“Recuerden todo lo que hemos hablado del clítoris ; lo importante que es el clítoris en la anatomía femenina para generar placer…”, dice la docente a un auditorio conformado exclusivamente por hombres veinteañeros. Ellos guardan silencio cual si fueran monaguillos en misa, y prestan atención como si lo que se les dicen es algo de vida o muerte.
En este salón de clases, además del clítoris, se habla de orgasmos, pornografía y transexualidad.
Los rostros serios son un elemento común entre los estudiantes, así como los zapatos de vestir, pese a los jeans informales que usan.
“¿Cómo miran su cuerpo?, ¿me siento cómodo pensando en el placer sexual?, ¿lo niego? ¿existe? ¿lo veo como una maldición? Hemos construido una cultura de miedo a la sexualidad, y debería ser lo contrario”, dice la educadora, al tiempo que los muchachos asienten con la cabeza, unos; fruncen el ceño, otros.
La “profe” es la sexóloga Margarita Murillo; los jóvenes, alumnos del Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles que se preparan para ordenarse como sacerdotes católicos.
El taller que imparte la experta es parte del programa de estudio que deben cursar los futuros curas.
Cada año, los seminaristas reciben una semana intensiva de educación sexual en la que el tema se aborda sin mojigaterías ni eufemismos. Las cosas se llaman por su nombre. Se les habla de sexo desde lo físico, lo emocional, lo afectivo. Se les enseña cómo manejar los impulsos, se les dan técnicas para afrontar la tentación, y se les prepara para tratar el tema con feligreses que les piden asesoría.
La actividad se desarrolla durante la tercera semana de julio. Los sacerdotes en potencia aprenden sobre el deseo y la estimulación, pero también sobre la afectividad, las estructuras de género, las relaciones enfermizas… El objetivo es que visualicen el sexo más allá del tema del control prenatal.
Autocontrol
En el salón de al lado se imparte un taller de control de impulsos. Los seminaristas son divididos en grupos, cada cual debe representar – con una dramatización, un collage u otra actividad creativa – la forma de autocontrol que considere más efectiva a la hora de lidiar con la tentación. El top 5, según los muchachos es:
1. Detener el pensamiento: pensar en otra cosa.
2. Relajación: bajar la atención, hacer una pausa.
3. Respiración profunda.
4. Ensayo mental: se imaginan en una situación incómoda y analizan posibles reacciones. Esto les permite anticipar los hechos y estar preparados cuando el momento llegue.
5. Aprender de errores: analizar acciones pasadas y hacer correcciones.
“La base está en desarrollar la inteligencia emocional, eso es clave para el control externo e interno. Por lo general intentamos controlar todo hacia afuera, pero nos olvidamos de lo de adentro. Se trata de encontrar la fuente de la voluntad, ¿qué nos motiva a poner un alto, a decir no? Canalizar el impulso es una consecuencia de eso, no es el objetivo”, explica la sicóloga Julita Vázquez, quien imparte el taller.
Justo finalizada la dinámica, uno de los seminaristas se levanta de su pupitre y toma la palabra. Da un discurso improvisado y emotivo en el que se despide de sus compañeros. Les dice que ha tomado la decisión de dejar el Seminario, luego de año y medio de estudio. No cierra las puertas, dice que podría regresar, pero que en este momento Dios tiene otros planes para él: “Los amo, y cuenten conmigo para cualquier cosa. Nadie sabe lo que se ríe y se llora acá, solo nosotros que llevamos la procesión por dentro”.
Los muchachos van a recreo, la “profe” Julita cuenta que ha visto muchas escenas así. La preparación para convertirse en sacerdote es un constante discernimiento, en cualquier momento de los ocho años que dura el proceso se puede desistir. Para algunos la semana de educación sexual intensiva es un detonante para tomar la decisión.
Cada año unos 15 muchachos dejan el Seminario. En la actualidad hay 131 estudiantes en el recinto, el cual funciona como un internado. Anualmente un promedio de 10 seminaristas se ordenan como sacerdotes.
Los “profes”
Detrás de la iniciativa de los cursos de educación sexual hay un grupo de sicólogos –todos laicos–, liderado por Gastón de Mezerville, quien empezó a impartir talleres en el Seminario hace 14 años. Con el paso del tiempo las autoridades del centro de formación comprendieron la importancia del tema, hasta que lo instauraron como un programa de ocho semanas intensivas, una por cada año cursado en el Seminario.
El contenido del curso tiene un tono similar al de los programas de sexualidad y afectividad del Ministerio de Educación Pública. De hecho, la sexóloga Margarita Murillo participó en la redacción de estos, los cuales se imparten desde el 2013.
