“Es la muestra de la humildad del Señor. Él quiso quedarse en un pedacito de pan que no sabe a nada”. Con esas palabras es como la religiosa Patricia Rojas ,de las Hermanas Contemplativas del Buen Pastor, define la sagrada hostia.
Un pequeño pedazo de pan ácimo, sin sal, levadura o azúcar es la representación más importante del catolicismo. El pináculo de la misa, cuando la persona recibe a Jesús como cuerpo y sangre, tiene un origen tan humilde y sencillo como lo es el diminuto pan blanco circular.
La eucaristía es uno de los siete sacramentos de la fe católica, los signos que dejó Jesús para compartir la gracia de Dios: bautismo, confirmación, eucaristía, confesión (penitencia y reconciliación), unción de los enfermos, orden sacerdotal y el matrimonio. De todos, la eucaristía (comunión) el más importante, ya que en el ritual el creyente toma la sangre y el cuerpo de Jesucristo, en forma de vino y pan. Este pan, como explicó la hermana Patricia, es el más sencillo de todos y con mayor significado: la hostia.
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¿Cómo se producen las hostias en Costa Rica? ¿Quiénes son las personas encargadas de elaborar este símbolo tan importante para el catolicismo? ¿Cuáles son sus ingredientes? Aquí les contamos la historia que hay detrás de las miles y miles de hostias que semana a semana los fieles católicos costarricenses reciben en las misas en el país.
Las hostias que se utilizan en las distintas parroquias provienen de dos proveedores: uno es la Conferencia Episcopal y el otro es un tallercito que manejan las Hermanas Contemplativas del Buen Pastor en su convento, ubicado en Guadalupe de Goicoechea.
Tal y como es el resultado, humilde y sencillo, así es el taller de fabricación de hostias de las Hermanas del Buen Pastor. En un pequeño espacio dentro del convento, la hermana Patricia, junto a su hermana de vida Rocío Rojas y algunas personas de la comunidad que se suman a ayudar, fabrica las hostias.
Proceso de elaboración de las hostias
A diario, las hermanas del Buen Pastor realizan la fabricación de muchas de las hostias que llegan a las iglesias del país.
FUENTE: HERMANAS CONTEMPLATIVAS DEL BUEN PASTOR. || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.
El trabajo se divide en dos procesos: el primer día se elabora la mezcla y se hacen las láminas de pan ácimo, mientras que al siguiente se procede a cortar las hostias y empacarlas. Así, todos los días se producen aproximadamente 40.000 unidades.
En silencio
Desde hace más de 30 años las Hermanas del Buen Pastor realizan esta labor. Además del fervor, gracias a la venta de las hostias el convento sufraga sus gastos como el pago de servicios, comida y también los salarios de quienes trabajan con las religiosas.
Pero, por encima de todo, su labor está fuertemente enfocada en la fe. “Es un trabajo muy apto para la vida contemplativa. En nuestra congregación, que es de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, hay dos ramas: la apostólica y la contemplativa. La apostólica le habla a las personas de Dios, nosotras las contemplativas le hablamos a Dios de las personas. Nuestra vida está consagrada para pedir por todas las personas del mundo y por la Iglesia, hacemos nuestro apostolado aquí adentro”, explicó la hermana Patricia.
Es por esta razón que ella y sus colaboradores elaboran las hostias en silencio. Durante el proceso de fabricación del pan sin levadura, ellas están orando y meditando.
“Entonces tomó el pan y habiendo dado gracias, lo partió y les dio, diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado, haced esto en conmemoración mía’. Asimismo, tomó también la copa, después de que hubo cenado, diciendo: ‘Esta copa es el nuevo convenio en mi sangre, que por vosotros se derrama’” Lucas, 22: 19-20.
“Al estar allí elaborando las hostias, el pensamiento y el sentimiento es que cada persona que comulga en la eucaristía se vaya identificado con Jesús. La misión, como estilo de vida contemplativo, no es solo mujeres encerradas en un convento en la oración y la vida en comunidad, sino también es un trabajo que estamos realizando para el mundo. Nosotras sí salimos en el sentido de que cuando las hostias se venden, ahí va nuestro trabajo para entrar en cada corazón”, explicó la hermana Reina Escobar.
