La madre naturaleza es indómita y se encarga de recordárnoslo recurrentemente. No se permite ser predecible ni complaciente, "la naturaleza es un ser vivo", se repite cada día el fotógrafo Alexánder Otárola, quien el 5 de diciembre anterior caminó sobre sus mismos pasos en un paisaje muy distinto del que recorrió hace cinco años. El reto era hacer nuevas fotos de los mismos parajes que él captó un día después del terremoto de Cinchona, cuya fuerza estremeció la tierra el 8 de enero del 2009.
El antes y el ahora de este lugar se asemejan únicamente por los vacíos que dejó aquello que algún día fue y ya no está. Se borraron los caminos. Se movió el suelo. Se abrió la tierra. Se cayeron los sueños. Y estas duplas de fotos así lo demuestran.
Aquel día inclemente del 2009 se desató un éxodo inolvidable. Fue un éxodo inesperado, forzado por la brutalidad de la naturaleza. Cinchona de Varablanca no volvió a ser la misma. Hoy, las calles que algún día estuvieron asfaltadas no se identifican más que por el serpenteo marcado por el lastre. Donde hubo una iglesia solo queda el eco de las súplicas, mientras que el salón comunal sigue registrado por un hoyo que el tiempo se resiste a rellenar.
En la región donde aquella mañana hubo mucho movimiento, queda solo un pueblo fantasma donde reina el silencio y, claro, el verdor que recuperó los espacios que alguna vez le había prestado a un poblado que ya no existe.