El peso de las lágrimas bajo los techos de Costa Rica, donde muchos velaban con el alma en vilo, fue el mismo en la plaza de San Pedro, donde el cielo permanecía sereno. Fieles alrededor del orbe despertaron con la noticia de aquello que, durante semanas, suplicaron no ocurriera: el papa Francisco había partido. Con él se fue la certeza de un liderazgo progresista en el seno de una institución aún influyente en el discurso político global. En su lugar, quedó la incertidumbre.
Se colgaron cintas rojas en la puerta de su habitación en la Casa Santa Marta —estructura moderna y austera—, no sin antes recordar su Urbi et Orbi final: la paz no es posible donde no haya libertad religiosa, de pensamiento y palabra. El Sumo Pontífice condenó los insensibles ataques de guerra, cuestionó el abuso del poder político y reafirmó su anhelo por la unión, tónica que marcó sus doce años de papado.
La mañana del 21 de abril, pocas horas después del Domingo de Resurrección, se levantó estable hacia las seis. Apenas hora y media más tarde, se confirmó su deceso.
Pocas horas transcurrieron hasta que la noticia cruzó el océano y llegó a Costa Rica, mientras el grueso de sus fieles aún dormía. La conmoción causó que el país decretara cuatro días de luto; Argentina, siete; Italia, cinco; España, tres.
LEA MÁS: El Papa de los gestos y de la misericordia
De Jorge Mario Bergoglio a papa Francisco
Una Iglesia para los pobres fue la consigna de Francisco al adaptar su nombre papal: no en honor a Francisco Javier, el santo jesuita, sino a Francisco de Asís, venerado por su amor hacia toda criatura viviente.
Contrario al santo italiano, Jorge Mario Bergoglio no nació entre riquezas. Se crió en el barrio de Flores, en Buenos Aires de Argentina, como hijo de migrantes italianos, mayor de cinco hermanos e hincha del club San Lorenzo de Almagro. Para sostener a su familia, fregó suelos en una fábrica, fue portero en una discoteca y ejerció como técnico químico y profesor universitario.
Tras inscribirse en el seminario de Villa Devoto, las polémicas pasaron frente a sus ojos mientras crecía en la jerarquía eclesiástica. Desde que fue nombrado superior de la congregación jesuita en Argentina, arrastra críticas por no haber hecho lo suficiente para apoyar al pueblo ante los crímenes de la dictadura militar.
Fue Juan Pablo II quien lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires, antes de elevarlo a cardenal. Décadas después, a sus 76 años, fue elegido para ocupar el cargo vitalicio con mayor poder en el planeta.
LEA MÁS: Cuándo empieza el Cónclave: detalles claves sobre la elección del nuevo Papa en 2025
Por obra del destino, durante ese mismo año —pero al otro lado del mundo—, Andrés Quesada ingresó a la Orden Franciscana Seglar en Costa Rica. No lo considera una coincidencia. Estuvo cerca del Pontífice en dos ocasiones: durante su visita apostólica a Colombia en 2017 y en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Panamá en 2019.
No llegaron a entablar conversación, estrechar las manos ni sostener la mirada, pero sí tejieron un vínculo espiritual: el papa Francisco, al igual que el fraile Andrés, compartía la convicción de liderar con humildad.
Ese mismo lazo podría reivindicarlo millones de creyentes en el mundo, como Isabel Chacón Rojas, delegada juvenil de la Diócesis de Cartago y una de las costarricenses que viajó 24 horas en autobús —trayecto prolongado por la congestión en la frontera— para escuchar al Papa en la JMJ.
Esa experiencia también la evoca Erick Rodríguez, delegado de la Pastoral Juvenil de Costa Rica, quien tuvo un mayor acercamiento. Con pañuelo rojo sobre el cuello, subió al escenario para rezar junto al Papa, por instrucción directa del Pontífice. Lo que sintió entonces, solo pudo expresarlo como una paz profunda.
No resulta extraño que, creyentes y agnósticos por igual, sintieran la partida de Francisco como la pérdida de una persona cercana. Pero más allá de su magnetismo para mover a las masas, en especial las juventudes, el Papa se ganó enemigos al sacudir al mundo católico ultraconservador. Por supuesto, sus posturas progresistas también fueron vistas por algunos sectores como meros gestos retóricos, pues consideraban que sus acciones no estuvieron a la altura del daño causado.
“La Iglesia es una estructura grande, milenaria. Los cambios tal vez no ocurren tan rápido como muchos quisiéramos o como el mundo actual está acostumbrado, pero hay signos de que vamos caminando hacia una dirección concreta”.
— Fráile Andrés Quesada
La estructura financiera del papa Francisco
Bajo el mando del papa Francisco, la Iglesia Católica dejó de ser tan hermética; por lo menos, en el eje financiero. Comenzó con la Secretaría de Economía, organismo creado en 2014 para supervisar las actividades económicas y administrativas de la Santa Sede.
Por primera vez en la historia, reveló el patrimonio inmobiliario del Vaticano: en 2021 poseía más de 5.000 propiedades en todo el mundo. Le siguieron reformas internas, con las que se detectaron y reportaron cientos de actividades vinculadas a posibles casos de lavado de dinero o financiamiento del terrorismo.
Entre más transparencia, se ganó más problemas. En 2020, la justicia vaticana abrió un juicio contra diez personas, incluido el cardenal Giovanni Angelo Becciu, quien terminó condenado por malversación de fondos, blanqueo de capitales, fraude y extorsión. Becciu había realizado una inversión multimillonaria en un edificio de lujo en Londres, desviando más de 500.000 euros a una consultora que utilizó el monto para fines personales.