En el convento todas las hermanas han sido parte de la fabricación de las hostias, pero actualmente solo hay siete religiosas y algunas ya soy muy mayores. Por esto, han tenido que apoyarse en manos de fieles de la comunidad para sacar adelante la tarea.
“Antes casi todas las hermanas escogíamos hostias, ahora somos muy pocas”, agregó la hermana Patricia, quien desde hace poco más de cinco años es la encargada del taller. Ella aprendió el oficio de manos de una de sus hermanas de fe: así se ha ido pasando el conocimiento entre ellas.
El proceso
La receta de las hostias es lo más sencillo que hay, pues solo se necesitan dos ingredientes: harina de trigo y agua. No se les pone azúcar, sal o levadura.
En el taller de las Hermanas del Buen Pastor se divide la harina en tres baldes para alcanzar un aproximado de 15 kilos. A la harina se le agregan cerca de 12 litros de agua. Esa mezcla se pasa a una batidora industrial que incorpora los ingredientes entre 10 y 15 minutos.
Cuando la mezcla está lista vuelve a colocarse en los baldes y de ahí pasa poco a poco a dos tazones; cada uno se coloca al lado de una de las dos planchas (o también llamados hornos): estos aparatos les fueron donados a las hermanas hace cerca de 30 años, según contó la hermana Patricia.
“Nos han salido muy buenas (las planchas), tienen mucho trabajo todos los días y dan poco problema”, contó la religiosa. Cuando alguno de los aparatos sufre algún desperfecto, las monjas llaman a un técnico que les da la revisión y quien incluso las ayudó a modernizarlas, al colocarles unos relojes digitales que miden el tiempo y la temperatura de las planchas.
Son dos máquinas especiales en las que se coloca la mezcla, con la medida de un cucharón. Las máquinas tienen dos planchas (una arriba y otra abajo) de metal que cocinan a una temperatura de 161 °C (arriba) y 135 °C (abajo) durante un minuto y medio.
Para cocinar cada balde de mezcla se dura aproximadamente dos horas.
La plancha superior tiene grabadas unas figuras cristológicas como la imagen del Buen Pastor, la cruz, el corazón de Jesús y las iniciales JHS, las cuales se imprimen en las láminas.
El proceso de las planchas es de mucha atención ya que son automáticas, no se pueden desatender. Todo es mecánico y, por ejemplo, doña Rocío pone la mezcla en una plancha mientras la otra ya está cocinando.
Cuando la segunda plancha sube automáticamente, ella retira la lámina y procede a llenar de nuevo la plancha. Inmediatamente la primera máquina ya está terminando su trabajo y así, la colaboradora retira la lámina, llena la plancha y vuelve a la segunda. No hay tiempo para distraerse.
Las láminas quedan listas y tostadas al salir de las planchas, por lo que no se pueden cortar inmediatamente en las formas de las hostias porque se quiebran. Lo mismo que pasa con una tortilla tostada.
Para evitar que se quiebren las piezas recién cocinadas, las láminas se colocan en grupos de seis en unas canastas que se guardan en humedecedores. Estos son máquinas con forma de refrigeradoras que durante todo un día, a partir del vapor de agua, humedecen las láminas para que se tornen más flexibles.
En el convento de las Hermanas Contemplativas del Buen Pastor se elaboran cerca de 40.000 hostias por día. Todo el trabajo se realiza en silencio.
Mientras doña Rocío está pendiente de las planchas, su hermana Patricia va acomodando las pilas de láminas en el humedecedor. En el transcurso del día pasan intercambiando responsabilidades: trabajan como una máquina bien aceitada, en orden y también con mucha paz.
“Tengo 20 años de trabajar haciendo hostias. Al principio me enseñó una hermana que ya no está con nosotros y aquí me quedé. Es un trabajo de mucho cuidado porque hay que estar atenta a que las láminas no se quiebren o se peguen en las planchas porque se queman. Es un trabajo pesado porque hay que estar todo el día de pie, pero lo hacemos con mucho respeto y amor”, dijo doña Rocío.
Hasta aquí llega el trabajo del día uno.
El corte y la escogencia
Al día siguiente el equipo, guiado por la hermana Patricia, empieza la segunda parte del proceso, que es el cortado, escogencia y empaque de las hostias.
