Desde que tiene memoria, el arte corre por las venas de Max Rodríguez. De niño hacía dibujos como un juego, pero entre trazo y trazo sus caricaturas se fueron transformando en una pasión. Sus inocentes creaciones, elaboradas con lápices y crayolas multicolores, mutaron con el tiempo a obras de arte que ahora impregna con tinta y agujas en la piel de sus clientes.
Sus lienzos, literalmente, ahora son personas.
Cuando Max apenas entraba en la adolescencia los tatuajes de un primo suyo lo impactaron. Ver aquellos diseños en el cuerpo de su familiar lo impresionaron tanto que pronto se dio cuenta de que quería ser quien los elaborara. Ese sueño se cumplió y con creces, ya que actualmente y gracias a su talento, el costarricense es una de las figuras del prestigioso Love Hate Tattoo, del famoso Ami James. Sí, el famoso tatuador del programa Miami Ink, que encantó a miles con un reality show en torno al arte del tatuaje.
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Max, de 28 años y oriundo de San Isidro de Heredia, jamás imaginó lo que el destino le tenía preparado. Hace poco menos de un año, el propio James le propuso trabajar con él, lo que significó no solo una inesperada oferta laboral, sino también una oportunidad de desarrollo artístico.
Entre Max y Ami James ya existía una amistad, forjada por su pasión por los tatuajes. Se conocieron cuando el artista, nacido en Egipto y nacionalizado estadounidense, estuvo en Costa Rica durante la Paradise Tattoo Convention, que se llevó a cabo en el 2015.
“Cuando vino a la convención, a mí me tocó tatuar al lado de su stand. Entablamos conversación y me pareció muy buena nota, ese fue nuestro primer contacto”, recordó Rodríguez.
Después, por cuestiones de la vida, Max y Ami se dieron cuenta de que tenían amigos en común y eso fortaleció su relación, sobre todo porque el estadounidense visita constantemente nuestro país para vacacionar.
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“En una de sus visitas él estaba donde un amigo y yo llegué. Creo que pegamos buena onda, como que le hice gracia por ser tiquillo. Vacilamos como compas ese día, ya para la noche me preguntó si me quería ir a su estudio como invitado especial a ver si me gustaba. Por supuesto, le dije que sí”, narró el tatuador costarricense.
La invitación estaba hecha, lo que quedaba en el camino era concretar su visita a Estados Unidos. Pero a Max, como a millones de personas en el mundo, la pandemia se le atravesó en sus planes y tuvo que esperar hasta mayo del 2021 para poder viajar hasta Miami.
“Cuando logré ir como invitado la pasé muy bien, estaba como en modo vacaciones. En el último día me llamó para hablar con él, yo pensé que me había jalado alguna torta, pero resulta que me dijo que estaba pensando en mi trabajo desde que nos conocimos en Costa Rica. Además, me contó que estaba buscando un artista permanente para su estudio pero que las solicitudes que tenía no le gustaban”, contó el artista.
En esa conversación James le confesó a Max que la intención de la visita era más bien una prueba, para ver qué tal se llevaba el costarricense con los demás miembros de Love Hate Tattoo. “Me propuso el puesto permanente. Imagínese, yo solo iba a estar una semana en el estudio; seguro por eso, por haber sido tan natural, fue que mostró ese interés”, agregó Max.
Con la propuesta sobre la mesa, el tico volvió a Costa Rica para iniciar los trámites necesarios para trabajar de manera legal en los Estados Unidos. Como el puesto de tatuador no es un trabajo tan común, Max tuvo que solicitar una visa de talento extraordinario, documento que solicita una serie de requisitos especiales y él los cumplió.
“Vendí todo lo que tenía en mi casa y me vine a Estados Unidos con una visa de artista invitado, mientras me daban la otra. En diciembre me aprobaron el documento especial y ahora soy residente por tres años”, comentó.
De vender empanadas a las grandes ligas
El sueño que vive Max en Estados Unidos, tatuando en uno de los estudios más prestigiosos del mundo, no llegó solo por una buena amistad o por su gran talento. Detrás de esta meta que está cumpliendo el costarricense hay una historia de trabajo y compromiso, que el artista ha forjado desde temprana edad.
Los tatuajes de su primo marcaron un antes y un después en la vida de Max. Él recuerda que, al principio, comenzó a dibujar al personaje de Taz (el demonio de Tazmania de los Looney Tunes), porque era lo que estaba de moda en aquel tiempo.
