Sergio Ramírez Mercado ha visto pasar de todo en Centroamérica.
El nicaragüense fue protagonista de muchas de esas escenas recientes, sobre todo en literatura, pero también en política, pues fue uno de los líderes intelectuales de la Revolución y del Frente Sandinista de Liberación Nacional; incluso llegó a ser vicepresidente.
Nicaragua ha cambiado. Mucho. Ramírez una de las figuras intelectuales más prominentes de Centroamérica desde los años 60: es alto y su voz es honda. Organiza uno de los eventos literarios más importantes de la región, Centroamérica Cuenta (cuya sexta edición será del 21 al 25 de mayo). Habla de todos los temas en todas partes y siempre comanda atención.
Tiene 75 años y docenas de libros y publicaciones bajo el brazo, como Castigo divino (1988), Margarita, está linda la mar (1998), Adiós, muchachos (1999), Sombras nada más (2002). Ahora, además, el Premio Cervantes, el más importante en español y el primero para un centroamericano.
Desde noviembre, cuando se anunció el honor, ha girado por América Latina con su nuevo libro, Ya nadie llora por mí (Alfaguara), donde vuelve a la figura del inspector Dolores Morales –de nombre tal que solo Ramírez podría darle vividez–.
Morales era un inspector de la policía en la primera entrega de la saga policiaca, El cielo llora por mí (2009). Ahora se ha retirado y tiene una agencia privada. Investiga la desaparición de la hija de un millonario y, como todo en Centroamérica, el camino hacia ella pasa por la corrupción, el desorden, la estupefacción y esa realidad rara y hermosa de nuestro Istmo.
Sobre este y otros temas conversamos entre presentaciones de su libro, en la Librería Internacional y la Universidad de Costa Rica.
–¿Qué lo trae de vuelta a Morales?
– Bueno, en primer lugar creo que un personaje policiaco no sobrevive en una sola novela, tiene que ser sujeto de una saga. Esta sería la segunda parte, lo cual indicaría que faltarían unas novelas más (...).
"No sé si esa será mi próxima novela, pero lo veo como un personaje permanente.Me da un punto de vista para poder contar lo que va ocurriendo en Nicaragua, algo que de otra manera quizá me pondría a mí demasiado cerca de los acontecimientos. Ante los acontecimientos contemporáneos es necesaria cierta distancia, y este personaje me ofrece su sentido del humor negro, sus cosas más extravagantes, los personajes que lo rodean, entonces es una intermediación para contar de manera desenfadada, con sentido del humor, esta realidad.
–Con sentido del humor, pero también es un personaje que sufre las consecuencias de una sociedad cambiante…
–Sí, y principalmente las consecuencias de una ruptura ética, de una contradicción que él vive entre sus viejos ideales de guerrillero, que en su juventud significó todo (incluso una pierna) para ver un mundo distinto, y hoy se da con esta piedra de la realidad en los dientes, con estas nuevas fortunas mal habidas que surgen de la noche a la mañana, estos subterráneos de la corrupción a los cuales él baja… es un mundo contradictorio al mundo ético en que él se formó.
–Si me permite la pregunta ingenua, ¿cuánto hay de usted en Morales?
–Yo creo que bastante. Un personaje como estos se vuelve de alguna manera un álter ego del autor, salvando las diferencias obvias. Morales fue un guerrillero combatiente y yo nunca lo fui, fui un dirigente político, pero venimos del mismo sustrato ético. Vimos el mundo de la misma manera y quizá somos víctimas del mismo desencanto, que expresamos de distintas formas.
–¿Cómo ha cambiado Nicaragua del momento retratado en el primer libro a este momento?
–La Nicaragua del primer libro (2009), aunque en él no se menciona, digamos que la podemos situar en el gobierno de Arnoldo Alemán (1997-2002), donde hay corrupción, pero las instituciones policiacas tienen independencia.
”Se sostienen las instituciones porque persiste esta situación que se crea cuando el Frente Sandinista abandona el poder, tras las elecciones del 90, cuando tanto el ejército como la policía, para poder sobrevivir, tienen que buscarse un ropaje institucional rápidamente, porque como son instituciones partidarias, ya no pueden sobrevivir. Todavía la policía del inspector Morales no está entregada al poder político.
”Está sometida a los vaivenes de la corrupción, el narcotráfico le hace cierta mella y el poder político, como se ve en la novela, tiene ciertas debilidades frente a los carteles.
