Frente al espejo, Alexánder Matamoros se levanta su camisa y aprecia la cicatriz que lo acompaña desde hace 15 años.
La marca es producto de una herida que se encuentra debajo del ombligo y que atraviesa el lado izquierdo de su abdomen. Ya casi no se nota, pero Alexánder, de 52 años, sabe perfectamente que está ahí, aún cuando no la ve.
Es difícil descifrar lo que pasa por su mente en ese momento. Una cosa sí es clara: gracias a esa marca, su hermano menor Enrique Matamoros, de 47 años, todavía lo llega a visitar a su casa, en San Jerónimo de Moravia, con ese espíritu alegre que lo caracteriza.
Todo valió la pena.
Observa la cicatriz y respira profundo, con una cierta mezcla entre tranquilidad y paz, que no tenía hace 15 años atrás, cuando sus sentimientos iban entre el temor y la incertidumbre.
Para ese entonces, en el 2006, Alexánder tenía tan solo un año de haberse convertido nuevamente en padre con la llegada de Sofía; mientras que sus otros tres hijos Ingrid, Daniel y José Alexánder estaban en la escuela y el colegio. La familia dependía de su trabajo diario brindando su servicio independiente con maquinaria pesada.
Sin embargo, Enrique también lo necesitaba, pues la única manera que tenía el hermano menor para evitar una hemodiálisis era un trasplante de riñón.
“Él ya no tenía opción, en serio lo necesitaba. Ya se había hecho varias sesiones de diálisis y tenía que esperar un donante. Entonces él vino donde mí para ver si yo le podía ayudar; viera qué mal que estaba.
“Me acuerdo el día que llegó a pedirme que le donara el riñón. Él estaba recién separado y estaba acabangado, entonces me llama y me dice: ‘¿puedo ir donde usted para aprender a manejar?’, pero él no venía a eso, él iba a ver como metía cuña para ver qué decía yo”, recuerda.
Don Alexánder no supo cómo decirle que no. Su hermano tenía 32 años y una vida por delante, y en ese momento estaba en sus manos salvarlo.
“Yo me sentí comprometido al principio ¿cómo le decía yo que no? Yo le dije: ‘Enrique, pero es que yo tengo la bebé y a los demás chiquititos’, porque la mayor tenía 14 años. Entonces él me dice: ‘usted tranquilo, usted nada más se hace los exámenes y ahí vemos’. Cuando me di cuenta ya tenía un historial de exámenes que no podía decirle que no, ya no me podía echar para atrás… Y resultó que salimos compatibles”, cuenta.
Su temor era perder la vida en la cirugía o posterior a ella, pues un primo suyo, quien había sido donante de riñón, había perdido la vida tres años después de la cirugía. Además, otro hermano suyo también falleció a causa de insuficiencia renal.
Alexánder no quería dejar a sus hijos sin padre y por eso pensaba una y otra vez en la propuesta de Enrique, quien es cinco años menor que él.
“El miedo yo creo que a cualquiera le da, porque no es que me voy a quitar un dedo y luego me lo sellan. Tampoco es que cuesta desprenderse de un órgano, más bien, es cómo la mente le juega a uno, porque yo tenía una familia que estaba empezando a crecer y pensar que en cualquier momento podía morir me daba temor.
“Mi esposa, Vanessa Gamboa, también estaba muy asustada porque además no teníamos plata como para sostenerme en caso de que quedara mal.
“Pero después pensé que yo me iba morir con operación o sin operación, porque si Dios dice: ‘de aquí no pasa usted’, me puedo morir en un accidente, o me cae un rayo o me pueden pasar tantas cosas que ahí se me quitó el miedo”, detalla.
Actualmente, Enrique y Alexánder están saludables y comparten mucho tiempo juntos, tal y como lo han hecho de toda una vida.
Y si bien al hermano donante no le gusta darle muchas vueltas al asunto -pues es enfático en que no le interesa vestirse de héroe-, sí reconoce que haberle dado el riñón a su hermano le cambió la vida.
“Le puedo decir que yo ahora veo la vida diferente, hay que aprovechar los momentos felices, porque esta vida es un soplo. Y si pudiera volver a donar mi riñón a alguien que lo ocupe lo volvería a hacer”.
— Alexander Matamoros
“Yo siento que lo único que hice fue cumplir mi deber, primero de hermano y después de ser humano. La verdad es que siento mucha satisfacción porque muchos no llegan ni a los siete años y nosotros dos ya tenemos más de 15 años y hasta el momento estamos bien. Él está cada vez mejor y verlo bien me agrada mucho”, añade.
