En el 2009 tenía apenas un año de haber salido del clóset. Mi familia y mis amigos sabían que era gay, ya contaba un exnovio, las exnovias me habían perdonado y hasta me involucraba públicamente en manifestaciones por los derechos de las personas homosexuales.La verdad es que el proceso de aceptación fue bastante satisfactorio: nadie me dejó de querer ni nadie me golpeó en la calle por demostrarle cariño a otro hombre. En el2009 me sentía privilegiado de vivir en una época en la cual ser gay era lo mismo que ser rubio o bueno en las matemáticas; no tenía ningún miedo de contarlo o demostrarlo.
Con esa misma seguridad invité al chico que me gustaba en aquel momento a tomarnos unas cervezas. Como buen estudiante de la UCR elegí uno de los bares ubicados en la Calle de la Amargura. Congos. Ya no recuerdo bien el criterio de selección pero es probable que algo tuvo que ver con el buen precio de las bebidas.
Al momento de la segunda ronda todavíano era de noche, pero ya los dos habíamos desechado las inhibiciones de las primeras citas y no teníamos reparo en tomarnos de la mano, de la cintura para darnos un piquito y de la cara para plantarnos besos más largos.
De repente oscureció, pero porque uno de los gorilas de Congos se posó sobre nuestra mesa como un gran toldo con pies. “Maes, tenemos un problema”, nos dijo el encargado de seguridad, el más grande.
Sin mucho detalle nos dijo que nos teníamos que ir porque sus clientes estaban incómodos por nuestros besos, nuestro cariño. ¿Incómodos por qué? ¿Acaso ellos no se daban besos y se abrazaban? ¿Y nosotros no éramos sus clientes también?
No me quiso explicar más, solo nos cobró y se aseguró de que nos fuéramos posándose en la entrada, él fuerte y ganador y nosotros humillados y derrotados.
Esa fue la primera vez que sentí miedo de ser yo y entendí que, a diferencia de lo que pensaba, no estaba seguro en todas partes.
Creo que así, con una simple pregunta, un heterosexual puede empezar a imaginarse la discriminación que experimentamos regularmente las personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexo): ¿Alguna vez han sentido miedo de darle la mano o un beso a alguien en público, o han temido por su vida por verse como se ven y ser como son? Nosotros sí.
Esa misma pregunta es la piedra angular del nuevamente famoso concepto de “bar gay”. Ir a uno de estos bares es como un rito de iniciación para cualquier homosexual, lo que no significa que nos guste a todos ni que regresemos una y otra vez. Pueden ser espacios demasiado ruidosos, un tanto oscuros y hasta chocantes para los más tímidos. Pero para muchos de nosotros es lo mejor que nos pudo pasar.
Un bar gay es el País de Nunca Jamás. Ahí escapamos momentáneamente de la norma heterosexual, podemos vestir de la forma que nos gusta sin temor a la censura; bailar, caminar y hablar como nos sale del alma y no como “deberíamos”; y, sobre todo, podemos abrazar, besar y amar en libertad.
En un bar gay no incomodo a otros clientes, en un bar gay nunca he tenido miedo de que me saquen a la fuerza ni de que me miren con desprecio. Es en un bar gay donde me sabe mejor la cerveza, como a tranquilidad.
La revolución de los niños perdidos
En la década de los 60, cada vez más homosexuales frecuentaban los bares exclusivos para ellos, al mismo tiempo que los cuerpos policiales se encargaban de realizar redadas y reprimir a todo aquel que se atreviera a pisar dichos locales. En aquellos días bailar con un compañero del mismo sexo era ilegal y la homosexualidad todavía era un “desorden mental”.
Para 1969, particularmente en Estados Unidos, los incidentes de violencia y represión policial no eran pocos; sin embargo, no pasaron de ser anécdotas.
Es por eso que la noche del 28 de junio de 1969 es recordada como la noche que lo cambió todo para el movimiento de la liberación gay. El escenario: Stonewall Inn, una taberna para homosexuales ubicada en Greenwich Village, Nueva York.
¿Por qué esa noche y por qué el Stonewall Inn?
El historiador y activista gay Vito Russo describía al Stonewall Inn como un lugar de mala muerte, muy ruidoso y demasiado obvio, pero reconocía su popularidad por ser relativamente grande y uno de los pocos lugares donde se permitía bailar.
También era conocido por ser un lugar de encuentro entre los más marginados entre los marginados: personas transgénero, transformistas, prostitutos, negros e hispanos, muchos de ellos jóvenes y sin techo.
Acababa de celebrarse el funeral de la actriz Judy Garland, ícono de la cultura gay, y muchosdecidieron trasladarse al Stonewall. Pudo ser la honda tristeza o simplemente que llegaron al pico del hartazgo, pero aquella noche los asistentes decidieron no soportar lo que consideraban una humillación sistemática.
