En términos coloquiales, desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, la relación del Reino Unido con Europa ha sido como la de unos novios que quieren tener un romance abierto y coquetear con terceros pero a la vez defienden su derecho a los celos por las infidelidades de su pareja.
Es, como diría Facebook, una “relación complicada”. Reino Unido quiere, básicamente, gozar de los privilegios económicos y culturales de una Europa unida, al mismo tiempo que le urge tener soberanía política y social.
Eso podrá parecer un capricho –y sin duda así fue presentado por los opositores a la salida de la Unión Europea (UE)–, pero hay ejemplos de países de Europa continental que lo han conseguido parcialmente (como Noruega e Islandia), los cuales curiosamente tienen una cercanía geográfica con el imperio británico y una sana relación con la UE sin ser miembros del proyecto político-económico que agrupa a 28 estados europeos.
A su debido paso profundizaremos en las opciones que tiene para escoger el Reino Unido ahora que la mayoría de los votantes del referendo del 23 de junio eligió salirse de la UE, pero es importante entender que las raíces del escepticismo de una parte del Reino Unido con la Unión Europea son más profundas que la actual crisis de refugiados que enfrenta el continente y el nacionalismo que expresan muchos de sus habitantes.
Años antes de que el Reino Unido ingresara a la UE (acto consumado en 1972, más de dos décadas después de la primera encarnación de la UE), la desconfianza en el proyecto continental tuvo eco en las calles inglesas, así como algunos integrantes de la Unión tenían dudas sobre la participación británica en el sistema supranacional. Por otro lado, líderes políticos del imperio cambiaron sus posiciones al respecto con el pasar de los años.
Comunión posguerra.
Tras los seis años de la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó devastada con la paz como única esperanza para recuperar su estabilidad y su lugar en el mundo. La guerra acabó en setiembre de 1945 y a finales de octubre los países aliados –en cuenta el Reino Unido– formaron las Naciones Unidas, una organización internacional que tuvo sus bases tres años antes del fin de la guerra, como una suerte de policía de “los buenos” de la historia.
Desde entonces, tomó fuerza la idea de que una federación de estados europeos ayudaría a mitigar y eventualmente eliminar los conceptos de nacionalismo extremo que habían dado paso a la guerra en primer lugar. Ese nacionalismo no murió por completo, pero se transformó en lo que hoy conocemos como ultraderecha, un movimiento que adopta la ideología en aras de combatir la migración masiva.
En 1948, Naciones Unidas adopta la Declaración Universal de los Derechos Humanos; ese año también se empieza a caminar sobre terreno fértil para lo que luego se conocería como UE, con la creación de una universidad europea y de movimientos de lobbying en pro de la unión.
Diplomáticos y políticos progresistas, pro-paz, anti-fronteras y a favor de un mercado único se abrieron paso y se alimentaron de una población hastiada por los conflictos militares e ideológicos. En el Reino Unido, el anhelo de una Europa unida no era tan fuerte como en Alemania, por ejemplo; el primer ministro británico y luego líder de la oposición Winston Churchill encabezó muchas de las conversaciones, pero no tenía la intención de que su país formara parte esencial del proyecto.
Churchill cambió su posición con respecto a la comunión continental durante los seis años en los que no fue primer ministro, entre 1945 y 1951, y aunque al principio hablaba de los “Estados Unidos de Europa”, cuando regresó al poder se negó a firmar el Tratado de París con el que nacieron las Comunidades Europeas, un combo de tres tratados económicos, atómicos y de mercado que significó el primer ladrillo en la construcción de la UE.
En cambio, Churchill envió un mensaje que hizo eco más de 60 años después durante la conversación del referendo para que el Reino Unido saliera o se quedara en la UE. En 1951, dijo: “Nosotros tenemos nuestro propio sueño y nuestra propia tarea. Estamos con Europa, pero no en ella. Estamos vinculados pero no combinados. Estamos interesados y asociados pero no absorbidos”.
Las palabras de Churchill resonaron entonces dada la filosofía británica de proteger su soberanía a toda costa, a pesar de que la UE rindiera mejores resultados económicos. Irónicamente, durante los años siguientes al pronunciamiento de Churchill solo los miembros de la derecha extrema se pronunciaban a favor de la integración del Reino Unido, para que luego la tortilla se volteara y fueran más bien ellos quienes se oponían y el Partido Laborista cambiara su opinión a favor de la participación en UE. La filosofía soberana se debilitó a causa del impacto económico de la caída del imperio británico.
“La verdad es que mejor sí entramos”.