Además, gracias al trasplante, Alexánder dejó de fumar, un requisito que le pedían los especialistas; también se cuida más con su alimentación y se hace chequeos médicos con frecuencia.
Asimismo asiste a citas de control en el Hospital México, donde siempre le dicen que está saludable.
Dada su experiencia afirma que si pudiera volver a donar su riñón lo haría, pues eso representa salvar vidas.
“Le puedo decir que yo ahora veo la vida diferente. Hay que aprovechar los momentos felices, porque esta vida es un soplo. Y si pudiera volver a donar mi riñón a alguien que lo ocupe lo volvería a hacer, porque todos en esta vida necesitamos ayuda cuando estamos mal y qué más quisiéramos que por lo menos nos dieran una oportunidad de vivir”, afirma.
En la cirugía no hubo mayores complicaciones, sin embargo, las semanas siguientes no fueron sencillas. Alexánder recuerda que a Enrique le costó un tiempo poder acostumbrarse al riñón, pero en su caso las complicaciones vinieron por el ámbito laboral, pues la persona que estaba a cargo de realizar los trabajos con su maquinaria, simplemente desapareció.
Por ello, tan solo semanas después, cuando aún estaba en recuperación, debió salir a trabajar para pagar las cuentas de su hogar. Con cierto temor y con la herida todavía abierta volvió a subir a su vagoneta.
Su esposa le hizo un tipo de cinturón para que le mantuviera la herida ajustada y aunque sentía un poco de incomodidad al trabajar, no tuvo mayores complicaciones y la herida cicatrizó bien.
Lo que sí le quedaron fueron otras secuelas. Por ejemplo, asegura que desde entonces no permite que nadie le toque su abdomen, pues siente como un tipo de electricidad en el área donde está la cicatriz.
También, desde la operación, padece un tipo de dolor a un lado del estómago y recientemente lo enviaron a hacerse un ultrasonido para saber a qué se debe. Sin embargo, para Alexánder eso es lo de menos. Saber que su hermano hoy lleva una vida normal y verlo feliz lo compensa todo.
Según explica la doctora Fabiola Chacón, coordinadora del Programa Institucional de Donación y Trasplantes de la CCSS, la persona trasplantada puede vivir muchos años tras recibir el órgano, siempre que el trasplante se haga en el momento ideal, que no llegue de forma tardía y cuando la persona tiene hábitos de vida saludables.
Tal es el caso de Enrique, quien ya lleva más de 15 años con calidad de vida, gracias a la donación de su hermano.
Eso sí, la doctora también es enfática en que también puede ocurrir que aunque sean compatibles, la persona trasplantada no acepte el órgano.
“Puede haber rechazo de los órganos, no siempre ese rechazo significa que el órgano se pierda. A veces se pueden utilizar medicamentos para disminuir esa fase, porque el cuerpo reconoce que ese órgano no es suyo. Es decir, el cuerpo está hecho para diferenciar lo que es propio de lo que es ajeno, entonces siempre hay una fase de identificación de lo que no es propio. Ahí empezamos a tomar una serie de medidas para tratar esa fase inicial o ese rechazo crónico”, explica.
Si definitivamente el paciente rechaza el órgano, vuelve a entrar en lista de espera.
Sin pensarlo
Doña Elvia Tencio está cosiendo y al lado suyo hay un portarretratos con una fotografía. Quien está allí es Alfredo Arce, su marido, con quien el año anterior hubiera cumplido 50 años de matrimonio.
La pareja de Siquirres no pudo celebrar sus bodas de oro, pues él falleció en el 2017, producto de un infarto.
De vez en cuando ella hace una pausa mientras cose, alza la mirada y observa la fotografía con cierta nostalgia. En ese instante recuerda todas las situaciones por las que atravesaron juntos desde 1970, cuando se casaron.
Hubo muchos altibajos, pero siempre permanecieron uno al lado del otro en los buenos y malos momentos.
Con su muerte, don Alfredo se llevó una parte de doña Elvia; una parte de la que ella no se arrepiente de haberse desprendido hace 20 años, con tal de que su esposo tuviera calidad de vida hasta el final.
En el 2001, don Alfredo se desmayó y fue trasladado de emergencia al hospital, donde le diagnosticaron insuficiencia renal. Los médicos fueron enfáticos en que la única opción que tenían para salvarle la vida era un trasplante de riñón. Él no podía quedar en lista de espera, se le acababa el tiempo, pues era diabético y padecía de presión alta.
