Un hospital sigue siendo un hospital después de que Inés Aubert y Xabier Iriguibel se presentan en él.
De hecho, la vida de hospital continúa siendo la misma: los pasillos se extienden como conectores anónimos entre todas las salas médicas, el personal navega rutinariamente entra los internos que esperan en sus camillas el día de salida.
Un hospital no se parece en nada a un teatro y, sin embargo, eso no importa. Cuando la pareja de artistas ingresa a un salón con su maleta de vestuario y su caja de cartón llena de utilería, tienen una audiencia cautiva.
La Lic. Alvarado y su escribiente es una obra de teatro y danza. Aubert e Iriguibel la crearon juntos para su proyecto Rescoldos, un grupo de producción comprometido con la transformación social por medio del arte.
“Queríamos que la obra formara parte del escenario de ellos, parte de su salón para, desde ahí, poder darnos cuenta de que es posible hacer otras cosas mas allá de la rigidez científica o burocrática de la rutina hospitalaria”, asegura Iriguibel por teléfono, semanas después de haber presentado las más recientes funciones de la obra.
Desde abril, Rescoldos ha girado su montaje por cuatro hospitales: el Rafael Ángel Calderón Guardia (donde realizaron el estreno), el San Vicente de Paúl, el Maximiliano Peralta Jiménez y el San Juan de Dios.
En ese último centro, Aubert e Iriguibel ofrecieron dos funciones consecutivas durante la tarde del jueves 2 de junio en las salas de oncología de hombres y mujeres.
Tras escena
La pareja cruza el hospital guiada por la jefe del área de Salud Mental y Psiquiatría, Marielos Fernández.
La primera sala a la que ingresan está ocupada por hombres, todos marcados con placas que consignan diagnósticos distintos.
“El paciente que ingresa a oncología viene a recibir tratamiento médico como quimioterapia o tratamientos quirúrgicos, la cirugía como tal”, explica la enfermera Melissa Rodríguez sobre el origen de la audiencia.
Al final, entre los que están en camillas y quienes logran tomar asiento en la habitación, se suman 15 pacientes. Entre ellos están los familiares que coincidieron con la obra sus horas de visita: esposas, hijos, nietos.
Mientras la pareja se viste y acomoda la utilería, su audiencia los observa desorientada. Una cosa es ser sorprendido por un flashmob en medio de San José, otra muy distinta es ser sorprendido por un espectáculo de artes escénicas acostado en una camilla en un hospital.
La música instrumental irrumpe en medio del aguacero de la tarde y los ruidos metálicos de la remodelación de que tienen a un costado. Pese a esas interrupciones propias del espacio, el dúo defiende la intimidad de sus presentaciones.
“Puede ser un momento de distracción de la rutina que es tan marcada en esos lugares. Se hace muy largo, es lo mismo siempre, esa cotidianidad”, estima Aubert.
Se abre el telón
En papel, La Lic. Alvarado y su escribiente trata sobre una abogada notaria y el secretario que la asiste; ambos han llegado ese día a ofrecer sus servicios en el hospital.
No obstante, en vivo y en directo, es mucho más.
No es necesario haber estado antes en un teatro para ser hipnotizado por el cuerpo de Aubert danzando sobre un estrecho cuadrado sembrado con zacate.
Salvo en los jardines del hospital, las reglas del lugar son claras en prohibir cualquier planta que pueda contaminar a los pacientes.
Descalza, la bailarina se contorsiona. Cuando finalmente se incorpora para vestirse con un chaleco y zapatos, los actores explican que la licenciada ofrecerá sus servicios: “¿De qué les gustaría divorciarse?”.
La primera respuesta es convencional: del carro. Aubert explica que no hace divorcios de objetos que necesiten. “Los divorcios que hago son de cosas que no queremos”, les dice.
La segunda respuesta quiebra el hielo:
—Del cáncer.
Aubert, arquea las cejas detrás de los anteojos:
—¿De algún cáncer en particular?
—Del colon.
Hasta ese día, Juan Badilla, de 45 años, lleva internado un mes y diez días.
“Tengo un tumor maligno, que es cáncer, en el bazo, y me descubrieron cuatro pelotas de cáncer en el pecho”, explica cuando termina la obra. “Es muy estresante estar internado, muy rutinario. Estuve un mes completo con una misma comida: puré de papa y guisado de pipián. A lo último me provocaba vómito, entonces me lo quitaron. A la par de eso, la obra de teatro fue muy entretenida, lo saca a uno de esto. Uno está viendo la tele pero está dándole vuelta con el pensamiento: voy a salir adelante, si todo sale mal qué pasará con mis hijos y mi esposa”.
Los divorcios son el plato fuerte de la obra. Las piezas de danza aligeran la pesadumbre que queda en el aire después de la catarsis que desata la dinámica.
“Nosotros tenemos claras nuestras limitaciones”, explica Iriguibel, quien además de ser artista tiene una maestría en enfermería. “No estamos trabajando ahí, no somos el personal de salud que los atiende. Nosotros llegamos y abrimos esa puerta, esa puerta queda abierta”.
Tras romper la desconfianza, los internos están más vulnerables a mostrar sus verdaderas preocupaciones: primero, la enfermedad; luego la violencia. Tres mujeres internadas en oncología contestan a la dinámica con la misma respuesta: violencia doméstica.
“Aunque es una obra sencilla impacta desde la parte humana”, asegura la enfermera Marielos Fernández. “El paciente está vulnerable, en un lugar que no es su casa, comiendo cosas que no está acostumbrado a comer y rodeado de gente que no es su familia”.
“Esta era la estrategia que visualizamos para garantizar la distancia de una obra de puro entretenimiento”, detalla Iriguibel. “Los divorcios son un proceso de identificación y de reflexión sobre lo que ellos mismos están viviendo.”
Las puertas que abren con la obra no tienen por qué cerrarse ese mismo día. Las enfermeras de Salud Mental y Psiquiatría toman nota de los divorcios.
“Se hace una consulta con el paciente y se valora si hay algún problema en la parte emocional y se le ayuda”, explica Fernández.
El diálogo entre el personal salud y las consecuencias de su arte cierra el proceso del proyecto. Después de todo, tras abandonar los salones con su maleta negra y su caja de utilería, la dinámica del hospital seguirá siendo la misma.
“Esa caja negra del teatro da muchas posibilidades, de las cuales uno siente que se le dispara la cabeza para crear: la luz, el espacio”, dice Iriguibel. “Esto otro es muchas veces muy limitado a nivel de escenografía y espacio. Tiene que haber un interés, un acercamiento a qué forma quiero compartir lo que hago. Pienso yo que significa pensar en pequeño pero también en compartir de una forma muy directa, muy cercana”.