Paradójicamente la Iglesia Católica se opuso a dichos programas y pidió a los padres no enviar a sus hijos a esas clases (ver recuadro).
“Se tratan temas como la fortaleza, la auto imagen y la autoestima; de las fuentes de placer y valores emocionales. El enfoque es el mismo que sería para cualquier otro grupo”, dice Murillo.
Los contenidos además abordan temas específicos relacionados con la vida sacerdotal, por ejemplo, el manejo de la soledad. Así lo explica Gastón de Mezerville.
“Cómo se equilibra la vida afectiva en los espacios de soledad, en mi interacción con otros, en mi trabajo de pastoral. Esos son puntos que trabajamos”, detalla el sicólogo.
En los talleres se invita a sacerdotes a dar testimonio, así como a exreligiosos que colgaron los hábitos para casarse y tener hijos.
Los “profes” también utilizan películas y música para transmitir mensajes. La última cinta que vieron fue la italiana Malena . En ella se narra la historia de una mujer que es objeto de deseo de todo un pueblo.
Los alumnos
A la hora del receso compartimos un café con los seminaristas. La formalidad se les va despegando a medida que entramos en confianza. Interactúan y hablan entre ellos igual a como lo haría cualquier otro grupo de jóvenes en la universidad, en el mall o en el barrio.
Entre los muchachos con los que conversamos figura Andrey Fernández, que tiene 21 años y es de Puriscal. Tiene porte de jugador de fútbol, es moreno y de contextura atlética. Confiesa que en quinto año de cole empezó a ilusionarse con la idea de convertirse en sacerdote, y que el requisito del celibato fue lo que más lo hizo dudar.
Por su parte, Luis Daniel Víquez , oriundo de Cartago, tiene 22 años y habla como si fuera un profe universitario, lo que compagina con su look . Él tuvo tres novias formales antes de ingresar al Seminario.
Otro de ellos es Carlos Salazar. Tiene 22 años, es de Tibás y tiene una pinta de monaguillo bien portado: ojos claros, pelo machillo, rostro redondo y piel blanca. Cuando habla parece que está dando un sermón. Antes de volverse seminarista tuvo dos novias formales y cinco informales, según sus propias palabras.
También están Andrés Ramírez y Willfreddy Leitón, de 20 y 22 años respectivamente, quienes usan lentes que les confieren un aire de informáticos.
Todos coinciden en la importancia de los talleres y en que la sexualidad va más allá de acto coital. Reconocen que el celibato es un gran sacrificio, pero que es recompensado por “el amor a Cristo”, que es, desde su visión, más grande que cualquier cosa.
“La palabra clave es amor, el amor a Jesucristo, el celibato es una opción de amor. Yo expreso mi amor a Dios mediante el celibato”, dice Luis Daniel, el que parece y habla como profe de la U.
No obstante, la convicción que muestran no los hace inmunes a los coqueteos de mujeres o a las mariposas amarillas cuando conocen a alguien. También se ilusionan y sienten, también chatean por WhatsApp con amigas a las que les guardan mucho cariño, y reciben solicitudes de amistad en Facebook de muchachas atractivas. Ellos deben lidiar con todo eso.
Andrey, el que parece futbolista, vivió lo que bien podría ser argumento de una telenovela: en la parroquia a la que asiste los fines de semana a hacer labor pastoral –requisito del Seminario – dos mujeres le han confesado su amor con lágrimas en los ojos.
“Me dijeron que nunca un hombre se les había acercado sin la intención de conquistarlas, que yo era el primero, parece que eso fue lo que les gustó, se confundieron”, recuerda el muchacho.
Por su parte, Andrés Ramírez –uno de los dos que parecen informáticos– narra que nunca le habían salido tantas pretendientes como ahora que es seminarista.
“Compañeras de cole que nunca me volvieron a ver, muchachas que ni me determinaban… desde que soy seminarista me dan pelota, me dicen que les gusto y que nadie les ha gustado así”.
Ellos, lejos de catalogarse “irresistibles”, ensayan explicaciones basadas en el contexto sociocultural.
¿Qué tiene de atractivo un seminarista? Son personas estudiadas (reciben cursos de Filosofía y Teología), pueden ser vistos como figuras de poder, carecen de vicios, son respetuosos, tienen buena presentación –visten y huelen bien– y, lo más importante, saben escuchar.
