Al mediodía, Costa Rica estaba a 96 minutos de Qatar; a dos tiempos de lograr que nuestra bandera tricolor se elevara en el único espacio que quedaba entre las 32 naciones que participarían en el Mundial de Fútbol 2022. En ese momento, Ricardo Berrios estaba a la mitad del camino en la ruta San Rafael Arriba de Desamparados-San José. Él escuchaba el juego por radio.
Ricardo, de 39 años, no llevaba la camisa roja, sino que vestía su impecable camisa crema que en el hombro lleva bordadas las letras de la compañía para la que trabaja como chofer de autobús. Hoy, en toda la unidad 165 que conduce, resonaba la narración del partido de Costa Rica contra Nueva Zelanda. El conductor, quien acostumbra a escuchar clásicos del rock, este martes 14 de junio sintonizó la emisora Columbia. “Hoy es un día especial”, dijo.
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El volumen de la radio era el ideal para que escucharan todos, incluso la persona que viajaba en la última fila de asientos. Por dos horas, Ricardo no cantaría los temas de Queen y Scorpion que lo acompañan en sus rutas. A mediodía entonó el Himno Nacional y su piel se erizó.
El país que viene de dos años de pandemia, en el que ahorita hay citas médicas esperando reprogramación por los hackeos que sufrió la Caja Costarricense de Seguro Social, cuando los costarricenses no hallan que hacer ante el alza de los combustibles y se inquietan con el tipo de cambios del dolar, las melodías del himno patrio transmitieron esperanza, ilusión y fe.
Solo habían pasado unos instantes, luego del “vivan siempre el trabajo y la paz...”, cuando en el minuto tres del partido el jugador costarricense Joel Campbell anotó un gol. Ricardo, fiel a La Sele, pero no con demasiadas expectativas, vio que todo era posible. Sí. Había una probabilidad fortalecida de clasificar al Mundial. Feliz y enfocado continuó manejando hasta su destino. Sensaciones revoloteaban en su estómago.
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A las 12:02 de esta tarde Julio Navarro estaba trabajando. A diferencia de Ricardo, él no tenía que imaginarse el partido, sino que podía verlo, no de la manera más espléndida, pero sí lo presenciaba, al fin y al cabo.
Las gradas al costado sureste del Parque de las Garantías Sociales fueron su palco. Su celular fue su pantalla y mientras lo recostaba a un murito, verificaba tener los datos móviles suficientes para que la transmisión del partido no se congelara en el mejor momento.
De pronto hubo gritos. Un eco de celebración detuvo San José y, como si fuera planificado, decenas de palomas volaron en una misma dirección anunciando una buena noticia.
–¿Gol, gol? Se preguntaban las voces y miradas desconocidas que estaban alrededor del parque o haciendo fila aguardando un bus. –¡SÍ, GOOOL!
“Goool”, confirmó Julio Navarro, el controlador de la ruta de Desamparados, quien en ese momento portaba su camisa roja en apoyo a Costa Rica. Con él estaba su amigo Daniel Marín, chofer de bus que está incapacitado luego de dislocarse el hombro. Él venía de terapia física.
Daniel esperaba un bus para irse a su casa y estaba confiado porque gracias al wifi del automotor podría ver el partido en su celular. Julio continuaba luchando con los datos móviles que al menos le permitieron ver la anotación salvadora. Él tenía un ojo en su teléfono y otro en su entorno. Todo estaba controlado como lo exige su labor de cheque, como se le conocía antes al oficio.
Son las 12:10 p. m., la afluencia en el lugar es discreta. Los transeúntes se disiparon y ahora a lo lejos se ven dos policías que mantenían un semblante vigilante pero que, de vez en cuando, giraban de repente en busca de un televisor dispuesto en el Frontón, el lugar en el que se dice venden las mejores empanadas.
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Del rojo al verde
Minutos después llegó Ricardo con su unidad. En poco tiempo su bus está lleno y listo para tomar la ruta San José- San Rafael arriba. Va sereno y los altavoces del interior transmiten emoción. Cada pasajero va en lo suyo y Ricardo se concentra en que el viaje sea seguro.
