Nunca he querido desaparecer de San José. Hasta ahora no. Cuando vivía en Heredia huía de ese lugar que me hacía sentir absurdamente aburrida. Entonces, escapaba a la capital.
Tenía rutinas que adoraba, todavía las hago. Pero admito que a ratos pensaba lo chiva que sería compartir todo eso. Mis rutinas.
San José es una ciudad grande y amplia. Las aceras no son muy estrechas, y las calles son intransitables, pero siempre hay gente. Los parques —a cualquier hora— están llenos de parejas, o vendedores de popis, o gringos con bermudas blancos.
Ese montón de personas, demasiado ocupadas como para notar a un individuo solo, facilita movilizarse en completa libertad, sin temer ser visto como un bicho raro.
Entonces nunca he tenido razones para escapar (me) de Chepe, pero si de compartirlo. De contarle a otros sobre el restaurante que encontré barato de comida libanesa; del nuevo café que abrieron por la casa; o de la calle llena de árboles de corcho.
Todo eso lo he encontrado caminando, porque solo así se ama San José.
Cuando el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) me ofreció pasear por la capital como parte del programa Vamos a Turistear, con el fin de "descubrir mi ciudad", me pareció algo absurdo. Ya lo conozco, pensé. O eso creí.
Eventualmente me di cuenta que saber que el Museo de los Niños fue antes una cárcel no es suficiente. Después de estar en un par de hoteles, restaurantes y un spa con vista al Valle Central me di cuenta que esta ciudad gris, semi abandonada, con edificios manchados por orines y caca, con andamios en cada dos esquinas y atardeceres morados está hecha para sentir mucho amor. A continuación mis razones.
Uno
Susana Guevara y Franck Cheziere se conocieron en Costa Rica. Franck es de Suecia, y sus padres compraron en 1991 una casa vieja ubicada en el centro de San José, que después convirtieron en hotel. Así nació Fleur De Lys, al frente de la Procuraduría General de la República. La fachada es rosada, muy rosada. Había pasado por allí muchas otras veces, y nunca la había notado. Dentro se exhala cierta paz, una que pocos lugares céntricos pueden costear. Los sillones, los cuadros, los almohadones, todo fue previamente seleccionado con un fin.
"Queremos que el hotel de una sensación de estilo victoriano, sin que parezca la casa de la abuela", me explicó Susana, mientras tomaba asiento para el almuerzo junto a la fotógrafa.
Esa tarde probamos una ensalada con flores, la cual de vez en cuando recuerdo con mucho cariño. Pollo con queso y pasta, y postres con mucho chocolate.
Luego dimos un pequeño tour por los cuartos. Estaban listos como para una siesta, ya eran casi las cuatro de la tarde y la luz no era tan clara ni tan oscura. Era esa luz que ilumina únicamente lo que es necesario ver.
Luego visitamos a Alfredo Picado, el cantinero. En la entrada del hotel, a mano izquierda hay un acogedor bar.
Me senté allí porque estaba cansada. Puse los brazos sobre la barra y calzaron perfectamente. La espalda también. Luego Alfredo me señaló una esquina del bar. "Ese es mi lugar favorito", me dijo.
Alfredo me escuchó por horas quejarme de la vida, hablamos sobre el pad thai, nuestra comida favorita. Me enseñó frases tailandesas que aprendió en un restaurante hace mucho tiempo. Y me contó sobre las noches de los viernes, cuando el bar se llena de música en vivo, y las parejas bailan bajo una luz tenue, y toman vino y tragos con frutas en las pajillas, y se desasocian de ellos sabrán que. Entonces esta es mi razón número uno. Desde ahí, el lugar favorito de Alfredo, Chepe se siente como una pequeña París. Y ¿quién no quiere enamorase en París?
Dos
La segunda parada nos llevó al hotel Best Western Irazú. Hay algo fascinante en estos lugares. No sé si serán las alfombras, o los pasillos con puertas, bombillos, manillas, y mirillas iguales a cada lado. Pero es como ingresar a una burbuja, y esto puede ser bueno o malo. Lo cierto es que tanto confort me hizo instalarme la idea tan absurda (y no creo que esto sea un caso aislado al resto de la humanidad) que los recursos agotables son un mito. Al menos por un rato. Una vez dentro del cuarto, una cama que parecía una nube me recibió.
Estos hoteles también nos hacen un poco insensibles.
Tiramos el paño blanco en el piso después de bañarnos. Usamos kleenex y no papel higiénico. Llenamos la tina de agua hirviendo. Luego esperamos que enfríe, y cuando está fría, abrimos otra vez el tubo de agua caliente. Dejamos las luces encendidas sin temer la factura a fin de mes. Nos quedamos dormidos con el tele irradiando insomnio sin remordimiento.
Tampoco he ido a Disney, pero algo así se debe sentir entrar un lugar lleno de posibilidades. Tan solo con marcar cero, una voz estaba disponible para mis necesidades: hambre, frío, o preguntas existenciales.
Oscureció muy rápido, y la neblina se escurría entre la piscina, los pinos, y el señor canoso que estaba atrapado en un jacuzzi. Esta fue una de mis partes favoritas. Caminar de repente —en medio del caos vial de un viernes de pago a las 7 p. m.— entre el silencio de un bosque nuboso urbano.
