“¿Cuánto falta?”, grita alguien desde la cocina.
“15 minutos”, le contestan desde el mostrador.
“¿A qué hora empieza?”, vuelve a preguntar.
“A las 12 en punto”, le responden en coro.
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Este martes 14 de junio no era un día cualquiera en Costa Rica. Asueto, calles desiertas de vehículos y ticos vestidos de rojo, blanco y azul como si se tratara de una norma. En un país al que el fútbol le corre por las venas no era para menos: la Selección Nacional de Fútbol tenía solo 90 minutos para conseguir el último boleto para el Mundial de Qatar 2022.
La hora era perfecta, al menos para un buen porcentaje de la población, que iba a poder disfrutar del partido a la hora del almuerzo.
Quienes trabajan en restaurantes no corrían con la misma suerte, pues el deber les llamaba a estar en la cocina preparando las órdenes de los clientes. Para ellos esas dos horas de fiesta futbolera serían las más ajetreadas del día.
Eran las 11:45 a. m. y en el Taco Bell de Lincoln Plaza ya se preparan para el inicio del partido. La ansiedad y adrenalina están al tope y la clientela no baja, al contrario, va en ascenso.
Poco falta para el pitazo inicial y aprovechando un raro momento de calma, los colaboradores del restaurante de comida rápida se permiten una que otra broma, previo a que suba el oleaje de clientes.
“Estoy sintiendo los nervios del partido. Yo ya siento esa vibración, me siento como si ya fuera el concierto de la Bichota (Karol G)”, dice alguien dentro de la cocina, en la que hay tres trabajadores más y todos ríen ante la analogía tan peculiar.
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Con sus mascarillas, guantes, mallas cubriendo su cabello y gorras sobre la cabeza y, por supuesto, con su camisa de la Sele, el personal en pleno deja por unos segundos la cocina y se asoma curiosamente al mostrador, pues los aplausos, las cornetas y los gritos no pueden ser ignorados fácilmente.
Dentro del local no hay un televisor para poder ver el juego, tampoco hay una radio, por lo que la única opción es salir al mostrador y ver de lejos una pequeña pantalla ubicada en el Food Court.
“Ya agarré palco”, dice uno de los jóvenes dependientes, quien además, entre risas, se declara “envenenado” del fútbol.
La bola empieza a rodar y súbitamente el restaurante está lleno otra vez. Cada quien vuelve rápidamente a sus funciones y un “Diosito nos acompañe para que todo salga bien” se escucha desde la cocina.
Bandejas con papas iban y venían; los empaques de pedidos para llevar también comenzaban a juntarse en el mostrador. Afuera el área de comidas del mall está llena y los gritos eufóricos de los clientes desde los primeros minutos del partido generan mucha curiosidad entre quienes por su trabajo no pueden simplemente dejar de lado sus funciones.
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Y entonces Joel Campbell anota...
“¿Qué pasa?”, pregunta alguien desde la cocina.
“¡Gooool!”, responde eufórico el cajero.
En un abrir y cerrar de ojos todos los colaboradores están nuevamente en el mostrador viendo a lo lejos la pequeña pantalla. Brincan, sonríen, aplauden... en fin, festejan mientras observan la repetición del ansiado gol que nos metió en la Copa del Mundo.
Pero el trabajo debe continuar y en un santiamén todos están de regreso en sus puestos de trabajo.
“Ahora a mantener ese gol”, dice uno de los compañeros mientras coloca una chalupa en la plancha de cocina.
Conforme la bola rueda a miles de kilómetros de distancia, las ordenes para llevar no dejan de llegar y en un punto hay hasta ocho empaques con burritos, tacos y quesadillas listos y esperando a los motorizados de los servicios de entrega.
“Los Uber deben estar viendo el partido”, dice un cliente al ver la gran cantidad de pedidos.
Y así llegó el medio tiempo...
“Gente, tenemos fila”, alerta la jefa desde el mostrador, mientras adentro los trabajadores hacen algunos comentarios del VAR, que evitó minutos atrás el empate del equipo de Oceanía.
En los 15 minutos del entretiempo no hay chance para cruzar palabra. La fila en el mostrador parece inagotable. Mientras tanto, las ordenes van apareciendo una a una en la pantalla.
Tacos y chalupas van y vienen, ordenes listas en cuestión de segundos. Aquí no hay tiempo para pensar qué va a pasar en el segundo tiempo, o si la Sele queda eliminada del Mundial. En este momento lo importante es cumplir con el trabajo.
De repente vuelven los gritos, las cornetas y los aplausos: el segundo tiempo ha comenzado y poco a poco la fila se acorta.
Superada la marejada de clientes del medio tiempo, uno de los empleados toma el trapeador y otro el limpión: la cocina tiene que volver a estar limpia, sin excusas, tras aquel gentío.
Es la 1:10 p. m. y el más fanático del grupo anuncia: “me voy a almorzar”.
Entonces llegó la expulsión del neozelandés y todos corrieron de nuevo al mostrador, dado el rugido del mall.
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“Bien merecido”, asegura una de las jóvenes ante la tarjeta roja y sale apurada una vez más hacia la cocina a retomar sus labores. Así ha sido todo el segundo tiempo dentro del local, con el trabajo ordenado aún en medio del frenesí del país futbolero.
Para el final del partido ya dos trabajadores más están disfrutando su almuerzo y aprovechan que una mesa en el Food Court ha quedado vacía para, ahora sí, agarrar palco.
Viven y gritan como cualquier otro aficionado presente en el centro comercial, que para la ocasión había instalado una pantalla gigante.
Con el pitazo final los brincos, aplausos, gritos, abrazos y todo tipo de celebración eufórica se hace presente en el centro comercial moraviano. A la euforia se unieron por unos segundos y sin moverse de sus puestos de trabajo los colaboradores del restaurante, quienes sobrepusieron su deber laboral ante la fiesta tricolor.
Eso sí, la ilusión por ver la Sele ganar estuvo presente... taco a taco.