
Primero, la platina; después un hueco apocalíptico en la General Cañas; luego el puente Juan Pablo II, más tarde la epidemia de puentes bailey como si el país sin ejército estuviera en guerra abierta...
Costa Rica tiene muchas fortalezas, pero una de sus mayores debilidades –¿incompetencias?– es la infraestructura nacional.
Atraso es poco. Obras estratégicas como la nueva ruta a Caldera, Puntarenas, inician con décadas de atraso y, para mal de todos, se diseñan sin prever el aumento en la flota vehicular y las nuevas necesidades del tránsito... como lo dictaría la lógica.
El Colegio Federado de Ingenieros y Arquitectos (CFIA) y el Laboratorio de Materiales de la Universidad de Costa Rica (Lanamme) se han cansado de advertir y corregir a las autoridades de turno.
Ni las anteriores, ni las trasanteriores ni las actuales, han dado pie en bola en un tema crítico para el desarrollo de cualquier nación.
En este país no hay puentes modernos y seguros. Los pocos que aún siguen en pie tienen muchos años de haber sido construidos y sirven, en el mejor de los casos, como embudo para la entrada a la ciudad y detonante de largas presas vehiculares.
Tan desastrosa es la gestión en infraestructura, que algunos se han atrevido a insinuar la desaparición del Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT). A ese ministerio se le une en incompetencia el Consejo Nacional de Vialidad (Conavi), blanco de críticas desde todas las direcciones.
La colección de entuertos es numerosa. Tal parece que las carreteras y puentes se estuvieran cayendo a pedazos.
En esa ruta galopante hacia el deterioro, este año se lleva la presea la caverna de la ruta 1, que solo es la número uno de nombre.
Todo empezó con un aguacero, una tuca y una alcantarilla con más de 50 años de haber sido instalada. Los tres elementos se conjugaron para que la noche del 27 de junio empezara a desbarrancarse la principal ruta nacional, por la cual transitan unos 100.000 vehículos todos los días en dirección San José- Alajuela y viceversa.
Empezó siendo de cuatro metros de profundidad y terminó convirtiéndose en una caverna, bautizada así por el propio gerente de Conservación del Conavi, Christian Vargas.
Como si el desastre fuera poco, una grúa de gran tamaño se hundió sobre el bailey y convirtió aquel sector en zona de caos el 6 de noviembre.
¿Cuál será el próximo capítulo en esta novela de entuertos e incompetencias?
Cualquiera que sea, probablemente será aliviada con uno de los tantos bailey de colección en las bodegas del MOPT.
Ángela Ávalos R..