La historia patria está llena de episodios poco conocidos y también de otros que han sido invisibilizados durante años e, incluso, siglos. Ahora que toda Costa Rica posa sus miradas sobre Guanacaste por el bicentenario de la anexión del Partido de Nicoya a nuestro país, nos adentraremos en un olvido nada casual –es decir, provocado adrede–: el rico pasado afrodescendiente de las personas guanacastecas y su huella en la región.
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Sin olvidar la preponderancia de la herencia indígena, las pruebas de este otro legado son muchas: están en su ADN –un 14,1% de la población en la Región Norte tiene “genes negros”, según detalló el Ministerio de Salud en un documento del 2021–, en el fenotipo (rasgos observables) de muchos de sus pobladores, en los instrumentos musicales (marimba y quijongo), en las comidas (angú) y en la lengua con palabras como timba (panza), candanga (diablo), mondongo (panza de res), panga (bote) y cachimba (pipa para fumar), por citar algunos ejemplos.
Esa herencia también se manifiesta en los nombres de lugares, montañas y ríos. “La coincidencia entre varias toponimias de Guanacaste y de la zona de influencia del antiguo Reino del Congo no deja lugar a dudas sobre las conexiones. Hasta el día de hoy, Matina es el nombre de un poblado de Mozambique, África, y a la vez un caserío entre los cantones de Nicoya y Hojancha; Cananga, un barrio de la ciudad de Nicoya, y Malambo, un cerro en el cantón de Santa Cruz”, recordó la historiadora guanacasteca Doriam Chavarría López.
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¿Cuándo y cómo arribaron los afrodescendientes a Guanacaste?
Esta es una historia que tiene siglos de desarrollarse. Negros y mulatos, tanto libres como esclavizados, llegaron al norte del territorio que hoy conocemos como Costa Rica desde la entrada de los primeros expedicionarios y conquistadores europeos a estas tierras.
“Desde tiempos de la invasión castellana y primeros siglos de la colonización española encontramos entre las tropas personas de origen africano, la mayoría de las veces encargados del servicio de carga de alimentos y avituallamiento”, puntualiza la historiadora y profesora Rina Cáceres.
Es decir, muchos fueron obligados a participar de las exploraciones de los conquistadores. Es más, un documento de la Cátedra de Historia de la Universidad Estatal a Distancia especifica que la expedición de Juan de Cavallón y Estrada Rávago, que comenzó en 1560 y se extendió desde Nicaragua hacia Costa Rica, contaba con un grupo en el que “no faltaban algunos negros esclavos, expertos en las minas, diestros en la localización de depósitos de metales preciosos”.
Las poblaciones originarias (en su mayoría, indígenas chorotegas) fueron arrasadas durante el avance de los europeos: asesinados, doblegados por enfermedades para los que no tenían defensa, y capturados y enviados a trabajar como esclavos a otras latitudes…
Durante la Colonia y bajo la dominación española, los afrodescendientes fueron fundamentales para sacar adelante diferentes trabajos. “Una vez los europeos establecidos en tierra firme, los esclavos negros fueron destinados en diferentes faenas, como la agricultura de subsistencia, el acarreo de productos, la producción ganadera bovina y caballar, también en labores domésticas, siempre considerados como el estrato social más bajo de la estructura colonial, tratados con menosprecio y explotados mediante diferentes formas discriminatorias e inhumanas amparadas a las leyes imperiales o a las estrategias de dominación de la élite española y de la Iglesia Católica”, agregó el profesor e investigador Javier Olivares Ocampo de la UNED en su texto.
Nicoya, por ejemplo, se convirtió en un lugar de paso importante debido a que tuvo un astillero, ubicado en la ruta marítima entre El Callao (Perú), Panamá, Caldera (Puntarenas), El Realejo en León (Nicaragua) y Acajutla (El Salvador). Estos puertos conformaron un corredor comercial, en el que se vendían trabajadores en condición de esclavitud.
“Esta zona de tránsito alternaba productos y trabajadores, personas esclavizadas, que fueron llevadas para la construcción y el trabajo. Eran personas que habían sido secuestradas de sus comunidades en la costa atlántica de África, en la región entre Senegal y Sierra Leona, o más al Sur, en Angola, y de ahí enviadas en barcos a través del Atlántico hasta algún sitio del Caribe, como Cartagena. Luego, embarcadas a Portobelo como puerto secundario. Desde ahí los hacían atravesar el istmo hasta el Pacífico panameño, desde donde eran reembarcados hacia Perú, y más al sur o hacia el Pacífico centroamericano, como Caldera y Nicoya”, explicó Cáceres, historiadora especialista en esclavitud, diáspora y comunidades afrodescendientes.
La travesía de los esclavos no solo era extenuante, sino que la realizaban en condiciones infrahumanas. Muchos morían y quienes sobrevivían llegaban enfermos, muchos con anemia.
