las últimas semanas –en la era de Internet– un tico llegó a comprar el billete más pequeño de Estados Unidos por ¢572,44.
En el libro Liberalización cambiaria en Costa Rica , del economista Jorge Guardia, el expresidente del Banco Central nos explica que durante buena parte de la vida comercial costarricense, la política monetaria mundial consistía en que prácticamente no había política monetaria. El precio de los yuanes, de los francos, de las libras esterlinas se mantenía casi fijo. Mediante una especie de pacto entre caballeros ante el Fondo Monetario Internacional, los países se comprometían a fijar el precio de sus monedas con respecto al patrón oro. Aquellos eran tiempos tranquilos y aburridos de estabilidad, hasta que la administración del presidente estadounidense Richard Nixon decidió darle la espalda al oro. El dólar empezó a cotizarse por su cuenta y con independencia, y las monedas más importantes del mundo empezaron gradualmente a “flotar” a su alrededor o lo que es lo mismo, a fijar su precio con respecto a cuán popular o impopular se volvía cada yuan, franco o libra esterlina en el mercado.
Guardia explica que desde el Gobierno de Daniel Oduber, Costa Rica mantuvo un dólar a un precio artificialmente bajo, a pesar de una fuerte expansión económica mundial y el incremento en el flujo de capitales. Durante la administración posterior de Rodrigo Carazo, el déficit fiscal se disparó, igual que la deuda externa, lo que provocó la primera gran crisis cambiaria en la historia del país. Todo tico que conserve recuerdos de entonces tiene uno dedicado a la caída del colón a inicios de los 80.
En 1980, un dólar valía ¢8,60, y en 1983 había llegado a los ¢40,50. Los ticos del montón conocimos de política cambiaria por las malas. Desde entonces, la relación del dólar con nuestro colón ha trascendido las oficinas de los banqueros para permear la charla de esquina.
Ruth Angulo es directora de Casa Garabato, una pequeña empresa de ilustración y animación digital que trabaja desde el 2001. La empresa tiene contratos en dólares, pero la mayoría son en colones.
Entre las estrategias que está tomando Casa Garabato para lidiar con el cambio más reciente está el ofrecer más productos digitales y menos que requieran de técnicas manuales, cuyos materiales son importados. Angulo cuenta que parte de los costos que han aumentado en las últimas semanas son los honorarios de filólogos, traductores y abogados, quienes cobran en dólares. Asimismo, los ahorros de la empresa están en colones, por lo que han decaído.
Contratos que se firmaron hace cuatro meses y que se cobran contra entrega del producto final ya no serán tan valiosos como lo fueron cuando se firmaron.
Un problema similar relata Orlando Leiva quien, además de ser propietario de un taller de enderezado y pintura en Tibás, es un pequeño importador de autos.
Al mes, Orlando mantiene en movimiento unos cinco carros entre la compra en el sur de los Estados Unidos, el embarque, la aduana y la venta en Costa Rica. Ahora ha decidido detener las compras hasta que –según espera– se estabilice el precio del dólar.
“Le doy un ejemplo: yo traje un Honda Civic que pensaba vender en ¢3 millones; lo compré calculando que la utilidad sería de unos ¢500.000. A la hora de desalmacenar –y por la variación en el tipo de cambio–, los costos ya van por ¢2,8 millones, y todavía hay que sumarle lo que haya que arreglarle al carro. Voy a tener pérdidas”.
Orlando dice que los vendedores de carros nuevos cobran en dólares, y tienen inventarios que compraron mientras el precio estaba abajo, pero lo venden con un dólar apreciado. A diferencia de ellos, el mercado de Orlando es en colones. “Hace dos años, la gente me decía que el dólar había bajado y pedía un descuento, pero ahora que subió, la gente no quiere pagar el sobreprecio”, añade.
Mariela Delgado, la dueña de dos boutiques , en Palmares y San Ramón, dice que su negocio sí podrá bailar al son que le toque el dólar. Todavía tiene parte del inventario que adquirió en Los Ángeles en diciembre pasado, y esta mercadería la venderá a su precio original, mientras que los más recientes inventarios sí tendrán que llevar un recargo.
“Por ahora, trataremos de conseguir prendas que no sean tan caras, para que la gente no sienta la diferencia tan grande en el precio de un mes a otro”, dice Mariela.
Hace unos 18 años, su mamá creó HyM Boutique, negocio que ahora administran Mariela y su hermana, quien es dueña de otras dos tiendas en Alajuela y el mall Real Cariari. Además del precio de la mercadería, Mariela cuenta que el precio del dólar las ha golpeado porque los precios de los alquileres de las tiendas y los costos de mantenimiento, por supuesto, son en dólares.