Seis agentes de la policía entraron al local para desalojarlo, pero no pudieron contra casi 200 almas enfurecidas que los acorralaron, lanzándoles botellas, ladrillos y cualquier cosa que tuvieran a mano.
El escándalo salió del lugar y recorrió el barrio. Los vecinos se unieron al frente de resistencia y las protestas se extendieron a la tarde siguiente y de nuevo varias noches después.
Aunque improvisados, los disturbios de Stonewall son reconocidos como el catalizador del movimiento en favor de losderechos LGBTI en Estados Unidos y el mundo. No obstante,que aquella revuelta sucediera allíes bastante lógico, si leemos la historia con cuidado.
En los 60, una organización denominada Society for Individual Rights,conformada principalmente por asistentes regulares de bares gais, había publicado una guía legal de bolsillo para que los clientes pudieran asesorarse ante los abusos de la policía.
En San Francisco, propietarios de bares se organizaron en el grupo Tavern Guild, para unir fuerzas en contra de los caprichos de las autoridades y brindar asistenciaa quieneseran arrestados por visitar un bar gay.
¿Por qué la semilla germinó en bares? Esos eran los únicos lugares donde los homosexuales podían encontrarse, organizarse, recibir ayuda y hasta enamorarse. Es un principio básico de supervivencia: los niños perdidos estaban defendiendo su hogar y a su familia. Más de 40 años, después todavía lo hacemos.
El ataque pirata
Nunca estuve en el bar Pulse en Orlando, el que ha puesto de nuevo en la mesa de discusiónel concepto del bar gay, casi 50 años después de las protestas del Stonewall Inn neoyorquino.
Hace dos semanas Omar Mateen sí estuvo ahí. Entró garfio en mano y asesinó a 49 personas. Para él, Pulse fue escenario perfecto: ruidoso y oscuro, con pocas salidas y con muchas personas, lleno de un sentimiento de seguridad y comodidad que lo convertía a él en una sorpresa invencible.
Para las víctimas, Pulse fue lo mismo que para mí Club Oh!, La Avispa o Babel en este país: utopía. Un refugio donde me sentí seguro, el lugar donde empecé a quererme y a aceptar a mi comunidad, un lugar solidario, que nos empodera.
Ellos llegaron a Pulse de todas partes, desde el migrante de Sudáfrica hasta los nativos de Puerto Rico; eran estudiantes, agentes de viaje, emprendedores, madres y hermanas; la gran mayoría eran hombres y mujeres homosexuales o transgénero, otros solo eran personas que los querían.
Quizás Mateen ganó esa madrugada, de alguna manera encontró las formas para colarse en nuestro santuario, para que nuestra pista de baile, nuestra música y nuestros cuerpos entregados al momento jugaran a su favor. Pero Omar Mateen no nos puede quitar esto porque simplemente no le pertenece.
Ese refugio es nuestro y se lo debemos a los que vienen detrás de nosotros, a los nuevos niños perdidos que van a querer escapar del maltrato en sus casas, de la violencia en sus escuelas, de los insultos que se encontrarán en las calles. Escapar aunque sea por algunas horas, bailar dos o tres canciones en libertad.
En el país de Costa Rica
La realidad costarricense no estuvo nada alejada de la estadounidense, a pesar de que la conducta homosexual y privada fue despenalizada desde 1971 en el país.
Incluso, 10 años después de los disturbios de Stonewall, eran los homosexuales costarricenses los que se tenían que enfrentar a las redadas en establecimientos gais y a ser detenidos por “faltas a la moral”.
Cuentan los homosexuales de vieja guardia que durante aquellas requisas policiales, los hombres homosexuales intercambiaban pareja con lesbianas para simular que allí solo bailaban hombres con mujeres y no había nada ilegal.
No fue hasta la década del 90 que las redadas policiales en este tipo de establecimiento se declararon ilegales.
Como en tantos otros lugares del mundo, muchos de esos bares no solo sirvieron como lugar de esparcimiento y refugio para los que no tenían dónde ir, sino que fungieron como cuartel de grupos activistas que posteriormente salieron a las calles a reclamar sus derechos.
A la fecha, los bares gais que adornan la capital no son pocos, cada uno a su estilo se organiza para recibir a sus clientes después de la Gran Marcha de la Diversidad, que se realiza el último domingo de junio conmemorando aquella primera revolución en el Stonewall Inn.
Pero más que eso, cada uno de esos bares mantiene sus puertas abiertas durante todo el año para los necesitados de un hogar, los que no se quieren sentir fuera de lugar o simplemente desean tomarse una cerveza con sabor a tranquilidad.