Este texto es una continuación de la pieza ‘En las entrañas de Israel, el país de los mil rostros’. La segunda parte de la publicación lleva el título ‘Crónica desde Cisjordania: más allá de la barrera entre Israel y Palestina’.
Tel Aviv, Israel. Los rascacielos de Tel Aviv funcionan como espejos del sol que dejan la calle cargada de brillos en cada esquina.
Grandes centros comerciales, bulevares, y un aire cosmopolita inundan la que, para la mayoría del mundo, es la capital de Israel; una metrópoli secular de extensos puertos y malecones que custodian una de las playas más codiciadas del planeta.
Esta estética no es lo único que diferencia a Tel Aviv de Jerusalén, la “otra” capital de Israel. Basta conversar con cualquier transeúnte para confirmar que “en Tel Aviv está la fiesta, están los jóvenes”. Es una ciudad liberal.
Tanto así que, a diferencia de Jerusalén donde apenas encontré un par de coloridas banderas en el mes de la diversidad, Tel Aviv es una fiesta total de insignias arcoiris que rocían hasta los rascacielos. En largos residenciales las banderas del movimiento LGBTIQ se combinan con las del propio país.
Cuando llegué a Jerusalén, recién había pasado la marcha gay en la ciudad, la cual no fue bien recibida. En Tel Aviv, en cambio, la marcha fue una fiesta por todo lo alto, lo cual dejó en claro por qué es la marcha del orgullo gay más grande de Oriente.
Por las calles de Tel Aviv camino con David Kerpel, un colombiano-israelita que lleva un atuendo al mejor estilo Indiana Jones, muy a tono en este camino de palmeras y hierbas.
Kerpel es un periodista y profesor de historia y arqueología nacido en Colombia, pero radicado desde hace más 30 años en Israel. A comienzos de los 80, Kerpel se nacionalizó israelí y, consecuentemente, realizó servicio militar por 30 meses (actualmente son en promedio dos años de servicio para los hombres). Dos semanas después de haber terminado su servicio militar, le tocaron la puerta de su casa con el fin de decirle que el país lo necesitaba para combatir en la Guerra del Líbano.
“Lo único que me dijeron fue: ‘tiene cinco minutos para alistar la maleta’. Eso fue todo. Fue el anuncio de que debía pelear la guerra por un país del otro lado del mundo del que nací”, dice Kerpel. Hoy confiesa haber reprimido bastantes recuerdos de esa época y, por más que busca viñetas de esos días con su mirada perdida en en cielo, no encuentra nada.
Para la siguiente década, la guerra volvería a asomársele, ahora como periodista de la cadena CBS. La empresa lo envió a cubrir la Guerra del Golfo, en agosto de 1990, y la experiencia fue diferente. “No hubo trauma porque no pasó nada como lo vivido al ser militar; uno como periodista era solo un testigo. Cubrir una noticia no es como ser parte de la guerra. Estar peleando significa esperar ambulancias que sabes que nunca van a llegar”.
A pesar de las distancias culturales, Kerpel afirma que no le resultó complicado adaptarse a Israel. Aquí también disfruta de su pasión futbolera e incluso muchos productos culturales colombianos llegan a estas tierras. Por ejemplo, la primera vez que encendí un televisor en Israel, me recibió un capítulo de la telenovela Betty la Fea con subtítulos en hebreo.
Aún así, la nostalgia no parece ser problema para Kerpel. Pasamos por un restaurante cuyas bocinas reproducen música del colombiano Juanes y al periodista le resulta indiferente. “Sí, hay presencia colombiana aquí”, se limita a contestar cuando hablamos sobre la próxima visita del cantante colombiano J Balvin a Israel, “pero llegar a entender cómo funciona este país hace que la mayor parte de mi atención esté puesta aquí, en este lado del mundo”.
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Metrópoli
Ambos continuamos la conversación en el centro de la ciudad, cruzando calles atiborradas ante el tránsito infrenable de Tel Aviv. Un millón de carros penetran sus calles cada mañana, lo que deja ver cada parqueo como algo minúsculo.
En esta ciudad comercial la solución al tránsito parece haberse encontrado en motonetas públicas que se activan con una aplicación en el teléfono. El problema, según me cuenta David, es que muchos jóvenes han provocado accidentes con estos dispositivos.
“Se quiere una regulación para las motonetas porque imagínate que estos muchachos son temerarios. Han estado en el ejército. ¿Qué más importa? Pueden andar libres y sueltos”, dice entre risas.
La otra alternativa para la congestión vial han sido las bicicletas. Toda Tel Aviv está demarcada con ciclovías, que parecen ser una solución en un país que no cuenta con la plataforma Uber por problemas legales.
“Es curioso porque es una situación que resulta incontrolable, pero de cierta manera tenemos cierta confianza en que se encontrará una manera de resolver el tráfico. Israel creó Waze, creó Wix, ha creado muchas cosas… Sin duda puede encontrar una solución para esto”, dice confiado.
En Tel Aviv se encuentra un recinto llamado Museo de la Innovación, que curiosamente está dentro de la Bolsa de Valores del Estados. Este museo mira a Israel como una gigantesca start-up que ha generado soluciones no solo internas, sino también internacionales.
Cruzando la Bolsa de Valores, en un pequeño edificio color crema se encuentra la sala de redacción de 90min, un medio de comunicación deportivo enfocado en generar contenido para una aplicación telefónica.
