Desde hace algunos meses Helen se acuesta tranquila, con la seguridad de que al día siguiente tiene garantizados los alimentos para sus tres hijos.
Los últimos dos años, su vida no ha sido sencilla. Tras la muerte de su madre atravesó un proceso de depresión del que hoy se recupera. Después vinieron momentos aún más duros, situaciones que la recubren de fortaleza para trabajar impetuosa por su presente y futuro.
Helen es mamá soltera y siempre ha visto por sus hijos. Su madre fue “sus manos derecha e izquierda”, dice. Al perderla se sintió desamparada y buscó nuevos aires. Dejó su natal Santa Cruz, en Guanacaste: no podía soportar que le preguntaran por su mamá. Helen migró a San José.
En la capital encontró un trabajo estable, pero con la llegada de la pandemia lo perdió. Siempre ha sido una mujer fuerte y decidida. Con tres niños que alimentar y un alquiler de casa que pagar, se fue a cargar cajas de verduras y frutas al mercado Borbón.
“Estando allá no tenía para comida ni para alquiler. Entonces me fui al mercado Borbón a cargar cajas, a pedir verdura; hacía empanadas para vender en los mercados Central, en el de la Coca Cola y en el Borbón. Me puse a hacer cajetitas de leche y las vendía en la parada del bus de Pavas. Amablemente muchas personas de mi barrio en Pavas me regalaban comida y verduras, pero llegó el momento en que me quedé sin nada y por tres días lo único que le pude dar a mis hijos fue una sopita sin verduras ni nada. Era solo el polvito del paquete con agua. Con eso los alimenté”, confía Helen, quien soportó el hambre de esos días para que la sopa le rindiera a Deivin (14), Nayleth (11) y Elianaris (5).
Ayuda que potenció su capacidad
Viendo la difícil situación de varios meses, Helen, de 34 años, regresó a Santa Cruz. Recién llegada se topó con su amiga, Alice, a quien también podrá conocer más adelante, y le pidió ¢5.000 prestados para preparar algo para vender.
Alice además le presentó una posibilidad que cambió su vida.
Helen fue invitada a unirse a uno de los grupos de Grameen Costa Rica, organización sin fines de lucro que otorga préstamos a mujeres de escasos recursos económicos para emprender un negocio o bien para expandir el que ya tienen.
Helen obtuvo ¢200.000 y con este dinero creó Delicias de la Esperanza, un negocio de venta de rosquillas, tanelas y diferentes productos derivados del maíz. El nombre del emprendimiento no es en vano.
“Poder emprender me devolvió la esperanza. Todo lo que sale son delicias pero para la esperanza de todas, principalmente de mis hijos y mía”, cuenta Helen. En este negocio trabaja junto a otras dos mujeres con quienes se alió: Maritza y Rosa Hernández.
“Me siento súper bendecida por Dios. Muy feliz. Poco a poco voy superando los obstáculos que se presentaron y los miedos. Me siento emocionalmente estable, con más ganas de salir adelante. Quiero que Delicias de la Esperanza se convierta en pyme”, cuenta esta emprendedora.
Por ahora, los productos se venden de puerta en puerta, ella misma va a ofrecerlos. También cuentan con dos colaboradores: uno realiza entregas y otro hornea a la leña.
Helen sale adelante a pura fuerza de voluntad. Se siente feliz de poder subsistir a punta de sus energías y entereza. Su negocio va para tres meses y gracias a esto pudo enviar a sus hijos a estudiar con todo lo necesario; compró una mesa de acero para trabajar y le hicieron una rectificación al molino que usan.
Ahora mismo trabaja duro para pronto poder comprarse un celular, pues se lo robaron en su estancia en San José. La ilusiona esta adquisición, principalmente, para poder activar el sinpe móvil y que los clientes tengan esa facilidad de pago.
Ella pertenece al grupo de Grameen de Santa Cruz, que es liderado por Alice. Para Helen ha sido valioso toparse con mujeres que igualmente surgen gracias a ellas mismas.
“Esto es súper genial. Aquí la lágrima de una es el mal de todas, todas nos apoyamos, salimos adelante. Si a mi amiga no se le vende o se le estanca algo yo lo puedo publicar y aunque no me compren rosquillas, tal vez el producto de ella si pueda salir”, insiste.
Su espíritu emprendedor ha estado siempre, es herencia de su mamá. Las ventas son lo suyo, aún cuando cuenta con bachiller de secundaria y un técnico en farmacia.
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El poder de una misma
Alice Tablada, Cristina Gómez y Miriam Ramírez también son emprendedoras que han logrado, por sí mismas, dar un sentido y nueva ruta a sus vidas. Todas son madres, y sobre todo, mujeres que han potenciado su capacidad.
Alice, por ejemplo, ha aprendido en su proceso de crecimiento que es una persona capaz de liderar y motivar a otras.
Ella tiene 32 años y es mamá de Emily (11), Joshua (8) y Thiago (6). Alice vive con su esposo y gracias al crecimiento de su negocio de venta virtual de ropa, Sunflower Shop, ha podido aportar estabilidad a su hogar.
En virtud de su desarrollo, hoy es jefa de centro, lo que significa que es representante de la organización en su comunidad. Además, tiene la importante responsabilidad de alentar a las nuevas integrantes, quienes luego de presentar un proyecto pueden ser sujeto de préstamo. Las mujeres reciben constantemente capacitaciones por parte de especialistas en temas relacionados con negocios.
Alice obtuvo su préstamo para potenciar su negocio justo cuando su esposo se quedó sin trabajo.
