Era un hombre con amplia experiencia militar, hábil para moverse sin ser detectado y con una psicología compleja que horrorizó a un país que no había lidiado antes con un asesino en serie. El Psicópata fue un desafío inédito y frustrante para las autoridades y si bien con el paso de los años se llegó a identificar con certeza al sospechoso de matar a 19 personas, entre 1986 y 1996, su muerte inesperada y violenta dejó impune su rastro de sangre y terror.
Según el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), El Psicópata fue el responsable de matar a las siete mujeres en la masacre de La Cruz de Alajuelita, además de los cinco asesinatos dobles de parejas a las que atacó en lugares solitarios y de los homicidios de dos mujeres, todos enlazados en lo que se consideró el primer caso de un asesino serial en Costa Rica.
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Fallos en la investigación del caso de Alajuelita condujeron a la acusación y condena errónea de dos hombres no relacionados con el asesino serial. Eran tiempos en que la policía judicial contaba con pocos recursos para realizar su trabajo, llegando a extremos que rayaban en lo artesanal en comparación con las técnicas usadas hoy en día.
Personas involucradas en la investigación confirmaron que el OIJ y la sociedad costarricense no estaban preparados para afrontar a un asesino del que poco a poco se fue conociendo que era implacable, sigiloso, precavido y muy inteligente. También se llegó a determinar que se trató de un exguerrillero nicaragüense radicado y con familia en Costa Rica, quien siempre iba un paso adelante de quienes intentaban darle caza.
El Psicópata nunca respondió por sus crímenes y en la historia quedará su huella de sangre como un recordatorio doloroso y una enseñanza labrada a fuego para las autoridades. A continuación hacemos un repaso por los crímenes del Psicópata y las lecciones aprendidas por la policía.
Alajuelita, 1986
Alajuelita se dispuso a recibir a decenas de fieles católicos que irían un domingo de abril a pagar promesas en una misa que se celebró a los pies de la icónica Cruz, en lo más alto del cerro San Miguel. Lo que el pueblo alajueliteño, ni tampoco la sociedad tica de mediados de los años 80 se imaginaría, es que la procesión culminaría con uno de los crímenes más atroces de la historia de Costa Rica y que daría paso además a la dolorosa historia del Psicópata, un asesino serial que acabó con la vida de 19 personas a lo largo de una década.
Ese domingo 6 de abril de 1986 una mujer y seis niñas fueron asesinadas a sangre fría. La masacre de Alajuelita sería el primero de varios crímenes achacados a El Psicópata.
Marta Eugenia Zamora Martínez, de 41 años, subió la montaña como pago a una promesa hecha a Dios porque había mejorado de su asma. Con ella fueron al cerro San Miguel sus hijas María Gabriela, María Auxiliadora y Carla Virgina, de 16, 11 y 9 años, respectivamente. También las acompañaron sus familiares Carla María, Alejandra y María Eugenia Sandí Zamora de 11, 13 y 4 años. Los cuerpos de todas ellas fueron hallados al día siguiente por un finquero de la zona.
La escena era dantesca. Todas las víctimas presentaban un balazo en la cabeza y les habían disparado a quemarropa. Los cuerpos estaban ubicados en línea: cinco cubiertos por matas de plátano y los otros dos estaban en una chayotera.
La mujer y las niñas habían sido denunciadas como desaparecidas a las autoridades luego de que ese domingo en horas de la noche aún no habían llegado tras la peregrinación al lugar de encuentro en el sector de El Llano, donde las esperaba Rosario Zamora, la hermana de Marta y madre de Carla, Alejandra y María Eugenia, y Cristina, hija de Marta Eugenia.
“Para ese tiempo, La Cruz de Alajuelita era un destino muy bonito para la gente. Era un atractivo ambiental, una zona bonita donde la gente llevaba sus almuerzos y compartía en la montaña. Ese día de la peregrinación había un ambiente de fiesta desarraigado de medidas de seguridad porque la gente estaba feliz, no había pensamientos de que pudiera ocurrir una situación irregular”, recordó Gerardo Castaing, investigador retirado del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), criminólogo forense y quien también fungió como jefe de dicha institución.