Ya humedecidas las láminas se colocan en “puñitos” y sobre ellas se ponen unas tablas de madera pesadas para aplastarlas, con el fin de que entren fácil en los troqueles (cortadoras). En el taller de las Contemplativas tienen dos troqueles de hostias pequeñas (de las que salen unas 80 unidades por lámina), y también hay otras máquinas para cortar las hostias de mayor tamaño.
La monja se sienta en la máquina y una a una pasa las láminas para que los troqueles las dividan en las piezas circulares que conocemos. Las hostias en montón caen sobre una canasta que funciona también para “colarlas” y quitarles los excesos de harina que van quedando tras el corte.
En esta etapa entran más manos colaborativas en un espacio que también sirve para la meditación. Así fue como encontramos a doña Vera Salazar, quien estaba en una mesa separando las hostias completas de las que se quebraron.
“Escoger las hostias que serán nuestro Señor Bendito es un trabajo muy bonito y el silencio nos da la oportunidad de reflexionar y estar en contacto con el Señor haciendo oración. Aquí es cómodo trabajar y sirve para hablar con Dios, es un ratito de contemplación”, dijo Salazar, quien desde hace más de un año les ayuda a las monjas cada vez que la necesitan.
Después de que las manos y los atentos ojos de doña Vera separan las hostias en buen estado de los recortes, se vuelven a colar para quitar cualquier resto de harina. El siguiente paso es empaquetarlas, lo que se hace en bolsas especiales que van con un sello de calidad para que se mantengan siempre frescas.
En cada paquete van unas 1.000 unidades. Los precios por paquete rondan entre los ¢4.848 y los ¢5.757 (con impuestos incluidos).
Las Hermanas Contemplativas del Buen Pastor venden las hostias a diferentes parroquias del país. Envían por encomienda a Quepos, a Limón y de otros lugares llegan al convento a comprarlas. Además de pagar sus gastos con el producto de las ventas, en el convento también tienen un proyecto para reparar una parte del edificio que podrá funcionar para hacer convivencias y retiros.
Por lo general, las hostias de la comunión de los fieles miden entre 8 y 15 centímetros de diámetro, pero hay otras más grandes que van de los 18 a los 25 centímetros y que se cortan a mano con tijeras especiales. Estas especialmente son las que utilizan los sacerdotes.
¿Las hostias se añejan? La respuesta de la hermana Patricia es que ellas, con su empaquetado, cuidan que no sea así, pero si las hostias pasan mucho tiempo en los anaqueles puede que sí se dañen.
Al responder a esta pregunta, la hermana recordó que la pandemia las afectó muy fuertemente en su pequeño negocio. Esto pues durante muchos meses las misas presenciales fueron suspendidas debido a la emergencia sanitaria y, por lo tanto, no había comunión.
Sin embargo, la religiosa atribuye a un milagro celestial que las hostias que tenían guardadas no “se pusieron malas”, durante el tiempo en que no hubo misas. “Vieras qué experiencia tuvimos en la pandemia, fue increíble, pero vieras cómo nos duraron las hostias. Nosotras perdimos ganancia, pero no tuvimos que botar ni una sola hostia; cuando volvieron las misas se nos vendieron”, contó.
La monja confirmó que ellas revisaron las hostias antes de venderlas para asegurarse de que estuvieran en buen estado. “Nadie se quejó nunca”, agregó.
Antes de la pandemia, en el convento se hacían más de 50.000 hostias por día pero la producción bajó. Actualmente se están recuperando y poco a poco van llegando a esa meta.
¿Y qué pasa con los restos, con los recortes? Aquí viene otra respuesta muy bonita por parte de la hermana Patricia. ¿Quién no se ha comido una de esas famosas galletas suizas con dulce de leche o leche condensada que venden en las fiestas de los pueblos? Pues los recortes de las hostias (sin consagrar, obviamente) saben igual que las galletas suizas, así que las Hermanas del Buen Pastor empacan los sobrantes también en bolsas especiales y los venden al público.
Una bolsita de recortes vale ¢500. “Yo le llevo a mi sobrino para que coma pedacitos con leche condensada”, reveló doña Rocío. “A los chiquillos les encanta y así nada se desperdicia”, afirmó.
Las monjas del Buen Pastor también aprovechan los restos de hostias sin consagrar. “Hay una hermana que hace un budín riquísimo. También le recomendamos a quienes las compran que las extiendan en moldes, le pongan una capa de dulce y otra de cortes y las pongan al horno, es una receta sabrosa. Quedan doraditas y con café saben muy rico”, contó entre risas la hermana Patricia.
