Todo era incierto. Cada dato fresco era peor. El 23 de abril de 1991, La Nación circuló con una sola noticia en portada: “Tragedia estremece al Atlántico”. El día anterior, un lunes, antes de las 4 p. m., un terremoto de magnitud de 7,6 grados en la escala Richter había azotado a la provincia de Limón.
“Nueve muertos, dato oficial” detallaba el pretítulo de portada esa mañana. En la tarde –cuando La Nación publicó una edición extra con más información sobre la sacudida que se había sentido–, se calculaba que los muertos podían ser 25. El 24 de abril, el número alcanzaba los 46 decesos confirmados. El conteo final fue de 48.
“Con los primeros rayos del Sol, este sacudido puerto se convirtió en un hormiguero de gente ansiosa y desesperada por hacer el peor inventario de sus vidas: muer-te, destrucción y miedo”, escribió el periodista Nicolás Aguilar desde Puerto Limón, en la edición extra del 23 de abril, luego de un recorrido por varios de los pueblos afectados.
Es, todavía hoy, el terremoto de mayor magnitud que se haya medido en el país, aunque hubo otros similares con el paso de los años. Su efecto sobre Limón, desde antes una provincia en desventaja con respecto al resto del país, son aún visibles e incluso han seguido afectando a la población.
“¡Encima esto, como si no tuviéramos suficiente con lo que nos pasaba! Ese es el clamor del pueblo limonense ante el terremoto que azotó su región en la tarde del 22 de abril”, rezaba el editorial de la revista Rumbo (de La Nación), en un especial publicado el 7 de mayo de 1991.
Impacto
Al día siguiente de la tragedia, los periodistas sacaban cálculos del número de muertos, entre los datos oficiales y aquellos que observaron por su cuenta. El epicentro había sido en Baja Talamanca, a 40 kilómetros de Puerto Limón, y entre las comunidades más afectadas estaban Batán, Parismina, Sixaola y Valle de la Estrella.
El Hospital Tony Facio, de tres pisos, había sufrido daños y los médicos debieron atender a más de 200 pacientes en una cancha deportiva vecina; los casos más graves eran enviados a San José en avioneta. Un hotel de dueños orientales se había derrumbado y se temía que en los escombros de la ciudad yacieran todavía más víctimas.
El movimientos sísmico provocó un incendio en la sede de Recope en Limón, el cual dejó otro muerto. El miedo a que volviera a temblar estrepitosamente estaba tan presente entre los sobrevivientes que muchos decidieron pasar la primera noche en el patio, al aire libre, con tal de no morir aplastados por las estructuras de sus hogares.
La prensa arribaba a Limón por aire, principalmente, en aeronaves que también estaban destinados a transportar a heridos. Durante el desarrollo de la labor humanitaria se contó con la ayuda de 37 pilotos nacionales, 30 avionetas, cuatro aviones, 11 helicópteros y cuatro aviones Hércules. Países como Nicaragua, México, Estados Unidos, Honduras y Colombia colaboraron con algunas de esas naves.
El presidente de entonces, Rafael Ángel Calderón Fournier, visitó la provincia el día siguiente del terremoto con compañeros de su gabinete. Minutos después de haber llegado, declaró a Limón zona de emergencia nacional y anunció que daría prioridad a los daños estructurales. “La producción nacional no se puede paralizar”, dijo, al señalar la importancia del puerto para exportaciones.
Una de las historias que permitieron al resto del país entender la gravedad del desastre fue la del pueblo de Parismina, el cual se hundió parcialmente después del terremoto. Negocios, viviendas y centros de salud quedaron destrozados. A través de este periódico, la población solicitó al país el envío de víveres y agua potable.
Pérdidas
Además de los 48 muertos, según datos oficiales, el terremoto de Limón dejó más de 550 heridos y casi 2.000 casas destruidas. Los caminos de la provincia quedaron deshechos, así como casi todos los puentes. Una década después, el MOPT había invertido casi ¢2.000 millones en reparar caminos, y aún faltaba más. Los gastos totales significan ¢21.000 millones en colones de hoy.
Si bien el epicentro fue en el Valle de la Estrella, en Limón, las consecuencias se sintieron en todo el territorio nacional. Desde luego que la zona norte del país fue la que sufrió menos, pero hubo heridos y daños estructurales en toda la nación.
Para entonces, Limón no era considerada una zona altamente sísmica. Luego del terremoto se actualizó el Código Sísmico y se procedió a incluir nuevas reformas que delimitaran dónde se puede construir y cuáles características deben de tener las estructuras dentro del país para tratar de evitar daños.