Reacción policial
Al denunciarse la desaparición de la mujer y las niñas, las autoridades comenzaron con la búsqueda. Policía, Cruz Roja, familia y vecinos de la localidad hicieron grupos para tratar de encontrarlas, pero fue hasta el lunes cuando el lugareño Teodorico Retana las descubrió.
La investigación del crimen empezó apenas fueron descubiertos los cuerpos. En el lugar aparecieron casquillos de bala y las autoridades afirmaron que en el hecho actuaron entre tres y cinco asesinos. También contemplaban la posibilidad de que la masacre respondiera a una venganza, ya que tres de las niñas eran hijas de Luis Roberto Sandí Rapso, conocido como Macho Rapso, un reconocido delincuente de la época y quien en ese momento estaba preso en La Reforma a causa del secuestro de la niña Yorleny Castro.
Ese día de la peregrinación había un ambiente de fiesta desarraigado de medidas de seguridad porque la gente estaba feliz, no había pensamientos de que pudiera ocurrir una situación irregular
— Gerardo Castaing, ex investigador del OIJ
Otra de las teorías que se manejaron en el momento es que el crimen fue cometido por delincuentes sexuales. Además, se reveló que los cuerpos estaban ubicados en dos grupos, el primero de ellos conformado por María Eugenia y una de las niñas y el otro con los cinco cuerpos de las otras menores.
Un detalle muy importante en la investigación es que desde el inicio se mencionó que el arma con la que fueron asesinadas las mujeres podría ser calibre 45. Para julio de 1986, el OIJ, confirmó que el arma usada en la masacre era una subametralladora M3, cuyo tipo hasta ese momento era de uso exclusivo del Gobierno.
Dicha arma fue robada hacía un año a Rodolfo Quirós González, quien había fungido como ministro en la administración de Daniel Oduber (1974-1978). Quirós, tras las investigaciones de la masacre, denunció el robo de un lote de armas, entre ellas la citada M3.
El OIJ confirmó que las balas del crimen eran compatibles con la subametralladora sustraída al exministro.
Enemigos públicos
Durante una década (1986-1996) un asesino serial mantuvo en vilo a los costarricenses. Su presa favorita eran parejas a quienes abordaba en lugares oscuros y solitarios, pero la principal descarga de su furia la recibían las mujeres a quienes las asesinaba de manera cruel.
A finales de ese abril de 1986 fueron detenidos José Luis Monge Sandí, conocido como Tres Pelos, y Arnoldo Mora Portilla, alias Arnoldillo, a quienes la policía les adjudicó la masacre, la cual supuestamente habrían cometido junto con Álvaro Chinchilla Vásquez, conocido como Viruta, y Arnoldo Mora Quesada, alias Galleta, quienes murieron de forma violenta en hechos separados en junio de ese año.
“Los compañeros, por medio de un informante, establecen en ese momento que los responsables eran Tres Pelos, Arnoldillo, Viruta y Galleta. A partir de ahí se empieza la investigación. Yo siempre pensé que había una persona más involucrada”, recordó Castaing.
Tres años después de los homicidios, en abril de 1989, Monge Sandí y Mora Portilla enfrentaron el juicio, según informó La Nación en un repaso de los acontecimientos a 30 años de la masacre.
Según el Tribunal Superior Tercero Penal, a Tres Pelos se le halló responsable de siete homicidios y dos violaciones, para un total de 195 años de prisión. Mora Portilla recibió una condena de 19 años como responsable de violación y robo agravado.
Desde el inicio, muchas dudas surgieron sobre la participación de estos hombres en la masacre. En 1992 un fallo del Tribunal de Casación absolvió a Tres Pelos y a Arnoldillo, y ordenó su excarcelación.
Los dos juicios realizados contra ellos fueron anulados por errores procesales. Se estaba a la espera de un tercer juzgamiento cuando Monge Sandí fue asesinado, el 26 de febrero de 1995.