En los 60, cuando los intentos por incluir al Reino Unido en la UE volvieron a tomar fuerza, el continente europeo les dio la espalda, empezando por el presidente francés Charles de Gaulle, quien votó en contra temeroso de los efectos que ello podría tener en su país y en el resto de la Unión. De Gaulle vetó al Reino Unido de unirse y no fue sino hasta su destitución que el veto se levantó. Esto propició que se retomaran las conversaciones al comienzo de la década de 1970.
El Reino Unido se integró a la Comunidad Económica Europea en 1972 (precursor de UE, formada en los 90), al mismo tiempo que el Laborista propuso un referendo para que la población aprobara o negara el tratado. La votación se realizó en 1975 y el 67% de los votantes abogaron por la permanencia en la Comunidad, con lo que el país tenía acceso al mercado único y permitía el ingreso no restringido de otros ciudadanos de la organización.
Desde entonces, el escepticismo sobre la UE en el Reino Unido trabajó no en función de partidos específicos, sino desde ambos partidos tradicionales, los cuales han tenido cuatro décadas de diferencias de opinión internas con respecto a la participación británica en Europa. La burocracia que adoptó la UE con los años tampoco hacía muy felices a los detractores de la participación británica; ese sentimiento tomó más fuerza paulatinamente.
Los europeos se dieron cuenta de que la UE funcionaba a la perfección cuando corrían tiempos de bonanza y lucro, pero afectaba directamente a ciertos países cuando había crisis económica. Y hubo muchas crisis. La necesidad de mano de obra barata provocaba la migración masiva a estos países, lo cual exacerbaba a los oponentes de las fronteras abiertas, en el tanto asumían que ciudadanos europeos y no europeos le robaban fuentes de trabajo a los locales.
Con los años, las promesas de salirse o quedarse en la UE o por lo menos abrir nuevos referendos fueron parte sustancial de las campañas políticas en el Reino Unido, por lo que la conversación que hoy se vive gracias al reciente referendo no es nada nueva para los británicos; si acaso ha incrementado por la crisis de migrantes, pero eso tampoco es una novedad en el país, en el cual las ideas de un mejor control migratorio se implantaron desde hace más de 30 años.
En el 2014, el Partido Independiente (UKIP) ganó las elecciones británicas de representación en el Parlamento Europeo y la promesa que el primer ministro David Came-ron hizo en el 2012 de convocar un referendo dependiendo de los resultados electorales debía cumplirse.
“Se siente como que el Reino Unido está partiéndose en dos”, escribió antes del referendo la socióloga Hannah Jones en el Huffington Post . “Esto no ocurre instantáneamente. Las fracturas se arrastran con el tiempo, pero eventualmente llegan a un punto de ruptura. El Reino está en un punto de ruptura pues se ha convertido en un lugar intensamente polarizado en asuntos políticos, sociales y económicos, incapaz de discutir las causas sociológicas complejas de ello”.
Jones tenía más cosas que decir entonces, y observando el desenlace del resultado del referendo, sus palabras hacen sentido: “Esto es sintomático de una cultura política que ha rechazado el pensamiento crítico, el entendimiento de las complejas relaciones entre experiencia personal, estructuras políticas y sociales, y procesos históricos, en favor de quien haga el comentario breve más rápido para alimentar su punto de vista de cara a toda la evidencia”.
Es difícil encontrar una forma más sencilla que la de Jones para articular las causas que llevaron al Reino Unido a decidir que su salida de UE era la decisión más conveniente en el contexto de un convulso ambiente político y social que ha arrojado al espacio público sentimientos xenofóbicos que reviven tristes recuerdos de una Europa gris y distante.
¿Qué pasó el 23 de junio?
La noche del referendo, los medios británicos informaban que las últimas encuestas le daban un 90% de probabilidades de ganar al voto para permanecer en la UE. Aunque las encuestas de meses pasados fueron quedando más talladas conforme se acercaba la fecha de decisión, las predicciones en algún momento apuntaban a que el Brexit (el nombre coloquial para la salida del Reino Unido) tenía entre 20 y 30% de posibilidades de pasar.
Por supuesto, dependiendo del medio que publicara los sondeos y del sentimiento de turno, los estudios arrojaron resultados muy diferentes durante todo lo que duró la campaña.
Tan volátil fue la realización de encuestas que el 23 de junio nadie sabía qué iba a pasar, luego de una campaña empapada de miedo en ambos frentes: los que insistían en quedarse manifestaron que la salida de la Unión representaría un inmenso problema económico para la nación, y lo que abogaron por salirse apuntaban al costo económico de la afiliación a la UE y los problemas migratorios que representaba.