Entre suelo y cielo
En la administración de Luis Alberto Monge se impusieron las minidevaluaciones: ese adelgazamiento a cuentacéntimos del colón. En 1992, Jorge Guardia emprendió una breve aventura con la “flotación administrada” o liberalización cambiaria en el Banco Central, pero se retornó a las minidevaluaciones hasta octubre del 2006, cuando se dejó fluctuar el precio del dólar entre un mínimo de ¢500 y, ahora, un máximo de ¢800, en el llamado sistema de bandas. Así llegamos a un George Washington de ¢567,23.
Pedirle a Eduardo Lizano que nos explique por qué sube el dólar es como pedirle a un científico nuclear que nos hable de física del cole , pero aún así nos atrevimos a hacerlo. El expresidente del Banco Central ejemplifica, y nos recuerda cuando a finales del 2012 hubo una entrada muy grande de dólares a la economía de Costa Rica. “Entonces pasó lo que pasa en la feria del agricultor cuando hay muchas naranjas: el precio de las naranjas disminuye. En aquel momento, hubo una apreciación del colón, y fue cuando el Banco Central debió comprar cantidades de dólares muy grandes para mantener el precio en el piso de ¢500”.
Aquellos tiempos de un dólar bajo no fueron especialmente brillantes para Marcela Elizondo, la gerente de ventas para Centroamérica de una empresa de video de alta tecnología radicada en Londres. Ella, que gana en dólares, reporta una vivencia muy distinta en estos días de un dólar apreciado. “Muchos de estos días he tenido un aumento de salario. Por ejemplo, hoy ya tuve un aumento automático de ¢700 por cada $100 que gano, y solo por el aumento que hubo desde ayer”, nos dijo hace unos días, en el momento de la entrevista.
Al pie del volcán Arenal, hay otra persona que sonrió por la reciente apreciación del dólar. Miguel Zamora es el dueño de Cerro Chato Lodge, un pequeño hotel en La Fortuna de San Carlos, el cual abrió hace 21 años, cuando decidió huir de la bullanga josefina.
“A mí, la electricidad me sale carísima, pero con esto se nos aliviana un poco la carga. Digamos que por cada $1.000 recibo unos 50.000 pesos adicionales, lo que me ayuda a pagar una cuarta parte de la luz”, dice Miguel.
Él dice que no percibió una baja sensible de turistas nacionales en su hotel, pues la mayoría llega honrando reservaciones que había hecho hace un tiempo. Sin embargo, teme que si el dólar siguiese inestable para la época de Semana Santa y vacaciones de medio año baje la ocupación nacional, pues los hoteleros suelen aumentar sus tarifas entre un 10 y un 15%, y con el aumento en el precio del dólar, se traduciría en un 20 ó 25% más para el precio en colones.
Una familia que ya empieza a hacer ajustes en sus vacaciones es la de Rafael Villalobos, el asalariado en colones que tiene un préstamo en dólares sobre su casa. “Ahora buscamos cómo reducir gastos. Por ejemplo, ya no hacemos planes para ir a hoteles ni a la playa. En algún momento tuvimos la ilusión de cambiar el carro: eliminado. Nuestro único plan es ir a Panamá, porque mi esposa es de allá, y ahí solemos hacer las compras para todo el año”, dice. Cuando Rafael empezó a pagar el préstamo de su casa, en el 2004, un dólar valía ¢438,15, y el monto de lo adeudado, convertido a colones era de ¢26.767.105. “Ahora, y sin movernos, es de ¢33.765.000”, agrega.
A pesar de la angustia que les producen estas subidas del dólar, tanto él como su esposa Beatriz dicen que no se arrepienten de haberse endeudado en moneda extranjera: de otra manera les hubiera sido imposible acceder a una casa propia.
“Siempre hay cierta ansiedad, porque uno no sabe qué está debajo de todo esto. De economía, uno no sabe nada, y la confianza es que esto no se dispare más”, dice.
El jueves, al cierre de esta edición, el dólar sorprendió a los ticos con una baja de unos ¢25, lo cual da un respiro a quienes sufrieron con la apreciación.
Cada quien se atiene a la suerte o la fe para superar la incertidumbre de este temporal monetario. Orlando, el importador de vehículos, espera que, después de la elección del 6 de abril, las aguas se calmen. Rafael, que es muy creyente, termina depositando su suerte en las alturas: “Tenemos mucha confianza en Dios”, termina diciendo, en una leyenda que se parece demasiado a la que adorna el anverso del más pequeño billete norteamericano: “In God We Trust”.
Nota: Este reportaje fue modificado con respecto a su versión impresa para ajustar los últimos datos sobre el tipo de cambio a la noche del 13 de marzo.