Arnoldo Mora Portilla quedó fuera del proceso cuando la Ley Tutelar de Menores estableció que no se podían juzgar los delitos cometidos por menores de edad, ya que en el momento de los hechos él tenía 17 años, explicó La Nación.
Errores
Con el paso del tiempo se reconoció que hubo errores en las pesquisas que señalaron como responsables de la masacre a Tres Pelos, Viruta, Arnoldillo y Galleta.
En una entrevista con La Nación, Gerardo Lázcares, confundador y exsubdirector del OIJ afirmó que se cometieron muchos errores a nivel policial en el caso de Alajuelita, ya que la policía judicial no estaba preparada para enfrentar un crimen de este tipo y que ninguno de los cuatro hombres señalados inicialmente tenía la capacidad para cometer un hecho de tanta violencia.
“El día después de la masacre nos topamos a Tres Pelos en el mercado con una hija. Esa no era la actitud propia de alguien que acababa de matar a siete mujeres (...) Además, mientras esa gente (Arnoldillo y Tres Pelos) estaban en prisión, ocurrió otro de los crímenes del Psicópata. Con solo eso había que liberarlos”, declaró Lázcares en el 2016, en un especial de la Revista Dominical sobre los 30 años del suceso en La Cruz.
Otro de los errores en el proceso que menciona Lázcares es que la comparación balística de los casquillos encontrados en la escena llevaba a asumir que el arma usada fue la M3 que le fue robada al exministro Quirós. Ese examen de balística se hizo sin tener el arma original para emparejarla con los casquillos.
El Psicópata
Es inherente hablar del Psicópata cuando se toca el tema de la masacre de Alajuelita, pues años después del fallecimiento de las mujeres en La Cruz, fue a este asesino en serie a quien se le atribuyó el crimen múltiple.
Durante una década (1986-1996) un homicida serial mantuvo en vilo a los costarricenses. Su presa favorita eran parejas a quienes atacaba en lugares oscuros y solitarios, siendo que la principal descarga de su furia la recibían las mujeres, a quienes daba muerte con sadismo y crueldad.
Al Psicópata se le achacan las muertes de al menos 19 personas, entre ellas las siete mujeres de Alajuelita. Ese habría sido el primer crimen cometido por este personaje que las autoridades creen que era un exguerrillero de la contrarevolución nicaragüense y quien trabajó en la Policía Metropolitana de San José.
La masacre de Alajuelita sucedió en abril de 1986 y los siguientes homicidios del Psicópata se iniciaron en diciembre del mismo año, con la muerte de Roberto Castro Mora (27 años) y Francis Salazar Suárez (19), quienes eran novios. A ellos los mataron en el parque La Amistad, en Curridabat.
La siguiente pareja que murió a manos del asesino fue la conformada por Juan Guillermo Nájera Monge (23) y Damaris Rodríguez Martínez (21), quienes perdieron su vida en el mismo parque de Curridabat, en febrero de 1987.
Todas las víctimas presentaban disparos en sus cabezas. En el caso de Francis no se pudo comprobar el ensañamiento del asesino en contra de ella debido al estado de descomposición del cuerpo, pero el cadáver de Damaris mostró heridas en sus órganos genitales.
A los dos hombres los encontraron un grupo de scouts. Se dijo en el momento del hallazgo que Castro Mora tenía 22 días de muerto y Nájera Monge entre dos o tres días de fallecido. Días más tarde los restos de una tercera persona fueron vistos en un cafetal de Curridabat; la policía confirmó que se trataba de Damaris Rodríguez. El cuerpo de Francis apareció poco después en una finca vecina.
En junio de 1987 el asesinato de una mujer que estaba en su casa se sumó a la lista de misteriosos crímenes. Ligia Camacho, vecina de Desamparados y de 24 años, estaba tranquila en su cama leyendo un libro cuando una bala la impactó en su cabeza, en la sien izquierda.
