“Todo parecía ser tan predecible que duele demasiado”, escribió un columnista del diario tailandés The Bangkok Post, hace un par de semanas, cuando trascendió la captura de Somkid Phumphuang, hoy de 55 años y quien era buscado afanosamente por la policía como supuesto perpetrador del homicidio de una mujer en la provincia de Khon Kaen.
Todo el caso está provisto de tintes macabros y un prontuario penal lleno de absurdos y contradicciones que se empezó a tejer en el 2005, cuando Somkid fue capturado por las autoridades que estuvieron tras su pista durante varios meses como sospechoso de una seguidilla de crímenes, todos contra mujeres, lo que pronto le confirió el apodo de “Jack el Destripador” en alusión al legendario asesino en serie que aterrorizó a Londres en 1888, mató al menos a cinco prostitutas y quien jamás fue atrapado.
Hay una gran diferencia en el modus operandi del Jack original y este pseudoimitador, pues el sanguinario asesino del siglo antepasado literalmente destripaba a sus víctimas y, en cambio, el tailandés las ahorcaba o las asfixiaba en las tinas de los hoteles en los que les proporcionaba su cruento final.
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Sin embargo, la similitud en el perfil de las víctimas y el número similar en ambos casos, cinco muertas en un mismo año, facilitaron que se le endilgara al peligroso tailandés de menuda contextura, el mote del lúgubremente célebre “Jack el destripador”, el original.
A estas alturas, la prensa mundial que ha reseñado la insólita historia recalca la gran pregunta ¿Cómo pudo la justicia tailandesa dejar en libertad a un asesino en serie confeso, quien incluso estuvo condenado a muerte en uno de los procesos que afrontó por cada víctima, entre el 2006 y el 2010?
La respuesta es lo que podría llamarse una “tormenta perfecta macabra”, una correlación de hechos que se juntaron para facilitar, en un acto de ligereza, negligencia e irresponsabilidad total de la justicia tailandesa, que se pusiera a Phumphuang en la calle, a sus anchas, en mayo del 2019, por “buena conducta”.
La asombrosa saturación de las cárceles de Tailandia fue, a no dudarlo, un factor determinante. La indulgencia no es precisamente una característica de la justicia ni de las fuerzas policiales de ese país asiático, pero justo por eso llegaron a un grado de sobrepoblación que propició la liberación o reducción de penas a unos entre 30 y 50 mil convictos por orden directa del rey de Tailandia, Vajiralongkorn. Esto ocurrió en mayo del 2019, exactamente el mes en que se decidió otorgarle la libertad a Somkid, cuya historia de psicopatía comparte varios paralelismos con sus “colegas” de otras latitudes y épocas.
Infancia en abandono
De acuerdo con el seriado alemán Asesino de prostitutas, pubicado en el 2015, y de diversas biografías sobre el asesino en serie que han trascendido en medios tailandeses en los últimos años, tras quedar huérfano de ambos padres, siendo muy pequeño, Somkid Phumphuang fue criado por su tío, Kling Kinkaew.
Pero ya desde muy chico, contaría más tarde su tío a la policía, Somkind dio señas de ser un bravucón de muy mal genio, lo que le valió la expulsión de la escuela por varias fechorías, entre ellas, robo. Ya de adulto joven saltaría de problema en problema: halló trabajó en una fábrica pero fue despedido por robar dinero, luego estafó a un hombre de negocios local y se las ingenió para involucrarlo en varios delitos frente a la policía, lo que le valió al exsocio un encarcelamiento de seis años. Cuando escuchó la condena, juró que mataría a Somkid cuando fuera liberado.
Evidentemente, no lo logró: para entonces, Phumphuang ya estaba involucrado en tráfico de drogas y armas en Easarn, en la región noreste de Tailandia, y tenía muchos alias: se hacía llamar Daeng Phumpuang, Suwat Chanarong, Suchart Kingkaew, Naron Nilnet...
Pero algo pasó en su mente y en su accionar entre enero y junio del 2005, pues el primer mes de aquel año inició otra “faceta” de su carrera criminal y empezó a matar mujeres: en solo los mencionados meses, aniquiló a cinco cabareteras, damas de compañía o aprendices de cantantes a lo largo del país.