El movimiento para permanecer en la Unión era liderado por Cameron en el papel de primer ministro, mientras su compañero del Partido Conservador, Boris Johnson, se fue a la cabeza de quienes votaban por salir de la Unión, al lado del líder del Partido Independiente, Nigel Farage. Cameron le permitió a todos los miembros del Parlamento Británico expresar públicamente su posición; ello deparó en una campaña muy politizada en todos los frentes.
Grandes empresas periodísticas británicas tomaron bandos: la BBC, por ejemplo, estaba a favor de la permanencia, mientras que el Daily Mail no pudo ser más explícito en su intención de que los votantes eligieran la opción de salirse. No obstante, dentro y fuera del Reino Unido parecía que salir era imposible de lograr y hasta cierto punto un absurdo, y muchas encuestas respaldaban ese sentir. No obstante, a la hora de la verdad, esa fue la opción ganadora, con poco margen, pero ganadora.
¿Cómo sucedió lo impensable? Algo similar se vivió en Estados Unidos en 1982, cuando en las elecciones para gobernador de California se enfrentaron un blanco y un afroamericano. Las encuestas mostraban que el afroamericano llevaba la delantera, pero luego ganó el blanco, lo que dio pie a una teoría de que los votantes a favor del candidato blanco le decían a las encuestadoras que su intención de voto era la contraria o que estaban indecisos, temerosos de expresar en público su elección por la opción menos políticamente correcta.
Es probable que quienes votaron por Salir no se lo dijeran a las casas de encuestas o que se decidieran a último momento, pero lo cierto del caso es que desde antes se sabía que había probabilidades de que eso pasara, lo cual no minimiza el impacto que la noticia causó a nivel mundial, dadas las explicaciones de expertos sobre cómo esto afectaría no solo al Reino Unido, sino al mundo y en especial resto de países de UE.
Los datos demográficos de la población ayudan a entender quién votó por quedarse y quién por irse. Las personas con un título universitario y ocupaciones profesionales se inclinaron por no salir de la UE, como bien apuntó el Financial Times . En las áreas en las que hay menos personas con pasaportes, en cambio, los votos fueron a favor de irse. Las zonas con mayores ingresos votaron por mantenerse, contrario a las zonas con menor dinero.
Uno de los factores más comentados de la votación es la percepción de que las generaciones viejas decidieron por el futuro de los jóvenes, pero el Financial Times explica que aunque más personas mayores votaron en contra de la permanencia en la UE, esto también responde a la menor participación juvenil en el referendo. “Si la participación hubiese sido mayor entre personas jóvenes, su influencia hubiese sido mayor”, explica el medio.
¿Qué viene ahora?
No había pasado un minuto desde que se anunció el gane de la salida del Reino Unido de la UE cuando el mundo comenzó a preocuparse. Las consecuencias eran claras desde antes del voto, pero la conmoción del resultado atizó la conversación y generó varias consecuencias.
La caída de la libra con respecto al dólar se reportó justo después del gane de Salir. Líderes europeos han reprochado al Reino Unido su decisión democrática y han amenazado con complicar el proceso de salida y eventualmente llenar de piedras el camino de una nueva negociación comercial británica con el resto de la UE.
Más de tres millones de personas firmaron una iniciativa para realizar un segundo referendo, inspirados en los testimonios de votantes del Salir que se mostraron arrepentidos de su decisión y pidieron cambiar el voto. La baja participación juvenil también denota, hasta cierto punto, un compromiso paupérrimo con la causa y mucha desinformación sobre lo que la UE representa.
Si bien el Parlamento debe tomar en consideración la petición de un nuevo referendo, nada apunta a que así vaya a suceder. Cameron dijo antes de la votación que si Salir ganaba, al día siguiente iniciaría los trámites para que el Reino Unido le diga adiós a la Unión Europea, pero en una astuta movida política el 24 de junio anunció que renunciaría a su puesto como primer ministro en octubre, y que los trámites quedarían en manos de quien sea elegido para ocupar la posición, lo cual dejaría a los opositores de la UE en una complicada situación.
Lo más difícil es que, como apunta la revista Bloomberg , “en un momento de alarmante histeria en la mayoría del país, el Reino Unido tiene un gobierno semi-funcional como mucho”. Así que primero tocará resolver eso cuanto antes, y aunque los opositores a la UE dijeron en campaña que se movilizarían rápido para procurar el divorcio con Europa, luego del resultado infirieron que era mejor tomarse el proceso con calma y tener un buen plan de acción antes de firmar el acuerdo que acabaría con la relación en un plazo máximo de dos años.
