Las manos de Keylor Navas y Gabelo Conejo no fueron las primeras que fabricaron milagros para la Selección Nacional.
Hubo un antes de que los relampagueantes goles de Hernán Medford y Marco Ureña hicieran historia en campeonatos mundiales.
Las estrategias astutas y efectivas de Bora Milutinovic y Jorge Luis Pinto, que atrajeron elogios del mundo para la Tricolor , también tuvieron un antepasado.
Un grupo de futbolistas sembró una semilla dorada que décadas después le permitió al fútbol costarricense cosechar glorias. Les decían los Chaparritos de Oro.
El mote se lo ganaron en México, durante el segundo Panamericano de Fútbol (de los tres que se disputaron) en 1956, luego de quedar terceros en el torneo.
Era la primera vez en que la Sele se enfrentaba a potencias del orbe, Argentina y Brasil, y al igual que sucedió en Italia 90 y Brasil 2014, saltó a la cancha disfrazada de Cenicienta, pero con el transcurrir del campeonato se cambió de traje por el de princesa.
Las atajadas salvadoras de Hernán Alvarado y Mario Flaco Pérez; los goles y velocidad de Cuty Monge, Rubén Jiménez y Cuico Bejarano; la sorpresiva táctica de Alfredo Chato Piedra sentaron los cimientos de los futuros éxitos del combinado patrio.
Y al igual que sucedió en la época moderna, el triunfo no llegó por generación espontánea.
¡Que va! Hubo todo un proceso para construir aquel glorioso equipo que por primera vez se ganó el respeto de propios y extraños.
Rodrigo Calvo, periodista que ha dedicado su vida a investigar la historia del fútbol tico, apunta que la Selección que Chato Piedra llevó a suelo mexicano ya gozaba de roce internacional y madurez para dar el salto.
Calvo recuerda que la experiencia acumulada en los Juegos Panamericanos de 1951 (Costa Rica fue segunda en fútbol), más los frecuentes amistosos internacionales de clubes criollos y de la Selección fueron el caldo de cultivo para la hazaña.
En 1955, la Tricolor ganó el Centroamericano y del Caribe de Fútbol en Honduras y enamoró a José de la Paz Herrera, Chelato Uclés , quien entonces era un adolescente pero con el tiempo llegó a convertirse en un entrenador histórico en la región.
“El equipo de Costa Rica era una maquinita bien aceitada, que funcionaba colectivamente, con todas sus piezas bien ajustadas”, le contó Herrera a La Nación , en agosto del 2005.
En el Panamericano, la Sele debutó ante México el 26 de febrero de 1956, en un atiborrado Estadio Universitario con capacidad para más de 110.000 espectadores.
Los aztecas esperaban un cómodo estreno ante un rival etiquetado como víctima, pero se toparon con un contrincante aguerrido, que les dio batalla en el primer tiempo.
Pese a la resistencia, México se fue al descanso con la ventaja gracias a un gol de Carlos Calderón de la Barca.
Los ticos, aun bajo el dominio local, estremecieron los tubos un par de veces.
En el complemento, la Sele tomó el control del juego y mostró de lo que era capaz. Como resultado, Jorge Cuty Monge logró el empate. Durante 20 minutos, los mexicanos fueron azotados por un torbellino de fútbol.
Y aunque luego retomaron el control de la pelota, se toparon entonces con las paradas sensacionales de Alvarado y Pérez (entró de cambio por lesión del primero) y el ordenado trabajo de una defensa invulnerable.
El empate final marcó la primera vez que los ticos evitaban la derrota ante el gigante del norte y les dio alas para el resto de la copa.
Luego vinieron las victorias sobre Chile (entonces subcampeón suramericano), 2-1, y Perú , 4-2, y la heroica honrosa caída ante Argentina, que caía 3-1 ante los centroamericanos hasta que apareció Omar Sívori con un triplete.
Solo se falló ante Brasil, que aplastó a la Sele 7 a 1.
Perola tercera casilla detrás de brasileños y argentinos, y el juego mostrado marcó para siempre la identidad del fútbol costarricense.
El desafío de informar
En aquella época, informar era un gran desafío para los medios, que publicaban las crónicas dos días después.
La Nación, que envió a Jorge Pastor Durán a cubrir el torneo, innovó con un plan para reportar las incidencias de los juegos en una pizarra en sus instalaciones ubicadas entonces en avenida 1°.
El público se aglomeraba alrededor de las oficinas del diario para informarse.
Gracias a los reportes que llegaban cablegráficamente, el diario publicó una extra horas después del partido contra México.