La hermana Patricia contó que en Perú se acostumbra a hacer chicharrones con lo que sobra de las planchas, pero que ellas no lo hacen porque en Costa Rica no es tan conocida la receta.
De la humildad del corazón
La hermana Reina explicó que durante todo el proceso de elaboración de las hostias, las monjas y las personas que las ayudan piden a Dios que quienes vayan a comulgar estas formas consagradas reciban a Jesús en su corazón.
“Creemos en la presencia sacramentada de Jesús en aquel pan que se da por la consagración del sacerdote. Los milagros eucarísticos nos dicen que una hostia consagrada es la carne del corazón de Jesús. Cuando nosotros comulgamos estamos comulgando el corazón de Jesús”, dijo.
“Este es un trabajo sencillo que sí, nos ayuda para el sostenimiento, pero lo especial es que este trabajo se vuelve espiritual cuando entra en el corazón de cada uno. Después de la consagración, de la imposición de las manos, las hostias se transforman en el cuerpo de Cristo que entra en el corazón de cada uno y nos convertimos en un sagrario viviente”, agregó la monja.
En la Conferencia Episcopal
La otra productora de hostias en el país es la Conferencia Episcopal de Costa Rica. La organización tiene el taller de hostias en su edificio, en San José.
El padre Carlos Rojas contó que en la Conferencia elaboran hostias desde hace más de 25 años. Actualmente hay seis personas que trabajan en el taller, todas son laicos.
“La producción ronda las dos millones de hostias al mes, se trabaja en horario de lunes a viernes”, explicó el sacerdote.
En la Conferencia cuentan con tres planchas, cuatro humedecedores y varios troqueles para el corte. Allí mismo se empacan y se sellan especialmente para mantenerlas en buen estado.
“Realmente es una bendición, es un servicio de las personas que normalmente son de fe, no porque lo veamos como requisito, sino que así ha surgido cuando se contrata personal. Esto es una bendición porque son personas que trabajan con mucha mística y delicadeza porque lo que están elaborando será para el culto y la eucaristía”, explicó Rojas.
En la Conferencia Episcopal también hacen las hostias con harina normal. Al consultarle al sacerdote qué sucede con las personas celiacas (que no pueden consumir el gluten presente en la harina), el padre explicó que en las parroquias han encontrado una solución sencilla: quienes padecen de esta condición comulgan con el vino consagrado.
La consagración de las hostias y del vino se hace durante la eucaristía. Cuando el sacerdote eleva la hostia ante los fieles y consagra el pan y el vino, en cada misa, se repite el milagro de la última cena de Jesús.
¿Qué pasa con las hostias que no se comulgan y ya están consagradas? Volvemos al punto de que nada se desperdicia, mucho menos si ya está bendito. “Las que sobran en la misa se guardan en el sagrario del templo. Estas se reservan para llevarle la comunión a los enfermos o a los adultos mayores que no puedan ir a la misa”, dijo el sacerdote.
La Conferencia Episcopal está organizada en ocho diócesis, cada una tiene su propia proveeduría y allí es donde se distribuyen las hostias para abarcar a todas las parroquias del país.
Un trabajo de amor y fe
“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ‘¿Cómo puede este darnos a comer su carne?’ Jesús les dijo: ‘De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente’”, Juan 6:51-58.
La Biblia habla de la comunión en diferentes textos del Nuevo Testamento. Las palabras de Jesús, según Juan, son las más explícitas al respecto del tema.
En el evangelio de Lucas, se explica cómo Jesús instituyó la eucaristía. “Entonces tomó el pan y habiendo dado gracias, lo partió y les dio, diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado, haced esto en conmemoración mía’. Asimismo, tomó también la copa, después de que hubo cenado, diciendo: ‘Esta copa es el nuevo convenio en mi sangre, que por vosotros se derrama’”, Lucas, 22: 19-20.
La comunión es uno de los gestos en los que los fieles manifiestan su fe y reiteran un contacto de proximidad con Dios. Es un acto sencillo cargado de humildad, reflexión y oración, un acto que sin el pan ácimo representativo precisamente de la humildad de Jesús, no se podría llevar a cabo.