Rosemary Aguirre es una de las pasajeras que va vestida con camisa alusiva. Ella quiso dar la milla extra con su apoyo y maquilló sus ojos con los colores de la bandera de Costa Rica. Este martes no tuvo opción y debió salir a hacer mandados, pero mientras esperaba el bus y llegaba a su destino alcanzó estar al tanto del primer tiempo. El segundo lo vería en un famoso lugar de Calle Fallas, en Desamparados, llamado El Retorno. Iba emocionada.
Poco a poco el bus se quedó sin pasajeros y Ricardo y yo llegamos a la terminal.
En este recorrido se comprobó que escuchar un partido a bordo de un bus, y uno tan crucial, no es tan sencillo. El ruido de las motos y carros que transitan al lado se cuela por las ventanas y acalla la narración. Los baches e irregularidades de la calle hacen además que el automotor se mueva y tampoco se escuche con claridad. Casi llegando nos dimos cuenta de que el gol de Nueva Zelanda fue anulado. Por la complicada escucha ignorábamos que esa anotación ya no contaba. Fue una gran noticia.
Tampoco se oyó con demasiada claridad cuando un neozelandés fue expulsado.
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Como no había muchas presas, Ricardo tuvo un poco más de tiempo para almorzar en la terminal. Salió,estiró sus brazos y piernas y se fue a calentar su almuerzo en una panadería cercana. Él es vecino de Guápiles, pero básicamente vive en San José para poder atender su trabajo.
Es papá de tres hijos de 18, 24 y 25 años. Todos estudian en la universidad y se ven los sábados que él tiene libre. Luego de calentar su comida, Ricardo me dice que nunca hay que trabajar con hambre y me obsequia un juguito con dos empanadas que compró mientras sus alimentos estaban listos para degustarse.
Cuando almuerza dice que se acostumbró a hacer todo rápido. Lleva siete años como chofer de bus y le gusta su oficio, aunque este le impida a veces ver un partido como este, en el que La Sele se lo jugó todo. Él no se queja.
Dice ser aficionado, pero no de los que pelean. El escenario ideal para disfrutar del juego sería acostado en el sillón de su casa. En su ilusión no aparecen bebidas alcohólicas, pues no es una persona que tome.
Termina de almorzar y arranca el segundo tiempo. Quedan unos minutos para salir de la terminal con dirección nuevamente hacia San José. Ricardo recuerda el emotivo momento que vivió en el primero, de verdad que no se esperaba ese gol.
Es hora de partir y su rostro se ve relajado. Disfruta su trabajo y el tiempo le enseñó a no manejar enojado. Al inicio las presas y las actitudes de las personas le molestaban; eso quedó atrás.
Ricardo empieza a manejar y La Sele está a 40 minutos de asegurarse un espacio en Qatar. El lapso para llegar a San José es parecido. En este viaje de regreso hay menos pasajeros y ni una camisa roja. El volumen es el mismo y la intensidad de los narradores de Columbia mantiene la fuerza. La pasión.
Ricardo maneja con experiencia pero con precaución. El viaje es tranquilo aunque sus emociones son intensas. ¿Iremos a pasar (al Mundial)?
Estamos más cerca de culminar el viaje y más cerca de que termine un partido que cambiará el ánimo del país… al menos por unos días.
En algunos semáforos, Ricardo se topa con un par de colegas choferes y hablan de ventana a ventana. La esperanza sigue viva, sobre todo cuando el tiempo se acorta y se lleva un gol de ventaja. Todo es posible… bien dice Franco de Vita que “del rojo al verde hay mucho tiempo para soñar”.
Cinco… tres… dos minutos… 90 segundos para estar en Qatar. Un tiempo similar para llegar al destino final. Otra luz roja. El bus, prácticamente sin pasajeros, se detiene y en ese momento, nuevamente, todo se silencia para escuchar que SÍ, Costa Rica ESTÁ en el Mundial de Qatar 2022.
Aprovechando el semáforo, Ricardo celebra comedido, sus brazos se mueven a ritmo del triunfo. “Sí se pudo”, dice contento y empieza a tocar la bocina. A su lado, otro imponente bus se une al festejo y juntos componen una melodía feliz de claxon.
La luz verde indica que es hora de avanzar. Cuadras más tarde llegamos de nuevo al Parque de las Garantías Sociales. Ricardo está contento, no cree lo que acaba de pasar. Con la emoción que le regaló La Sele ya está listo y motivado para empezar nuevamente con la misma ruta.