Pese a que Francisco lo destituyó y le retiró sus derechos como cardenal, incluida la facultad de participar en el cónclave, Becciu se presentó en la asamblea de purpurados un día después de su muerte. Aunque sigue insistiendo en que debe votar por el próximo Pontífice, todavía no le permiten el ingreso.
Más recientemente, Francisco encontró mayor resistencia de algunos cardenales al intentar cerrar la brecha financiera del Vaticano. Tras registrar un déficit operativo de $89,6 millones en 2023, al año siguiente redujo los salarios en la Curia Romana, suspendió bonos y eliminó asignaciones adicionales.
Desde Estados Unidos, tampoco faltó cardenal que le reprochara haber externado que “el dinero es el estiércol del diablo”. O en su natal Argentina, el mandatario Javier Milei lo llamó “representante del maligno en la tierra” antes de ocupar el sillón presidencial.
“Un mensaje sostenido, que tiene su punto más alto en Laudato si’, advierte lo siguiente: la crisis que atravesamos, que nos pone a las puertas de un aniquilamiento de la vida, tiene causas estructurales, Eso quiere decir que no podemos solo hacer acciones puntuales o poner pequeños parches si no tomamos transformaciones profundas a nivel social, político y económico”.
— Diego Soto, subdirector de la Escuela Ecuménica en la UNA
Luego de la renuncia de Benedicto XVI, el catolicismo requería una transformación, una nueva cara. Para ello llegó Jorge Mario Bergoglio: condenó los abusos sexuales dentro del clero y clausuró organizaciones eclesiásticas asociadas a estas conductas. Buscó limpiar la imagen de adentro hacia afuera, pidiendo “perdón” a aquellas personas heridas por los pecados que lo “avergonzaban”.
Fue el primer Papa jesuita y uno de los cuatro no europeos en la lista de 266 Sumo Pontícifes. Enfatizó la labor pastoral y fue carismático y disruptivo. Brindó atención a los más marginados y al cambio climático, limitó las misas en latín, permitió la comunión a los divorciados y bendijo a parejas del mismo sexo, aunque sin llegar a aprobar su matrimonio. Mantuvo su dosis de conservadurismo en algunos temas, como el aborto.
Abrió las puertas para una mayor participación de las mujeres en la Iglesia. Claro, al colocar a las monjas en puestos de poder, se llevó dos por el precio de uno: despojó a los hombres enquistados y contuvo la competencia interna. Al fin y al cabo, las monjas no pueden aspirar a cargos tan altos ni decisivos como sus pares masculinos, uno de los cuales pronto será Papa.
En Centroamérica también dio señales mixtas. Diego Soto, subdirector de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional (UNA), recordó que Juan Pablo II visitó Costa Rica en los años 80, en pleno contexto de la Guerra Fría, mientras censuraba a sacerdotes centroamericanos vinculados con la teología de la liberación por considerarla demasiado cercana al marxismo y alejada de la “verdad”.
Francisco, en cambio, levantó la censura impuesta al nicaraguense Ernesto Cardenal y beatificó al salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, dos figuras claves de esta corriente. Para el docente Diego Soto, estos no fueron gestos menores si se toma en cuenta la historia de la institución.
Entretanto, el Papa ganaba popularidad con sutilezas, como cuando confesó que a veces se quedaba dormido durante la oración. Esa cercanía coincidió con sus esfuerzos por fortalecer la presencia del catolicismo en Asia y África, regiones donde aumentaron los bautizos, matrimonios y vocaciones religiosas, según el Anuario Estadístico de la Iglesia Católica.
Para el 2024, el número de personas bautizadas en la fe católica ascendía a 1.400 millones en todo el mundo. África mostraba un crecimiento del 3%, mientras que América y Asia registraban avances más discretos, inferiores al 1%... En Europa, la cifra se mantiene estancada.
En terreno costarricense, poco menos de la mitad de la población es católica. Un estudio de la UNA detectó que el 49,8% de los costarricenses se consideran parte de esta religión, cifra que viene en declive desde el 52,5% reportado en 2018.
“No solamente es el hecho de verlo en redes sociales o en televisión, sino que estar en el mismo lugar que él, compartiendo, viendo, escuchando en vivo y a todo color, es paz”.
— Isabel Chacón Rojas, delegada juvenil de la Diócesis de Cartago
¿Qué camino escogerá la Iglesia?
Es imposible ignorar que Europa tiene una guerra en su patio, y el nuevo Papa deberá mantener, o restablecer, lo que Francisco promulgó. Fue escéptico de Estados Unidos como un actor global, criticó la estructura capitalista y sus políticas migratorias, pues creía en recibir a toda persona sin violentar sus derechos. Curiosamente, su última visita oficial fue con el vicepresidente J. D. Vance, con quien discrepaba sobre medidas de deportación.
Y sin quitar el dedo de la llaga: Palestina. Su último mensaje como un líder del catolicismo fue un llamado por el cese al fuego y rezó por la paz en Gaza, con cuyos parroquianos conversaba a diario por teléfono, según el Vaticano.
Tal como lo expresó cuando salió el humo blanco de la Capilla Sixtina hace doce años, se despidió reafirmando su voto a la pobreza, esta vez en medio de un contexto geopolítico más complejo y polarizado. En un escenario donde cada vez más gobiernos europeos giran hacia la derecha, el próximo Papa no podrá evadir los conflictos políticos ni las tensiones armadas.
A la espera del cónclave que definirá la nueva cara de quien los católicos consideran un reflejo de Dios en la Tierra, el desenlace podrá ser conciliador o devastador. ¿Habrá sido Francisco un caso único o abrió la puerta para más cambios progresistas en la Iglesia? Y si su sucesor quiere seguir sus pasos, ¿se lo permitirán sus colegas y sus fieles?
LEA MÁS: Las frases del papa Francisco