En la mañana siguiente salí al balcón donde la piscina se veía más celeste que la noche anterior, y pensé que estos hoteles tan grandes y genéricos están hechos para al menos por una noche pensar que el cambio climático no es real, que no vamos a ir a la cárcel por robar jabón y shampoo, y que afuera no existe el asfalto, los accidentes de tránsito, o las deudas. Y esta es mi razón número dos. Porque, a pesar de creer que debemos ser seres conscientes de nuestro entorno, todos tenemos derecho a desasociarnos, solo por un rato.
Tres
Después del desayuno, subimos a una buseta para hacer un recorrido con Costa Rica City Square Tours donde uno de los fundadores, Andrés Oreamuno nos guió. A las 10 a. m. visitamos la bodega de Costa Rica Beer Factory, donde nos enseñaron las diferencias entre el trigo, y la cebada y porqué una cerveza es más oscura que otra.
Luego nos devolvimos a San José, y pasamos por la Botica Solera, el Mercado Central, el Museo del Jade y fuimos a otra bodega de cerveza artesanal, la Cervecera del Centro, donde su creador Caros Berrocal se tomó la delicadeza de hacernos felices de la mejor manera posible, con cerveza muy fría.
Debatimos sobre la cultura del tico, la de tomar solo para sacar panza. Entonces Berrocal me explicó que eso está bien, pero que también existe otro mundo de posibilidades donde la cerveza se saborea, tiene distintas propiedades, la espuma no es mala, y el sabor no tiene que ser desagradable.
En esas bodegas se fermentan distintas marcas: Ambar, La Trigueña y Onix. Todas creadas por el maestro cervecero, algo así como un profesor loco de la birra, Leonardo Rincón.
"Nosotros quisimos mantener los principios de la cultura alemana en cuanto a la cerveza".
Después de esto, salimos de Lindora hacía San Pedro. Suficientes horas tuvimos para regresar a la sobriedad. Una vez ahí, visitamos el restaurante Jürgen's, ubicado en Los Yoses.
Nos recibió Adriana Sequeira, quien nos contó la historia del restaurante. Después cené un tartar de salmón que pedí extra cocinado. El mesero, muy respetuosamente, asintió. El tartar se hace con carnes y pescado crudo.
"Jürgen Mormels llegó a Costa Rica hace 40 años. Se fue de Alemania porque no quería enlistarse en el ejército entonces se fue para el Caribe. Allá un amigo chef le contó que iba hacia Costa Rica. Entonces él también decidió unirse al plan. Una vez aquí, Jürgen conoció a Hedi y se enamoraron", dice Adriana.
Después de un día caótico atrapados en presas, se sintió bien bajar revoluciones y escuchar una historia de amor en un restaurante que nos hacia sentir dentro de un crucero. Y, no se si sera cosa mía, pero pocas cosas son tan placenteras como escuchar una buena historia de amor. Razón numero tres.
Cuatro
La ultima visita de la gira se realizó en el Xandari resort y spa. Este hotel esta relativamente cerca del aeropuerto Juan Santa María, en Alajuela.
Y cuenta con todo lo que siempre he querido tener pero soy incapaz de lograr: una huerta con lechuga, distintos tipos de kale, chiles, cebollín, de todo. Todas las mañanas los chefs reciben productos con raíz y tierra fresca. Tienen cabras, y gallinas. Árboles frutales de todo tipo. Hay tantas zonas verdes que el paisaje esta compuesto por capas de vegetación, una detrás de otras, infinitamente. También tienen un centro de compost.
Un jardín de orquídeas y un huerto en forma de mandala lleno de plantas medicinales, las cuales utilizan para el spa.
"Ponemos en el jacuzzi ciertas plantas para crear una infusión. Esto casi siempre se hace después del masaje", nos explicó Marcela Arias, gerente del hotel.
Después de almorzar un casado y un pie de manzana (manjares celestiales), fuimos al spa para una sesión de masaje. Sin ropa, boca abajo, y vulnerable, cerré los ojos. Detrás mío había un mirador que nos enseñaba el Valle Central. Montañas de montañas azules y verdes. Pájaros y aviones y nubes integrados en armonía.
Las manos de Melisa Muñoz, fisioterapeuta des enredaron nudos que no sabía que había hecho. Cada movimiento sanaba. Melisa y yo nos comunicando de una forma que no sabía que existía, con tacto, nada más. Ella sabía hacia donde ir porque ahí dolía. Tal vez estuve acostada unos 20 minutos, pero siempre que me preguntan cuanto duró, respondo que no se, fue extenso, eterno.
Y justo ahí, con la cabeza atrapada en un hueco, preocupada por no dejar caer una baba, me di cuenta lo mucho que necesitaba escapar de San José. Necesitaba recordar la felicidad al ver un chompipe, y un árbol de naranjas. Al oler una mata de tomillo, de lavanda y de manzanilla. La felicidad de saber que no importa si esta ciudad se pone amarga, necia y caótica, para eso existen estos refugios, para huir del estruendo de los pitos y los señores que no dan campo en un ceda mientras llueve. Tenemos refugios, mini cuevas lujosas donde migrar.
Ojalá, eso si, con alguien más.