No solo hubo personas esclavizadas: los especialistas destacan la presencia de descendientes de africanos que fueron libres, por ejemplo alféreces afromestizos.
Entre Rivas y Bagaces, Guanacaste formaba un epicentro económico importante donde se comerciaban productos y también se movilizaban personas.
Según comentó el escritor e investigador Quince Duncan, ese territorio atrajo a muchos afrodescendientes que se fueron mezclando con indígenas (llamados en ese momento zambos), en especial.
¿Cuánta población fue afrodescendiente durante la Colonia y posteriormente en Guanacaste? No hay certeza, pero sí existen algunos datos que ayudan a darse idea de su importancia sobre todo en los siglos XVII y XVIII.. En el artículo El origen de los guanacastecos, la familia Viales y los firmantes del Acta de Anexión (2016), el genealogista Mauricio O. Meléndez Obando detalla que la población total de Nicoya en 1684 ascendía a unas 908 personas: 77,31% eran indígenas tributarios, 3,1% eran indios no tributarios y 19,6% eran no indígenas (principalmente mulatos y mestizos, unos pocos españoles y un negro).
Un siglo después, la conformación de Nicoya era muy diferente. El investigador revisó 2.792 bautizos desde 1783 hasta 1804 y reveló que 73,5% de las personas bautizadas eran mulatas, 20% indígenas, 1,18% españoles, 0,36% mestizos, 1,8% zambos y 2,7% no tenían categoría alguna.
“Aunque es innegable y fundamental la contribución indígena en las raíces familiares de los guanacastecos, se han olvidado por completo de los afromestizos del periodo colonial cuyo peso demográfico fue, en algunos momentos de la historia de esta región, mucho mayor que la de cualquier otro componente sociorracial”, asegura el especialista en la publicación.
Otro fenómeno importante de recordar fue una ola de afrodescendientes que llegó a Guanacaste procedente de Cuba debido al contrato entre el gobierno y Antonio Maceo, el héroe de la lucha por la independencia cubana, en 1891.
“Este grupo de exiliados estaba integrado en su mayoría por afromestizos y se estableció en La Mansión de Nicoya, en el Pacífico Norte del país. Numéricamente no fue significativo, pero sí dieron su aporte cultural y genético en la región de Nicoya”, anotó el destacado ensayo El negro en Costa Rica, de Carlos Meléndez y Quince Duncan.
¿Por qué esta historia de afrodescendientes en Guanacaste es tan poco difundida?
La historia del paso de los afrodescendientes y sus huellas en Guanacaste es poco conocida por la población en general. ¿Por qué? ¿Fue un olvido casual o planeado? Es claro para los investigadores y especialistas en historia que durante más de un siglo, hubo una invisibilización intencional del legado de las personas negras y sus descendientes, ya que no era parte de la visión de una Costa Rica blanca y con raíces europeas.
“La historiografía oficial invisibilizó a todos estos grupos. Los hombres del siglo XIX construyeron un imaginario de una nación a la que llamaban la Suiza centroamericana. Había un racismo enorme y, según esa visión, los negros no existían y el indígena estaba muerto o había muy poco”, explicó la historiadora Marielos Acuña.
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Con ella coincide Cáceres y subraya que solo se hablaba del origen español y se borró de nuestra memoria sobre el pasado a las personas indígenas, los negros y otros grupos. “Se nos enseña a olvidar, también se nos enseña a excluir. Si usted revisa nuestro currículo escolar y los textos con los que se enseña, no se da espacio para la historia de nuestros orígenes”, lamenta la experta.
Desde los años 70 del siglo XX, en especial luego del surgimiento las escuelas de historia de las universidades públicas, diferentes estudios, artículos y publicaciones comienza a arrojar luz sobre lo que verdaderamente había pasado con diferentes vacíos y olvidos, como el de los afrodescendientes en diferentes partes del país y su importancia en la construcción de Costa Rica.
No obstante, aún falta que se popularicen entre las diferentes generaciones. “Estas cosas no se quitan o cambian de la noche a la mañana. Hubo muchas generaciones que promovieron una visión de mundo ignorando la historia”, expresa Duncan. Incluso, él ha dado charlas sobre la afrodescendencia en Guanacaste y se le han acercado personas a rebatirlo con molestia o negar la verdad en sus palabras.
A pesar de todo lo que ha costado, siente que en la actualidad hay mayor consciencia y reconocimiento de esos tatarabuelos afrodescendientes olvidados. “Poco a poco cambia el panorama”, alega.
En todos los casos, tanto los guanacastecos como el resto de los costarricenses convivimos de forma cotidiana con las herencias de estos antepasados, sino que lo diga el señor que llegó a una soda y se acarició “la timba” antes de saborear el mondongo en salsa con arroz y, sin enfriar el caldo, se lo lleva a la boca para luego gritar: “Me lleva candanga”.