Desde el terremoto de Limón, el país no había abrazado tanta congoja y preocupación por un movimiento tectónico como lo hizo el 8 de enero de 2009, cuando un sismo de 6,2 grados afectó la zona del Poás, Alajuela y Heredia.
Era la 1:21 p. m. cuando se sintió el primer golpe; durante las horas siguientes, el Ovsicori contabilizó más de 800 réplicas en todo el país. Si el presentimiento de que lo que había pasado era terrible, la cantidad de réplicas pusieron la ansiedad al límite.
Los datos oficiales dicen que este terremoto causó 25 muertos, cinco desaparecidos y más de ¢280 millones en pérdidas. Todo el pueblo de Cinchona quedó en ruinas, al punto de que sus pobladores debieron migrar a Cariblanco en Alajuela, para formar Nueva Cinchona.
Muchas zonas aledañas sufrieron consecuencias mortales; en San Isidro de Alajuela, dos niñas hermanas, que vendían cajetas en la calle, fallecieron sepultadas por un alud. En Fraijanes, una muchacha de 14 años murió aplastada por un árbol.
Los daños materiales parecían inconmesurables. La planta hidroeléctrica Cariblanco quedó inundada y fue imposible utilizarla al menos un año, algo que afectó la generación eléctrica para todo el territorio.
La fábrica de comestibles El Ángel quedó destruida tras el terremoto. Trabajando con mano de obra de Cinchona desde hace 33 años, la empresa encontró la forma de restablecerse y construir una planta más reducida después de la tragedia.
Durante los años posteriores al sismo, la zona del Poás ha podido recuperarse en medio de la quietud.