”Ahora fuera de la institución, Morales se enfrente a una policía representada por el personaje de Tongolele, el poder de facto, que está fuera pero dentro de la policía, no se sabe, pero que pertenece a la jerarquía de lo que podríamos llamar la represión callada, que es parte de este estado estatal”.
–Justamente ese aparato lleva muchas veces a estar adentro y afuera, para beneficio propio...
–Frente a la incertidumbre que el propio inspector Morales vive, ¿no? Porque él se enfrenta a un mundo que sabe que es muy poderoso. Soto está conectado con ese mundo y le ha ofrecido dinero y no olvidemos que para un hombre pobre esa cantidad de dinero es algo que no puede obviar.
"Por eso el inspector Morales se defiende éticamente pero siente el peligro de la contaminación, se está moviendo en un mundo muy dual. Quien termina acompañándolo es Rambo, un personaje operativo de este mundo, pero que se queda con él en determinado momento, pueden más los viejos vínculos de cuando fueron guerrilleros que la posición de este hombre irresponsable, despreocupado, con ninguna filiación política.
–Mencionaba que en tiempos del primer Morales, las fuerzas del orden todavía no estaban subsumidas al poder político. Hoy, ¿lo consideraría un sistema totalmente subsumido al poder político y a la tentación de la corrupción?
–Sí, el Ejército, el poder judicial, el poder electoral… todo depende de un solo puño. No hay posibilidad de que ninguna de estas instituciones respire por su cuenta, están atrapadas sin salida. La situación que se vive en el libro responde a ese mundo. Cuando Rambo es llevado prisionero al centro de detención, no media orden judicial, no hay un término que se respete, no hay abogado presente… todo eso que creemos que representa el sistema policiaco, eso es ficción.
–Usted ha sido crítico de esa situación en la Nicaragua contemporánea. Parte de lo que sostiene el discurso del actual gobierno es una retórica que evoca la época revolucionaria aunque dejando atrás el contenido. ¿Le queda combustible a eso?
–Sí le queda. A veces veo lo que ocurre en Nicaragua como lo que fue el proceso de creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México. Es un sistema muy parecido al PRI, solo que en el PRI existía este límite del sufragio efectivo y no reelección. El caudillo tenía que bajarse del caballo y dar posibilidad de acceso a otro caudillo.
–Cambiar para que todo quede igual.
–Exacto, cambiaban las personas pero el sistema molía con la misma eficacia, era un poder único, lo mismo. Para mí son paralelos que se pueden establecer de una manera muy clara.
–¿Y usted cree que eso se prolongue en el largo plazo?
–Yo no veo alternativa de cambio interno. Existen presiones internacionales, pero nunca he creído que sean capaces de resolver una situación política interna. Esa ha sido una tentación permanente de la política en Nicaragua, ir a recurrir a los Estados Unidos, de andar por los pasillos del Congreso, del Departamento de Estado. Está la Nica Act, pero no creo que vaya a resolver el problema interno porque no hay alternativas políticas internas.
”Claro, alguien me podría decir: cambiemos el sistema y verá que las alternativas surgen, pongamos un tribunal electoral imparcial verdaderamente efectiva… podría ser, pero por el momento no existe la llave para abrir esa puerta”.
–Ahora, esta es una realidad que usted ha llamado la “realidad anormal” de América, que se trastoca tanto con la ficción. Como persona que aborda la ficción, la narración, ¿no es intimidante abordar una ficción tan desbocada como la que efectivamente domina la realidad?
–Pues sí, es intimidante, pero también desafiante y atractivo. Puedo parecer un poco cínico, pero esta realidad es el alimento de mi escritura, esta realidad anormal, injusta. Yo soy un poco esquizofrénico también en esto porque esta realidad me alimenta como escritor y esta realidad es la que yo rechazo como ciudadano.
”Si esto se compusiera y desapareciera como realidad, sería mi felicidad ciudadana, pero sería mi desgracia literaria. Yo tendría que trasladar mi tienda literaria a otro aspecto. A eso no le temo tanto porque la literatura tiene temas infinitos. Me traslado fácilmente del mundo del inspector Morales al de Sara (la figura bíblica de su anterior novela). Sería más feliz que trágico.
”En América Latina la realidad la veo más complicada, con más extravagancias todavía. La política se ha vuelto extravagante, en todas partes, con este hilo negro que es la corrupción. La corrupción ha desbordado los límites ideológicos. Antes yo por lo menos pensaba que el sinónimo de izquierda era honestidad.