Así las cosas, no será hasta finales de año que arranquen los trámites para el divorcio. “No hay mucho que ganar, pero sí mucho que perder, si se fuerza la cadencia de esas conversaciones”, explicó un texto editorial de Bloomberg . Por otra parte, la canciller alemana Angela Merkel dijo que ahora los británicos no podrían escoger lo que les gusta y desechar lo que les disgusta de la UE.
En marzo, Cameron publicó un análisis de las opciones que tendrían en caso de que ganara el Salir. A su parecer, el país tiene cinco modelos a escoger para definir sus futuras relaciones con la Unión Europea, aunque no se descarta que las conversaciones lleven a un tratado específico para el Reino Unido.
Según analistas, cuatro de esas opciones son inaceptables: tratar directamente con la Organización Mundial del Comercio es peor que con UE, el modelo turco limita la habilidad de hacer tratados con otros países, el tratado de la UE con Canadá prohibe la participación de bancos canadienses en Europa, y los arreglos de Suiza con UE son tantos que es casi imposible manejarlos adecuadamente.
Según Bloomberg y otros expertos, el modelo más apto para el Reino Unido sería el de Noruega, un país que decidió dos veces –vía referendo– que no debía pertenecer a la UE. Noruega es miembro del Área Económica Europea, pero al no formar parte de la UE se atiene a mayores trabas para exportar; al mismo tiempo, no pueden votar en temas de legislación de la UE, pero tienen que adoptar y aceptar todas esas leyes para formar parte del conglomerado económico, en cuenta la permisión del “libre movimiento” de UE, una de las razones por las que más de 17 millones de británicos votaron a favor de Salir.
Los líderes de Salir ya han manifestado que la inmigración no se detendrá pronto, así como se han desdicho de sus promesas de utilizar el dinero que el Reino Unido le envía a UE en su propio sistema de salud pública, entre otras afirmaciones lanzadas durante la campaña que son imposibles de cumplir tras los resultados.
Lo que sí podría suceder con un modelo como el noruego es la posibilidad de frenar el flujo de inmigraciones en el caso de que una situación de primer orden así lo amerite, una herramienta que Noruega ha usado para limitar el ingreso al país.
En ese caso, junto a Noruega e Islandia, geográficamente se crearía un “triángulo” de países que participan en la unión económica pero no en la política, lo cual traería satisfacción a medias para quienes optaron por salirse de la Unión. La cantidad de dinero que Reino Unido enviaría a UE disminuiría, aunque los datos mostrados en campaña eran falsos y no tomaban en cuenta las retribuciones de las donaciones.
En una columna publicada el lunes, Boris Johnson alegó que el Reino Unido siempre será parte de Europa, y aseguró que la inmigración bajará (no que se detendrá) al mismo tiempo que los británicos podrán seguir trabajando y viviendo en otros países de UE, como lo hacen aora. Tres días después, Johnson dijo que no se lanzaría como primer ministro, lo que dejó a los partidos tradiciones sin líderes. En todo caso, lo que dijo el lunes no es tan descabellado: sería un tratamiento al estilo noruego.
El presidente islandés Ólafur Ragnar Grímsson no duda que un tratado así sea posible para el Reino Unido: “Islandia y Noruega se convertirán ahora en participantes de las negociaciones entre UE y el Reino Unido, y de UE con los miembros del Área Económica Europea en este nuevo triángulo de países del Atlántico norte”, manifestó.
Medios como Politico han analizado esta situación diciendo que, a pesar del resultado del referendo, es probable que no haya un quiebre de alta magnitud entre UE y el Reino Unido, pues la relación con Europa no sería tan diferente a la actual en caso de que se logre un tratado que contemple todas las necesidades de ambas partes.
“El Reino Unido raramente ha estado de acuerdo con los poderes continentales; ha sido la minoría más constante de UE; no ha participado en partes esenciales de los proyectos europeos, como fronteras y moneda comunes”, alegó Bloomberg . “Su poder en UE era una ilusión: fue el eterno disidente en lugar de ser una fuerza decisiva”. Esto va en orden con lo dicho por Churchill hace más de 60 años: los británicos están juntos pero no revueltos.
Para el medio, es posible que los efectos del Brexit hayan sido “exagerados” por todas las partes. “En realidad, esto podría terminar significando una mayor cooperación económica entre UE y el Reino Unido, no un desagradable divorcio vengativo con trágicas consecuencias económicas”, alega Bloomberg .
Por más histeria, el mundo que conocemos no cambia de la noche a la mañana. No es tan fácil. Es complicado...