Las víctimas, según publicó en su momento la prensa local, fueron Warunee Phimphabut, una cantante de salón de apenas 25 años, muerta en un hotel en la provincia de Mukdahan, el 30 de enero. Luego hubo un intrigante parón durante el cual, al menos hasta la fecha, no se le atribuyó ningún homicidio, pero junio sería siniestramente prolífero: apenas arrancando el mes, el día 2, la masajista Phongphan Sabchai, de 34 años, fue asesinada en Lampang; solo nueve días después, el 11 de junio; otra cantante de bar, Patcharee Amatanirum, de 38 años, fue asfixiada en Trang.
La masajista Porntawan Pungkhabut, de 32 años, fue la siguiente víctima, asesinada en una habitación del Charoensri Grand Royal Hotel en el distrito de Muang de Udon Thani, el 18 de junio.
La fatídica lista de aquel mes del 2005 la completa Pimpornpirom Sompong, una masajista de 36 años que fue muerta en la localidad de Buri Ram, el 20 de junio.
La forma en que lograba convencerlas de que lo acompañaran no está clara, pero sí trascendió que acostumbraba sorprenderlas en las afueras de los antros en que trabajaban, de noche, y antes que cualquier acción, las encandilaba con un fuerte foco. Ya un poco desorientadas, las convencía de acompañarlo o las forzaba a ello.
Somkid fue bastante desprolijo a la hora de borrar huellas y, después de su quinto homicidio del 2005, pronto fue detenido por la policía y, tras tres diferentes juicios, fue condenado a muerte el 2 de marzo del 2010.
Sin embargo, en agosto del 2012 un Tribunal de Apelaciones conmutó la pena de muerte a cadena perpetua, en vista de que él confesó su culpabilidad en uno de los crímenes.
Inimaginable para entonces que el pequeño hombrecillo, apenas siete años después, saldría caminando de la cárcel como un hombre libre, debido a que no registró un solo incidente mientras estuvo en la cárcel. Lo suyo era retar su propia astucia, pero en libertad.
Las motivaciones que lo llevaron a convertirse en un asesino serial aún son objeto de especulaciones, ya que durante los juicios en su contra, él no contestó la mayor parte de los interrogatorios. Sin embargo, los investigadores han opinado que en su febril brote de violencia, Somkid lo primero que quería era reconocimiento y algo de dinero, pues algo que sí hizo con todas sus víctimas fue negarse a pagar por sexo, después de haberlo consumado, y cuando las mujeres se ponían furiosas, simplemente las ahorcaba o las asfixiaba en la tina del hotel en que estuvieran.
Lo que sí trascendió es que él trataba, en la medida de lo posible, de hospedarse con las mujeres en hoteles de bastante nivel. Luego de matarlas, huía del lugar obviamente sin pagar un centavo.
Otros rasgos de personalidad que le detectaron los peritos durante los procesos judiciales fue una inteligencia bastante superior y gran capacidad de manipulación, lo que lo facultó para ofrecer con éxito un falso testimonio en la corte. La falta de empatía y el anteponer sus necesidades antes que las de los demás también son características de los psicópatas, al igual que la de mirar por encima del hombro a la autoridad y, por ello, a menudo cometen el error de no cubrir suficientemente las huellas de sus crímenes.
Ratsami, la crueldad extrema
Apenas siete meses después de que “el Destripador de Tailandia” recuperara su libertad, en diciembre pasado se activaron todas las alarmas entre la policía de la capital. El 17 de diciembre se reportó un asesinato que guardaba enormes similitudes con los otros cometidos por Somkid en el 2005.
Pero en este caso, todo fue diferente, excepto por el golpe final, el deceso de la víctima. En el 2005, el asesino andaba en sus 30, ninguna de sus víctimas superaba esa década. Ahora, ya con 55 años, Somkid encontró fascinante elaborar mejor sus tramas por medio de redes sociales, específicamente por Facebook. Atrás quedó la treta del encandilamiento.