“Había un nieto que siempre le decía: ‘papi, yo sé que usted ya se bañó, pero huele a orines’. Y es que los riñones solo le funcionaban en un 15% pero es que nosotros no sabíamos que él tenía eso, entonces él pasó por todas las etapas de hemodiálisis”, explica doña Elvia, de 70 años.
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La recomendación de los médicos fue que los integrantes de la familia se hicieran exámenes para saber si alguno era compatible y de ser ese el caso, saber si estaban dispuestos a donarle el riñón.
Ante la desesperación e incertidumbre de no encontrar un donador, doña Elvia le pidió al médico que le hicieran a ella los exámenes y allí el doctor le explicó que no era tan sencillo y que era mejor esperar los resultados de la familia.
Pero ella insistió. Entonces comenzó a realizarse estudios en el Hospital San Juan de Dios.
“Pasé por una etapa de muchos exámenes, pero vieras que no sé si sería Dios quien entró en mí y me dijo: ‘usted se lo puede dar’. Yo no lo pensé dos veces y me acuerdo que yo le dije: ‘va a ver que cuando le hagan el trasplante, usted va a tener calidad de vida’.
“Y yo llegué hasta el final con él, porque es que yo no sé, yo nunca sentí temor de ofrecerme, de que me sacaran el riñón para dárselo a él. Nosotros ya habíamos pasado por muchas cosas y ofrecerme para ser yo la donadora era un acto de amor”, asegura.
Los resultados de los exámenes arrojaron que doña Elvia y don Alfredo eran compatibles y que ella podía donarle uno de sus riñones a él.
Luego vino la cirugía, la cual se realizó sin mayores problemas. Entre risas doña Elvia recuerda que le fue mejor a él que a ella, pues tras la operación don Alfredo ya quería tomar café; mientras que ella seguía anestesiada.
A partir de allí hubo una lenta pero satisfactoria recuperación que llevó a la pareja a compartir 16 años más.
Aunque en ese momento doña Elvia solo pensaba en salvarle la vida a su esposo, ahora analiza cómo se sintieron sus hijos, Leonardo, Yalena, Elizabeth y Fabiola, en medio de aquella dramática circunstancia.
“Yo ahora digo que pobrecitos mis hijos, porque ellos estaban ahí en la sala de espera, con el papá y la mamá dentro de la sala de operaciones. No debió ser nada bonito”, dice.
Doña Elvia cuenta que nadie nunca le agradeció lo que ella hizo por su esposo, ni siquiera él mismo, aunque comprende que hubo motivos por los que él nunca le dio las gracias.
“Le decían que orinaba sentado porque yo, mujer, fui la donadora. Entonces más bien a él no le gustaba que se dieran cuenta que yo le había donado un riñón, hasta el tiempo lo venía aceptando, pero yo tampoco decía que había sido la donadora. Eso sí, él no me decía que no dijera”, detalla.
Sin embargo, es enfática en que nunca necesitó que alguien le agradeciera, pues ver que su esposo tenía salud era lo que ella anhelaba. No obstante, reconoce que el procedimiento le dejó algunas secuelas, pues ahora le duele mucho la cintura y tiene algunos problemas para movilizarse.
A pesar de ello, si doña Elvia tuviera que volver a donarle el riñón a su esposo, lo haría sin pensarlo dos veces.
“Yo no sé hasta dónde va a llegar este riñón que me queda, pero por ahora sigue funcionando bien”, dice.
“Yo no sé hasta dónde va a llegar este riñón que me queda, pero por ahora sigue funcionando bien”
— Elvia Tencio, donadora de riñón
De acuerdo con la doctora Fabiola Chacón, coordinadora del Programa Institucional de Donación y Trasplantes de la CCSS, en Costa Rica el trasplante de riñón es el más común con donador vivo, seguido por el trasplante de hígado, en un menor porcentaje.
“Sí es bastante frecuente el trasplante de riñón, siempre y cuando se encuentre un donador. Nos ha pasado que no siempre en la misma familia se encuentra el donador. Uno podría pensar que en la familia alguien tiene que ser compatible y a veces, aunque sean familiares, no hay alguien”, explica.
Eso fue justamente lo que ocurrió con doña Elvia, pues los hermanos de don Alfredo que se hicieron los exámenes no resultaron ser compatibles.
Asimismo, la doctora es enfática en que el trasplante es la última alternativa a la que se llega para que la persona tenga calidad de vida. Además, se realiza antes de que la salud del paciente esté demasiado comprometida, para que la persona tenga un alto porcentaje de recuperación.