Una curiosidad, que sin duda pulió gran parte del talento de Max, tiene que ver con su madre. Como su progenitora estudió alta costura, de pequeño él la acompañaba a los puestos de revistas especializadas, donde ella buscaba diseños para coser. Max no buscaba diseños textiles, claro está, pero sí dibujos que lo inspiraran.
“Vi que para ese tiempo estaba de moda el old school, que era algo más caricaturesco, como una fusión y empecé a dibujar con ese estilo”, dijo.
Max reconoce que en sus tiempos de colegio no era un alumno sobresaliente en temas académicos; sin embargo, su vena artística siempre llamaba la atención de profesores y compañeros en las actividades extracurriculares. En esa época, Max enfocó gran parte de sus energías en temas culturales, como el club de malabarismo.
A los 16 años tomó una gran decisión, dar el primer paso para aprender a tatuar. Sin embargo, no tenía máquina tatuadora para hacerlo, así que durante todo el año ahorró la plata de los almuerzos del colegio para armarse una casera. Vio tutoriales sobre cómo armar una, por lo que finalmente se compró un carro de control remoto, lo desarmó y le sacó el motor.
Con una cuchara, el tintero de un lapicero, tinta china, el motor del juguete, agujas de coser, el cargador de un celular viejo y mucha paciencia, lo logró. “Empecé a practicar en piel de cerdo. Vieras qué contenta estaba mi mamá de tener ese montón de pellejo de chancho en la refri (cuenta en tono sarcástico), porque para que funcionara el tatuaje había que descongelarla y la casa olía a puro cerdo”, recordó entre risas el artista.
Max siempre ha sido un emprendedor y un soñador. A los 17 años ya trabajaba en la empresa de redes de cómputo de su papá, justo allí un compañero de trabajo le dijo que le podía ayudar a conseguir una máquina tatuadora verdadera. Con aquella noticia, la ilusión de Max estaba más fuerte que nunca, pero no todo era tan bueno como parecía.
El famoso kit de tatuajes, que incluía instrumentos y una máquina profesional, estaba en un depósito de aduanas en un lote de artículos que se ponían en subasta. “Costaba como ¢80.000, yo tenía que sacar la plata de un día para otro porque si no otra persona la podía comprar. Pero no pude recoger el dinero entan poco tiempo”, narró.
El amigo le prestó la plata a Max, pero éste no quiso aceptar la máquina hasta pagársela en su totalidad. Así que buscó la manera de generar ganancias, por lo que se valió de la venta de empanadas y cupcakes para cancelar la deuda.
“Yo trabajaba y estudiaba en la universidad, así que me puse a hacer empanadas y cupcakes en las mañanas antes de ir a la U para venderlos ahí. Todo el mundo se apuntó, fueron un éxito”.
Max pagó la deuda y recibió el anhelado kit, pero cuando lo abrió no era lo que esperaba, para nada. “Cuando abrí el paquete me di cuenta de que el equipo seguro tenía un montón de años guardado en las bodegas. Estaba todo herrumbrado, las tintas estaban vencidas, la máquina oxidada. Fue un alegrón de burro. Tocó seguir cocinando para comprar los repuestos”, agregó.
Durante un año, mientras estudiaba bloque completo en la universidad, Max trabajó en la empresa de su papá y se levantaba en las madrugadas para cocinar las empanadas y los cupcakes para venderle a sus compañeros. En ese tiempo logró comprar la silla de trabajo para tatuar y reparar lo que estaba malo del kit.
Con tal de que Max practicara los tatuajes, el famoso equipo tuvo muchas “víctimas”. Varios amigos suyos fueron sus conejillos de indias y, hoy por hoy, se enorgullecen de llevar en sus pieles una de las primeras obras del artista.
“Cuando ya pude comprar una máquina nueva, sentía que era como una nave”, contó entre risas.
El camino
Como tatuador, el primer trabajo en forma que tuvo Max fue en el estudio de Harold Alvarado, en Alajuela. De hecho, él fue uno de los primeros maestros de Rodríguez.
Max se fue profesionalizando no solo como tatuador, sino que estudió Bellas Artes en la Universidad de Costa Rica, ya que su mamá le dijo que si quería dedicarse a esta profesión tenía que hacerlo con sólido conocimiento.