El hecho conmocionó una vez más al país, pues el homicida le disparó desde fuera de la casa a través de una ventana que daba al jardín. Sin embargo, hasta ese momento no se relacionaba al Psicópata con este hecho porque no era su modus operandi.
Poco más de un año después (agosto de 1988), los novios Víctor Julio Hernández y Aracelly Astúa, de 18 y 15 años respectivamente, fueron las siguientes víctimas del que ya para ese momento era considerado el primer asesino serial de Costa Rica. La pareja regresaba de una fiesta y en un camino solitario de San Vicente de La Unión fue interceptada y ejecutada.
“Los asesinos en serie tienen la característica de obedecer un patrón de comportamiento, por ejemplo dejan un tiempo de ‘enfriamiento’ entre un crimen y otro. También las víctimas son simbólicas y responden a ciertas características por las cuales el criminal, a raíz de una experiencia y patrones definidos, los selecciona”, explicó Gerardo Castaing, quien a inicios de la década de los años 90 fue uno de los investigadores de los casos del Psicópata.
“Tras los casos del parque La Amistad se hacen estudios balísticos y se establece que se usó la misma arma del crimen de Alajuelita. Se habla de un asesino en serie después de tres casos, ya que en el primer homicidio y en el segundo puede haber patrones similares pero pueden ser coincidencias, es hasta el tercer crimen que se comprueba el comportamiento serial”, agregó Castaing.
Luego vino otro golpe. En abril de 1989, Marta Navarro Carpio y Edwin Mata Madrigal fueron ultimados por el asesino serial. Una fatal casualidad fue la que llevó a estas dos personas a la muerte, ya que Marta —casada y madre de tres hijos— se dirigía a planchar ropa a una casa y en el camino se topó con Edwin —divorciado y con un hijo—, quien la llevó en su carro. El auto estaba detenido en una calle desolada en San Juan de San Diego de Tres Ríos y ahí fueron atacados por El Psicópata.
Se presume que este hombre, al matar, se desahoga de sus ansiedades y depresiones, pero al poco tiempo se inicia otro ciclo de estos padecimientos hasta que llega un momento en que no los soporta y planea un nuevo asesinato, con ello vuelve al punto inicial”
— Perfil psicológico del Psicópata según las autoridades
Al hombre le disparó desde la parte trasera del carro, la bala le dio en la nuca. A la mujer la llevó dentro de una finca y la mató.
Una de las características seriales de estos asesinatos (excepto el de Ligia Camacho) es que El Psicópata se ensañaba con las mujeres, a quienes laceraba sus órganos sexuales.
Después del crimen de Tres Ríos, El Psicópata hizo una pausa. Las autoridades manejaban la hipótesis de que el asesino se encontraba fuera del país, estaba enfermo o incluso que había muerto, pero no… el homicida devolvería el miedo al país cuando seis años después del último crimen volvió a atacar.
En marzo de 1995 la muerte de Marjorie Padilla Sequeira llevó de nuevo el caso del homicida serial a la escena pública y también a las investigaciones del OIJ. En este crimen la policía manejó dos teorías que lo relacionaban con el Psicópata aunque fue una acción atípica a lo que acostumbraba.
La primera suposición fue que el criminal quería dejarle en claro a las autoridades que Tres Pelos no era el responsable de los hechos cometidos en Alajuelita, ya que a Padilla la mataron dos semanas después de la muerte de Monge Sandí. La segunda presunción es que a la mujer la iba a atacar en compañía de su novio, pero este la dejó antes de encontrarse con el asesino.
La realidad es que ese día Marjorie volvía a su casa tras una fiesta que le dieron unos amigos con motivo de su cumpleaños. A 300 metros de su hogar la mujer se topó a un hombre vestido de verde olivo y con una subametralladora M3. Al verlo, ella salió corriendo, pero el asesino le disparó por la espalda. Herida de muerte y caminando con dificultad, Marjorie llegó a la casa de un vecino a pedir auxilio y solo atinó a decirle: “fue él, fue él”. La mujer murió en el hospital Calderón Guardia minutos después de haber ingresado a emergencias.