Por el hijo único
Cuando Luis Arturo Mora estaba pequeñito, su papá, Luis Gerardo Mora, le preguntó a los médicos del Hospital Nacional de Niños cómo debía cuidar sus riñones por si algún día su hijo ocupaba un trasplante.
Desde ese día el cartaginés procuró hacer ejercicio y mantener una buena alimentación, sin imaginar que su hijo, a los 17 años, finalmente necesitaría dicha intervención quirúrgica.
Luis Arturo nació con un problema renal. Según explica su papá, mientras la creatrinina en sangre (sustancia que filtran los riñones antes de que sea excretada) debe estar entre 0,7 y 1,30 mg/dl, el joven la tenía en 19 mg/dl, por lo que debían trasplantarlo.
“Fue un calvario de largo plazo, porque desde que mi hijo estaba en el Hospital de Niños nos dijeron que en determinado momento esto podía pasar.
“Específicamente, el doctor tenía miedo de la entrada a la adolescencia de Luis Arturo por todos los cambios que se dan; y tenía razón: el riñón se le comenzó a dañar, entonces nos mandaron a hacernos exámenes tanto a mi esposa como a mí”, cuenta don Luis Gerardo, de 51 años.
En el 2019 los médicos determinaron que él era compatible con su hijo único y que podía donarle el riñón.
En ese momento Luis olvidó que sudaba frío con el simple hecho de ver una aguja, también las náuseas que le provoca el olor a hospital y que cada vez que entraba a un centro médico le faltaban las fuerzas. Esta ocasión era diferente: en sus manos estaba darle vida a su hijo.
“Yo ni siquiera lo pensé, esta vez no dudé, porque era salvarle la vida a mi hijo y le puedo decir que ni siquiera titubeé. Para mí las agujas y estar en el hospital es una gran impresión y aún así, con todas esas adversidades, yo dije que iba a donarle mi riñón a mi hijo”, afirma.
“Es un proceso muy desgastante y es que verlo a él durmiendo en la clase me partía el alma. Ahora me siento sumamente orgulloso, me he llegado a sentir un superhéroe por haber hecho esto”
— Luis Gerardo Mora, donador de riñón a su hijo
Además, don Luis no puede explicar la tristeza y angustia que sentía cuando su hijo llamaba para que lo fueran a recoger al colegio porque se sentía cansado. A veces eran apenas las 10 a. m. cuando el muchacho se quedaba dormido en el salón de clases, producto de su enfermedad renal.
“Es un proceso muy desgastante para todos y es que verlo a él durmiendo en la clase eso me partía el alma. Ahora yo me siento sumamente orgulloso y feliz. De hecho me he llegado a sentir un superhéroe, porque si no hubiera sido por esto no hubiera podido salir adelante con su vida”, dice.
El próximo mes de noviembre se cumplirán dos años desde que ambos ingresaron al quirófano en el Hospital Calderón Guardia. Desde ese día, todo ha mejorado.
Su hijo, ya de 19 años, se ha recuperado satisfactoriamente. Eso sí, en la casa tienen muchos cuidados por temor a que una bacteria complique su salud.
“Ahora me dice que se siente completamente diferente, lleno de vida y yo lo entiendo. Creo que uno no aprecia la vida cuando está completamente sano pero que él me diga que se siente lleno de vida, me hace sentir muy feliz y realizado porque sabemos que ya es diferente a como estaba antes”, comenta.
Luis Gerardo asegura que en su familia ahora valoran más cada pequeño detalle y agradecen a Dios la oportunidad de seguir juntos.
Según explica la doctora Fabiola Chacón, coordinadora del Programa Institucional de Donación y Trasplantes de la CCSS, cualquier persona puede llegar a requerir el trasplante de un riñón, sin embargo, siempre se procura hacer la intervención quirúrgica lo más pronto posible, pues conforme más avanzada sea la edad, más complicada es la cirugía.
“Mientras una persona espera, por ejemplo, un riñón, puede terminar desarrollando problemas cardiacos y eso ya los limita a ser candidatos a trasplante. Lo cierto es que cualquier acto de donación, es un acto maravilloso de amor, de regalarle a otro ser humano la posibilidad de vivir”, manifiesta Chacón.
Tanto don Alexánder, como doña Elvia y don Luis Gerardo están convencidos de que hicieron lo correcto al desprenderse de un órgano con tal de que sus seres queridos tuvieran una vida más plena y feliz. Lo suyo fue un supremo acto de amor.