Antes de comenzar a relatar su historia, Carlos Leandro Escobedo se coloca su cachucha. Cuando finalmente se la logra acomodar, dice que está listo para comenzar a hablar.
Él fue uno de los ticos que se unió a un ejército improvisado encabezado por José Figueres Ferrer, en 1948, pues consideraba que debía defender “la democracia ante las ideas comunistas” de los “mariachis”, el bando afín al mandatario Teodoro Picado Michalski y, aún más, al expresidente Rafael Ángel Calderón Guardia.
Calderón, quien escribió su propia página en la historia del país luego de que en su mandato (entre 1940 y 1944) se dieran, entre otros logros, la creación de la Caja Costarricense del Seguro Social y la Universidad de Costa Rica, además de la promulgación del Código de Trabajo y las Garantías Sociales, también contó con múltiples detractores, siendo Figueres Ferrer el más visible (en 1942 denunció irregularidades del gobierno en un discurso radiofónico y fue apresado allí mismo). Luego iría al exilio, a países como El Salvador, Guatemala y México.
El conflicto de cinco semanas, que tuvo lugar entre el 12 de marzo y el 14 de abril de 1948, cuando Figueres ya estaba de regreso, fue consecuencia de las polémicas elecciones de febrero de ese año, cuando se anuló el triunfo en las votaciones del candidato Otilio Ulate Blanco por un supuesto fraude electoral apelado por Calderón Guardia, quien alegaba la supuesta quema de papeletas presidenciales en un incendio.
Don Carlos participó en varios combates y los recuerda desde el día en que llegó a La Lucha, la finca en que se concentró el ejercito de Figueres, en San Cristobal.
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“En el 48 fuimos obligados a coger por las montañas del sur y por ahí llegamos a La Lucha, donde nos recibió don Pepe muy alegre porque nosotros éramos un grupo como de 15 personas. Para aquel momento no teníamos armas y los mariachis nos atacaron y tuvimos que salir en carrera. Ellos entraron por el lado de Tarbaca y en la entrada de La Lucha hubo un enfrentamiento grande y otro en el Empalme”, relata.
Don Carlos, de 92 años, recuerda que las armas llegaron rápidamente gracias al piloto Guillermo Núñez, quien había ido en avión a traer municiones a Guatemala para ayudarles.
Tras la batalla en La Lucha, los combatientes instalaron un cuartel en Santa María de Dota.
“En el enfrentamiento del Empalme muchos de ellos subieron pero no bajaron, mientras que La Lucha había quedado desolada, porque los mariachis entraron e hicieron desastres. Quemaron hasta una planta eléctrica”, detalla.
Los partidarios de Calderon se apoderaron de San Cristobal Norte (cerca de La Lucha), por lo que los soldados de Figueres pretendían volver a La Lucha. Don Carlos cuenta que decidieron regresar de noche, para no ser vistos, pues Don Pepe les había dicho que esperaran a que bajara la niebla, ya que eso les daría cierta ventaja. A ese descenso, le llamaron la marcha del silencio.
El frío era tal que los sacos de gangoche fueron un gran aliado, y el café y las tortillas la mejor comida para seguir con fuerzas.
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Tras lograr su objetivo inicial, el grupo se preparó para atacar a los mariachis —a quienes, asegura, llamaban así por usar cobijas rojas como un poncho—, quienes ya habían tomado Tejar, en Cartago.
“Nosotros bajamos por detrás de Tejar y salimos a Cartago donde fue la batalla más grande. Duró como 30 horas y ahí murió mucha gente. Yo era ayudante de un comandante que se llamaba Rodrigo Escalante y vieras que yo creo que tuve suerte, porque a pesar de que estuve en todas las batallas, no me quedó ni un rasguño.
“Y no crea, yo sentía bastante miedo, el miedo nos invadía pero había que echar pa’lante. Además, tenía otros compañeros que lo animaban a uno y decían: ‘adelante, no se me agüeve’. En aquel tiempo, en realidad lo que se decía era: ‘se le bajaron las ligas. Vamos, adelante, seguimos adelante”, afirma.
Luego de ese capítulo entre marzo y abril de 1948, que duró poco más de 40 días, don Carlos pensó que era el fin de la guerra. Sin embargo, en diciembre de ese año, relata que el bando derrotado buscó invadir desde Guanacaste.
Fue la policía la que llegó a una celebración de la Virgen, en Guadalupe, para avisar un 10 de diciembre que los mariachis habían invadido La Cruz.
“Esa misma noche hicimos un pelotón de guadalupanos y nos fuimos para allá. Hubo varias masacres, pero la invasión terminó rápido. Además, ya teníamos otras armas”, dice.
Conforme pasaron los años, don Carlos se especializó más en la milicia. Junto a unos amigos excombatientes formó parte de un grupo al que se pidió, en 1955, ir a La Cruz (Batalla de Santa Rosa), pues nuevamente estaban invadiendo. En ese año la intención de los atacantes era derrocar al presidente Figueres y su gobierno.
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Pasada esa invasión, surgió la toma de Los Chiles, en la que también participó.
“A mí es que me gusta defender el país. Es que yo fui pelotero… Me acuerdo que ellos invadieron Los Chiles y llegaron hasta San Carlos y de la escuela militar nos llevaban en avión.
“Nosotros nos teníamos que ir tirando del avión y un compañero mío se tiró y se levantó de una vez, entonces el avión lo agarró por la parte de atrás, por la aleta y lo dejó ahí tirado”, relata.
Si bien los conflictos armados acabaron en Costa Rica, don Carlos creó una pasión por lo militar y luego se fue a pelear a República Dominicana, donde obtuvo el rango de sargento.
Hoy todas esas memorias las mantiene presentes y las guarda al lado de su casco, su cachucha y sus libros de la época en que se jugó la vida en varias ocasiones para defender lo que creía correcto.