Entrar a esta redacción es como introducirse a un submundo latino ubicado en Tel Aviv. El hebreo desaparece y el español rebota en todas las paredes, incluso desde los redactores brasileños que delatan su nacionalidad al saludar con un “hola, ¿cómo estás?” bañado de acento portugués.
Entre camisetas deportivas en la pared, y un partido sub 21 entre Azerbaiyán y Lituania, me recibe Jacobo, un editor español de 26 años.
Hace cuatro años, Jacobo dejó a su familia en España para mudarse a Israel. Confiesa que el hebreo no es indispensable para sus días, pues la mayoría de redactores provienen de Latinoamérica.
“Esto te podría hacer pensar que adaptarse a este país es fácil, pero en mi caso no lo fue. Este es prácticamente mi primer trabajo formal. Vine muy joven aquí como redactor y pues bueno, en hora buena me ha ido bien, pero adaptarse no es fácil. Es un país muy diferente, es sencillo tomarle gusto, pero es aprender no solo una cultura diferente, sino muchas culturas distintas que te vas a encontrar en las calles”, cuenta.
Además, asegura que el tema religioso nunca ha intervenido en su vida. “Cada quien va en lo suyo. Preguntar entre nosotros nuestra religión no es tema. Somos lo que somos y listo”.
En otros edificios anexos los descubrimientos parecen tocarse como en territorio minado. Si en Jerusalén cualquier rincón grita historia, en Tel Aviv cada edificio exhala innovación.
En otro alto edificio del centro de la ciudad conocí a Daniel, un estadounidense que trabaja en la compañía israelí Watergen. Con exacerbados ánimos me cuenta sobre cómo la compañía produce agua del aire y la transporta a cuatro continentes.
“Es asombroso. Solo necesitas 15 grados centígrados y un 20 por ciento de humedad para lograrlo. ¿No es increíble?”, dice en una voz que encajaría perfectamente en un anuncio comercial. “Es el país (Israel) el que nos permite hacer esto. Sientes que estás en el lugar adecuado para emocionarte y meter tu cabeza de lleno en un proyecto. Es como si la ciudad fuese un Silicon Valley”.
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Al noreste de la ciudad, se encuentra la Universidad de Tel Aviv, uno de los tres centros de educación superior más importantes del país. El recinto es un largo campus de altos edificios, dividido en centros de investigación que asumen el emprendedurismo desde la investigación.
Una de las aulas de la facultad de zoología apila una innumerable cantidad de aves en cada pared y cada repisa. Pósters, muñecos y broches de búhos inundan la oficina de trabajo del profesor Yossi Leshem, experto en zoología.
El profesor ha logrado que palestinos, israelíes y jordanos se sienten en una misma mesa por un tema en común: los búhos que han hecho gastar millones de dólares a cada uno de sus países.
El proyecto, titulado Flying with the Birds (Volando con las aves), comenzó hace 35 años y se ha dedicado a investigar la rutas de las aves que cruzan Medio Oriente. Desde hace medio siglo, muchas aves se han atascado en los motores de aviones militares y han provocado daños millonarios; Leshem ha descifrado cómo cambiar las rutas de navegación para asegurar un tránsito seguro de las fuerzas militares sin intervención de las quinientas millones de especies que utilizan Israel como puente migratorio.
“Parece como un chiste, pero son las aves las que han hecho estrechar las manos entre Israel, Palestina y Jordania. Han ayudado a retomar diálogos, a conservar el ambiente y los recursos. Es una cooperación inesperada que, en la de menos, puede servir para alivianar los problemas políticos que sufrimos”, reflexiona el profesor.
Siempre mar
Este centro de acción convive con la larga playa de Tel Aviv, que se separa cuan larga es. Raciones de esta costa son de carácter familiar, otras son solo para hombres, unas más para mujeres, algunos segmentos son topless, otras amigables con animales…
Aunque en otros territorios de Israel existe acceso al océano –cómo pasar por alto el Mar Muerto–, Tel Aviv no solo es costa, sino que es playa. Es la playa de la fiesta, donde las Sprites tienen banderas de la diversidad, los burkinis y bikinis se topan en el océano y la música que sale de los antros salpica la arena del malecón.
La mayor parte del turismo que atestigué en Israel fueron adultos mayores, con la excepción de Tel Aviv, donde varios grupos de jóvenes de distintas partes del mundo han fijado su destino de vacaciones. Una decena de estadounidenses en sus 20 años me contó que planearon durante dos años este viaje. “Un par de cervezas con este mar es todo lo que necesitamos”, me dijo un alto muchacho mientras abrazaba a su novia.
Tel Aviv también es el centro cultural de Israel por su mismo carácter liberal. Hace dos años, el grupo británico Radiohead rompió un veto cultural creado por los grupos propalestinos y para este año se programaron conciertos de artistas como los estadounidenses Stone Temple Pilots.
A las seis de la tarde, me encontré con seis colegiales que celebraban en la playa el fin de curso. Me contaron que nunca han ido a un concierto internacional, pero que sí habían ido en un par de ocasiones a recitales de artistas locales.
“Sí, con nuestros papás no hay problema. Vamos juntos siempre. Ellos son mis amigos y siempre encontramos cómo pasarla bien”, me dice uno de los muchachos en perfecto inglés.
En la noche, caminando en el malecón, los restaurantes se repletan y la música electrónica se agiganta. Parejas besándose, niños comiendo helado y colegiales riendo se amontonan en la arena.
Para las doce, algunos alumbrados públicos desactivan sus bombillos. Pareciera que sí, pero Tel Aviv aún no ha apagado todas sus luces.