Fue así como, entre sus varios intentos de conquista, Ratsami Mulichan, de 51 años cayó presa de la conquista cibernética de quien le aseguró ser abogado, según le comentó a ella a su hijo, quien luego replicaría lo sucedido a la policía. Ella vivía en la aldea de Ban Mai Chai Mongkol, en el distrito de Kranuan de Khon Kaen, pero trabajaba como empleada de un hotel. Tras semanas de flirteo, decidieron formalizar y ella lo conminó a mudarse a su casa, cosa que ocurrió el 2 de diciembre pasado. Muy ilusionada con lo que parecía una prometedora relación, Ratsami también le contó a su hijo que su nuevo novio le había prometido regalarle un carro.
Apenas dos semanas después de la mudanza, la mujer fue hallada asfixiada, el cuerpo envuelto en una manta, sin prendas de la cintura para abajo y con las muñecas y los tobillos atados. Fue ahorcada con un cable eléctrico que estaba pegado a su cuello con cinta adhesiva.
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Para los investigadores hubo dos hechos claros: 1) estaban tratando con un viejo conocido y 2) esta vez, el tipo se había esmerado en hacer el mayor daño posible, pues no solo demoró semanas en seducir y convencer a su nueva víctima, sino que, a la hora de asesinarla, se aseguró de torturarla primero, como indican las ataduras de la mujer, la cual fue sometida primero para que supiera conscientemente lo que le iba a ocurrir después.
El cable pegado con cinta también fue un sádico mensaje para quienes descubrieran la escena del crimen.
Sin mayor precaución
Apenas un día después, el 18 de diciembre, una pareja de novios que viajaban a Bangkok en un tren que venía desde en noreste del país, observaron en el asiento de enfrente a un hombre de aspecto descuidado, que llevaba una mascarilla sobre la boca (como suelen usar los pobladores para evadir la contaminación) y una gorra... pero una gran cicatriz en su ceja izquierda sí era muy visible. Para entonces, todos los medios habían hecho eco de la alerta de “Se busca” y la joven le comentó a su novio que el rostro de su vecino de tren le parecía muy familiar al del hombre que estaba figurando en las noticias en las últimas 24 horas. Entonces, mientras el pasajero de enfrente dormitaba, el joven le sacó un afoto y la envió a la policía, que se desplazó hasta la próxima estación, en la que arrestó a Somkid Phumphuang, el segundo mayor asesino en serie de la historia reciente de Tailandia, según reseña la prensa local.
En el momento de la detención, la policía ya no tenía dudas de que Phumphuang era el responsable de la última muerte, pues no se cuidó en absoluto, de hecho dejó huellas digitales por todo el inmueble, pertenencias, ropa, documentación de su carro y hasta un teléfono celular.
Ya detenido, Phumphuang pronto confesó haber matado a Mulichan. Ahora se enfrentará a un nuevo juicio, esta vez, por el serio delito de homicidio premeditado.
En estos primeros días de enero el primer ministro tailandés, Prayuth Chan-o-cha, ordenó al ministro de Justicia que reexamine las reglas de Tailandia con respecto a la reducción de condenas y libertad condicional para delincuentes violentos, tras la gravedad de lo ocurrido con Somkid Pumpuang y el impensable hecho de que calificara para la libertad tras la amplia estela de muerte que había dejado a su paso en el 2005.
“Tenemos que actualizarnos a medida que el mundo avanza y observar las leyes y medidas de otros países. Muchos han estado monitoreando nuestro sistema de justicia. Tenemos que corregir lo que está mal trabajando juntos”, ha dicho.
Sin embargo, ningún esfuerzo compensará el dolor y estupor de familiares y allegados a la última víctima, Ratsami Mulichan, quien estaba tan ilusionada de haber con su nuevo novio, el flamante abogado que le hablaba de los casos tan importantes que llevaba, que hasta compartió en Facebook fotos con su amado, el pasado 2 de diciembre. Apenas 13 días después, estaría muerta y sería un número más en la lista de víctimas del “Jack el destripador tailandés”.