El último crimen que se le relaciona al Psicópata fue la muerte de Mauricio Cordero López e Ileana Álvarez Blandón, quienes fueron atacados en octubre de 1996 cuando se hallaban en una vía solitaria, cerca de un tajo en Patarrá de Desamparados. Con 25 y 23 años, respectivamente, sufrieron torturas idénticas a las infringidas a las víctimas previas del asesino serial, informó La Nación.
Además de características en común de los asesinatos como la búsqueda de parejas en lugares solitarios (excepto el caso de Ligia Camacho), la muerte del hombre en primera instancia y el ensañamiento con las mujeres, uno de los detalles más importantes para afirmar que el sello del Psicópata estaba en todas estas muertes era el arma M3 con la que se cometieron los homicidios.
“Las armas en la parte interna del cañón tienen algo que se llaman estrías que son como las huellas dactilares, cada una tiene una particular”, explicó Castaing. Eso fue lo que confirmó que El Psicópata era el responsable de las 19 muertes macabras que habían sucedido desde aquel domingo de abril de 1986 cuando mató a sus primeras siete víctimas.
Los casos del Psicópata sumieron en el temor a todo el país, el cual vivió en constante alerta ante el accionar del asesino. Además, el OIJ y sus agentes fueron duramente cuestionados por no poder dar con el responsable.
“Ocurrió un fenómeno psicológico y fue que muchas personas querían capturarlo, incluyendo policías y agentes del OIJ que no tenían el caso. Todos querían capturarlo para esclarecer uno de los acontecimientos más graves que ha ocurrido en nuestra historia”, agregó Castaing.
“Los sucesos de Alajuelita y del Psicópata impactaron mucho a la sociedad costarricense porque eran delitos en proceso, no se sabía cuándo iba a matar. La gente estaba temerosa, las mujeres tenían terror de andar en la calle solas o acompañadas”, contó el exfuncionario.
La zona de La Unión, Curridabat y Desamparados se convirtió en esos años en el conocido Triángulo de la Muerte y sus vecinos no se atrevían a circular solos de noche.
Pocos sobrevivieron al asesino. Se habló en su momento de una mujer que había sido violada en Curridabat por un hombre armado de un perfil similar, pues ella suplicó arrodillada por su vida y pidió perdón. “La mujer escuchó a su agresor decirle que él era un enviado de Dios y que ella estaba haciendo cosas indebidas. Ante eso, le siguió la corriente y logró que le permitiera escabullirse con vida”, relató La Nación en 1989, en un reportaje sobre el asesino.
Otra pareja también salió ilesa de un supuesto encuentro con el Psicópata y a ellos les hizo una referencia de su labor divina. “A punta de cañón, el criminal hizo que la pareja mantuviera relaciones frente a él mientras decía que Dios lo puso en la Tierra para castigar a gente como ellos”, agrega la nota. La mujer pidió perdón y el atacante los dejó con vida.
Perfil del asesino
Un asesino sistemático. Así se definía al Psicópata en 1989.
Castaing, quien para ese tiempo carecía de equipo especializado y hasta viajaba en bus o en taxi a hacer sus pesquisas, explicó que durante su investigación pudo establecer que no era solo un hombre el que realizaba los crímenes.
“En el caso de Víctor y Aracelly los agarran en una calle en San Vicente de Tres Ríos. Ella se libera, sale corriendo a la pista, así que uno de los asesinos se para en la carretera, le hace tres disparos en ráfagas de abajo hacia arriba, quedan gotas de sangre y la llevaron alzada”, recordó.
“En el caso del parque La Amistad, un solo hombre no podía dominar a la pareja, máxime porque los llevaron adentro de un cafetal”, agregó.
Las investigaciones, según Castaing, se tornaban todavía más difíciles por el área en la que trabajaba El Psicópata. “Los sitios eran abiertos o mixtos, cafetales en su mayoría. Esto hacía que el trabajo de obtención de evidencias fuera sumamente complicado porque en los cafetales se encontraba uno de todo: desde bacinillas hasta preservativos, la escena estaba contaminada. En el caso de Ligia Camacho, el hecho empezó en un sitio abierto y culmina en el cuarto, lo que cumple en cierta parte con las características de los sucesos”, explicó el ex investigador.