”Ahora esa frontera se borró, ahora Odebrecht se pasó llevando a la izquierda y se pasó llevando a la derecha. No hay bolsillo de izquierda ni bolsillo de derecha para meterse dinero mal habido. Está Funes de prófugo en Nicaragua y fue el presidente que puso la guerrilla. ¿Qué pasa? Que la izquierda termina pagando el precio con su credibilidad (...). Veamos el descalabro en El Salvador del FMLN: Arena no ganó un voto más, quien perdió la confianza de los ciudadanos fue el FMLN. Eso es trágico.
–Desfavoreciendo a las clases más oprimidas.
–Es una credibilidad que costó mucha sangre. Ese descalabro ético que hay en América Latina tejido con la corrupción, con el cinismo, con que ya no sabés a qué atenerte a la izquierda o a la derecha, la globalización de la corrupción, tantos presidentes que han estado en prisión o están en proceso, el hecho de que quien sale de gobierno sabe que va a enfrentar un juicio. Todo eso me parece que vuelva la situación política trágica y a la vez, atractiva.
–En ese sentido, la ficción pues es especie de laboratorio moral, ¿no? En cierto modo les permite a los escritores poner a prueba esos fundamentos de la convivencia humana a los que se supone que aspiramos o aspiramos en otro momento.
–Me parece que en el fondo la literatura termina siendo una propuesta ética. Desde luego que se mueve en un campo crítico. Si es libre, es crítica. Si es libre y crítica, termina haciéndole al lector una propuesta ética. No una propuesta política porque no le estoy proponiendo al lector modelos.
–Ni es impositiva.
–Le estoy desnudando la conducta. Aquí hay un guerrillero que viene de unos tiempos heroicos cuando la ética era un fundamento sólido y hoy se encuentra con un mundo donde esos fundamentos se hicieron trizas. Morales es es un extranjero en ese territorio nuevo, está desorientado.
–¿De qué manera ha cambiado su rutina este frenesí del Premio Cervantes?
–La ha cambiado mucho. En primer lugar, he dejado de escribir. Solo escribo mis artículos de prensa. Espero que en abril termine todo esto con la entrega del premio y en mayo espero buscar cómo reestablecer mi rutina de escritor cuando regrese a Nicaragua.
–¿Cuáles son algunos riesgos o tentaciones para un escritor (incluso uno de trayectoria amplia como la suya) de recibir un premio de este calibre?
–El primer riesgo que le puede ocurrir a alguien es dormirse sobre sus laureles .
–¿Se ha sentido tentado a ello en algún momento de su vida?
–No, no, yo no. pero es decir, a determinada edad, si uno recibe un premio consagratorio como este uno puede decir bueno, ya escribí suficiente… Eso me parece peligroso. Me siento vacunado contra eso. Más bien me siento preocupado de que hayan pasado tantos meses sin escribir. Desde noviembre tuve que suspender lo que estaba haciendo y cuando en mayo retome mi encierro literario voy a tener que meditar qué es lo que quiero hacer. Pero yo quiero continuar.
–El premio en cierto modo le da, al ser el primero para un centroamericano, le da una cierta responsabilidad que sé que usted no rehúye de ninguna manera, que es la de promover la literatura centroamericana, que ha sido una misión de su vida.
–Ya la tenía desde antes. Obligado no sería la palabra, pero me he sentido animado siempre a hablar y promover la literatura centroamericana. Primero, porque me parece que valen la pena dos cosas: ayudar a demostrar que Centroamérica tiene una identidad cultural compartida. Cuando hablamos de figuras literarias centroamericanas hablamos de figuras verdaderamente centroamericanas, de lazos y redes culturales que están allí y que hay que fortalecer.
"Quizá pocas subregiones en América Latina puedan reclamar una identidad así como propia. Hay una identidad caribeña, obviamente, y no importa la lengua, que se transmite de St John-Perse a Derek Walcott a Naipaul a García Márquez a Fuentes, a Darío. Así también hay una identidad centroamericana en la lengua que va de Asturias a Monteforte, a Yolanda Oreamuno, a Joaquín Gutiérrez, a Ernesto Cardenal y que se hace más patente en la generación de los millennials.
"Ahí es donde tengo más ganas de respaldar, que esta generación se haga sentir fuerte, ahora que el número de escritores se multiplica tanto en América Latina. En mi generación éramos pocos; ahora son muchos y hay muy buenos. De ahí viene que hagamos el concurso de cuento cada año, Centroamérica Cuenta, la antología en alemán (que ahora vamos a buscar que se haga en inglés).... Todo eso es parte del mismo esfuerzo.