Todo el aprendizaje que alcanzó en la universidad le sirvió a Max para mejorar su estilo, el cual define como ecléctico, ya que se especializa en piezas grandes a color e ilustraciones con influencias del new school y el neotradi.
“Honestamente me costó llamarme a mí mismo tatuador, porque en esto nunca se deja de aprender”, afirmó.
Después de su primer trabajo formal, Max tuvo la oportunidad de montar su propio estudio y fue en un muy buen punto, según reconoció. El lugar estaba ubicado frente a una empresa donde trabaja mucha gente joven, que gustaba de la onda de los tatuajes.
Al estudio lo llamó Liberté, lo inauguró en el 2014, pero solo pudo estar en el local durante siete meses. Como el inmueble estaba en el segundo piso de un edificio, las autoridades le pidieron instalar un ascensor, algo que el emprendedor no podía costear.
Su segundo estudio, el 93, lo instaló en San Isidro de Heredia. Ahí, además de él, había otros tres tatuadores, lo que significaba que el negocio iba bien. Sin embargo, la propuesta hecha por Ami llegó a su vida y Max no podía dejarla ir. ¡Se fue para Miami!
Crecimiento y aprendizaje
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♬ original sound - Max Rodríguez
Max dejó todo en Costa Rica. Junto a su esposa Indira Hidalgo y su pequeña hija -Irina-, comenzó una nueva vida en Estados Unidos. En un principio, el plan de la familia es cumplir los tres años pactados por su permiso laboral, pero después de ese tiempo seguir con su vida en Miami.
“Ya nos embarcamos en este viaje, no tenemos dónde volver, es complicado. Yo me pongo a pensar en mi hija que ya está en la escuela, sería muy egoísta de mi parte pensar en volver”, afirmó Rodríguez
-¿Qué ha aprendido en este tiempo trabajando en el estudio?
-En poco tiempo he aprendido mucho. Aprendí que irse a vivir a otro país es más difícil de lo que pensaba, aprendí que las únicas personas que están con uno en las malas son la familia y unos pocos amigos contados. Aprendí a respetar mucho más a las personas que persiguen sus sueños, porque luchar contra las estadísticas y dejar la estabilidad para perseguir un sueño es de las mayores lecciones de la vida.
En temas artísticos y laborales, Max contó que su rutina de trabajo es diferente todos los días. En el estudio se trabaja por medio de un sistema de citas, pero también se atiende a las personas que llegan de paso a tatuarse.
“Artísticamente todos estos muchachos (sus compañeros) tienen un gran fundamento, un background muy amplio y eso es bueno, porque todos nos complementamos. El día a día de trabajo es muy cool y, como apenas estoy empezando, acá me estoy empezando a promocionar, tengo citas y cuando no preparo diseños y atiendo al público también”, explicó.
Según Max, por la fama del estudio Love Hate Tattoo, la clientela que llega al estudio es muchísima, así que la mayoría del tiempo la pasa ocupado tatuando o forjando un nombre en la escena con sus diseños.
“Hago de todo porque es la forma más convincente de generar clientes, cuando una persona ve una pieza hecha por uno ahí se va corriendo la voz. Pero si hay algún trabajo que no es mi estilo o mi especialidad, en el estudio hay otros artistas que pueden hacerlo, así es como trabajamos. Entre nosotros nos recomendamos ante los clientes, para que lo atienda el artista más adecuado”, aseguró.
En cuanto a Ami, Max asegura que su trabajo le gusta a su jefe, sobre todo porque sus estilos son muy diferentes. “Por eso es que le llama la atención lo que hago, por eso me buscó. Tenemos una muy buena relación, él es muy diferente al personaje que veían en el programa de televisión, es una teja”, reconoció Rodríguez.
Desde que trabaja en Miami, Max ha encontrado en las redes sociales una muy buena oportunidad para compartir su experiencia con los costarricenses. Su cuenta en TikTok ha crecido muy rápido y ahí aprovecha para alentar a las nuevas generaciones a que persigan sus sueños.
“En Costa Rica hay mucho talento, personas buenas en muchos ámbitos. Hay poco presupuesto para apoyar las artes, pero es algo muy necesario para el crecimiento del país, mi caso es un buen ejemplo de esto”, dijo.
Max tiene entre sus planes, cuando vuelva de visita a Costa Rica, coordinar un seminario de tatuajes y arte para compartir con los más jóvenes. “Tenemos la obligación de impulsar el talento, la cultura y el arte nacional”, concluyó.