En 1989, el Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI) asesoró al OIJ con un estudio de perfil sobre el Psicópata. Según los análisis el hombre tenía una enfermedad mental. También se determinó que era un psicópata agresivo porque presentaba un nivel elevado de ansiedad y depresión que reflejaba en una personalidad colérica.
“Se presume que este hombre, al matar, se desahoga de sus ansiedades y depresiones, pero al poco tiempo se inicia otro ciclo de estos padecimientos hasta que llega un momento en que no los soporta y planea un nuevo asesinato, con ello vuelve al punto inicial”, explicaban las autoridades.
Otras características que se divulgaron sobre el asesino es que era sigiloso, precavido, implacable y que siempre estaba al acecho de sus víctimas. Que actuaba con rapidez, no dejaba rastros y era muy inteligente, además de que su condición económica era bastante buena y llevaba una vida “normal”.
El OIJ siguió con la confección del perfil del asesino y en 1996 se dijo que podría tratarse de un expolicía con amplia preparación militar. Esto complicaba aún más la investigación de los agentes, ya que sus conocimientos aplicados en el campo no dejaban rastros.
En cuanto a rasgos físicos, el OIJ publicó una descripción en 1997 muy general y no funcionaba mucho para la identificación del criminal. Se dijo que era un hombre de tez blanca, no menor de 30 años, de contextura fuerte, posiblemente soltero, separado o divorciado, que vivía en las cercanías de Curridabat, Desamparados y Tres Ríos. También se dijo que era probable que no hubiese terminado la secundaria, que era aficionado a la caza o al montañismo, que podía consumir drogas o alcohol de manera moderada y que su nivel socioeconómico era de clase media.
Para el 2002 se informó que El Psicópata era un exguerrillero de la contrarevolución nicaragüense que trabajó en la Policía Metropolitana de San José, según confirmó Gerardo Lázcares, quien fungía en ese año como subdirector del OIJ.
El OIJ distribuyó en ese momento un retrato hablado del sospechoso, nacido en Nicaragua pero nacionalizado costarricense, que se elaboró con base en una descripción que hizo una sobreviviente atacada por el asesino serial en 1988.
Muerte e impunidad
Lamentablemente el país se quedó sin ver al Psicópata detenido y respondiendo por sus atroces crímenes, ya que en 1998 el hombre que las autoridades coinciden en que fue el temido homicida murió de manera violenta, curiosamente a manos de otro asesino en serie.
De acuerdo con un reportaje de la Revista Dominical, el 19 de junio de 1998 cuatro caminantes encontraron tres osamentas esparcidas en una quebrada del Parque Nacional Braulio Carrillo, cerca de la carretera San José-Guápiles.
La policía determinó que las víctimas murieron en tiempos diferentes, razón por la cual se estaba ante los crímenes de un asesino en serie y no frente a una ejecución múltiple. Un mes después el OIJ estableció que las víctimas eran tres nicaragüenses reportados como desaparecidos.
Esto se comprobó después de analizar 30 denuncias por desapariciones, en las cuales se describen las vestimentas de los extraviados, bienes que portaban y otras características. Una de ellas era del sospechoso de ser El Psicópata, desaparecido desde el 25 de marzo de 1998.
Este exguerrillero nicaragüense tenía un pin en su pierna derecha, el cual apareció entre los huesos. Además, su familia reconoció la ropa hallada.
Así es entonces como el caso del primer asesino serial que hubo la historia de Costa Rica quedó impune; las familias de las víctimas y la sociedad tica mantienen al día de hoy ese sinsabor de no haber dado con el responsable de quitarle la vida a personas inocentes de manera tan cruel y desalmada.
El Psicópata sirvió, eso sí, de enseñanza y aprendizaje para una policía judicial que en esos años no estaba preparada para afrontar a un criminal de esa talla.