- Mae, ¿usted sabe de dónde es el árbitro?
- De Irak.
- No sea bateador... es de India.
- No me suena...
- Claro, véalo bien.
- Bueno, qué importa. Lo importante es que va con nosotros.
Mohammed Abdullah Hassan no es de India ni de Irak, sino de los Emiratos Árabes Unidos. El árbitro tampoco es que “iba” con Costa Rica pero en aquella mesa de análisis futbolero del Mercadeo Central de San José nadie defendió la imparcialidad del silbatero del juego de repechaje mundialista entre la Tricolor y su similar de Nueva Zelanda. Es más, si don Mohammed algún día pasa por aquella soda tan tica, de fijo come gratis: le cayó bien a todos.
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La noche catarí del 14 de junio fue una inusual franja de almuerzo en el mercado josefino, donde el juego que definió al último equipo en clasificar a la Copa del Mundo fue seguido por los trabajadores de sodas, pescaderías, pasamanerías, tramos de especias y ventas de artesanías en un ambiente de camaradería inigualable que, eso sí, no supo de asuetos: el trabajo siguió como siempre, con la muchachada atendiendo a clientes a los que el juego atrapó en el trajín de los mandados y a los “gringos” (gentilicio que se aplica parejo para cualquier turista extranjero de esos que visitan el ‘mall’ criollo para llevarse una verdadera vivencia de la Costa Rica de a pie).
En El Hierverito, por ejemplo, Xinia Araya animaba a miles de kilómetros de distancia a Keylor y a Bryan con una maltratada olla arrocera, la cual aporreó con ganas al ritmo de la gradería más encendida. A ella se unió Luz Marina Matarrita, enfundada en su delantal y peluca rojoblancoyazul y conocida por todos en el mercado, pues trabaja ahí desde hace 36 años. Su escándalo fue sinfónico.
Mientras tanto, en la mítica pasamanería El Tequendama los dependientes se debatían entre seguir el audio de la transmisión radial en tiempo real o bien prestarle atención a la televisión de un comercio cercano, cuya señal llevaba un leve atraso. Así, cuando Joel marcó el gol que se hizo enorme y alcanzó para meternos de nuevo en un mundial, Jacqueline, Kaleb y Jenny gritaron la anotación un segundo antes de que sus vecinos vieran el balón irse al fondo del marco neozelandés. En otras circunstancias, aquel spoiler pudo ocasionar problemas pero en medio de aquella locura patriótica todo se perdonó.
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Unos metros más allá, un pequeño puesto de comidas esquinero fue la salvación de otros tantos comerciantes, pues contaba con el único televisor de la zona. Mientras la dueña de la soda servía ceviches y casados, un comensal de otro tramo cercano la vacilaba diciéndole que no tapara. “Oiga, si sigue de necio voy a apagar el tele”, le advirtió la señora, y luego nos dijo a los que estábamos cerca que no, que mentira, que si hacía algo así perdía todas las amistades del mercado.
“Oiga muchacho. Usted disculpe si hoy no lo atendemos así como que muy rápido pero es que qué nervios. Yo sé que la gente entiende que estemos todos viendo el partido. Es que esto es muy bonito, ¿verdad? Ah, y de fresco para acompañar el casado le recomiendo el de maracuyá”.
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Var y Bar
Como toda Costa Rica, la tecnología que asiste a los árbitros fue tema de conversación en el mercado. El gol anulado a Nueva Zelanda y la expulsión de un jugador del cuadro de Oceanía llegaron tras la revisión del video por parte del central y la “malicia indígena” tuvo mucho para aportar en los pasillos del mercado.
- Jefe, ya vengo, me voy a ir a revisar el Var un toque al Bar...
- Ve, por eso yo siempre le he tenido fe al Bar...
- Con V o con B... hoy da lo mismo.
Y así, conforme los minutos pasaban, el mercado josefino empezó a comer ansias. Los oficinistas que habían llegado a almorzar se quedaron más rato de lo previsto en sus mesas y nadie los apuró a levantarse; los policías municipales se tomaban su tiempo para completar la ronda; los ticos que iban y venían como hormigas bajaron la marcha, muchos se orillaron en algún pasillo, cerca de un tele, compartiendo comentarios al mejor estilo de Everardo con personas a las que no conocían y posiblemente no volverían a ver.
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Cuando finalmente el árbitro que no era de Irak ni de la India pitó en Qatar el final del estresante partido, San José respiró aliviado. Sin los molotes covid-friendly de La Hispanidad, la urbe volvió rápido a su rutina de eterno corre-corre. Sin embargo, en aquellos 90 minutos algo había cambiado, pues en las salidas del Mercado Central ya estaban apostados los entusiastas vendedores de cornetas plásticas y otros signos externos tricolores.
- “Lleve la trompeta, el sombrero, a mil... a mil. Apoye... ¡sea un buen tico!”