El español Juan José Polo murió un día después de haber conquistado la cima más alta del mundo. El agotamiento le ganó la partida antes de que lograra descender más allá de la zona de muerte.
El ibérico se convirtió en uno de los más recientes casos de escaladores que dieron sus últimos respiros en el Everest.
Allá arriba –en “el techo del mundo”– son muchos escaladores los que conocen lo que es vivir un infierno helado.
Desde 1922 y hasta el 2010, se han reportado 219 decesos y 150 desapariciones en el monte más alto del planeta. Solo el fin de semana trasanterior, hubo cinco muertes más, con el médico Polo incluido.
Cada escalador que pretenda subir hasta el cucurucho del coloso debe enfrentarse a un sinnúmero de retos y obstáculos en su camino, debido a los cuales el recorrido es siempre sobre el filo de la muerte.
“Yo dejé todo hablado con mi familia antes de irme. Quedó un testamento escrito en manos de un abogado, porque no sabía si iba a regresar. Nadie sabe eso cuando sube”, dice Eduardo Villalobos, quien en 1997 escaló 6.100 metros de los 8.848 metros que mide el monte . Junto a Ronny Chaves, fueron los primeros costarricenses en intentar la proeza.
Aquella vez, el ascenso del grupo se vio interrumpido por una amenaza de avalanchas que se prolongó por tres semanas.
Sin embargo, Villalobos recuerda como si fuera ayer, todos los peligros del recorrido que él, su compañero y un grupo de siete personas más, enfrentaron antes de verse obligados a bajar.
La sorpresiva aparición de grietas en el suelo los obligó a calcular cada paso que daban. Quien cayera en una de ellas tenía asegurada la muerte.
Además de las aperturas por el movimiento natural del monte, el frío es quizá el escollo más difícil. A pesar de que el Everest no es una de las montañas más frías, las madrugadas pueden tener temperaturas hasta de –50°C, por lo que la hipotermia es un riesgo permanente para todo aquel que no se ampare en previsiones rigurosas.
Otro de los grandes peligros para el escalador es la pronunciada disminución en la disponibilidad de oxígeno a tal altura.
La cumbre del Everest se ubica en la denominada “zona de la muerte”. Este nombre no obedece a ningún parámetro sensacionalista, sino a la imposibilidad de que un humano logre aclimatarse a una altitud superior a los 7.500 metros sobre el nivel del mar.
Muchas de las muertes que han ocurrido en el monte suceden en esta región, a causa de las graves afecciones al cuerpo.
En la zona de la muerte, la disponibilidad de oxígeno se reduce debido a que la presión atmosférica (cantidad de aire sobre la cabeza) es menor. Por esto, la permanencia en la cúpula no puede exceder los 15 minutos.
Ante la falta de oxígeno, el cuerpo produce más glóbulos rojos, la sangre se vuelve más espesa y la circulación se hace más lenta en las extremidades, lo que además provoca que estas se encuentren más predispuestas al congelamiento. (
El agotamiento físico también hace mella en el escalador. Este no solo afecta el ritmo de su paso, sino que puede causar graves alucinaciones que impidan continuar con el recorrido.
El 80% de los decesos en el Everest sucede cuando los escaladores ya están descendiendo del monte.
Andrea Cardona fue la primera mujer centroamericana en alcanzar la cima del Everest, en mayo del 2010.
La guatemalteca, quien además es guía de montaña, explica que “hay muchas personas que creen que el reto concluye al llegar a la cima, y cuando quieren bajar, ya gastaron toda su energía”.
Menciona como un error decidir hacer una pequeña siesta para “cargar baterías” poco después de comenzar a descender: muchos no se despiertan nunca más de tan errada elección.
Alrededor de 40 cadáveres son parte del panorama al que debe acostumbrarse todo aquel que intente escalar el gélido coloso.
Cada uno de ellos es un trágico recordatorio de los peligros que acechan en el monte nepalés. A pesar de que algunos llevan varios años en el mismo punto, siguen ahí porque bajar los cuerpos es una dificultad por sí misma, e implica, además, un oneroso costo así como riesgos para la vida de otras personas.
Pasa el tiempo y cada quien permanece congelado en el mismo punto donde pereció.
Algunos de esos quedaron postrados después de sufrir el mal de altura, con todas las consecuencias que implica no estar aclimatado para soportar las inclemencias del Everest.
En resumen, no ha habido una sola temporada de ascensos al monte en la que no haya habido víctimas fatales.
Andrea Cardona explica que, para evitar todas esas eventuales consecuencias del cambio de altura que podrían llevar a la muerte, el escalador debe hacer un entrenamiento progresivo de aclimatación.
“Cuando el cuerpo no está adaptado a la altitud en la que está, se presenta el ‘mal de altura’. Por eso, hay que subir poco a poco. Se recomienda descansar dos días por cada 500 metros avanzados, de modo que el cuerpo se adapte poco a poco”.
El entrenamiento riguroso es obligatorio con meses de anticipación, y se aconseja hacer la expedición con un grupo experimentado de
Sin embargo, a pesar de todas las recomendaciones, las tragedias siguen dándose en el lado oscuro del Everest.
En palabras de Cardona, “definitivamente, si usted se propone escalar el Everest tiene que aceptar conscientemente la posibilidad de morir”.