“A diferencia de los otros hombres, el seminarista no anda buscando acostarse con la mujer, se acerca de otra forma, escucha y da una mano amiga. Muchos hombres no saben hacer eso, por eso a las mujeres les podemos parecer atractivos. A mí me han dicho ‘sos el primer hombre que no me ve como una cosa’, se sienten respetadas”, señala Andrés.
Es en estos casos en que los seminaristas deben recurrir a las técnicas de control de impulsos y apelar a la fuente de su voluntad, que es servir a Dios.
Hay algunos que prefieren dejar el Seminario y empezar una relación de pareja. Eso es parte del discernimiento, no significa que está mal, simplemente que se optó por un camino distinto. Así lo explica Wilfreddy (el otro que parece informático). Añade que a algunos de los que se van del Seminario para entablar una relación les va muy bien; a otros, no.
“Hay casos de compañeros que se han marchado por una muchacha, pero, en cuanto renuncian al Seminario, las muchachas los dejan, como que les gustaban solo por ser seminaristas…”.
Los futuros sacerdotes deben lidiar además con una serie de prejuicios y estereotipos: las etiquetas que les colocan van desde la de reprimido hasta la de pedófilo. Ellos dicen que esto no los afecta, pues son visiones muy cerradas en donde se generaliza a partir de conductas muy específicas.
Homosexualidad
Dentro de los temas complejos que se abordan en la semana intensiva de talleres está la diversidad sexual, aspecto que ha desatado riñas entre el sector más conservador de la iglesia católica y la propia población LBGT (lesbianas, bisexuales, gais y transexuales).
Los defensores de los derechos de las personas homosexuales han denunciado discriminación y discursos de odio hacia ellos por parte de algunos religiosos.
En los talleres se procura apaciguar el conflicto y apelar a la hermandad. Para ello se promociona el respeto a las distintas orientaciones sexuales.
Por ejemplo, una parte de la clase impartida por Margarita Murillo se dedica a la transexualidad y de cómo una persona, pese a haber nacido como hombre, puede sentirse mujer.
Mientras la sexóloga expone, los seminaristas cuchichean y pelan los ojos.
La “profe” dice que en esos casos se debe respetar lo que dice el corazón y la cabeza de las personas, sin importar la anatomía de su cuerpo. De inmediato destaca que no se puede presionar o forzar la identidad, sino escuchar y acompañar.
“No hay que ver las cosas blanco y negro. Estamos tratando con personas. Hay que amarlos, no perder la perspectiva. No reproducir estigmas”, enfatiza.
Los seminaristas comparten esa visión. Los muchachos con los que tomamos café coinciden en que se debe abrazar a las personas homosexuales y no juzgarlas.
“Ante todo está la persona, la persona no se define por su condición. Debemos reconciliarnos, sanar heridas y bajar la polémica. Hay que apostar al diálogo y a la comunicación”, manifestó Carlos, el que parece monaguillo.
Tanto él como sus compañeros consideran que la mayoría de sacerdotes respeta y valora a las personas homosexuales, pero que se les hace más ruido a aquellos que declaman discursos desafortunados, por lo que hay una percepción de que ellos son los más.
El cambio
De Mezerville destaca que los cursos de educación sexual en el Seminario son una muestra de la apertura de las autoridades religiosas , que confían en dar una visión integral a la sexualidad, más allá del control de la natalidad.
“No hay que disociar el sexo del amor. Hay que aprender a integrar la sexualidad y el amor, la sexualidad le sirve al ser humano para entablar círculos de amor, comprometido y maduro...”.
El experto señala que la Iglesia procura aceptar y entender a cada persona en su realidad, lo que incluye a gais, heterosexuales, divorciados y casados, y explica que se rechazan algunas situaciones, pero nunca a las personas.
La primera generación de alumnos que recibió todo el programa se ordenó hace cinco años, por lo que ya hay cinco generaciones de sacerdotes –aproximadamente 50– en la calle poniendo en práctica lo aprendido en clases.
De Mezerville y Margarita Murillo señalan que estos curas tienen una mayor madurez emocional y capacidad para orientar a las personas.
Murillo se ha topado a varios de sus antiguos estudiantes, ya fungiendo como curas. Ellos la saludan y le agradecen por “abrirles los ojos”, según cuenta.
“Algo tiene que quedar claro, una persona puede nunca tener el acto coital en su vida y no pasa nada, no hay nada ‘anti natural’ en eso. Puede vivir felizmente de esa forma . Le damos el título de ‘natural’ a cosas que son culturales”, detalla la sexóloga. Su mensaje al final deja claro que no solo los curas deben empezar a visualizar la sexualidad de forma distinta, sino todos.