“Las chicas del grupo votaron por mí para ser jefa de centro. Yo no me lo creía. Esto a uno lo empodera más. En diciembre recibí la visita de una asesora y me dijo que creyera en el proyecto, en mí, que fuera adelante, ahí entendí que verdaderamente tenía que tomar la decisión para seguir adelante y motivar a mis compañeras. A uno como jefe le cuesta, empecé a buscar información para cómo motivarlas. Me siento realizada como mujer. Estoy agradecida porque cada oportunidad es de crecimiento personal”, cuenta Alice, quien es bachiller de un colegio técnico.
Dice que hacer crecer su negocio y apoyar a sus congéneres la ha ayudado a mejorar su autoestima.
“Me siento feliz. Muy contenta. Crecer con los emprendimientos es fundamental e importante.
Gracias a mi trabajo he logrado la estabilidad en mi familia. Mi esposo estuvo desempleado el año pasado. A mediados de año se le abrió plaza, ingresó; pero mientras mi tienda nos ayudó a mantener los gastos de la casa, aquí (en Santa Cruz) la luz es cara”, cuenta Alice, quien antes trabajaba cuidando a adultos mayores y en hotelería. Hoy se siente agradecida por poder generar ingresos y estar al lado de sus hijos.
“A las mujeres les digo que a pesar de la adversidad hay que salir adelante. Aunque se vean obstáculos hay que levantarse y creérsela”, asegura.
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Grameen existe en Costa Rica desde el 2006 (tras una alianza entre el Banco Grameen, Universidad Earth y Whole Planet Foundation) y está presente en las regiones Huetar Norte, Huetar Atlántico, Chorotega y Central Sur. Su fundador, Muhammad Yunus, ganador del premio Nobel para la paz en el 2006, dijo a La Nación en el 2013 que las personas con recursos limitados “sí pagan” y que los sistemas financieros “se han equivocado al no ser inclusivos”.
Douglas Reynolds, gerente general de Grameen Costa Rica, comentó que el interés que deben pagar las propietarias de microempresas es de 2.96% mensual.
Cuentan que desde su historia en el país han brindado apoyo a 27.000 mujeres.
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Cristina Gómez es determinada. Hace muchos años, cuando solo tenía a su hija mayor y era madre soltera, tuvo que laborar en una finca bananera. Su jornada, en la que el trabajo físico y fuerte era constante, iniciaba a las 5 a. m.
“Tuve a mi hija a los 26 años. Nunca había trabajado y se me hacía difícil. El trabajo es pesado, pero uno se pone metas. Cuando se tiene la responsabilidad de un hijo hay que echar para adelante. En esos entonces era difícil”, cuenta. Cristina es madre de Michelle (13), Keneth José (8) y Kendall (3).
Cristina nunca ha desistido de surgir. En las metas que se plantea encuentra la energía diaria para seguir creciendo. Hace ocho años, con ¢75.000 como capital, empezó su negocio de venta de leche, de quesos y cuajadas, entre otros. Ella ordeña a las vacas y también hace los productos. Además cría algunos animales para consumo.
Cristina empezó con cinco vacas y ahora tiene 16.
“Mi vida de ahora no la cambio. No tengo que ir a trabajar. No dejo a mis hijos. Todo lo que hago lo hago aquí. Cuido a los animales, a los pollos y cerdos. Ni de la casa tengo que salir”, detalla.
Gracias a su negocio, cuenta que junto a sus hijos y pareja vive con mayores comodidades. Además, celebra que pudo comprar una motocicleta que paga mes a mes.
“Me iba muy bien. Ya tengo un contrato y todos los días le entrego los productos al cliente. Para mí ha sido algo importante: ayudo con los gastos de la casa y a sacar a mis hijos adelante. Como mujer siento que he logrado algo en mi vida. Me siento empoderada e independiente. Yo llegué hasta sexto grado de escuela”, confía la vecina de Waldeck de Pacuarito, en Limón.
Al igual que Cristina, Alice y Helen, la vida de Miriam Ramírez, de Cartago, también cambió gracias a ella misma.
Por un lustro esta mujer, de 35 años, trabajó para un negocio dentro de un mercado, donde cuenta que el ambiente se tornaba hostil y el trato de los encargados del tramo no era el mejor. Decidió renunciar y hacer crecer Distribuidora Las Águilas, una empresa familiar en la que distribuyen especies y semillas. El inicio no fue sencillo, pero nunca desistió.
“Esto a uno le da empoderamiento. El negocio se volvió familiar y con esto le he podido dar estudio a mis hijos”, cuenta Miriam, quien es madre de Génesis (19), Joshua (14) y Cheril (11).
Ella llegó hasta noveno año de secundaria y quiere retomar los estudios, aunque en estos años se ha capacitado en temas que ayudan a prosperar su negocio en el que trabaja hombro a hombro con su esposo, quien agradece que los financiamientos y facilidades de préstamos llegan a través de Miriam.
Ella y su familia viven en una zona rural en la que por décadas se estilaba que el proveedor absoluto del hogar debía ser el hombre. Miriam rompió con esos estereotipos y silenció las voces machistas.
“Me siento bien. Hay personas que tiran mucho al machismo diciendo que solo el hombre puede mantener una casa y que si las mujeres trabajan ellos se sienten ofendidos. Aquí (con su experiencia) sale a relucir que la mujer puede ayudar, colaborar y hacer crecer un emprendimiento.
Me siento empoderada e independiente. Hubo voces que decían que yo no debía trabajar (...). Hoy mi esposo y yo somos un complemento”, dice orgullosa.
En su zona, en Cot de Cartago, Miriam lidera un grupo de mujeres. Agradece cada vez que alguna se le acerca a pedirle consejos para surgir.
“Promovemos la sororidad. Al ser del mismo género no tenemos que tener competencia”, agrega convencida.